3 de septiembre de 2009

Gómez Morin, el PAN y la religión católica

Alonso Lujambio


Mirando a López Velarde

Manuel Gómez Morin escribió a su maestro José Vasconcelos tres largas cartas los días 21 de agosto de 1926, 5 de octubre de 1928 y 3 de noviembre de 1928, en medio del conflicto religioso más agudo del siglo XX mexicano. En todas el remitente quiere, entre otras cosas, convencer al destinatario de la necesidad de fundar un partido político permanente. Cuando escribe la carta del 21 de agosto de 1926, hace 20 días que una pastoral de la jerarquía católica mexicana ha ordenado suspender el culto religioso en los templos (fue el sábado 31 de julio de 1926). En febrero de ese año el arzobispo Mora y del Río ha hecho declaraciones contrarias a los artículos 130, 27 y 5 constitucionales y ha recibido el furioso reclamo del presidente Calles, quien a principios de julio impulsa reformas al Código Penal para castigar las violaciones de los sacerdotes al artículo 130.1 ¿Qué le dice Gómez Morin a Vasconcelos sobre el particular? Nada.
Gómez
Después, en octubre y noviembre de 1928, cuando Gómez Morin vuelve a escribir a Vasconcelos y le insiste en la necesidad de crear un partido político, la Guerra Cristera (1926-1929) está en pleno apogeo: desde un año antes, en noviembre de 1927 —nos dice Jean Meyer— hay 25 mil cristeros en armas. No se ve claro en noviembre de 1928 que el conflicto pueda terminar pronto. ¿Qué le dice al respecto Gómez Morin a Vasconcelos? Otra vez nada. ¿Por qué?

Gómez Morin nunca negará su condición de católico, pero su catolicismo hacia 1926 no gravita sobre él de modo tal que vea al mundo, y al mundo político especialmente, desde la perspectiva religiosa. Las anteojeras con que Gómez Morin observa el mundo político a mediados de la tercera década del siglo XX no son las anteojeras del católico. Para entonces ya viajó al extranjero y convivió con otras culturas. Le obsesionan los problemas sociales y sus posibles soluciones técnicas.

Después de ser rector de la universidad en 1933-1934, y de apoyar decidida y radicalmente la libertad de cátedra en contra de la intención del Estado de imponerle el dogma socialista, Gómez Morin fue acusado por sus adversarios por ser católico. Así respondió el 14 de marzo de 1936 en El Universal a uno de sus críticos: “Soy católico, y de ello a nadie rindo cuentas. Lo era cuando me llamaron a la universidad, y lo seré siempre”consejo.

Gómez Morin no se asume político católico pero no es un católico vergonzante. La religión no es móvil de su conducta política, pero es elemento de su cultura: Gómez Morin es capaz de entender los códigos del móvil religioso en los otros y de ponderarlos como parte de la vida colectiva. Y de la propia vida. Una evidencia exquisita de esto último se encuentra en una carta dirigida a Efraín González Luna en febrero de 1944 a propósito del libro Concepto de la Zozobra, de Arturo Rivas Sáinz (1905-1985), poeta y ensayista jalisciense, sobre el poeta zacatecano Ramón López Velarde (1888-1921). López Velarde provenía de una familia de fuerte raigambre católica y, al igual que Gómez Morin, se había mudado a la ciudad de México, en donde su cosmovisión católica entró en crisis. Gómez Morin critica la obra de Rivas Sáinz por haberse guiado acríticamente por las ideas de Sigmund Freud en la interpretación de la poética del zacatecano. Pero su carta nos dice mucho más:


15 de febrero de 1944.

Muy querido y buen amigo:
Pepe Castillo Miranda me hizo favor de traer el libro de Rivas Sáinz. Lo leí anoche con mucho gusto. Creo que es un excelente ensayo, tal vez el mejor que se haya escrito sobre Ramón. No sé si le he contado que conocí y traté a Ramón; su madre y su hermana hicieron grande amistad con mi mamá, para quien él tuvo deferencias y atenciones especialmente cariñosas. Fue por los años de 1916 y 1917. No publicaba aún su primer libro, y su amistad constituyó para mí un deslumbramiento. Por su personalidad misma y porque de golpe reivindicaba un mundo —el de todos mis años de niñez— que yo creía perdido y, entre las incitaciones de una vida de metrópoli y de una cultura universal, no sólo invalioso, sino constitutivo de un lastre…

