Milton Friedman murió hace más de tres años. Pero no cabe duda de que su espíritu protegió a Chile en la madrugada del sábado. Gracias en buena parte al economista estadounidense, el país ha soportado una tragedia que en cualquier otro sitio habría sido apocalíptica.
La magnitud de un terremoto se mide en una escala logarítmica. El terremoto que afectó en 1994 a Northridge, California, fue de una magnitud de 6,7 en la escala de Richter. Pero sólo liberó la mitad de energía sísmica que el de 7,0 que asoló Haití en enero, que fue el equivalente a la explosión simultánea de 2.000 bombas del tamaño de la que cayó sobre Hiroshima.
En cambio, el terremoto del sábado en Chile alcanzó una magnitud de 8,8. Es decir, casi 500 veces más potente que el de Haití, o aproximadamente un millón de Hiroshimas. Sin embargo, el balance provisional de fallecidos —795 en el momento de escribir estas líneas— es muy inferior frente a las 230.000 personas que se estima han muerto en Haití.
No es causalidad que los chilenos habitaban en casas de ladrillo, y los haitianos en casas de paja, cuando llegó el lobo a derribar la vivienda. En 1973, el año en el que el gobierno protochavista de Salvador Allende fue derrocado por el general Augusto Pinochet, la economía estaba en la ruina. La inflación alcanzaba una tasa anual de 1.000%, se habían agotado las reservas en divisa extranjera y el PIB per cápita era aproximadamente el de Perú y muy inferior al de Argentina.
Lo que Chile tenía era capital intelectual, gracias a un programa de intercambio entre la Universidad Católica y el departamento de economía de la Universidad de Chicago, por aquel entonces el hogar académico de Friedman. Incluso antes del golpe de estado de 1973, varios de los Chicago Boys chilenos habían redactado una serie de propuestas que equivalían a un manual para liberalizar la economía: drásticas reducciones del gasto fiscal y de la oferta monetaria; privatización de las compañías estatales y eliminación de obstáculos para la libre empresa e inversión extranjera, figuraban entre las medidas.
[palacios] Arriba: Getty Images Abajo: Associated Press
El palacio presidencial de Chile sobrevivió el terremoto, en contraste al de Haití.
En la mitología izquierdista —especialmente en el tedioso y largo libro "La Doctrina del Shock", de Naomi Klein publicado en 2007— los Chicago Boys no fueron simplemente los compañeros de ruta tecnocráticos de la dictadura de Pinochet, sino cómplices de sus crímenes. "Si la teoría económica pura de Chicago se puede llevar a cabo en Chile sólo con el precio de la represión, ¿deberían sentir alguna responsabilidad sus autores?", escribió el columnista Anthony Lewis en The New York Times en octubre de 1975. De hecho, Pinochet había sido indiferente a los consejos de los Chicago Boys hasta que la persistente crisis económica lo obligó a buscar alternativas. En marzo de 1975, se reunió durante 45 minutos con Friedman y le pidió que le escribiera una carta proponiéndole algunos remedios. Friedman respondió un mes más tarde con una propuesta de ocho puntos que reflejaba básicamente las ideas de los Chicago Boys.
Después de esto, Friedman se pasaría el resto de su vida siendo acusado de cómplice del mal. Durante la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Economía al año siguiente fue recibido con protestas y abucheos. El propio Friedman no pudo decidir si los insultos lo divertían o molestaban. Posteriormente, indicó con un dejo de ironía que había dado a las dictaduras comunistas el mismo consejo que a Pinochet, sin ser criticado por la izquierda.
En Chile, Pinochet designó a una sucesión de Chicago Boys en los principales cargos económicos. Para 1990, el año en el que cedió el poder, el PIB per cápita había subido 40% (en dólares de 2005) mientras las economías de Perú y Argentina se estancaron. Los sucesores democráticos de Pinochet —de una coalición de centroizquierda— ampliaron la ofensiva liberalizadora. El resultado es que los chilenos se han transformado en el pueblo más rico de Sudamérica. Tienen los niveles más bajos de corrupción, la tasa de mortalidad infantil más baja y el menor número de personas que vive por debajo del umbral de la pobreza.
Chile también cuenta con uno de los códigos de construcción más estrictos del mundo, algo que tiene sentido en un país que está entre dos masivas placas tectónicas. Pero tener códigos es una cosa y hacerlos cumplir es otra. La calidad y consistencia de la aplicación de las normas está relacionada generalmente con la riqueza de las naciones. Mientras más pobre un país, más probable que se intenten reducir costos con el acero de refuerzo, o se use concreto de mala calidad, o se mienta sobre el acatamiento de las normas. En el terremoto de 2008 en Sichuan, China, miles de niños quedaron sepultados bajo escuelas construidas de acuerdo a los códigos.
En "La Doctrina del Shock", Klein titula uno de sus capítulos "El Mito del Milagro Chileno". En el libro, la única cosa que logran Friedman y el resto de los Chicago Boys fue llevar la riqueza a la clase alta y eliminar la mayor parte de la clase media. Pero los chilenos de todas las clases sociales—que enfrentan las secuelas de un shock real— pueden tener otra interpretación de Friedman, que los ayudó a darles los recursos primero para sobrevivir al terremoto, y ahora para reconstruir sus vidas.
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