26 de septiembre de 2008

Alianzas pragmáticas… y cínicas

José A. Crespo

En diversas democracias del mundo, las alianzas y coaliciones partidistas tienen lo mismo un sentido pragmático (facilitar el acceso al poder) que uno ideológico (fortalecer un determinado programa compartido entre los aliados). Así, si bien es comprensible y racional que dos o más partidos que comparten esencialmente un eje ideológico se coaliguen para vencer a un partido o bloque antagónico, resulta absurdo que lo hagan con sus antagonistas ideológicos, sólo con el fin de acceder más fácilmente al poder o incrementar el número de sus curules. En los regímenes parlamentarios con multipartidismo, la coalición con otros partidos llega a ser un imperativo, pues, salvo excepciones (como España), no es posible formar gobierno a partir de un solo partido si éste no cuenta con la mayoría absoluta de diputados. Pero cuando se forman tales coaliciones de gobierno, la norma es que lo hagan con partidos programática e ideológicamente afines, tras pulir sus naturales diferencias (que no suelen ser demasiado profundas). Sólo cuando se trata de derrotar a un partido hegemónico o dominante —por mantener éste posturas cerradas y autoritarias— se forman amplias coaliciones con partidos de dulce, de chile y de manteca. El propósito en tales casos es remover a ese partido dominante, así sea provisionalmente, para empujar reformas que permitan mayor apertura y equidad políticas (así sucedió en Japón en 1993 y en Suecia en 1976). Pero, en condiciones normales, las coaliciones de gobierno se dan casi exclusivamente entre partidos ideológicamente afines.

En México, un régimen presidencial, pero ya multipartidista desde hace algunos años, no hubo a nivel federal una alianza formal entre la oposición con ideología distinta, es decir el PAN y el PRD (o antes, con el PMS o el PSUM). Los intentos de hacerlo tanto en 1997 como en 2000 fracasaron, pero eso no impidió que el PRI perdiera su mayoría absoluta en la Cámara baja, primero, y el Poder Ejecutivo, más tarde (aunque esto último se logró gracias a una alianza informal entre el PAN y varios electores de izquierda que emitieron un “voto útil” para remover al PRI de la Presidencia). Pero una vez lograda la alternancia, difícilmente se justifican las alianzas extraideológicas (es decir, estrictamente pragmáticas) en aras de derrotar a un partido hegemónico. Ahí donde el PRI lo seguía siendo (en algunas entidades, pero cada vez menos), se hicieron alianzas a nivel estatal entre PAN y PRD; por ejemplo, en Yucatán, Chiapas (donde la coalición logró ganar) y Oaxaca (donde el PRI se mantuvo, pese a ello). El partido más pequeño en tales coaliciones en realidad no ganó nada significativo, salvo quizás el gusto de ver derrotado al PRI.

Pero permanece la tentación de formar alianzas entre los partidos mayores, de manera diversa y en distintas entidades, lo que da lugar a ensaladas que ideológicamente no tienen sustento. El PRD recién removió los candados que le impedían aliarse electoralmente con quienes desde hace tiempo considera fuertes adversarios ideológicos: el PAN y el PRI (el famoso “PRIAN”, en otras palabras). Pero la corriente orteguista logró imponerse el fin de semana pasado para abrir la posibilidad de forjar alianzas con alguno de esos partidos, según las condiciones lo aconsejen. La defensa de tal eventualidad a veces resulta surrealista. El senador René Arce defiende por ejemplo esas alianzas, pues así se podrá resistir mejor el empeño del narcotráfico por penetrar las campañas electorales (¿?). Coincido en cambio con la corriente del PRD que ve inútil plantear alianzas con el PAN, a estas alturas. En ese tenor, está el diputado Antonio Soto Sánchez, cuando afirma: “La izquierda no puede aliarse con la derecha, porque no se trata de llegar al poder a toda costa”, lo que provocará que “el PRD pierda su visión de izquierda”. Y, sin embargo, ese mismo legislador deja abierta la puerta para aliarse con el PRI, pues “todavía tenemos algunas similitudes” (23/sep/08). Tampoco veo sentido en dicha alianza exclusivamente para destronar al PAN ahí donde éste gobierna.

El PAN, por su lado, asume una postura ideológicamente congruente, que no siempre ha practicado. Dijo su dirigente, Germán Martínez Cázares: “No veo probable (una alianza) ni con el PRD ni con el PRI, porque tenemos programas distintos y pensamos de una manera distinta”. Pero no todos los miembros de ese partido opinan igual. El diputado Gerardo Priego, por ejemplo, ve conveniente alianzas incluso con el PRD ahí donde el PAN es débil: “Hay estados donde nosotros tenemos muy poca presencia y ahí podríamos discutir con otros partidos donde podemos ver esta asociación para tratar de poner un candidato común” (23/sep/08). Si en cada entidad gobernada por un partido, los otros dos se aliaran sólo con el fin de removerlo, entonces la lógica de la contienda electoral sería lo que siempre se niega; “Quítate tú para ponerme yo” o, peor aún, “Quítate tú, aunque no pueda ponerme yo”.

Y es que con las alianzas puramente pragmáticas, los partidos parecen decirnos: “Quiero tu voto, no tanto para promover nuestro programa e ideario o frenar el de nuestros adversarios. Ese es el pretexto con que justificamos nuestra existencia y privilegios. Lo que en realidad nos interesa es incrementar nuestra presencia política, así como nuestro financiamiento público (emanado de tus impuestos) y, por supuesto, nuestra impunidad por los abusos que cometemos (pues mientras mayor nuestro poder, mayor nuestra impunidad). De ahí que tu sufragio nos resulte particularmente importante, aunque a ti no te reporte gran cosa”. Con tal mensaje se invita al elector medianamente consciente e informado a no contribuir con su sufragio a incrementar el poder, los recursos y las prebendas de tan cínicos contendientes.

25 de septiembre de 2008

Concentración mediática y pluralismo

Carlos Díaz Güell


La concentración mediática es desafortunadamente cada vez más una constante mundial, que en mayor o menor medida imposibilita el sano desarrollo de la democracia. Carlos Díaz y Andrea Recúpero ofrecen un panorama de cuál es la situación en la materia en España y Argentina, donde el pluralismo informativo corre grave riesgos ante la creación de oligopolios y la falta de una legislación que sea eficiente.


España hace tiempo que dejó de ser diferente y la concentración de medios de comunicación y su teórica incidencia sobre el pluralismo y la diversidad informativa, base de todo sistema democrático y de libertades, genera similares preocupaciones que en nuestro entorno, aunque sin llegar a convertirse en centro de debate político. La controversia, de forma generalizada, se centra con frecuencia en una dialéctica maniquea que nos lleva a debatirnos básicamente entre dos posiciones legítimas, pero difícilmente conjugables: la “economicista” y la “ideológica”, entendiendo esta última como la opción que se presenta como defensora a ultranza del pluralismo informativo, fomentando, a su vez, el rechazo a posiciones empresariales que desde el punto de vista económico son, no sólo defendibles, sino plausibles e incluso sanas para el futuro de cualquier proyecto empresarial.

Dejémoslo claro desde el principio: desde la óptica empresarial, una fusión, una compra o cualquier otro mecanismo de concentración, posibilita un redimensionamiento de la empresa y con ello una cadena de sinergias que son buenas para el futuro de la compañía resultante y resultaría una temeridad negar esa alternativa a ningún empresario que se precie y vele por la continuidad de su negocio. Sobra decir que estos procesos de reestructuración, tanto en el mundo de la empresa, en general, como en el de la empresa de comunicación, en particular, son legítimos desde un punto de vista empresarial y suponen, en muchos casos, una respuesta lógica de los operadores a los significativos cambios que se están produciendo en el mercado, y que son impulsados por factores tales como la globalización, la convergencia tecnológica y la desaparición de fronteras.

En el mundo de la economía, son muchas las causas que llevan a las empresas a iniciar procesos de concentración: desde el deseo de responder a la globalización del mercado, hasta la diversificación de riesgos, la persecución de economías de escala –en el supuesto de que éstas existan–, o la búsqueda de nuevos mercados, pasando por el incremento de tamaño o la búsqueda de control sobre determinados puntos estratégicos que aseguren una posición de dominio. Todas ellas son razones más que suficientes y respetables para entender los motivos que impulsan a un empresario a iniciar un proceso de concentración.

Podríamos citar otra media docena de razones referidas al sector mediático que legitiman los procesos de concentración, como pueden ser la desaparición de determinadas restricciones legales o el deseo de aumentar la difusión de una determinada posición política, pero entendemos que es suficiente las hasta ahora enunciadas para centrar el problema que nos ocupa.

Y todo ello dentro de un axioma a mi entender tan irrebatible y real como que crecer nos hace más fuertes, más seguros y, en definitiva, más poderosos.

Y es esta afirmación la que nos lleva a considerar que, en cualquier otro sector, un determinado desmán en un proceso concentrativo, entraría en el ámbito competencial de los organismos reguladores, pero el sector mediático no es un sector cualquiera, sino que en esta sociedad del conocimiento o de la información en la que nos movemos, cobra un valor añadido sobre el que merece la pena tratar de diseñar un control, cuando menos diferente, al de cualquier otro sector económico.

Desde el punto de vista de la práctica política, más etérea y peculiar, las cosas se ven de otro modo y cualquier concentración mediático-empresarial suele resultar negativa para los intereses de la libertad de información por aquello de que cuando “un medio se va, algo se muere en el alma”. Es un hecho cierto, que supera con mucho el debate teórico, de que existe el peligro de que los procesos de concentración lleven a posiciones oligopolísticas en el sector mediático y ello debería obligar a establecer sistemas de control que, respetando la libertad informativa y empresarial, impidan que su actuación ponga en peligro principios constitucionales como la libre competencia y el pluralismo informativo. La cuestión está en determinar cuándo una empresa mediática se fusiona para encontrar posiciones de tamaño que la hagan más rentable y cuándo lo hace para incrementar el grado de poder que detentaba hasta entonces, en detrimento de la diversidad informativa.

Entre conceptos y definiciones

La “caída del muro” y el consecuente triunfo del liberalismo, facilita la irrupción de los medios audiovisuales de ámbito privado en Europa y con ello un cambio considerable en la estructura del sector de medios en nuestro entorno, proceso que se ve fuertemente impulsado con la aparición y desarrollo de las tecnologías digitales y la expansión de ese fenómeno que representa Internet. Todo ello ha propiciado la aparición de grupos multimedia cuyo ámbito de influencia en la sociedad supera con mucho lo que podíamos imaginar no hace más de 20 años.

Si damos por buena la teoría que pone de manifiesto que no se puede hablar, sin más, de concentración empresarial de medios, sino que debemos adjetivarla en, al menos, cinco categorías –empresarial, de propiedad, de mercado, de audiencia y política– tendremos que convenir que el debate sube en intensidad, ardor que se acrecienta si además incorporamos dos elementos como son la pluralidad y el pluralismo1.

Aquí, como en todo, hay teorías para todos los gustos y si por ello fuera, otros autores y estudiosos en la materia sostienen la existencia de otras cinco clases de concentración basadas en el proceso productivo y en la posición de los mercados. Y así hablan de integración horizontal o monomedia; de integración vertical; multimedia; conglomerados (integración multisectorial), e internacional2.

Llegados a este punto y con objeto de no disgregarnos semánticamente, busquemos definiciones de concentración.

Ramón Tamames la describe como el “proceso por el cual se produce la acumulación, en pocas manos o centros de decisión, de toda una serie de propiedades y de capacidades de poderío económico. (...) Las fuertes concentraciones generan desequilibrios importantes en términos sociales, culturales y políticos”3.

Menos ambiciosa en la definición, desde el punto de vista ideológico, es la Real Academia Española (RAE) que, en una de sus acepciones define concentrar como “reunir bajo un solo dominio la propiedad de diversas parcelas” o “reunir en un solo punto o centro lo que estaba separado”.

