Escogido por insospechados motivos para hablar sobre los retos de México en la globalización, Emilio Azcárraga Jean, presidente de Grupo Televisa, se lanzó fuerte contra el gobierno mexicano en el “Global alumni forum” que organizó en el DF el Instituto de Empresa, de Madrid, la semana antepasada. Contrario a su estilo de no polemizar en público con “las autoridades”, pues son suyos los métodos de negociación de prebendas, al joven empresario se le calentó la cabeza y, literalmente, despotricó.
Lo único que no ha tenido Televisa es competencia, y de la historia que no podrá zafarse nunca es la de su colusión con el poder. Subordinada al PRI —la fábrica de corrupción de la que salieron varios de los productos que denuncia sin aportar nombres—, fue el padre del denunciante el que rubricó la complicidad cuando se proclamó soldado del PRI al servicio del presidente en turno. La colusión de intereses, en la que Televisa aletargaba a la sociedad al esconder, ocultar y negar al verdadero país que se alzaba sobre el priato, le produjo ganancias enormes.
Carlos Salinas terminó su mandato regalándole a la empresa 63 canales de tv como estaciones repetidoras para agrandar la cadena nacional del Canal 2. No pagaron un solo centavo por ellas. Es más, reclamaron esa decisión como derecho de compensación a la decisión del Estado de privatizar Imevisión, lo que entonces advertían como competencia. Sería larga la lista de los favores recibidos por otros ex mandatarios; de Miguel Alemán Valdés ni hablamos.
Podrá decir Azcárraga Jean que de esa etapa no es responsable, incluso deslindarse y señalar que su cuenta empieza cuando asume verdaderas funciones de dirección y control de la empresa, pero ni aun así puede librarse de la contradicción de sus palabras ni del derroche de cinismo que hay en ellas. Hijo de Tigre, pintito. Desde 1997, en que heredó de su padre Emilio Azcárraga Milmo la presidencia de Grupo Televisa, conoció lo que es estar cerca de un Presidente de la República, Ernesto Zedillo, y recibir los favores del gobierno, en contubernios que tuvieron un fuerte ingrediente de revancha sobre el ex presidente Salinas, que tanto favoreció a ambos.
Con serias dificultades económicas y pesados compromisos financieros, en abril de ese año fue nombrado presidente del Consejo de Administración y empezó la reestructuración de la deuda de la empresa. Zedillo estuvo a la cabeza de esa acción de salvamento y de varias gestiones se encargó personalmente. No habría reproche si, como ha reclamado del actual gobierno Azcárraga Jean, la intervención del mandatario se hubiera desplegado por las vía legales de la promoción, protección y apoyo a las empresas nacionales. Pero Zedillo fue obsequioso con recursos no propios, pues ordenó condonar cientos de millones de pesos de créditos fiscales, sólo uno de ellos por 467 millones de vencimientos e intereses.
Ese hecho generó que en el periodo de transición para el cambio de gobierno entre Zedillo y Fox se abriera una investigación en la entonces llamada Secretaría de la Contraloría, luego de la Función Pública, expediente que se abrió con cargo al subsecretario de Ingresos en Hacienda, Rubén Aguirre Pangburm.
Encandilado por las luces de lo mediático, apantallado por la influencia de la televisión, Fox tomó protesta ya rendido ante el poder de Televisa. Lo midieron de pies a cabeza, lo percibieron vacío de voluntad transformadora, se le montaron y se sintieron más inteligentes que él, y resultaron al menos más vivos.
El primer regalo que obtuvo Azcárraga Jean del gobierno de Fox en 2001 fue el cerrojazo al expediente que investigaba al funcionario que operó las órdenes de Zedillo; la impunidad envuelta en un frágil argumento de estímulo fiscal, al que siguieron otros, mayores y más descarados: la brutal reducción de los tiempos fiscales que están obligados a otorgar al Estado los concesionarios de radio y tv. Del 12.5% del tiempo total de transmisión al 1.25%, regalo que se envolvió con papel del Diario Oficial el 10 de octubre de 2002. Luego siguió la autorización gratuita, en julio de 2004, de canales espejo del mismo ancho de banda que los analógicos con el pretexto de la digitalización, y en función de ello refrendos hasta 2021. Siguieron casinos, permisos para apuestas remotas, y en esa ruleta de la suerte inconmensurable, pretendieron el premio mayor: la ley Televisa, que la clase política en conjunto les regaló, y para la que el presidente obsequió su firma.
Se necesita tener una gran desmemoria para olvidar estas cosas, y más todavía, para reclamarle al gobierno. De la competencia, y su límite de mercado, hablaremos después.
Profesor de la FCPyS de la UNAM
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