A lo largo del fin de semana, se ha insistido mucho en reprochar a Andrés Manuel López Obrador, una conducta contradictoria frente a la reforma energética que, habiendo conjurado el elemento privatizador, no mereció de su parte el aval esperado y por el contrario ha convocado a la resistencia civil de sus seguidores para tratar de detener su aprobación. Se le ha acusado de tirar a la basura un evidente triunfo programático de su defensa del petroleo, o como en el PAN llamamos cuando éramos oposición al triunfo de nuestras ideas en las leyes, una victoria cultural.
Desde hace tiempo tengo para mí que, en efecto, hay un impulso autodestructivo en Andrés Manuel López Obrador. Es un filón interno de una personalidad subconsciente que lo lleva a actuar contra sí mismo en el momento culmen en el que puede conseguir un triunfo o hacerse de la razón. Su campaña electoral del 2006, es una bitácora precisa para quien desee seriamente observar cómo un candidato puede alejarse por voluntad propia del camino de la victoria electoral y luego contribuir de singular manera con la voluntad de sus adversarios para dejar en cero una ventaja de diez puntos.
Pero en el caso que nos ocupa siento además que, no hace suyos los logros del amplio debate que se abrió y el fuerte ajuste que se dio a los dictámenes, porque considero que nunca fue suyo el propósito de contribuir a una reforma en el sector energético, ni se acogió con gusto a la iniciativa que por la vía del Frente Amplio Progresista presentaron un grupo de expertos en la materia; porque esa acción se colocó como un paso muy relevante dentro del proceso de negociación política en el Congreso por parte de los senadores del PRD para desatorar la reforma estructural en México y avanzar en otros temas, en sentido contrario a la dinámica de descalificación general en que ha basado López Obrador su movimiento.
Al triunfar la estrategia opuesta, y conseguir mediante el debate, el diálogo y la negociación avances en el régimen fiscal, orgánico y regulador de Petróleos Mexicanos, es lógico que se sienta derrotado. No me atrevo a decir que no vivan en él convicciones profundas, principios y valores sociales muy importantes, y propuestas para mejorar el sector energético del país, pero por ahora ese no era el interés mayor, como sí mantener un movimiento de resistencia al gobierno de Felipe Calderón, para el que consensos como el energético lo legitiman.
México necesita en el ámbito de la competencia política una izquierda moderna y democrática, capaz de sobreponerse a los cacicazgos sindicales, a los caudillismos ideológicos o a los mesianismos populares. El sistema de partidos, más específicamente, requiere de una Izquierda que sea capaz de asumir los riesgos y las responsabilidades de un proceso de negociación de sus propias propuestas, y si sale triunfadora, reconocérselo. Y ese paso trascendental, valiente e inteligente, lo ha dado el grupo de legisladores perredistas en el Senado.
Es de esperarse que se repita la actitud en la Cámara de Diputados. Ojalá haya en el gobierno de Calderón, la capacidad para entender la dimensión de esa decisión perredista.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario