Por primera vez en la historia del ranking de la revista Forbes, América Latina da a luz al hombre más rico del mundo. En este caso se trata del magnate Mexicano Carlos Slim Helú, quien ya se había ubicado entre los primeros puestos en los últimos años, y por fin supera a leyendas en el panteón de los empresarios como Bill Gates y Warren Buffett.
Desde que el anuncio se hizo público en la tarde del miércoles, se han sumado referencias al nuevo galardón de Slim como otro ejemplo del ascenso de los países en desarrollo y su contribución al crecimiento económico mundial, mientras los países desarrollados todavía luchan para salir de la crisis financiera iniciada en 2008.
No cabe duda de que grandes potencias emergentes como China, Brasil, India y México tienen más peso en la economía mundial y que en parte los beneficios de esa participación se notan en la mejoría de las condiciones de vida para sus ciudadanos. Una de las paradojas del galardón de Slim, sin embargo, es que parte de su escalada hacia la cima de la riqueza se debe a las mismas razones que obstaculizan el desarrollo de México y otros países emergentes.
El hijo de un inmigrante Libanés que llegó a México en 1902 sin hablar español, Carlos Slim ha logrado en una vida mucho más de lo que generaciones han soñado: superar su situación económica para poder ofrecer a sus hijos mejores condiciones y acceso a nuevas oportunidades. En una región como América Latina donde la movilidad social se ha estancado, hay anécdotas en la historia de Slim que parecen salidas de las novelas del estadounidense Horatio Alger Jr., que se hicieron populares en el siglo XIX en el país norteamericano, cuando millones de inmigrantes llegaban a esas orillas en busca de mejorar su calidad de vida.
Como los héroes de Alger, Slim ha dedicado su vida al trabajo y a su familia. Y al igual que Warren Buffett, ha invertido en compañías ignoradas por otros empresarios que a la larga redituaron importantes ganancias. Pero el impulso que le permitió acceder a la estratosfera de la riqueza mundial se lo dio en 1990 la compra al estado del monopolio telefónico Telmex.
Slim modernizó a la empresa, y con el beneplácito de las autoridades, ha disfrutado de lo que efectivamente ha transformado en un monopolio privado justo en un momento en que el sector, desde la telefonía celular hasta Internet, se ha convertido en parte esencial del desarrollo de cualquier sociedad.
Aunque tiene competidores, lleva las riendas del negocio gracias al poder de Telmex para conectar los diferentes servicios. La falta de competencia real en el sector es en gran parte responsable de los altos costos de la telefonía en México en comparación con otros países en desarrollo.
Slim no es el primer magnate en la región que manejó con habilidad las concesiones del gobierno, y merece ser reconocido por haber construido un gigante de las telecomunicaciones con operaciones en casi veinte países, además de tener intereses en empresas en los sectores más importantes de la economía mexicana. El éxito de Slim es indiscutible, y aunque para algunos representa la pujanza emprendedora de los mercados emergentes, es también producto de antiguas costumbres que impiden el libre acceso a oportunidades para la mayoría.
Eduardo Kaplan es columnista de Dow Jones Newswires
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