Ramón era complejo, extremadamente complejo, pero no tenía “complejos” en el sentido freudiano… Las referencias [en la poesía] de Ramón [a detalles de la liturgia católica] no tienen para qué construirse dentro de una elaborada “simbología”. Fueron el simple resultado de una niñez y de una primera juventud vividas con exquisita sensibilidad en el seno de una vieja familia católica de provincia, en una vieja y aislada ciudad, en un contacto constante —en la escuela, en la casa, en la vida toda— con la Iglesia, con la liturgia, con la interpretación y con los principios de la religión. Esa sensibilidad fue violentamente traslapada a la capital. Y Ramón, en vez de tratar de deshacerse del tesoro de datos, de experiencias de su vida anterior, los usó como método y patrón para entender lo nuevo que a su sentido o a su inteligencia se ofrecía… Su valor de hombre consistió en no querer considerar como lastre su vida anterior, en no querer desasirse de ella, no dejarse arrastrar por el torrente en el que de un modo súbito lo colocó la vida arrancándolo materialmente de provincia y poniéndolo en contacto con literatura, con estilos, con preocupaciones, con hombres de otras extracciones y procedencias… Ramón se hizo entre los dos polos: “católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de época terciaria”. Se formó en el ambiente aquel de fines de siglo y principios del actual, que algún día será necesario describir cuidadosamente para entender muchas de las cosas más importantes de México… La dualidad agónica, manifiesta en los poemas de Ramón, es la expresión directa de la experiencia de dualidad, de continuo combate de todo católico, de todo joven católico, de todo joven católico nacido y formado en provincia, en el ambiente aquel de fines de siglo, y violentamente traspuesto al medio de México, a una edad adulta, con nuevas responsabilidades, nuevas libertades, nuevas posibilidades.

El catolicismo de Ramón era eso: catolicismo. Catolicismo con liturgia y con liturgia pueblerina, con todas las zozobras elementales de la teología moral, con todas las deficiencias de una apologética primaria, con todos los ímpetus y todos los desfallecimientos de la liturgia y de la superstición. Era catolicismo mexicano de provincia aislada, de vieja familia, de “iglesia siempre en penuria”, de capelos en las rinconeras, de culto a los muertos y miedo a la muerte, de parejo arraigo en lo fundamental y en lo ñoño e intrascendente.2


Gómez Morin entiende la tensión que en la intimidad de los católicos de las ciudades de provincia produce el contacto con la gran metrópoli, con otros modos de ser y de concebir el mundo y la existencia. En su entrañable amigo Ramón López Velarde ve el enfrentamiento cabal de la tensión y una catarsis poética. Ve en López Velarde el modo en que encarna una cuestión social, no un problema estrictamente religioso ni psicológico. Esta mirada se reflejará en López Velarde, muerto prematuramente en 1921 a los 33 años, en la poética. Pero también tendrá reflejos en la política.

Los estudiantes del rector

Los estudiantes universitarios que más decididamente apoyaron a Gómez Morin en su resistencia, como rector de la Universidad Nacional en 1933-1934, al establecimiento de la educación socialista, estaban organizados en la llamada Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC). A los miembros de la UNEC se les llamaba unécicos. La UNEC había nacido en 1931 pese a la oposición de Acción Católica, instancia creada como paraguas organizacional del mundo católico una vez concluida la Guerra Cristera (1926-1929). Acción Católica se basó a partir de 1929 en cuatro “organizaciones fundamentales”: dos de hombres (jóvenes y mayores) y dos de mujeres (jóvenes y adultas). Acción Católica no quería que la UNEC fuese “la quinta rama”. Una de las cuatro “organizaciones fundamentales”, la de jóvenes varones, era la famosa Asociación Católica de la Juventud Mexicana (la ACJM, la llamada acejotaeme y sus acejotaemeros, nacida en 1913).

La ACJM quería tener el monopolio de la organización católica juvenil, y la UNEC quería existir aparte como organización especializada en los estudiantes universitarios. No es sorprendente que la idea de la UNEC fuese impulsada por un jesuita, el sacerdote Ramón Martínez Silva, con el argumento —muy en boga en Europa en aquellos años— de que era necesario cultivar una elite intelectual católica capaz de dar un debate de altura, de amplia cultura, abierta a las ideas ajenas pero protectora de su identidad. Gracias al impulso papal, Martínez Silva logró vencer la resistencia de la jerarquía de la Iglesia mexicana y de Acción Católica en 1931. El proyecto de Martínez Silva abarcaba, además, la promoción de una asociación iberoamericana de estudiantes católicos. La idea de la especialización de los cuadros católicos universitarios en el mundo será apoyada por el “asistente eclesiástico” de la Federación de Universitarios Católicos Italianos (FUCI), a la sazón Giovanni Battista Montini, futuro papa Paulo VI, el así llamado papa del pluralismo después del Concilio Vaticano II (1962-1965).

En 1944 el arzobispo Luis María Martínez logra iniciar la liquidación de la UNEC y fusionarla poco después con otros grupos en una nueva organización, llamada Corporación de Estudiantes Mexicanos, bajo el control estricto, ahora sí, de Acción Católica y del episcopado. La vida de la UNEC es breve, de apenas 13 años, pero en extremo importante tanto para la rectoría de Gómez Morin como para el nacimiento del PAN en 1939.

Los unécicos en la universidad viven una formación intelectual en un ambiente plural y de debate que es desconocido para las juventudes católicas de Acción Católica comandadas por la ACJM. Dice María Luisa Aspe Armella, en uno de los pocos estudios sobre esta peculiar organización estudiantil católica en el siglo XX mexicano:
Los miembros de la UNEC pudieron constatar lo que ningún otro militante católico pudo hacer: la irreversibilidad del secularismo en el país, la imposibilidad de retornar a un ordenamiento social cristiano; la necesidad de incursionar en política, jugando con las reglas que marcaba el poder público para confrontar al Estado.3


Aspe subraya el contraste entre la UNEC y la ACJM de los treinta y cuarenta al ver en ellas “dos maneras de concebir el lugar del católico en el mundo público”, y dos formaciones distintas “basadas en prácticas sociales diversas y a veces incluso contrastantes”. Los acejotaemeros reclaman a los unécicos la soberbia intelectual de no conceder razón a todo pronunciamiento obispal o lineamiento de las autoridades de Acción Católica. A la UNEC se le tenía como organización “confederada” de Acción Católica en una situación ambigua que, sin embargo, era aprovechada por los unécicos que en ningún momento debían obediencia —como los acejotaemeros— a sus párrocos sino al jesuita que la Compañía de Jesús le nombrase como “asistente eclesiástico” (muy notoriamente Martínez Silva, su constructor en 1931 y “asistente eclesiástico” hasta 1937).

Y sí: los unécicos quieren debatir la historia mexicana y no se asumen de entrada antirrevolucionarios. Tienen una lectura posibilista —ha dicho y con razón Bernardo Barranco— de la Revolución mexicana y de sus frutos sociales.4 El habitus de la ACJM es harto distinto. En su estudio, Aspe detecta que en la ACJM se sigue puntualmente y de cerca, en los años cuarenta y cincuenta, antes y después de la extinción de la UNEC, el mandato de la Iglesia, una mezcla de disciplina y control con una suerte, dice Aspe, de “esencialismo subyacente”. Los acejotaemeros no han asumido, como los unécicos, la “irreversibilidad del mundo secular”. Dice Aspe:
Para los miembros de Acción Católica fue casi imposible remontar el sueño de una patria mexicana donde renaciera la cristiandad; los antiguos miembros de la UNEC no tuvieron problema en recibir el pluralismo como convicción de la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II; ellos mismos fueron la avanzada del catolicismo para un mundo plural.5


Juan Manuel Gómez Morin, hijo del fundador del PAN, ha dicho que no hubo, nunca, una relación personal de su padre con la jerarquía católica de México. “Con quien tuvo una relación duradera —dice— tal vez no muy frecuente pero sí importante, fue con el padre Ramón Martínez Silva. Con él compartía lecturas y discutía”.6 En 1937, Martínez Silva dejó la “asistencia eclesial” de la UNEC y dejó el país, pues fue llamado por la Compañía de Jesús a dirigir el seminario jesuita de Montezuma, en Nuevo México, Estados Unidos, hasta 1940.7 Lo que ha de subrayarse, en todo caso, es la cercanía de Gómez Morin, años después de la rectoría, con sus interlocutores unécicos en la universidad, incluido su “asistente eclesiástico” entre 1931 y 1937, el jesuita Ramón Martínez Silva.

