10 de marzo de 2010

Ese muerto que vos matáis

José Antonio Crespo

A sus 81 años, el PRI, “ese muerto que vos (nos) matáis” desde hace años, goza de cabal salud, muy dispuesto a regresar al poder en 2012 y con altas probabilidades de conseguirlo. Y como el PRI en realidad no se ha renovado —ni siquiera discursivamente—, su tenaz supervivencia y recuperación exige alguna explicación. Muchos factores confluyen en ello.

1) A diferencia de los partidos únicos, cuya rigidez los hizo derrumbarse hasta casi desaparecer (o sin el casi), el PRI, como partido hegemónico, tuvo una mayor flexibilidad institucional que le ha permitido adaptarse mejor en la oposición. Hay un parangón con el Partido Nacionalista de Taiwán que, habiendo sido único por varios años, se flexibilizó, perdió el poder en 2000, y lo recuperó ocho años después, durante los cuales gobernó un partido “democrático”, que resultó un enorme fiasco.

2) El autoritarismo priista fue mucho más suave que los regímenes de partido único y, por supuesto, que las dictaduras militares o personalistas. Por ello nuestro cambio democrático fue mucho menos marcado que en la mayoría de los países en ese trance. Y, en esa medida, el PRI ha resultado mucho más tolerable a los ciudadanos, y su eventual retorno al poder no genera demasiado rechazo.

3) Cuando el PRI estaba más débil, recién perdido el poder presidencial, Vicente Fox decidió darle respiración de boca a boca —como ha explicado Xóchitl Gálvez— y extenderle una carta de impunidad con el propósito de contar con su cooperación para realizar reformas económicas estructurales, que finalmente el PRI no concedió. Eso le dio un tiempo valioso para reorganizarse, justo cuando estaba tambaleante.

4) El PRI logró superar el principal reto derivado de su derrota presidencial: sustituir su tradicional gobernabilidad vertical —engarzada en el Presidente— por una de tipo horizontal (entre gobernadores, líderes corporativos, jefes de facción). Estuvo a punto de una crisis mayor en 2002, cuando por primera vez eligió dirigente nacional del partido por sí mismo, sin el dedazo presidencial. Cosa que pudo dirimir de mucho mejor manera en 2007, lo que refleja que, si bien no hubo renovación moral del partido, sí hubo aprendizaje en el manejo de sus procesos internos.

5) El PRI se ha beneficiado indirectamente de los errores, claudicaciones y omisiones de sus adversarios. Por ejemplo, el costo de recibir impunidad por parte de los gobiernos panistas, en realidad lo paga menos el PRI y más el PAN. Por eso, cuando los panistas reiteran una y otra vez sobre la corrupción del PRI, la pregunta que de inmediato surge es, ¿y qué hizo al respecto el PAN desde el poder? ¿Por qué no penalizó la corrupción priista? ¿Por qué repitió sus pautas de corrupción e impunidad? El PAN queda así como una mala réplica del PRI. Y muchos, por lo visto, prefieren regresar al original.

6) Por otro lado, el PRD tampoco se ha distinguido claramente de una de sus raíces fundadoras —el PRI—, salvo en que muestra mucho menor disciplina y cohesión internas. Su oscilación entre radicalismo y moderación, así como su estridencia discursiva, contrastan con la tradicional institucionalidad del PRI. Y es cierto, las posturas del PRI son rancias, pero en menor medida que las del PRD (que datan de 1940).

7) El PRI sigue siendo el único partido nacional. Es, o bien partido dominante en algunos estados, o uno de los dos contendientes ahí donde prevalece un bipartidismo (frente al PAN en algunas entidades, y ante el PRD, en otras). La excepción es el Distrito Federal, donde el PRI cayó al tercer sitio, si bien en los últimos comicios incrementó su votación de manera notable.

Por todo lo cual, el PRI tiene buenas probabilidades de recuperar Los Pinos, aunque es algo que no puede darse como hecho. La prueba de fuego será, nuevamente, la forma en que logre dirimir su candidatura presidencial. No haberlo hecho adecuadamente en 2006 lo envió al tercer sitio. Si el PRI aprendió de ese tropiezo, podrá ahora dirimir internamente quién será el abanderado, para no perder la unidad básica sin la cual difícilmente se puede ganar una elección presidencial.

Unidad que, de preservarse, contrastará con los inacabables conflictos dentro de la izquierda y con el creciente divisionismo, el malestar interno y el descrédito externo del PAN.

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