A efectos de lo que es nuestra actividad profesional, no sería un atrevimiento hablar –y así lo definen algunos teóricos– de modificación estable de la estructura de control de un operador económico, cuando de la misma se derive la fusión de dos o más empresas anteriormente independientes, la toma de control conjunta sobre una empresa igualmente independiente; entendiendo por control la posibilidad, de iure o de facto, de ejercer una influencia decisiva sobre las actividades de una empresa.

O si se quiere algo más simple, podemos considerar como concentración de medios de comunicación los supuestos de crecimiento externo de una sociedad por medio de operaciones tales como las fusiones, las adquisiciones de control, la creación de empresas en participación.

Siguiendo con el proceso conceptual, tratemos de centrar el término pluralismo, recordando que la Constitución Española, en su artículo 2°, se ocupa de él, y recurrimos nuevamente a la RAE que lo define como “sistema que acepta o reconoce la pluralidad de doctrinas, métodos en materia política, económica, etcétera”. Es, pues, un concepto eminentemente político de aceptación de convivencia, de tolerancia.

Si lo trasladáramos al mundo de la comunicación, su definición no sólo pivotaría sobre la idea de diversidad, sino que llegaría, incluso, a confundirse con él.

Y metidos ya en este mundo de las definiciones, no vamos a dejar al margen este término de diversidad y asimilémoslo con variedad, desemejanza o diferencia. Al respecto, sigue vigente la definición del Consejo de Europa de 1992 al referirse a la diversidad como “la posibilidad de elegir en un momento determinado entre diferentes géneros periodísticos, diferentes temas y acontecimientos, diferentes fuentes de información, diferentes intereses, diferentes opiniones y valores, diferentes autores, diferentes perspectivas, etcétera”.

Terminamos con un último sustantivo importante: la pluralidad, concepto más numérico, más cuantitativo, que el pluralismo, más cualitativo y por eso la RAE lo empareja con multitud, copia y número grande de algunas cosas.

Dejemos, por ahora, el mundo de las definiciones y señalemos que el pluralismo es una cuestión de equilibrios y como tal debe moverse en el ámbito de lo político. Hoy por hoy, el término está bendecido por la Constitución Española en su artículo 20 y ello no es de desdeñar.

La calidad de la democracia se mide por muchos parámetros, pero uno de ellos es por la pluralidad y libertad en que se desarrolla la posibilidad de todo ciudadano por acceder, de manera equitativa, al máximo de opiniones, ideas e informaciones. El pluralismo, por tanto, es un valor que asegura a los individuos la diversidad informativa y ello es lo suficientemente importante como para que las sociedades desarrolladas traten de conjugar el pluralismo con la concentración y la pluralidad con la diversidad.

¿Cómo conjugar esta compleja ecuación? Aceptando la sentencia que pone de manifiesto que no hay mercado más intervenido que el libre, la repuesta a esta pregunta no es otra que la que apunta a la vía legislativa, y en este sentido la intervención del Estado, mediante mecanismos reguladores, debería ser perfectamente válida aunque problemática, porque la tendencia de los políticos a “meter la mano” y a utilizar cualquier proceso legislativo con fines partidistas, es algo probado y nada desdeñable. La “solución” no resulta fácil e incluso se torna harto complicada, dado que los políticos, aquí y allá, no parecen dispuestos a quedarse al margen de este tipo de decisiones. El caso italiano, mexicano e incluso el británico, que más adelante comentamos, no deja de producir alarma porque en nombre del bien común se pueden cometer sutiles tropelías.

En España, el asunto al que nos estamos refiriendo se contempla desde diferentes ópticas y doctrinas jurisprudenciales: la de la competencia, la del derecho común, la del específico del sector de medios y la procedente de la vía administrativa, que se reserva la concesión de licencias, cuotas y permisos en materia de radio y televisión con unos criterios normalmente poco ortodoxos. Así, hemos podido comprobar cómo el sistema ha funcionado deficientemente en España, en ocasiones, y basta recordar alguna acción contra la concentración vertical –producto del monopolio de la televisión y el decodificador– o sobre los derechos televisivos del fútbol.

Como de lo que se trata es de controlar las concentraciones que se produzcan en este sector y de prohibir aquellas que tengan un efecto pernicioso en la competencia en este mercado o en el número de voces distintas que participan en el debate y, por consiguiente, de la diversidad de opiniones, el problema grave aparece a la hora de determinar los límites a partir de los cuales se ve afectado el pluralismo.

De la Cuadra Salcedo4 apunta en dirección correcta al señalar que el problema de la concentración consiste en determinar la proporción adecuada de concentración en una sociedad globalizada para, sin renunciar a la dimensión óptima necesaria, evitar el dominio de la información, la cultura y la opinión de unos pocos.

La cuestión clave es saber qué funciones y elementos combina la propiedad de un grupo multimedia para conseguir las consabidas economías de escala o de alcance, sin que éstas afecten al mundo de la diversidad.

El proceso merece reflexión y estudio, aunque no es el momento de profundizar. Por ello, nos vamos a conformar con enunciar algunas experiencias que se han producido en diferentes países en cuya órbita nos movemos.

El primer caso hace referencia a EU, en donde el problema se abordó hace años por el Federal Communication Committee, organismo encargado de regular la mayoría de los aspectos relacionados con las comunicaciones, mediante la revisión y la actualización de las normas de concentración existentes en su momento.

En el Reino Unido, el gobierno de Blair sacó adelante en 2003 la Ley de Comunicaciones, tras un largo debate de casi cuatro años. La ley, entre otras cosas, buscaba reforzar la garantía del pluralismo, tratando de evitar fusiones que supusieran un peligro para la pluralidad. Aunque enfocada a la radiodifusión y con la sombra de Murdoch planeando sobre la literalidad y el espíritu de la norma, la Ley británica consagra la primacía/intervención del poder político sobre los procesos de concentración que se puedan llevar a cabo en este sector.

La Italia de Berlusconi también abordó el problema, aunque es tal la colusión de intereses que se produce en ese país que resulta siempre complicado referenciarse en un sistema en el que RAI, Madiaset y Fininvest han convivido en un modelo turbio donde los haya.

Tan poco ejemplarizante como el caso italiano es el mexicano con su calificada como “infame” reforma de la Ley de Comunicación, que consiguió otorgar un excesivo poder a los dos grandes y dominantes grupos mediáticos del país azteca (Televisa y TV Azteca) con el exclusivo fin de conseguir que estos monstruos del mundo audiovisual apoyaran las candidaturas del PAN y del PRI en contra del candidato que suponía un peligro real para el mantenimiento del sistema: López Obrador.

Es muy frecuente establecer una relación general negativa en materia concentración-pluralismo y la tendencia, siempre populista, suele ser simple: cuanto más grande sea el nivel de concentración de la propiedad, menor será la oferta de medios y a partir de ahí el silogismo se hace sencillo: a mayor concentración, menos medios, y a menor oferta, menor pluralismo.

Sin embargo la ecuación no resulta tan simple.

Doyle5 señala que la relación entre concentración de empresas mediáticas y pluralismo no es tan directa, existen otros factores como la dimensión del mercado, los recursos disponibles en éste, la estructura del sistema y los objetivos y competitividad de las empresas del sector, que impactan decisivamente en el pluralismo, en igual o mayor medida que la propia concentración de la propiedad empresarial.

Lo que sí parece fuera de duda es que la falta de pluralidad está en relación directa con la estrechez del mercado en sus diferentes variables: lingüísticas, poblacionales, económicas... y éste no es el caso de España. Por ello, resulta más que evidente que el pluralismo en un territorio pequeño y monolingüista es inferior al que gozan amplios estados democráticos, multiculturales y desarrollados. Y no hay que ir muy lejos para encontrar casos como el enunciado.

Doyle apunta acertadamente que las acciones que pueden promocionar el pluralismo no deben limitarse a las que afectan a las concentraciones de propiedad, porque es esa una forma de caer en un reduccionismo peligroso: identificar pluralismo con pluralidad y pese a lo equívoco de lo terminológico, no debe hacernos olvidar que frente a la variedad o diversidad que representa el primer término, emerge el número, la cantidad del segundo concepto. Ambos son complementarios y en ningún caso pueden utilizarse individualizadamente como arma arrojadiza.

El gran meollo en torno al pluralismo se plasma en la necesidad de definir el grado óptimo del mismo que se desarrolla en una sociedad determinada, en el entendido de que todos los factores de la ecuación son variables. Como no podía ser de otra manera, el reto se plantea cuando se intenta plasmar en normas o reglas los límites de ese pluralismo, en la medida en que –como se decía con anterioridad– pluralismo es un concepto político de carácter cualitativo, que persigue un grado de diversidad que para ser medido se debe recurrir a mecanismos cuantitativos relacionados con la pluralidad, con el número.

Métodos de medición existen, como señalan Sánchez Tabernero y Carvajal6, aunque no resulta fácil establecer un índice a partir del cual se pueda decir que un grado de concentración es excesivo o no tolerable por los legisladores, pues los resultados dependerán de las características de cada mercado o del tipo de negocio. Cabría añadir que a la vista del abanico de posibilidad de concentración analizada anteriormente, siempre va a resultar complejo, cuando no imposible, objetivar el grado óptimo de pluralismo de una sociedad.

Algunos autores apuntan, en relación con la no existencia de una cierta simetría entre aumento de la concentración y reducción del pluralismo, que la tecnología juega en contra de una hipotética reducción del pluralismo. Y es verdad, aunque también hay que tener en consideración lo que hoy todavía resulta una incógnita: ¿en qué medida es viable la constitución de una empresa para la edición de una sola publicación, o qué posibilidades tiene de salir adelante una experiencia editorial independiente en un mercado dominado por potentes grupos multimedia? La experiencia de aquel Antonio Asensio, que con un capital de 500 mil pesetas, fue capaz de dar con la veta del éxito periodístico con Interviú, millonaria en audiencia y capaz de convertirse en el origen de lo que pudo ser un gran grupo multimedia, en el caso de que no hubiera fallecido el fundador, no parece repetible en la actualidad.

Y si nos metemos en otros jardines, no menos trascendentes, como la concentración de contenidos, el debate puede alcanzar dimensiones de aurora boreal, aunque ciertos países han conseguido legislar en este sentido, es difícil determinar si han logrado los objetivos fijados. Soy de los que piensa que provocada por lo que se ha dado en denominar “tiranía de la audiencia”, es el gran peligro que afecta al pluralismo, hasta el punto de que convierte a los medios de comunicación en productos uniformes y clónicos. Y el peligro se acrecienta cuando no sólo se localiza en el mundo de lo informativo, sino que se traslada a áreas de gran influencia social.

Sea como sea, cada tendencia política configura su propia contradicción teórica y quizá por ello ha alcanzado cierta fama el enunciado por el cual bajo una misma premisa se ofrecen, al menos, dos soluciones posibles, según el ideario político del “matemático” de turno. Así, frente al modelo que determina que privatización es igual a multiplicación de canales y que ello comporta un aumento de la oferta que a su vez se plasma en diversidad y por ende en pluralismo, emerge la tesis que apuesta porque la privatización nos lleva a la multiplicación de canales y ésta a una competencia de libro que desembocará ineludiblemente en una homogeneización de la oferta que nos conduce inexorablemente a la concentración y con ella a la reducción del pluralismo.

Los grupos multimedia en España

España no está fuera de órbita en este sector y como ocurre en otros países occidentales, asistimos a la conformación de distintos grupos multimedia, bien por la vía del favor político o bien por la dinámica del crecimiento puramente empresarial.

Aunque no es el objeto del presente análisis el estudio de cómo están configurados los grupos multimedia y demás grupos periodísticos de nuestro país, sí resulta de interés realizar un repaso sobre cómo está vertebrado el sector mediático en España.

