6 de septiembre de 2010

200 años de paradoja fiscal

El gobierno mexicano tiene recursos abundantes, pero su recaudación es muy escasa

Gabriel Farfán

A lo largo de 200 años México ha construido una paradoja fiscal excepcional: recauda poco pero gasta mucho y no siempre lo hace productivamente. Difícilmente podríamos imaginar el comparar a nuestro gobierno con el de Haití en infraestructura y salarios. Sorprendentemente, ambos recaudan lo mismo (9.5 contra 9.4 por ciento de México, de acuerdo con el tamaño del PIB), pero mientras que Haití recauda poco y gasta poco, México recauda poco y gasta casi el triple (27 por ciento) de lo que recauda. En el marco de la celebración del Bicentenario y del próximo envío por el Poder Ejecutivo del proyecto de presupuesto para 2011 a la Cámara de Diputados, este pequeño dato oculta uno de los hilos conductores más relevantes para entender la dimensión económica, pero sobre todo política y social que tienen las finanzas públicas.

Desde las postrimerías del siglo XVIII hasta los albores del siglo XXI, los recursos económicos que ha tenido el gobierno mexicano no han sido ni son escasos. La Nueva España fue capaz de sostenerse a sí misma, cubrir los déficits españoles y a las colonias americanas (sostuvo casi el 100 por ciento del remanente del gobierno de España –la Junta de Cádiz– cuando había sido invadida por los franceses). Hoy, al dimensionar el tamaño y costo de la burocracia, comparar los salarios de los altos funcionarios con los de otros países y el gasto en educación, es decir, al hacer una revisión rápida de cuánto y cómo gasta nuestro gobierno, se podría concluir que el gobierno tiene recursos abundantes.

La paradoja mexicana se explica por el enorme contraste que hay entre ingresos y gastos. Por un lado la hacienda pública ha estado en quiebra técnica a lo largo de 200 años y por el otro el gobierno nunca ha dejado de funcionar. Más aún, refleja abundancia.

La caricatura de México como un "cuerno de la abundancia" es útil para entender el origen de esta paradoja. El territorio que hoy constituye México tuvo la fortuna de tener una dotación inicial de recursos muy apreciados. Ya fuere por la abundancia de plata en los inicios de su historia, el fuerte endeudamiento durante el Porfiriato, o los ingresos por la exportación de diversas materias primas (henequén, petróleo), las fuentes de recursos bajo control directo o indirecto del gobierno han sido generosas. Esta disponibilidad le ha ahorrado al gobierno el costo de extraer impuestos de los más pobres y los más ricos, evitando que los primeros atenten contra la estabilidad política y social y que los segundos debiliten la economía o intenten tomar directamente el control del Estado.

Si el gobierno mexicano no tuviera fuentes alternas a la contribución de ciudadanos y dependiera de un crecimiento económico robusto, le sería imposible –simultáneamente– hacerse de la vista gorda en el cobro de impuestos, construir redes clientelares y otorgar subsidios y transferencias engañando a la gente con un bienestar falso que prolonga el atraso y desatiende la promoción de una economía y administración virtuosas. El gobierno gasta un 60 por ciento de nuestro dinero en el "tema social" y es pobre la promoción económica y administrativa.

El resultado final de 200 años del uso de paliativos para cubrir el faltante es obvio: ha sido imposible convencer de las virtudes que traería una reforma fiscal a los "ciudadanos imaginarios" del siglo XIX, a los "ciudadanos simulados" del siglo XX y a los "ciudadanos anulados" del XXI.

La experiencia acumulada por gobiernos que presentan condiciones similares a las de México no debe seguir pasándose por alto, en particular por nuestros irresponsables gobernantes. Aquellos que dependen del usufructo de un recurso natural y que cierran o dificultan la posibilidad de que los ciudadanos y empresas contribuyan financieramente al funcionamiento y objetivos que persigue el gobierno jamás tendrán finanzas sanas y la calidad de su sector público será mediocre, ¿suena familiar?

Sustituyendo impuestos con distintas fuentes no sólo se desmoraliza a aquellos funcionarios que hacen lo posible por recaudar más y gastar mejor. En realidad, ocurre algo mucho más grave: se depreda el patrimonio público (ahí está el agotamiento de nuestras reservas petroleras) y se debilita sistemáticamente el vínculo de corresponsabilidad entre gobierno y ciudadanía fomentando un "valemadrismo" generalizado. El gobierno federal, estatal y municipal no se siente obligado a rendir cuentas y aplicar productivamente el gasto porque no depende de las contribuciones de la ciudadanía y al mismo tiempo ésta se "desentiende" una y otra vez de los asuntos públicos. Es el trueque perverso de la excepcionalidad fiscal mexicana: "paguen lo que puedan o quieran de impuestos que mientras yo gobierno tenga maneras de suplir el faltante no me sentiré obligado a usar el dinero como se debe y ustedes ciudadanos tampoco tendrán la autoridad moral ni las energías para exigírmelo".

Esto sólo cesará cuando las finanzas públicas entren, por fin, en una crisis sin precedentes.

El autor es doctor en gobierno y consultor del Banco Interamericano de Desarrollo.