
Digamos que ya había algunas sospechas que presagiaban un pulso entre Iglesia y Estado. Lo que pasa es que ahora -en esta Italia de la decimosexta legislatura- ya no es solo una cuestión de las competencias de Dios y las competencias del César: hoy, en plena crisis económica, social, de valores- la antigua institución espiritual se ha convertido en ‘oposición’. Y a la falta de política de los gobernantes, responde políticamente. Todo esto se debe también al hecho de que el partido UDC (Unión de los Democristianos y Demócratas de Centro) ya no esté en el Parlamento: en las últimas elecciones políticas no han superado el umbral del 3% de votos. La representación (incluso política) de los católicos italianos ha pasado, por consiguiente, casi de forma natural al Vaticano.
Cuando el Papa se mete en política
La Iglesia ha dejado de hacerse cargo simplemente de los últimos, de los más débiles. "Hago un llamamiento a los gobiernos para que den dinero a la banca y evitar su bancarrota, y a la banca para que ayude a los pobres de la sociedad", no es el sermón convencional que uno esperaría de Benedicto XVI. Otro ejemplo: "La reforma universitaria debe garantizar la libertad de enseñanza, de investigación, y la independencia de los poderes económicos y políticos". Y lo que es más, entra también el terreno de la crueldad feroz contra la que nuestro tiempo debe enfrentarse: "La violencia se debe a la desigualdad, a la mala distribución de la riqueza, a la falta de empeño por parte de los gobernantes". Añade incluso comentarios sobre el trato que se le da a los extracomunitarios y a los gitanos, o sobre los muchos militares empleados en las ciudades italianas por una cuestión de ‘seguridad’ y muertos en acto de servicio.

La Iglesia, única oposición

En resumen, todo aquello que durante la Primera República italiana hacían los comunistas. Habrá sido este ‘reconocimiento’ tardío lo que ha empujado al Vaticano a hacer notar la conversión cristiana -desmentida por muchos- en su lecho de muerte, del fundador del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci. Hoz, martillo y crucifijo.
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