Fracasado con rotundidad el intento de configurar un gran grupo mediático hace unos años, en torno a Telefónica, auspiciado por el poder político y dejando al margen el caso de RTVE, son varios los procesos actualmente en marcha, sin que ninguno parezca claramente cerrado, sino en vía de articulación. Y si hace unos años parecía claro que la concentración iba a girar en torno a dos –Prisa y Vocento–, hoy hay que sumar dos más –Planeta y Unedisa– lo que anuncia que la posible bipolaridad del sector puede ser sustituida por un póquer mediático, en torno al cual cabe pensar que girará el sector en los próximos años, aunque es tan fuerte la evolución tecnológica actual que sería temerario dar por cerrado el proceso de concentración en este sector.

Sin ánimo de ser exhaustivo y a título referencial, ofrecemos una panorámica de las actividades de los ‘cuatro grandes’, cuya cobertura –y a la espera de un estudio más profundo y riguroso–, alcanza proporciones considerables. Así, en televisión, su oferta concentra 60% de la audiencia; en radio, este porcentaje se eleva a cerca de 80%, mientras en prensa escrita supera en algún punto este último ratio porcentual.

Dentro de esta cuádruple concentración sectorial que “amenaza” la pluralidad informativa española hay que hablar, en primer término, de Grupo Prisa. Dejando a un lado cuantas dudas se puedan suscitarse sobre su futuro, dado el proceso de cambio generacional y familiar en el que está sumido, la realidad es que hoy no cabe sino hablar del único grupo multimedia de carácter internacional capaz de aparecer en los rankings internacionales del sector. Pese a haber iniciado un proceso de desinversión en el mundo de la prensa diaria provincial y en el sector de la impresión, el grupo está presente en diferentes segmentos. Editoriales como Santillana, Alfaguara, Aguilar, Taurus y otras; prensa escrita de información general como El País; prensa especializada como Cinco Días y As; radio, como la Cadena SER, Radio Caracol, Grupo Latino de Radiodifusión o 40 Principales; televisión generalista nacional, local y de pago, como Cuatro TV, Canal+, Canal Satélite Digital o Localia; prensa internacional como La Razón de Bolivia, Extra, el Nuevo Día o Le Monde; revistas como Cinemanía, Rolling Stone, Gentleman o Claves, Internet, productoras cinematográficas, publicidad y alianzas nacionales e internacionales, conforman, en definitiva, todo un grupo multimedia líder.

No a poca distancia, se sitúan tres competidores como Vocento, Planeta y recientemente Unedisa, cada cual con fortalezas y debilidades, que permiten configurar el mapa español de la concentración empresarial, que no de concentración de contenidos.

El grupo vasco (Vocento), con clara proyección nacional, tras su entrada en Abc, combina sus claros méritos empresariales en el ámbito regional –El Correo, Diario Montañés, Diario Vasco, La Verdad, Ideal, Hoy, La Rioja, El Norte de Castilla y El Comercio– con ciertas dificultades cuando se trata de abordar proyectos de alcance nacional. Y así, combina la brillante trayectoria conseguida en los diarios regionales con otras más dificultosas en el entorno de la prensa nacional o en el mundo de la radiofonía (Punto Radio). A ello, hay que unir su participación accionaria en la televisión generalista (Telecinco) y en productoras como BocaBoca, árbol o Globomedia, en un claro exponente de reafirmación de su voluntad multimediática, a lo que hay que añadir su presencia en el mundo de la prensa gratuita (Qué), en agencias de información (Colpisa), suplementos semanales (Taller de Editores) o una presencia, más allá de lo testimonial, en diarios regionales argentinos como La Voz del Interior y Diario de los Andes. Internet está igualmente presente en las actividades del grupo.

En similar nivel se mueve el penúltimo en llegar, el grupo catalán Planeta, que desde la base de una potente multieditorial –Planeta, Seix Barral, Espasa, Paidós, o Temas de Hoy, muchas de ellas con fuerte presencia en América Latina– se ha incorporado a la carrera para conformar un grupo multimedia y lo ha hecho, la mayoría de las veces, a golpe de decisiones empresariales, de talonario. Una cadena de televisión como Antena 3, una cadena de radio como Onda Cero, un diario de información general de tendencia conservadora como La Razón y otro de ámbito nacionalista como Avui, forman parte de la tarjeta de presentación de este relevante grupo editorial reconvertido a multimedia.

El último en llegar ha sido la italo-española RCS MediaGroup, editora del Corriere della Sera y la Gazzetta dello Sport, propietaria del 96% de Unedisa, el grupo que en España pivota sobre el diario El Mundo y que siempre ha buscado posicionarse en el rico e influyente multimedia. Sin haberlo conseguido plenamente, su reciente adquisición del Grupo Recoletos –Marca, Expansión, Actualidad Económica, Diario Médico o Gaceta Universitaria, entre otros– le acercan más a ese objetivo, aunque la carencia de una cadena de televisión y de una emisora de radio de ámbito nacional, castra ese objetivo.

Los tres primeros sufren y disfrutan de los dientes de sierra de la Bolsa española y los tres presiden un movimiento al que otros se quieren o se han querido unir: Grupo Zeta, Grupo Godo, Grupo Voz, Grupo Joly o Mediapro, entre otros, y que tratan, a través de proyectos de tecnología digital, de concentraciones de contenidos y de alianzas varias, de uncirse al carro del poder mediático.

Pero dentro de lo que es el mundo de la concentración mediática, no podemos ni debemos pasar por alto lo que hemos denominado como concentración de contenidos y que está lejos de lo que conocemos como ortodoxa concentración empresarial. Señalar en este punto la innegable y legítima alianza que se produce entre destacados profesionales de la COPE, El Mundo y otros medios ligados a los profesionales de unos y otros, para retroalimentarse informativamente y conseguir un mayor grado de proyección informativa en la sociedad española. Lejos de una concentración al uso, es ésta una realidad emergente de donde surge una clara agrupación de contenidos, tan potente o más que la que genera una concentración típica.

Sorprendentemente, esta tipología concentradora es de imposible regulación, aunque llegara el momento, que no es el caso, de que pudiera poner en serio peligro la pluralidad informativa.

Y este fenómeno va más allá de la sutil concentración de intereses empresariales que, en diferente grado, se produce entre medios y empresas y de los que hay varios ejemplos en la geografía mediática española y cuyo caso más significativo es Unión Radio y lo que ello ha representado para los grupos que participaron en el proceso.

Con este rico y diverso panorama, pocos se atreverían a afirmar que el pluralismo en España está en peligro; pero éste, el de la concentración, es un fenómeno en el que no caben teorías inmovilistas, máxime cuando las nuevas tecnologías generan transformaciones en periodos muy cortos de tiempo.

Aunque nos reafirmemos en la idea de que gigantismo no es antagónico a falta de pluralidad, conviene tener en cuenta que ese gigantismo tampoco puede ser presentado en el sector de medios, de manera bondadosa y buenista, pues su sola existencia en posición dominante, como hemos visto con anterioridad, puede taponar el surgimiento de nuevos proyectos de más humilde origen. Esa simple incógnita requeriría una compleja contestación y hoy supone una hipótesis de trabajo que no conviene dejar al margen.

Peligros por vías heterodoxas

Pese a quienes desde un planteamiento reduccionista no tienen empacho en afirmar que el pluralismo informativo está en peligro en España, basándose en estrafalarias teorías ideológicas y conspiratorias, no parece razonable dar pábulo a tales manifiestos, si bien es cierto que salvo el grupo líder, claramente posicionado en una línea editorial ideológica determinada y cuyos contenidos se adivinan, en ocasiones, antes de sentarse frente a ellos, los otros grupos navegan, en mayor o menor medida y con muchos matices, en un cierta indefinición que sólo es transgredida según sus intereses puntuales y por sus comunicadores estrella.

Es en la concentración de contenidos –en sus diferentes modalidades– donde reside el gran problema de la concentración y su consiguiente peligro sobre el pluralismo informativo. Por muy preocupante que pueda resultar para algunos la concentración de propiedades, más preocupante resulta la de contenidos, y bien mirado, ésta sí lleva a una reducción del pluralismo sobre asuntos que están presentes, y que podía preocuparnos e interesarnos bastante más de lo que lo hace en la actualidad.

Es una realidad fácilmente comprobable cómo la actualidad informativa de España pivota sobre muy pocos medios. De forma mecánica, la mayoría de los medios audiovisuales españoles y otros escritos siguen, con una fidelidad digna de encomio, los predicamentos informativos de estos medios de referencia, hasta convertir la pluralidad y la diversidad informativa de nuestro país en algo que cada día cuesta más alcanzar. La denominada tercera España deberá esperar mejores momentos para dejar oír su voz.

Si aceptamos la máxima de que el gigantismo empresarial no tiene por que afectar a la pluralidad; que pluralidad, pluralismo y diversidad son tres conceptos que van especialmente unidos, pero que conviene no confundirlos; que la tecnología abre puertas inmensas en favor de la libertad, y que la concentración empresarial puede propender a controlar el mercado impidiendo que otras experiencias menos poderosas, por no decir humildes, tengan éxito; la salud del pluralismo en nuestro país, entendida ésta a modo tradicional, no parece que esté en grave riesgo, aunque éste es un debate pendiente de celebrar en toda su intensidad y que no suele producirse en público, quizás por una especie de pudor que neutraliza a los profesionales de los medios.

Pero dicho esto, procede afirmar que la existencia de un duopolio informativo de dimensiones domésticas es una realidad en España y toma cuerpo en un proceso de defensa del bipartidismo político, trufado únicamente por movimientos mediáticos de carácter nacionalista, aunque éstos, incluso, se incorporan a uno u otro de los bandos de ámbito nacional cuando es menester.

Es una realidad que el debate político en España suele centrarse sobre la existencia de un duopolio informativo –PSOE vs. PP–, y es ahí donde se produce una real concentración de contenidos, como lo demuestra el día a día de las portadas de los diarios o de las escaletas de los informativos de los medios audiovisuales.

Como señalábamos anteriormente, es una realidad incontestable que ese duopolio de contenidos viene marcado por la existencia de periódicos líderes de los que se nutre buena parte de los miembros de la coral mediática, que para eso sí son útiles los multimedia. Todo pluralismo en España y en buena parte de nuestro entorno político y cultural, se reduce, en demasiadas ocasiones, a eso: a transmitir versiones progresistas y conservadoras de una realidad que en ocasiones se confunde, en una constatación de que el sector de la comunicación es poder y ese poder ha llegado, en ocasiones, a suplantar al que surge de las urnas.

Es esta una diversidad reducida en lo que se refiere a cuestiones domésticas y cotidianas y aunque nuestro mercado es ancho y profundo, y merecedor de ampliar sus contenidos plurales, la monotonía y la uniformidad se han apoderado del sector.

El discurso, llegado a este punto, se torna político como no podía ser de otra manera. Nos movemos en un profundo espejismo porque el terreno de juego está perfectamente marcado y las audiencias de los medios de comunicación de masas están tan claramente posicionadas, por la labor de las políticas de los grupos/partidos, que lo que es una utopía es considerar que, en esta sociedad de la información en la que nos movemos, los ciudadanos puedan actuar al margen de los grandes grupos mediáticos. La pinza funciona.

Nunca como ahora es tan verdad aquel eslogan del 68 que hacía de las moscas referentes para los humanos y hacía un llamamiento a emular el comportamiento alimenticio de los dípteros. Hoy, no hay grandes diferencias entre un adolescente de Bilbao con otro de Osaka u otro de un suburbio de Los Angeles: cantan la misma canción, se instalan el mismo piercing, se graban los mismos tatuajes o enseñan el mismo ombligo. Ello nos debe mover a dedicar un pensamiento a este fenómeno.

Extrapolando esta afirmación, cargada de demagogia, la concentración mediática, sea del calado que sea, o los grandes grupos multimedia, hacen imposible unos escenarios más variados, sean estos intrascendentes o de más alta consideración. Entre los primeros, es un hecho que se produce un cuasi monopolio en materia de transmisión de conocimiento en muchos ámbitos de nuestra cotidianeidad. Entre los segundos, a modo de simple ejemplo, señalar que asuntos de gran calado como la globalización, el cambio climático o la situación en la que vive una gran parte del planeta se han estado aceptando como axiomas irrebatibles de las sociedades desarrolladas o sólo hayan merecido la atención de los fines de semana. Y ello, cuando los grandes grupos mediáticos, nos han acostumbrado a no escuchar las voces de multitud de colectivos que, a lo mejor, están demasiado lejos para dejarse oír a gritos.

Por ello no debe sorprendernos que desde el mundo del subdesarrollo se vea que el control de los medios y el reparto mediático, que se produce en Occidente, haga de éste un mundo lleno de sordomudos y autistas en el que las culturas autóctonas corren peligro de desaparecer y en el que los grandes retos del planeta no se abordan, bien por intereses muy definidos o bien por el perfil acomodaticio de las sociedades desarrolladas y dominantes.

A la postre, los problemas más graves de la concentración afectan a la libertad de creación y de expresión de todos los que se quedan fuera del sistema, y a la hora de buscar “culpables” no se les ocurre nada mejor a los ideólogos del sector que señalar a la denominada “tiranía de las audiencias”. ¡Qué calificativos somos capaces de inventar en esta sociedad mediática! Faltaría más. Quizá son ellas –seguro que lo son– las que provocan la concentración de contenidos capaces de convertir los informativos de televisión o de radio en programas clónicos, en los que las noticias se van encadenando en un orden muy poco excitante o en transformar las parrillas de las programaciones en un calco deprimente y muy poco profesional.

La tecnología como solución... parcial

Frente a los que se esconden tras este concepto de “tiranía de las audiencias” cabe recordar la frase cínica de un reconocido profesional de la pequeña pantalla que creo que recoge fiel y abruptamente lo que realmente sucede: “Si a la audiencia le das paja, come paja; si le das trigo, come trigo”. Excelente diagnóstico.

Las nuevas tecnologías pueden dar solución a esta “tiranía”, pues pueden cubrir más demanda ofreciendo productos de entretenimiento y ocio a minorías determinadas, aunque no parece que esta solución vaya a venir de la mano de los grandes grupos, ocupados y preocupados en mantener o aumentar su cuota de mercado en lugar de asumir que la democracia y el pluralismo son también el respeto por las minorías, qué bueno sería que, alguna vez, se convirtieran en mayorías. Más bien habría que confiar en los movimientos sociales de la ciudadanía –su presencia es hoy inexistente en este sector–, para conseguir que se cubran unos nichos de mercado que, hoy por hoy, están absolutamente al pairo y desatendidos.

Y aunque muchos puedan no estar de acuerdo con la necesidad de una intervención legislativa en defensa de ese proceso, bueno es, llegados a este punto, repetir la idea, a mi modo de ver cierta, aunque paradójica, de que el mercado libre es el más intervenido. O dicho con otras palabras: mantener la libertad, exige perder independencia. Si se obliga a financiar producción cinematográfica, también se puede meter baza en otros ámbitos.

Porque confiar en las audiencias, tan tiranas ellas como mudas, no parece que sea lo más prudente, aunque son muchos los que apuestan por una rebelión de las mismas en busca de un cambio de tendencia. No vale el argumento de que la audiencia es soberana y que tiene en sus manos desconectar aquello que no le gusta. El problema es más complejo y demanda pautas y normas que se cumplan y que permitan, como en los casos de adicción a sustancias prohibidas, un proceso de desintoxicación tutelado por alguien más que no sea necesariamente el proveedor de las sustancias.

Pero no hay lugar para el pesimismo. Las sociedades mutan y lo hacen cada vez a mayor velocidad. Hoy se puede leer algo que arroja esperanza a este debate, y ese algo es un estudio que pone de manifiesto que desde finales del siglo pasado los niños han reducido el consumo de televisión generalista en 18 minutos diarios y los jóvenes adolescentes, en 12, optando ambos colectivos por canales alternativos y temáticos7.


Bibliografía complementaria:

Díaz Nosty, Bernardo. Medios de Comunicación/Tendencia 06. Madrid, 2006.
Farías García, P.; Farias Batlle, P. En torno a la libertad de empresa informativa. Ed. Complutense. Madrid, 1994.
Kowalsky, Tadeusz. Media Concentration and pluralism in the light of national correspondents’ and consultants reports (1995-1997). Estrasburgo. Consejo de Europa, 1998.
VVAA. Televisión and media concentration. Regulatory models on the nacional and the European level. Estrasburgo. Audiovisual Observatory, 2001.

1 Llorens, Carles. “La concentración de medios”. Quaderns del CAC, número 16.
2 Pérez Gómez, A. “La concentración de medios de comunicación”. Quaderns del CAC, marzo de 2000.
3 Tamames, Ramón. Diccionario de economía. Alianza Editorial, 1988.
4 De la Cuadra Salcedo, Tomás. “Informe sobre el régimen jurídico del audiovisual”. Seminario sobre Régimen Jurídico del Audiovisual. Barcelona, noviembre de 1998.
5 Doyle, Gillian. Media Ownership. SAGE. Londres, 2002.
6 Sánchez-Tabernero, Alfonso; Carvajal, Miguel. “Concentración de medios en el mercado europeo. Nuevas tendencias y retos”. Media Markets Monographs. Pamplona, junio de 2002.
7 Informe de Corporación Multimedia, 2006.




Prisa, algunos números

*De enero a junio de este año, los ingresos de Grupo Prisa crecieron 8.8%, para llegar a poco más de dos mil 11 millones de euros.

*Los ingresos publicitarios del grupo registraron un aumento de 4.6%, donde destaca el aporte del área audiovisual con un incremento de 16.2%, fundamentalmente por el canal Cuatro (+22.3%), Sogecable (+20%) y Media Capital (+12.7%). La radio creció 3.7% y Prisacom –la división de contenidos en línea– 38.8%.

*El área internacional del grupo representó 18% de los ingresos. En América, se registró un crecimiento de 17%, entre otras cosas, a partir de un destacado rendimiento de la radio (+29%).

*La venta de periódicos y revistas creció 5%. La difusión de El País aumentó 4.2% (459 mil 718 ejemplares frente a 441 mil 306 de 2007, lo que representó alcanzar dos millones 274 mil lectores), la de As, 6.1% (para llegar a 238 mil 864 ejemplares, su mejor dato de audiencia al ganar 205 mil lectores en un año), y la de Cinco Días, 1.7%.

*La revista El País Semanal alcanzó los 760 mil 920 ejemplares de media, lo que supuso un incremento de 5% respecto al primer semestre de 2007.

*Por primera vez en su historia, Sogecable superó los mil millones de euros de facturación semestral, con un incremento de 5.9% respecto al mismo período del año anterior.

*Los ingresos por venta de libros crecieron 16.8%, para llegar a 254.99 millones de euros, con un comportamiento destacado de las actividades en Brasil, Argentina y Perú.

*La base de la cadena de televisión por cable Digital+ llegó a los dos millones 78 mil suscriptores. Los ingresos por este concepto se ubicaron en 593.09 millones de euros.

*En prime time, Cuatro resultó ser la cadena de mayor crecimiento. Con sólo dos años de vida, registró una media de 9.3%. Durante junio, su audiencia media se situó en 13.1%, gracias al éxito de su programación y a las transmisiones de la Eurocopa, el acontecimiento deportivo de mayor audiencia en la historia de la televisión española.

*En Portugal, TVI –la cadena de televisión abierta de Media Capital, donde Grupo Prisa también tiene participación– mantiene su liderazgo tanto en la audiencia 24 horas (39.8%), como en prime time (47.4%).

Visión de negocios

*El 5 de agosto, poco más de un mes después de la final de la Euro, Sogecable anunció la adquisición de los derechos audiovisuales para España de la próxima Copa Mundial de Sudáfrica 2010. Digital+, la plataforma vía satélite de Sogecable, emitirá todos los partidos del Mundial, la mayoría en Alta Definición, sistema que ha implementado en España en lo que va de este año.

*El 16 de mayo, Grupo Prisa y Grupo Nacional de Medios suscribieron un acuerdo para participar conjuntamente en la licitación que ha abierto la Comisión Nacional de Televisión de Colombia para la adjudicación de una licencia de televisión privada nacional en sistema abierto. Igualmente, dieron a conocer su decisión de estudiar alternativas de negocio en medios impresos, industria editorial, Internet, comercialización de productos y otras sinergias.

*Prisa es el primer grupo de medios de comunicación en el mercado de habla española y portuguesa, líder en educación, información y entretenimiento. Presente en 22 países, llega a más de 43 millones de usuarios a través de marcas globales como El País, 40 Principales, Santillana o Alfaguara. Su posición en Brasil, Portugal y la creciente población hispana en Estados Unidos le ha abierto un mercado global de 700 millones de personas.

20 de septiembre de 2008

Los partidos mexicanos

Amy Glover

Tan cerca del pasado y tan lejos del mercado. Un análisis de la situación actual de los grandes institutos políticos y sus desafíos para 2009.

México está inmerso en una democracia dominada por partidos que prácticamente carecen de ideología. Quizás esto no sería tan grave si no pareciera también que son incapaces de comunicar coherentemente una visión de futuro para la nación.

PARTIDO ACCIÓN NACIONAL.
El nuevo establishment
Recientemente, el presidente Felipe Calderón anunció su apoyo al control de precios en los alimentos, argumentando que para evitar los cambios abruptos en las condiciones económicas del mercado se requiere ‘la guía del gobierno’. Si Adam Smith viviera, seguramente se estremecería de sólo pensarlo.

La decisión, presentada como una panacea para el problema generado por las fuerzas del mercado internacional, podría parecer extraña a primera vista, ya que el Partido Acción Nacional (PAN) es, supuestamente, un partido de derecha, pero los rótulos ideológicos en la política mexicana pueden ser muy engañosos. En realidad, México no tiene un partido que defienda los principios liberales.

El PAN nunca ha demostrado su amor incondicional por los mercados, si bien por mucho tiempo el partido ha estado asociado con los intereses empresariales institucionalizados. Dado el problema permanente de los monopolios en México, está claro que el apoyo a las grandes empresas no necesariamente se traduce en un compromiso con las soluciones de libre mercado, tema generalmente promovido por la derecha, pero más recientemente también favorecido por los gobiernos socialdemócratas del mundo.

De montessori a la microgestión
Al asumir su mandato, el presidente Calderón quiso disipar la idea de que su gobierno estaría regido por la improvisación, como el del ex presidente Vicente Fox. Sin embargo, las pruebas recientes sugerirían que el mandatario ha optado por la microgestión.

Calderón confía casi exclusivamente en un grupo muy cerrado de amigos que no se distinguen por su sabiduría política o su efectividad. Además, tiene fama de ser intolerante con quienes no están de acuerdo con él.

Calderón ha evitado, erróneamente, acercarse a los miembros de su propio partido en el Congreso para llevar a buen término su agenda de reformas. A lo mejor, la decisión de remover a Santiago Creel como líder del PAN en el Senado fue necesaria –e, incluso, tardía–, pero la manera en la cual se llevó a cabo generó asperezas que pudieron haberse evitado con un poco de tacto político. Dadas las divisiones partidarias en el Congreso, seguramente el presidente debería aprovechar cualquier apoyo que pueda obtener, porque no queda la menor duda de que la agenda de reformas en México es de la más alta prioridad.

¿De derecha, de centro o PAN con lo mismo?
Muy probablemente, los fundadores del PAN se horrorizarían de sólo pensar en ser considerados como el partido del establishment. Después de todo, el partido se especializó en jugar el papel de la oposición durante las décadas de gobierno del PRI. Pero también es útil recordar que Acción Nacional ha estado en el poder durante ocho años, y quedan cuatro años más por delante para gobernar. El partido pasó de ser un observador externo profesional, a convertirse en el prototipo del partido del poder.

En una entrevista reciente con El País, el presidente Calderón dijo que no se considera un político de derecha, sino más bien de centro; una valoración razonable. También podría describirse a Calderón como un presidente pragmático –una característica distintiva del político mexicano– tal como lo sugiere su decisión de apoyar los controles de precios. En realidad, su acuerdo con los productores de alimentos se parece enormemente a los pactos del PRI de antaño. Nada nuevo bajo el sol.