Los unécicos verán siempre en Gómez Morin a un líder. Los estudiantes de la UNEC van a apoyar decididamente el esfuerzo autonomista del rector Gómez Morin. Diversos testimonios prueban que son ellos quienes convencen a Gómez Morin, años después, hacia finales de 1938, de retomar la idea de formar un partido e iniciar ya en definitiva el proceso de organización que desemboca en septiembre de 1939 con la creación formal de Acción Nacional. Los acejotaemeros de Acción Católica no apoyarán a Gómez Morin en el inicio de su aventura política en 1939 porque desconfían de un colaborador de Plutarco Elías Calles, el presidente anticatólico por excelencia. No es acejotaemera ni masiva la base católica juvenil del PAN en 1939. Es unécica y estrictamente universitaria. No será sino hasta los años cincuenta cuando muchos acejotaemeros abandonen las filas de Acción Católica y se sumen en masa al Partido Acción Nacional. Ello tendrá consecuencias para la pugna histórica entre los unécicos más intelectuales y abiertos y los acejotaemeros, más ideológicos y dogmáticos. Una pugna que antecede a la creación del PAN. Todos los presidentes de la UNEC en los años treinta serán panistas en 1939 o inmediatamente después: Manuel Ulloa Ortiz (1931-1934), Armando Chávez Camacho (1934-1936), Daniel Kuri Breña (1936-1938), Jesús Hernández Díaz (1938-1940), Luis Calderón Vega (1940-1942).8 Por el contrario, ningún líder juvenil de la ACJM de los treinta lo será.9 Unécicos panistas habrá muchos más: Juan Landerreche Obregón, Miguel Estrada Iturbide, Carlos Septién García, Carlos Ramírez Zetina, Luis de Garay, Gonzalo Chapela, Luis Islas García, Adolfo Christlieb Ibarrola, etcétera.

La UNEC argumentó siempre a favor de la política abierta y de la responsabilidad plena y en contra de los grupos secretos de jóvenes católicos como los tecos (de larga vida) y los conejos (de muy corta existencia). La lucha en contra del secretismo es el gesto más pluralista y antifanático del catolicismo unécico. Los conejos son dirigidos por la jerarquía eclesiástica e intentan penetrar sigilosamente a la UNEC para debilitarla por dentro. Carlos Septién García, destacado unécico, fue el principal argumentador en contra del secretismo “conejil”, en un artículo fechado el 12 de mayo de 1940:
El secretismo es el miedo a la responsabilidad… las velas amarillas y las cortinas negras, los juramentos ante un Crucificado —que murió por los pecados y no por los ridículos de los hombres—, son el ropaje con que se encubren una equivocada ambición de mando, una irresponsabilidad y un fanatismo… Toda esa táctica no es sino el secretismo masónico vuelto al revés... Y a la mentira y al engaño que son las armas del régimen y que son también las causas del largo malestar de México, le pretende combatir el secretismo con más mentira y con más engaño. Al disimulo de la izquierda, oponer el disimulo católico. A la mistificación marxista, la mistificación de derecha.10


Este es el típico lenguaje unécico. Muy claro, bien definido, muy aguerrido. Aspe prueba que los unécicos que se sumarán al PAN lo harán abierta, públicamente. El PAN nace para la política abierta en esa precisa época en que la efímera UNEC lucha en contra del secretismo católico.

Un partido solitario

¿Cuál hubiera sido la suerte de Almazán si el candidato del PRM hubiese sido el general Francisco J. Múgica? ¿Qué hubiera pasado con el PAN en aquel seguro aquelarre político? Obviamente, no tenemos respuesta. Lo cierto es que la candidatura moderada de Ávila Camacho debilita las posibilidades políticas de la candidatura de Almazán, a la que el PAN se había sumado (pese a la posición de Manuel Gómez Morin), y cuyo eje de integración era la resistencia al radicalismo cardenista. El PAN debe entonces asumir un arranque solitario como partido político. El empresariado del país, un potencial aliado de Acción Nacional como partido de oposición democrática, de centro-derecha, se acerca al avilacamachismo en su giro hacia el centro. El otro potencial aliado del PAN, ha dicho con razón Soledad Loaeza, el del mundo universitario, se pierde en definitiva con la candidatura en 1946 de Miguel Alemán y de su gobierno (1946-1952), pues el gobierno civilista de Alemán, primer universitario en la presidencia, va a convertir a la universidad en fuente privilegiada de reclutamiento para los cuadros del nuevo Partido Revolucionario Institucional (PRI, 1946) y para el gobierno de la República. Hacia finales de los cuarenta está, pues, el adiós en definitiva a la universidad como potencial bastión del proyecto político gomezmorinista. La clase media urbana se suma también al proyecto desarrollista y al “milagro” económico de la posguerra. Y, claro, se desmoviliza. Los potenciales aliados o están ya cercanos al gobierno posrevolucionario o están desmovilizados.asamblea

En 1946, el PAN logra llevar a la Cámara de Diputados a sus primeros cuatro diputados: uno del Distrito Federal, otro de Michoacán, de Aguascalientes y de Nuevo León.11 Esa primera diputación del PAN es capitaneada por Gómez Morin, presidente del PAN desde 1939 hasta 1949. Aquel pequeño grupo parlamentario presenta 21 iniciativas, de las cuales sólo siete se dictaminan y discuten en el pleno de la Cámara de Diputados. Se rechazan las siete.12 Los temas que abordan las primeras iniciativas de la historia parlamentaria de Acción Nacional se derivan de la agenda de preocupaciones de Gómez Morin (banco central, financiamiento para el desarrollo, agricultura, seguro social, instituciones para la democracia). La primera agenda legislativa del PAN no sigue, en modo alguno, la agenda de preocupaciones del mundo católico.

De cualquier modo, frente a la imposibilidad de que la propuesta panista transite en el Congreso, frente al desplome de los aliados potenciales en el empresariado y en la universidad, en particular, y en la clase media, en general, por el ajuste ideológico que suponen el avilacamachismo y el alemanismo, hacia finales de los cuarenta, ¿quién puede hacerse cargo de la dirigencia del PAN, quién puede seguir empujando la carreta, qué parte de la coalición original del PAN puede mantener el esfuerzo? Los católicos.

Gómez Morin pide en 1949 a un unécico, fundador del PAN en Michoacán, que tome la estafeta. Es Miguel Estrada Iturbide, quien no acepta por no poder dejar a sus clientes en el despacho de Morelia, por no poder mudar a la familia a la ciudad de México, en fin. Gómez Morin será entonces sustituido en la presidencia del PAN por un acejotaemero, Juan Gutiérrez Lascuráin, el diputado por el DF en la primera bancada del PAN en la 40 Legislatura (1946-1949). Pero dejemos que sea otro unécico michoacano, cronista e historiador del PAN, Luis Calderón Vega, quien cuente esta historia.


Con Juan Gutiérrez Lascuráin siguió en la secretaría por algún tiempo el licenciado Roberto Cossío que, al fin, la dejó para ocupar la dura silla de representante en la Comisión Federal Electoral. A Cossío sucedió en la secretaría general el Dr. Raúl Velasco Zimbrón [acejotaemero en los años del conflicto cristero]. Militantes los dos en el Partido, desde su fundación… pero tenían una procedencia ideológica muy diversa de la del grupo gomezmorinista… Habían pertenecido los dos orgánicamente y seguían perteneciendo con vínculo moral y estilo espiritual a la generación acejotaemera de la “cruzada cristera” de los años veinte. Por esta vinculación espiritual, algunos, dentro y fuera del Partido, cometen el error de juzgar que Acción Nacional, a través de estos dirigentes, se vinculó a los cuadros activos del catolicismo organizado.13