PARTIDO REVOLUCIONARIO INSTITUCIONAL
Simplemente institucional
Las décadas de gobierno del PRI llegaron a su fin hace ocho años, pero el partido en sí sigue vivo y gozando de buena salud. El Revolucionario Institucional tiene 18 gubernaturas y la capacidad de ejercer gran influencia en el Congreso.

Es probable que el tricolor muestre su poderío en las elecciones parciales de 2009, cuando los electores manifiesten su hartazgo con el PAN y le den la espalda al radicalismo del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Entonces, ¿qué significa ser priista?

Y orgulloso de serlo
Vale la pena recordar que bajo el sistema autoritario encabezado por el PRI, los opositores eran bienvenidos al redil para comprar su silencio o su cooperación. Si usted quería trabajar para el gobierno, para la prensa o, incluso, en ciertos ámbitos empresariales, tenía que pasar la prueba de lealtad con los operadores del tricolor. La independencia se pagaba a un altísimo precio personal, que variaba desde amenazas hasta la ignominia, pero lo más importante era que implicaba quedar aislado de considerables rentas públicas alrededor de las cuales giraba la economía.

Algunos creyeron que con la salida del PRI florecería la democracia, pero todavía está en juego la transición hacia una democracia plena, ya que la sociedad civil apenas comienza a asomarse por debajo del dilapidado cimiento del corporativismo.

El PRI nunca ha tenido un gesto ni siquiera cercano a una disculpa por haber limitado la democracia en México o por las numerosas crisis económicas durante sus años en el poder: no ve la necesidad de hacerlo. Si usted quiere hacer rabiar en serio a un priista, simplemente mencione a Ernesto Zedillo en una conversación, y la palabra ‘traidor’ no tardará en aparecer. En realidad, muy probablemente, él fue el mejor presidente que haya tenido México, precisamente porque tuvo el valor de creer que la democracia podía funcionar. Por esto, su partido lo ridiculizará por siempre como un traidor, aunque la historia lo juzgue con más amabilidad.

El poder por el poder mismo
Entonces, ¿qué representa el PRI de hoy?, ¿un partido de izquierda o de derecha?, ¿cuál es su agenda? No existe una respuesta clara y ni siquiera sus líderes pueden ofrecer una explicación coherente a estas interrogantes. Lo que dirán los políticos del PRI, con una sonrisa orgullosa, es que ellos son expertos en gobernar. En realidad, esta opinión la comparte una amplia franja de la población. El orden –independientemente de los medios que se usen para lograrlo– puede ser un rasgo bienvenido en un mundo caótico, y los mexicanos están cansados –y con razón– de sentirse tan vulnerables, lo cual explica la nostalgia en torno a la certidumbre del autoritarismo.

Por lo tanto, el PRI evita enfrascarse en debates ideológicos y se apoya en su reputación de ‘gobernante eficiente’. Quizás esto parecería una contradicción a la luz de su historia, pero ¿qué se puede esperar de un partido cuyo nombre –Partido Revolucionario Institucional– es en sí una especie de contradicción?

Lo peor que podría hacer el PRI sería dormirse en sus laureles y confiar en la ineptitud de sus contrincantes. Los recuerdos de los abusos del pasado están frescos en la memoria del pueblo, y para lograr votos no basta con presumir su currículo de ‘administrador efectivo’: el partido debe explicar su visión sobre el futuro de México. Si el PRI quiere recuperar las glorias del pasado, necesitará restructurarse como el partido del futuro.

PARTIDO DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA
La democracia es lo de menos
El Partido de la Revolución Democrática fue fundado hace 19 años por miembros disidentes del PRI, algunos de los cuales, como Cuauhtémoc Cárdenas, buscaron promover una mayor democracia en México. Hoy, el PRD está en medio de una severa crisis de identidad. Lejos de ser un partido político unido, está pulverizado en feudos personales.

El PRD oscila entre participar en las instituciones políticas y actuar como un agitador externo. No olvidemos que muchos de los políticos del sol azteca, como la diputada Ruth Zavaleta, se enfrentan a la difícil tarea de gobernar mientras que otros están empeñados en generar obstáculos a toda propuesta, como Andrés Manuel López Obrador.

Sólo falta la guillotina
A menudo se escucha hablar del PRD como un partido de izquierda, pero esta caracterización no debería confundirse con una tendencia socialdemócrata. Si bien algunos dentro del instituto político comparten estos valores, López Obrador representa algo completamente distinto.

El autodenominado ‘presidente legítimo de México’ cree que el país lo necesita más a él que a los procesos democráticos. No necesita a las instituciones porque habla en representación del pueblo, e interpreta su voluntad a través de su propia bola de cristal –o al pedirle que levante la mano en señal de aprobación durante marchas masivas–. López Obrador sostiene que los desafíos de México son diferentes a los de otros países, concepto conocido como el ‘excepcionalismo mexicano’, dentro del cual el conocimiento y las tendencias globales pasan a ser irrelevantes.

Contrariamente a la creencia popular, López Obrador es, en realidad, un hombre de extrema derecha que no reconoce a sus contrincantes políticos como actores legítimos, y tampoco defiende el cambio sino que se dedica a defender las virtudes del statu quo.

A pagar los platos rotos en 2009
No hay duda de que el PRD ha perdido credibilidad entre los electores, ante los numerosos actos de obstaculización orquestados por López Obrador y sus secuaces, como por ejemplo, secuestrar el Congreso durante varias semanas. En realidad, los mexicanos somos gente práctica y las provocaciones no le han generado nuevos adeptos al perredismo. Es probable que la percepción de que el PRD es mejor para organizar protestas callejeras que para gobernar tenga un impacto en la mente de los electores cuando vayan a votar en las elecciones de 2009. Por lo tanto, resulta razonable apostarle a que el PRD volverá a ser la tercera fuerza política del país.

Se busca una izquierda moderna
Es poco probable que el electorado mexicano elija algún día a López Obrador como su presidente. ¿Por qué? Su discurso de descontento repercutió en los votantes en el 2006 y mucha gente que antes no hubiese votado por el PRD lo apoyó. Sin embargo, un alto porcentaje de esa gente se ha venido decepcionando con su postura radical y no parece haber manera de reparar ese daño. Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno de la Ciudad de México, también tiene esperanzas presidenciales, aunque queda claro que gobernar tiene sus riesgos, tal como lo demuestra la desgarradora tragedia del News Divine.

México necesita un partido de izquierda sólido, basado en ideas que promuevan, efectivamente, la justicia social y económica. Actualmente, lejos de promover políticas alternativas, el PRD está enredado en una lucha de destrucción interna y se ha enlodado en el culto a la personalidad. Esto no ayuda a nadie, y mucho menos a los mexicanos que menos tienen.

Un llamado a avanzar
La democracia no es algo que se logra sino más bien un objetivo hacia el cual se debe trabajar de manera constante. México necesita un liderazgo que esté por encima de las peleas internas de los partidos y que ofrezca ideas y soluciones. Los partidos políticos deberían participar en debates y ofrecer sus visiones alternativas en cuanto a cómo promover el desarrollo sustentable, competir globalmente y brindar más oportunidades a las futuras generaciones.

Como ciudadanos necesitamos exigir estas soluciones de nuestros líderes, y encontrar nuevos mecanismos para participar activamente en la vida política del país. Actualmente, los partidos políticos operan como pirañas en una pecera; los ciudadanos están afuera y presencian este triste espectáculo, preguntándose cuándo se enfrentarán los retos fundamentales que encara la nación.
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18 de septiembre de 2008

Dolor, pautas en su tratamiento informativo

Cristina López Mañero


Al margen de que haya acontecimientos de especial repercusión mediática como lo fueron los atentados del 11- M, el dolor es un tema sobre el que hay que informar prácticamente a diario. Al mismo tiempo, es uno de los más difíciles de abordar y uno de los que mayor número de críticas genera. El reto que plantea su tratamiento consiste en encontrar respuesta a dos grandes interrogantes: cuándo se debe informar y cómo debe hacerse.

De ambas cuestiones se va a tratar en este artículo, dejando constancia desde el inicio de hacer un planteamiento teórico es relativamente fácil, pero llevarlo a la práctica es muy complejo y está en función de múltiples circunstancias, distintas en cada caso. Lo único que se pretende con estas líneas, por tanto, es enunciar principios generales, a modo de pautas mínimas que se deberían cumplir en toda información, y arrojar luz sobre aquellos otros aspectos que, en la medida de lo posible, se deberían tener en cuenta para hacer una información de calidad. Pero siempre será el informador quien, a la vista de lo que observe y de acuerdo con sus planteamientos éticos y profesionales, decida caso por caso si debe informar y, en caso afirmativo, el que determine el mejor modo de hacerlo, sin causar daño ni intromisiones innecesarios.

Desde mi punto de vista, el origen de las principales dificultades que plantea el tratamiento informativo del dolor surge de la coincidencia de dos factores: por un lado, la profunda conexión entre el sufrimiento y la dignidad de la persona; por otro, la facilidad para captar sus manifestaciones y también para aprovecharse injusta e innecesariamente del dolor ajeno, en virtud del estado de debilidad en que queda la persona que sufre y de la atracción que su muestra despierta habitualmente en la audiencia.

A esas dificultades en el trabajo informativo y a la atracción de las audiencias se suman las innumerables críticas. La polémica se suscita cada vez que se produce un accidente, una catástrofe natural, una guerra, un atentado terrorista, un asesinato, un secuestro, una muerte... Es entonces cuando se producen las acusaciones de comerciar con la desgracia ajena y de no respetar a quien sufre y cuando la sociedad en general reacciona con una mezcla de crítica despiadada y de atracción morbosa. Y es entonces, también, cuando los informadores se encuentran muchas veces sin saber cómo actuar y cuando, en muchas ocasiones, ellos mismos quedan emocionalmente afectados por las situaciones de dureza que deben afrontar, aspecto este último que tal vez no ha sido puesto de manifiesto con la importancia que tiene.

Interés informativo

Para empezar a señalar algunas pautas, ante un acontecimiento o situación que implique dolor, el informador debería plantearse si tiene interés informativo y, por lo tanto, debe informar, o si, en caso contrario, no debe hacerlo. ¿Por qué digo esto, si es lo que se debería plantear en cualquier ocasión? Porque el dolor y el sufrimiento ajenos son realidades que contienen muchos ingredientes susceptibles de desviar con facilidad el criterio estrictamente informativo por criterios de otro tipo a los que enseguida me referiré.

Antes de seguir, y para centrar el tema, no se debe olvidar que el papel de los medios de comunicación es posibilitar el intercambio de informaciones necesarias para la existencia de la comunidad. Entre una actividad y el ámbito en que se desarrolla debe haber congruencia. En este caso, debe haberla entre la función propia de la información, el ámbito público y el contenido de lo que se comunica. El derecho del público a la información consiste, pues, en el derecho a conocer los asuntos de relevancia o significación pública, es decir, comunitaria.

Por eso no resulta apropiada la difusión por esta vía de informaciones de otra naturaleza, íntima o privada, cuya comunicación tiene otro tipo de vehículos y reglas.

El proceso de selección de lo que, dentro del concepto amplísimo de realidad, pase a ser mensaje informativo es, pues, fundamental, y la decisión de lo que se ponga en forma de mensaje y se difunda corresponde a los informadores en cuanto encargados de satisfacer profesionalmente el derecho a la información del público. Pero tal misión no constituye una decisión arbitraria.

Afirma Mike Pride al reflexionar sobre el tratamiento informativo que recibió la explosión del Challenger y la muerte de una profesora de Concord: “Puesto que cada una de estas historias era casi como las otras, yo me preguntaba por qué tantos periódicos habían enviado gente a Concord [...]. En Cabo Cañaveral, los reporteros estaban investigando y tratando de informar al país de lo que le había pasado a la nave. En una situación como esa, cuantos más reporteros, mejor. Pero en Concord la historia era el dolor, y eso no requería investigación”.

Algunas seudo-justificaciones informativas

Hay ocasiones en que los informadores seleccionan situaciones de sufrimiento y de dolor no por el interés informativo que tales noticias tienen, sino porque se adaptan a sus características formales, argumento frecuente en los medios audiovisuales; o porque son imágenes de gran carga emocional que gozan de poder para atraer la atención de los receptores; o por su calidad artística; o porque lo ha hecho la competencia o, precisamente, se difunden para anticiparse a ella; o para conseguir algún premio; o porque saben que mostrar desgracias ajenas atrae espectadores. Asimismo, hay veces en que la noticia pasa a ser, no ya el suceso en sí, sino el hecho de que un periodista, un fotógrafo o un cámara de televisión estuviera allí en el momento preciso para recogerlo. O que precisamente estuvieran allí porque con anterioridad habían sido convocados por alguien deseoso de que los medios asistieran e hicieran público su dolor.

En el caso de las noticias de dolor, debido a la línea tan fina que en muchas ocasiones separa el interés informativo de otros campos como el sensacionalismo o el morbo, el periodista debe ser especialmente estricto en la selección de las noticias. Para eso debe tener muy claro qué pretende realmente con su mensaje, cuál es la finalidad que, honestamente, le mueve.

A modo de resumen y aunque sea un principio muy general, el criterio indispensable que el informador ha de valorar a la hora de cubrir y difundir o no una noticia de dolor es si existe o no interés informativo y, en caso afirmativo, concretar dónde está localizado. Sin embargo, aun con ser un requisito indispensable, no basta con eso. En la elaboración y posterior difusión de los mensajes informativos habrá que tener en cuenta otros criterios, entre otros, y en mi opinión fundamental, plantearse la necesidad o no de incluir imágenes y testimonios de experiencias concretas de dolor.

Incluir o no imágenes y testimonios concretos

El dolor y el sufrimiento ajenos son asuntos que a priori y de forma genérica gozan de interés informativo. Pero, al mismo tiempo, son experiencias muy personales, muchas veces íntimas, por lo que, aunque el receptor pueda estar subjetivamente interesado en conocerlas o presenciarlas, no siempre pertenecen al ámbito público y, por lo tanto, no siempre habrá que informar de ellas. Incluso aunque el sujeto que sufre quiera mostrar su dolor ante los medios, habrá ocasiones en las que no será adecuado hacerlo. Otra cosa es que sí se informe de las causas, las consecuencias o alguna de las circunstancias que lo rodeen. Pero que un asunto que implique dolor tenga interés informativo no quiere decir que necesariamente lo tenga el sufrimiento de las personas concretas que lo están padeciendo, ni que se deba mostrar la imagen de la persona que está sufriendo o reproducir sus palabras, sus lágrimas o sus sollozos.

“¿Cuál es el valor de mostrar una madre que acaba de perder a su hijo en un incendio? ¿Se supone que va a tener un efecto disuasorio en los pirómanos?”, se preguntaba el director ejecutivo del Providence Journal-Bulletin, M. J. Ogden.

Por ejemplo, en el caso de la cogida y posterior muerte del torero Francisco Rivera, Paquirri, si bien la cornada en sí tenía interés, momentos tan íntimos como su agonía y muerte no deberían haber sido difundidos, pese a la serenidad que mostró el diestro. Del mismo modo, no resulta adecuado entrevistar a las personas que se encuentran en pleno dolor, especialmente justo cuando se acaban de enterar o incluso cuando se están enterando en ese instante. En determinadas situaciones, los medios de comunicación nunca deberían estar presentes.

Por lo tanto, y por decirlo una vez más, si un asunto tiene interés informativo y pertenece al ámbito público, el deber del periodista es darlo a conocer, pero no tendrá derecho ni deber alguno de difundir aquellas imágenes y aquellos aspectos que, por pertenecer a la intimidad, no deban ser hechos públicos, mucho menos si no son necesarios, no tiene el consentimiento del protagonista, no hay una clara relación con el ámbito público o puedan causar daño injustificadamente.

De ahí que otra pauta que podría formularse para afrontar estos contenidos es que, en cada mensaje informativo de dolor, el profesional de la información debe estar convencido de la necesidad de incluir imágenes o testimonios concretos. A los informadores en general se podría aplicar lo que Paul Lester dice de los fotógrafos: “Un fotógrafo debe tener una clara razón por la que la imagen de unos padres sufriendo es necesaria”.

Además, en muchas ocasiones se puede informar de una situación dolorosa sin necesidad de mostrar directa y explícitamente el dolor. Por ejemplo, al día siguiente de la tragedia de Dunblane (Irlanda), en la que un perturbado mental entró a una guardería y mató a 16 niños y a su maestra, los periódicos irlandeses, en señal de duelo, se publicaron en blanco y negro; también se puede mostrar solidaridad y dolor ante un hecho trágico con la música, el ritmo del reportaje, el tipo de planos, los movimientos de cámara, etcétera, o con determinadas fotografías simbólicas, como la de una caravana de coches fúnebres. Hacerlo así tal vez resulte más costoso, menos emotivo y menos efectivo para captar de forma inmediata la atención y el interés del receptor, pero, al actuar de este modo, el informador estará siendo respetuoso con quienes sin duda lo merecen.

De todas formas, habrá también situaciones en las que resulte imposible deslindar unas realidades de otras. En estos casos, la reflexión del profesional se trasladará al mejor modo de llevar a cabo la información, a la forma y el fondo que reciba el mensaje, teniendo en cuenta de forma especial el necesario respeto a los derechos de los protagonistas de esas informaciones y a los de los receptores, entre los que puede haber familiares y amigos de los primeros y personas que también estén viviendo situaciones difíciles. Dice Joan Deppa: “Argumentar en contra de informar de gente en sus momentos más personales de aflicción no debería ser interpretado como abogar porque los medios de comunicación ignoren a la persona que está viviendo un momento de dolor. Deberían considerar cuándo, dónde y cómo se aproximan a ellos”.

A lo que se apunta, por lo tanto, no es a eliminar de forma sistemática todo posible mensaje o imagen de dolor o de sufrimiento concretos por el hecho de que sean vivencias personales. Lo que se propone es que el informador reflexione previa y responsablemente en cada información sobre la verdadera necesidad de hacerlo, teniendo especialmente en cuenta el grado de interés informativo de ese asunto y el respeto tanto a las personas que están padeciendo dolor como a los receptores de esas informaciones.

Emisiones en directo y repetición de imágenes

Muchos de los problemas para decidir lo que debe o no debe ser mostrado en una información de dolor se presentan cuando la radio o la televisión están emitiendo en directo, pues, además de que las decisiones han de tomarse con gran rapidez, en caso de que se produzca algún error o situación imprevista es imposible echar marcha atrás. Por eso, en estas situaciones se impone especialmente una seria y cautelosa evaluación de la justificación del uso de tal técnica.

Y, si a pesar de estas precauciones se produce una situación dañina para alguien, el informador ha de saber reaccionar a tiempo para, por ejemplo, no enfocar a quien está especialmente emocionado, y mucho menos intentar por todos los medios que esa persona hable. La rapidez del trabajo le exige al informador sagacidad para resolver los casos urgentes ante los que no es posible detenerse a reflexionar o a pedir consejo. Además, el momento de más interés para los medios suele coincidir con el de mayor vulnerabilidad de los que sufren. De ahí la importancia de haber reflexionado previamente sobre estos temas y de haber adquirido los hábitos que le llevarán a actuar de la forma adecuada.

Asimismo, como se recoge en las Recomendaciones del Consell de l’Audiovisual de Catalunya sobre el tratamiento informativo de las tragedias personales, “el sentido de la medida y las proporciones es fundamental en la política informativa de un medio ante un desastre o una tragedia. Deben evitarse los despliegues desproporcionados de medios, las conexiones innecesarias o el mero seguidismo de las autoridades que visiten el lugar o los afectados. Así como el efecto acumulativo del uso reiterado de las mismas imágenes”. Creo, sin embargo, que todas estas prácticas son demasiado frecuentes y habituales en la actualidad en los medios de comunicación, y que muchas veces no aportan nada a las informaciones y no cumplen uno de los principales requisitos de la noticia: la novedad.

No aprovecharse del que sufre y respetar su voluntad

Una vez que se ha reflexionado sobre aspectos vinculados de manera más directa con el mensaje informativo, vamos a pasar a hacerlo, a continuación, acerca de la relación entre el periodista y los protagonistas de las informaciones.

La información del sufrimiento y del dolor demanda de los profesionales de la información sensibilidad, humanidad, prudencia y compasión. El periodista no ha de olvidar que en toda tragedia de la que deba informar hay alguna persona que está sufriendo, a quien debe respetar y no perjudicar, ni siquiera molestar. Los sujetos que sufren no pueden desaparecer nunca de la mente ni del corazón del profesional de la información.

En concreto, la relación entre el informador y el sujeto doliente ha de estar presidida, a mi juicio, por tres criterios básicos que en cierto modo ya han sido apuntados: no aprovecharse de las circunstancias de superioridad del informador con respecto a la indefensión del doliente ni de su inexperiencia con los medios, en caso de que sea así; un profundo respeto hacia quienes, ya sea de forma voluntaria, ya como iniciativa del periodista, intervienen en el mensaje informativo; y profundo respeto, asimismo, a su voluntad de participar o no en una información, siempre, claro está, que sea necesario y posible solicitarla.

Una buena actuación del profesional de la información ante las situaciones que requieran la participación de los sujetos dolientes y que, por su interés informativo, deba difundir, tendrá que respetar la libertad de los afectados. A veces, serán las propias personas que están sufriendo quienes quieran participar en el mensaje. Pero, del mismo modo, el informador ha de asumir que la persona que sufre se puede negar a ser entrevistada, que no tiene ninguna obligación de hacerlo si no quiere, y que no se le puede obligar a ello ni presionarle de tal forma que se sienta impelido a hacerlo. En esos casos, por ejemplo, si el testimonio es necesario y la persona directamente implicada no puede o no quiere ser entrevistada, se puede pedir que lo haga un amigo o un representante de la familia. Afirma Christopher Meyers: “No puedo reclamar legítimo derecho a la información sobre el sufrimiento de otros, a no ser que ellos me lo quieran dar. Eso es así incluso si tiene el potencial de hacerme más cuidadoso y mejor persona. Es su decisión si va a permitir que su experiencia sirva para mejorar mi educación moral”. Luka Brajnovic, por su parte, llama la atención acerca de que las especiales condiciones de los sujetos inmersos en una situación de dolor pueden variar su voluntad de ser entrevistados, lo que incrementa la responsabilidad del informador: “En unas circunstancias normales el entrevistado tiene la posibilidad de no contestar, pese a la posible insistencia del entrevistador. Pero hay situaciones (un herido grave que teme por su vida, por ejemplo) en que el dolor, el miedo, la excitación, el estupor son tan grandes que impiden la más mínima reflexión acerca de las preguntas formuladas y, por supuesto, de las respuestas concedidas, sobre todo cuando las preguntas están hechas sugerentemente, de tal manera que inducen a dar una contestación con un sí o un no”. Por eso, cuando el informador vaya a hacer una entrevista, es importante que cree el clima adecuado, para lo cual es probable que sea necesario –o, al menos, conveniente– que, siempre que pueda hacerlo, hable con el personaje antes de realizar la entrevista, que se interese por conocer su estado, que le explique en qué va a consistir su intervención y lo que se pretende de ella y que le haga entender la importancia de su aportación informativa.

Para quien está sufriendo, el sentido de comunicar al resto su dolor estará, en unos casos, en la satisfacción de erigirse en representante de un grupo, de ser el portavoz que haga ver al resto de los hombres sus carencias y necesidades; o se hará para pedir ayuda; o para ensalzar y recordar a un ser querido; otras veces el sentido para el doliente estará en la necesidad de sentirse acompañado anímicamente; o en desahogarse contándole a alguien su vivencia; o porque, dado su papel público, considere una obligación hacerlo; o por sentir que su revelación puede ser de utilidad para el resto, para evitar que se produzcan las situaciones que han generado su sufrimiento; o para ayudar con su testimonio a quien esté sufriendo o incluso a quienes puedan sufrir en un futuro por una causa similar a la suya y transmitirles esperanza. Ser útiles es para los dolientes la única forma de justificar la angustia que con frecuencia supone participar en una información. Su valentía y generosidad merecen por parte de los informadores y de los receptores un tratamiento y una atención respetuosas y honestas.

La decisión de respetar la voluntad de los que sufren a la hora de incluirlos o no en un mensaje informativo es especialmente delicada en los casos de una comunicación involuntaria de su dolor y cuando su imagen o las manifestaciones sonoras de su sufrimiento se producen en un espacio público. “Cuando se producen tragedias personales, los implicados reaccionan en público, pero no están haciendo públicas sus reacciones, lo hacen afectados por las circunstancias”, se dice en el Documento sobre tratamiento informativo del terrorismo del Consejo de Administración de RTVE, con fecha 15 de enero de 2002. Desde un punto de vista ético, informar cuando se han producido si bien no contra la voluntad del sujeto, sí al menos al margen de ésta, no deja de ser el aprovechamiento de la falta de control del propio dueño de su intimidad. Mucho más en aquellas ocasiones en las que, una vez manifestada, el sujeto advierte la presencia de los informadores y se protege de las cámaras o les pide que se vayan, aunque no sea de forma verbal, cubriendo por ejemplo su rostro o dando la espalda intencionadamente a la cámara.

En todo caso, cuando alguien involuntariamente se convierte en sujeto de interés público o la información de su dolor sea necesaria, la meta debería ser minimizar el daño, nunca aumentarlo con la labor informativa.

Minimizar el daño

Una de las formas de minimizar el daño y de no aumentar innecesariamente el sufrimiento es no hurgar en el dolor ya existente. Ese hurgar en las heridas se puede producir, entre otras prácticas, por el tipo de preguntas que se formulen, por la insistencia en ellas, y por el momento elegido para hacerlo. Las informaciones de los aniversarios de acontecimientos dolorosos o la celebración de juicios suelen ser, también, motivo de sufrimiento para quienes los vivieron y para su círculo más cercano, por lo que hay que ser muy estricto con las imágenes, los comentarios y los sonidos que se emiten con tales motivos. Para informar a la opinión pública del transcurso del juicio de los atentados del 11-M, ¿qué sentido tiene y qué aporta reproducir en un informativo las palabras de un policía en las que recuerda el olor a sangre y a cabello quemado? ¿Puede haber alguien a estas alturas que todavía no se haya hecho cargo del horror que se vivió aquel día? ¿Qué aporta eso al desarrollo del juicio y de la investigación?

Precisión en los detalles

Otra de las causas más frecuentes por las que las actuaciones de los informadores provocan un sufrimiento adicional es debida a las inexactitudes que pudieran contener estas informaciones. Cometer un error en un dato, un nombre o un detalle, por pequeño que sea, suele generar para ellos una situación de profunda tristeza y de falta de respeto. Por eso, y también para no generar alarmas infundadas, resulta fundamental extremar la precisión en los detalles y evitar cualquier especulación o conjetura tanto sobre los sucesos trágicos como sobre sus causas o sus consecuencias, tal y como recomienda en el documento antes citado del Consell de l’Audiovisual de Catalunya.

Para intentar que no se produzcan, un criterio útil, si bien no aplicable en todos los casos, puede ser la coordinación de las organizaciones informativas con la policía, las autoridades públicas y los hospitales. El problema es que tales instituciones pueden no comprender ni compartir los valores informativos.

No molestar

Por otra parte, en la obtención de informaciones de dolor, un procedimiento especialmente molesto es el acoso físico al que en determinadas ocasiones someten los informadores a quienes están viviendo una situación de dolor, bien con sus cámaras, focos y micrófonos en busca de una imagen o una declaración, bien telefoneando insistentemente a sus hogares, o haciendo guardia a las puertas de donde se encuentren. Además, normalmente esto sucede en los primeros momentos de una noticia, que es precisamente cuando más necesidad informativa hay, pero también cuando quienes sufren están más aturdidos. Además de que, normalmente, son situaciones evitables, en estos casos la lucha por las exclusivas no tiene mucho sentido.

Junto con el hecho de no molestar con su presencia física, a la hora de llevar a cabo su trabajo los informadores deberían tener en cuenta también cuestiones como el ruido de las cámaras de fotos o la presencia de los focos que, aunque en otras circunstancias probablemente no presentarían mayor objeción, en situaciones de especial tensión y que requieren un ambiente de recogimiento, como, por ejemplo, un funeral, pueden resultar muy molestas.

Apelar al corazón

De todas formas, el papel de los medios de comunicación en las informaciones de dolor no ha de limitarse a mostrarlo o a darlo a conocer, sino que pueden y deben llevar a cabo un importante papel formativo, preventivo, de apoyo a los que sufren y de vehículo de solidaridad. Pero tampoco hay que olvidar los efectos perjudiciales que se pueden generar como consecuencia de una cobertura informativa equivocada, provocando insensibilidad ante el dolor ajeno como consecuencia de un tratamiento informativo desproporcionado y sensacionalista, o fomentando el interés por el morbo y la desgracia por la desgracia.

Las informaciones de dolor, por el contrario, deberían apelar al corazón de la audiencia, de modo que a ninguna persona le resultara indiferente el sufrimiento ajeno y que movieran a cada cual a reflexionar, lo que se logrará en la medida en que los informadores acierten a coordinar el deber de informar que legitima su profesión con el respeto que merece una de las experiencias más próximas a la dignidad del hombre: el dolor. Con palabras del fotógrafo español Javier Bauluz, el propósito del informador no debería ser revolver el estómago de los receptores, sino su corazón.



Doctora en Comunicación Pública.

17 de septiembre de 2008

¡Qué viva México!

Federico Reyes Heroles

¡Viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! ¡Vivan! Cada año es lo mismo y sin embargo los habitantes de ese País que se desgañita cada 15 de septiembre con gritos de orgullo nacionalista, están muy distantes de compartir los mínimos de una verdadera nación.

En una verdadera nación, los ciudadanos saben que tienen derechos y también obligaciones. Nadie puede estar exento ni de lo uno ni de lo otro. En México a muchos no les hemos podido garantizar los mínimos de salud, educación, acceso a la justicia. Es muy fácil decir que es responsabilidad de nuestros gobernantes, pero el asunto es más complejo. En ese País, que festeja con tequila el primer paso de nuestra Independencia, los posibles ciudadanos dejan de serlo al buscar cualquier vía para no cumplir con sus obligaciones fiscales. Alrededor de la mitad de los causantes potenciales se regocija de burlar al fisco. Esa actitud y la complejidad y contrahechura de nuestro sistema fiscal son las causas de que nuestro Gobierno sea pobre. Apoyado un la mitad de los causantes lo que hace es elevar tanto como sea posible los impuestos hasta ahorcar a las personas físicas y a las empresas. Cuando se plantean impuestos generales los que se sienten con el monopolio de la justicia social se rasgan las vestiduras. Resultado: la incapacidad del Estado para atender los requerimientos de los más pobres. ¡Viva México!

En una verdadera nación impera un principio de igualdad, por lo menos como meta. Siempre habrá ricos y poderosos. La igualdad económica sigue siendo utopía, incluso en los países más desarrollados las diferencias existen. Es mucho más fácil abatir la pobreza que lograr igualdad. Pero lo que se ha conseguido es que ricos y poderosos sean iguales frente a la justicia por ejemplo. Que ricos y poderosos tengan que someterse a las mismas normas civiles, penales, fiscales, administrativas, lo que sea. En una nación verdadera, todos los ciudadanos saben que están sujetos al escrutinio, en sus cuentas, en sus rendimientos escolares, laborales o de simple comportamiento ciudadano. En México el pasado jueves vimos a miles de maestros marchar reclamando ¡No presentar un examen! Peor aún, como en el medioevo, reclamaban su derecho a heredar las plazas laborales. Como si el magisterio fuera una guilda. ¡Viva México!

La unidad nacional puede ser un recurso retórico, opresor y antidemocrático. Es cierto. Pero en una verdadera nación hay principios básicos de unidad que pocos se atreven a quebrantar. La unidad comienza por asumir que la ley nos gobierna. Si la ley nos parece injusta se procede a modificarla por las vías establecidas. Quienes convocan a quebrantar la ley caen en automático en el casillero de la subversión. Ningún Estado puede tolerar que las libertades sirvan para convocar a su derrocamiento. En México pareciera que ya nos acostumbramos a escuchar este tipo de alegatos –de subversión- como lo normal. Como hay injusticia, luego que caiga el Gobierno. ¿Y por qué hay injusticia? Y tú ¿respetas la luz roja, pagas tus impuestos? ¿Qué haces para luchar por una sociedad más justa? El Gobierno somos todos. Respuesta no hipotética, escuchada: Como el País es injusto, como la legalidad no se aplica, yo tengo derecho a desobedecer las normas y me dedico a derrocar al Gobierno aunque cobre en la Cámara de Diputados. ¿Unidad? ¡Viva México!

Toda nación verdadera tiene símbolos. En ellos se plasman los elementos de unidad. La bandera, ciertos recintos públicos, documentos fundacionales, etc. Los debates cotidianos, que por cierto nunca se acaban ni es deseable, se detienen frente a esos símbolos. Que un miembro del Parlamento inglés se orinara en ese recinto sería un escándalo por la simbología que está atrás, no por sanidad. En México ya nos acostumbramos a que los símbolos patrios sean vejados sin las menores consecuencias. Arriar la bandera en el Zócalo capitalino, porque viene una marcha o reforzar la seguridad frente a Palacio Nacional para prevenir petardos o el intento por derribar alguno de sus portones es ya una costumbre. Increpar al Presidente, tomar la tribuna, introducir armas, caballos o bombas molotov al recinto legislativo es normal, casi un concurso de ingenio. Los símbolos heridos tardan mucho en sanar. ¿A quién le pasamos la cuenta? ¡Viva México!

En una verdadera nación los ciudadanos saben que ellos son el centro, el eje de la construcción institucional. A los gobernantes sólo se les acota cuando los ciudadanos están unidos por lo menos en el concepto. En México el peor enemigo del ciudadano es el propio ciudadano. Basta con observar nuestros comportamientos cotidianos en los cuales los ciudadanos atropellan los derechos de los otros ciudadanos. Claro, la explicación fácil es decir que son los gobernantes los que maltratan a los gobernados. Se nos olvida que los gobernantes también son ciudadanos, no marcianos. Llegar tarde, violentar la hilera, utilizar influencias, sentirse con el derecho a violar las normas, no pagar los impuestos debidos, escupir en la calle, dañar los muebles viales o cualquier bien público, corromper a servidores, etc. Son actos cotidianos que desnudan a un ciudadano de tercera. El mismo que grita ¡Viva México!

En toda nación verdadera los ciudadanos saben que parte de la solución son ellos. Por eso participan en cualquier forma que se les atraviese. Entregan, recordando al querido Carlos Castillo, el único elemento no renovable de la vida: el tiempo. En México muchos ciudadanos están a la espera de que la solución les llegue de fuera. Y esperan y esperan y seguirán esperando. Pero eso sí, se quedarán roncos de gritar ¡Viva México!

Mejor combatir la demanda

José A. Crespo

El secretario de Salud, José Ángel Córdova, advirtió que los padecimientos mentales en general, de jóvenes y adolescentes, son un factor de alta proclividad al uso de enervantes. Y que cuatro de cada cinco jóvenes adictos tienen problemas sicológicos (5/sep/08). La Organización Mundial de la Salud recomienda dedicar al menos 10% del presupuesto de ese sector a la atención de tales afecciones, pero en México sólo se destina uno por ciento. Felipe Calderón también detecta otro tipo de variables asociadas al consumo de drogas: “Si nosotros pudiéramos tener una juventud que practique deporte… resolveríamos la mitad del problema, porque los alejaríamos de adicciones”. Y también señala la importancia de la educación en la prevención de las mismas: “Necesitamos una enorme labor educativa y de formación de valores, de principios, de nociones de respeto” (3/sep/08).

El problema del consumo y la adicción a drogas no radica en que éstas circulen en el mercado, lo cual es imposible de evitar 100 por ciento. El problema está en la decisión de quienes las consumen (con exceso), producto de problemas de algún tipo y/o falta de información. Debido a ello, por más que se sacrifiquen recursos y vidas en el combate a la oferta de narcóticos, los consumidores los seguirán consiguiendo de una u otra manera. El consumo de drogas sólo puede prevenirse y reducirse si se le trata como un asunto de salud pública, más que como uno de índole penal, policiaco y militar. Prohibir el consumo de drogas (que provoca el rentable mercado negro) resulta tan absurdo como lo sería prohibir las relaciones sexuales sin condón (en aras de prevenir el sida). Y sería inútil, porque la decisión recae en quienes mantienen tales relaciones, no en el Estado. Ante el sida, no queda más que proveer la mayor y mejor información a los ciudadanos, hacer publicidad racional y ayudar a los enfermos. Se trata de un problema de salud social, como también lo es el de las adicciones a las drogas (incluidos el alcohol y el tabaco).

Y es que no hay datos que demuestren que cuando el consumo de alguna droga llega a reducirse se deba a que su oferta ha disminuido (a golpe de balazos, destrucción de plantíos, captura de capos o decomiso de narcóticos). No. Esa disminución se debe a programas de prevención del consumo o de rehabilitación de adictos. Por tanto, la creciente violencia derivada de la lucha contra el narcotráfico, y las vidas perdidas en ello (de policías, militares y ciudadanos inocentes) constituyen un (enorme) costo social absolutamente inútil. Se desvía buena parte del presupuesto para combatir a los capos, dinero que podría utilizarse en educación, salud, deporte, y otras actividades preventivas de las adicciones. Así, se destinará a la seguridad pública la cantidad de poco más de 100 mil millones de pesos, aunque es difícil desglosar la proporción específica que se irá al combate al narcotráfico. Para atender a la juventud (incluida la prevención al consumo de drogas) se destinarán en cambio 470 millones de pesos —a través de los Centros de Integración Juvenil—, aproximadamente 0.5% de lo que se destinará a la seguridad en general. Se puede replicar, con razón, que la viabilidad del Estado es algo más importante que la decisión de algunos jóvenes de consumir drogas, pues esto último no pone en riesgo directo la seguridad nacional. Es cierto. Por eso resulta irracional que, para reducir la oferta de drogas —bajo la falsa expectativa de que ello se traducirá en la reducción de su consumo—, se esté dispuesto a asumir elevados costos económicos, políticos, humanos, institucionales y de seguridad pública. De hecho la droga no les “llega” a los consumidores, como asegura la publicidad oficial; ellos la “buscan” —y la encuentran—, que es muy distinto.

Tenemos un grave problema de concepción del narcotráfico en general, y de su peculiar dinámica. Por ejemplo, Calderón se queja de que “afuera de las escuelas (y) en los parques, se impulsa la droga primero de manera gratuita, obviamente para enganchar a los jóvenes”. Cierto. Pero justo la motivación para ello surge de las enormes ganancias que produce esta actividad, lo cual se explica por la prohibición misma de las drogas. De no existir tal prohibición, a nadie le resultaría rentable hacer estos operativos para “enganchar” a los jóvenes con los narcóticos. Y continúa Felipe con otra afirmación más que aventurada: “Después, las propias adicciones hacen que este muchacho le robe el monedero a su mamá, a los vecinos y comienza entonces a robar espejos y toda esta evolución criminal” (2/sep/08). Hay aquí también un planteamiento equivocado, pues si así fuera, entonces Estados Unidos y España (el mayor consumidor de drogas de Europa) tendrían problemas de delincuencia, violencia e inseguridad más graves que los nuestros. Pero no es el caso, lo que sugiere que algo andamos haciendo mal. De hecho, en lugar del dinero que nos confiere Estados Unidos para seguir combatiendo la oferta de droga, sería más valioso que nos explicara cómo le hace su gobierno para, con un gran consumo de drogas en su territorio, y sin recurrir a la legalización, evitar la narcoviolencia que aquí nos sofoca. En esencia, la clave consiste en que allá combaten en mucho mayor medida la demanda de narcóticos —lo que no genera violencia— que la oferta —que sí genera violencia, y mucha—. Y no porque allá no se cultiven y produzcan drogas. Aquí hacemos exactamente lo contrario. ¿Cuántas muertes más —derivadas de la narcoviolencia— tendremos que lamentar en México antes de entender ese principio, en realidad no tan complicado?

Guanajuatizando a México!

Bárbara se queja como marranita’


Manuel Mora MacBeath

El líder del PAN en León, Jorge Dávila, insultó ayer a la diputada priísta Bárbara Botello.

Sin que mediara pregunta, Dávila soltó: “no nos quejemos como Bárbara, que se queja como marranita en engorda”.

Previo al insulto, Dávila advirtió que venía “caliente”; así inició la conferencia de prensa.

“Bárbara Botello nos habla de 150 millones de pesos tirados a la basura, obviamente no es ignorante: es profundamente irresponsable y brutalmente partidista”.

Botello ha repartido unos 70 mil volantes informado del derroche del replaqueo, y consignando lo que se podría construir con los 150 millones de pesos que gastará el Gobierno en la fabricación de las tablillas.

“Yo creo que esto simplemente es desinformar a la población”, dijo Dávila, y nuevamente atacó: “Nomás le pido a Bárbara Botello que sea lo suficientemente mujercita, que se faje bien las faldas”.

Refrenda sus críticas

Bárbara Botello dijo ayer que seguirá su campaña para informar del derroche del replaqueo.

Sobre los insultos de Dávila, dijo: “No comparto que la política se maneje con insultos personales; como no tienen argumentos contra lo que yo señalo, se van a las descalificaciones personales”.

Los insultos, añadió, son muestra de que Dávila está desesperado.

“Están perdiendo adeptos por ser malos gobernantes”.

Miguel Ángel Chico, presidente del PRI estatal, se refirió a Dávila como “un ser despreciable”, que será juzgado por la opinión pública “como lo que es: un enano político, que representa al Yunque”.

12 de septiembre de 2008

Medios irresponsables

José A. Crespo

Tarde o temprano, los jefes de gobierno truenan contra los medios cuando no proyectan las imágenes e ideas que quisieran proyectar o que están convencidos de que existen. Incluso tratándose de gobernantes demócratas (o mejor dicho, que predican la democracia públicamente, que no es lo mismo), los medios suelen exasperarlos si los sienten demasiado críticos. De ahí la histórica tentación de los gobernantes de controlar a los medios. Decía Napoleón: “La prensa debe estar en manos del gobierno, debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del imperio las sanas doctrinas de los buenos principios”. Los gobernantes prefieren que los medios funjan como caja de resonancia de sus convicciones e intereses.

Es cierto que, en más de una ocasión, los medios, en su libre ejercicio de la crítica, exageran los hechos, no pocas veces los distorsionan con intencionalidad política, amarillismo e irresponsabilidad. “La prensa es una boca forzada a estar siempre abierta y a hablar siempre. Por eso, no es de extrañar que diga muchas más cosas de las necesarias, y que a veces divague y se desborde”, decía el escritor Alfred de Vigny. Y Tocqueville afirmaba que “sólo alterando o desnaturalizando los hechos es como el periodista puede dar a su opinión alguna influencia”. El enojo de los aludidos, en tal caso, es justificable. Pero la molestia gubernamental se da también cuando la crítica es justa o si la proyección de la realidad es acertada (esa valoración es siempre subjetiva, pues la mayoría de las veces los gobernantes consideran cualquier crítica como injusta o excesiva).

En dicho enojo cayó varias veces Vicente Fox, cuando los medios se negaban a refrendar su fantasiosa imagen del país. Incluso alucinó que los medios lo querían “tumbar” (cuando nadie lo sugirió siquiera). Prefería incluso cerrar los ojos. En una entrevista, se le preguntó: “¿Qué siente cuando se levanta, lee los periódicos y hay críticas hacia usted?” y respondió: “¿Qué pienso cuando no los leo? Salgo feliz a mi trabajo” (El Universal, 9/oct/05). Clara expresión de su resentimiento hacia la crítica. Felipe Calderón empieza también a cuestionar a los medios su cobertura sobre la inseguridad que nos sofoca, pues “tratan de eliminar todo resquicio de esperanza de los mexicanos” (5/sep/08). Y durante su recorrido por los medios, la semana pasada, detalló algunas razones de su molestia. Dijo, por ejemplo, que los medios se han convertido en escuela de delincuentes, así lo hagan involuntariamente, al difundir los detalles de los crímenes: “Se sabe por los medios de comunicación cuál es el modus operandi (de la delincuencia). Ya se sabe cómo se secuestra a las víctimas y cómo se les retiene y cómo se pide un rescate y cómo se les entrega, en fin… ¡vaya!, hasta se difunde esta práctica y hemos encontrado bandas que son realmente ocurrentes, que por efecto de imitación entraron a este absurdo” (2/sep/08). Ciudadanos normales pero con necesidades económicas o ambición desmedida de dinero, observando los medios, aprenden el know how del secuestro y deciden incurrir en ese delito con el entrenamiento recibido “a distancia” por los medios. Interesante tesis.

Felipe considera igualmente que los medios hacen el juego a los narcotraficantes al difundir sus atentados, sus asesinatos y divulgando las feas imágenes de cuerpos mutilados: “Hemos pedido a los medios no caer en la propia estrategia comunicacional del crimen organizado, que también libra contra nosotros una guerra mediática”. Los medios cometen “el error de engancharse precisamente en su propia lógica mediática (de los capos)”. Ese reclamo puede ser en muchos casos justo. Es un tema que los propios medios han discutido y desde luego deben trazar una frontera entre su deber de informar lo que sucede, sin ocultarlo a su audiencia, y favorecer a los criminales en sus fines de proyección mediática. Calderón reclama también a los medios no complementar la labor gubernamental de fomentar valores cívicos, de legalidad y democracia. Pues seguramente hay diferencias al respecto entre uno y otro medio, pero de cualquier manera se puede afirmar que, más allá de la prédica que puedan realizar los medios y otros poderosos agentes de socialización (como la escuela), lo que más influye en la formación de tales valores y conductas es el propio comportamiento de la clase política, que no es ejemplar ni muy instructiva que digamos.

Por ejemplo, puede no ser grave que el jefe del Ejecutivo exprese sus quejas sobre el comportamiento de los medios (a veces justas y otras no). Pero sí lo sería que su molestia se tradujera en intentos de remover a directivos o colaboradores de los medios que resultan en exceso críticos —en opinión de Los Pinos—, según sugiere el periodista Salvador García Soto que podría estar ocurriendo: “No se entiende cómo secretarios del gabinete que se supone están metidos de lleno en el tema de la inseguridad o colaboradores de Los Pinos crean torpemente que su papel es acusando a directores de medios o pidiendo su cabeza, como si con eso ayudaran en algo al Presidente para enfrentar las crisis que, en distintos ámbitos, enfrenta en estos momentos el país” (“El presidente está enojado”, El Universal, 9/sep/08). Esperemos que no sea esa la reacción del gobierno cuando se exaspera frente a los medios que no se ajustan a sus expectativas.

Muestrario. A propósito de libertad de expresión, me sumo a quienes proponen asignar la Medalla Belisario Domínguez a Miguel Ángel Granados Chapa. Sin demérito de otros candidatos, la trayectoria de Miguel Ángel lo hace de sobra merecedor de esa distinción, pues se ajusta claramente a lo que representa la figura del senador asesinado: la crítica inteligente, valiente y consistente.