Después de la presidencia de Gutiérrez Lascuráin (1949-1956) vendrá la de Alfonso Ituarte Servín (1956-1959), acejotaemero también y, después, presidente de la Unión de Católicos Mexicanos, la UCM, es decir, la organización de adultos varones de Acción Católica; posteriormente, vendrá la presidencia de José González Torres (1959-1962), presidente de la ACJM primero y de Acción Católica después, en la década de los cuarenta. Calderón Vega trata con cuidado la figura de González Torres, hombre de intachable moral y apreciado por tirios y troyanos al interior del PAN. Con todo, no deja de señalar algunas características de “su grupo”:
José González Torres, eminente líder de las organizaciones católicas quien, llegado al Partido [en 1952] con criterios de corte clerical, se ha convertido en un político de línea independiente de todo grupo y ha alcanzado el respeto de todos. No puede decirse lo mismo de otros católicos de su grupo… Conservan sus criterios integristas, llenos de simplismos, incapaces de flexibilidad práctica que sin abandono de principios, hagan eficaces y oportunos éstos. Alrededor de ellos, después de Gutiérrez Lascuráin, se ha integrado un grupo que viene luchando, con miopía, por una política radical y combativa, pero angelista; leal, pero inoperante; llena de patriotismo, pero alejada de la realidad de México.


El punto es claro: al final de la década presidida por Gómez Morin (1939-1949), la tríada Gutiérrez Lascuráin/Ituarte Servín/González Torres va a dejar su impronta acejotaemera en Acción Nacional.14

En 1962, sin embargo, tomará la presidencia del CEN del PAN, apoyado decididamente por Gómez Morin, un unécico de finales de los treinta en la universidad: Adolfo Christlieb Ibarrola. “Un político nato —dice Calderón Vega— no un político improvisado”. El primer sello unécico de su política supone un giro radical: quiere y exige diálogo con el gobierno revolucionario. Tiene una lectura posibilista del cambio político y ello lo lleva a buscar interlocutores; encabeza al interior de su partido el rechazo a sumarlo a la Internacional Demócrata Cristiana; apoya decididamente la introducción de un sistema de representación proporcional en la Cámara de Diputados e impulsa su ampliación a todas las cámaras legislativas mexicanas, en las legislaturas de los estados y en el Senado, para llevar el pluralismo y la convivencia entre diversos a todos los espacios del debate legislativo; logra que el PAN por primera vez presente candidatos en casi la totalidad de los distritos electorales en las elecciones a la Cámara de Diputados; impulsa desde el liderazgo de su bancada en la Cámara de Diputados, y nuevamente en la lógica gomezmoriniana de la propuesta cuidadosamente “técnica”, un aumento significativo de propuestas legislativas: el PAN introdujo en la 46 Legislatura (1964-1967) 36 iniciativas, en abierto contraste con la década acejotaemera que presenta un puñado de iniciativas, y logra que 19 de ellas sean dictaminadas y llevadas al pleno, con lo que por primera vez en la historia posrevolucionaria mexicana el Congreso exploraba en serio la práctica del debate parlamentario bajo dinámicas pluralistas.15

Christlieb logra el reconocimiento más numeroso de triunfos municipales en la historia del PAN, incluidas por primera vez dos capitales estatales (Hermosillo y Mérida), que suponían la posibilidad de contar por primera ocasión con dos candidatos a gobernador realmente competitivos; publica cotidianamente sus ideas en Excélsior; impulsa cambios en los principios de doctrina del PAN para introducir las nociones de diálogo y pluralismo. Christlieb es un ideólogo y un político unécico de los pies a la cabeza.

Christlieb morirá en 1969. Gómez Morin en 1972. No es el momento para analizar qué fue de la apuesta política del joven político Christlieb apoyada por Manuel Gómez Morin. Tampoco lo es para estudiar la influencia en ese y otros momentos de Efraín González Luna, el intelectual católico panista por excelencia. Tampoco lo es para analizar cómo la ACJM de los cincuenta bajo la presidencia de Abel Vicencio Tovar (1955-1957), por ejemplo, no es la misma ACJM de los sesenta bajo la presidencia de Carlos Castillo Peraza (1968-1971). Ya en el PAN, el Abel Vicencio Tovar de finales de los cincuenta no es el mismo Abel Vicencio Tovar de finales de los ochenta, cuando se aleja políticamente de José González Torres, su maestro y guía de la juventud, pues ha optado por apoyar la política de diálogo del PAN con el gobierno después de las críticas elecciones de 1988. González Torres impugna esa política de diálogo, como impugnó en su momento la de Christlieb. Tampoco queda espacio para detener la atención en la ampliación de la coalición social del PAN a partir de 1982, tema cuidadosamente estudiado por Soledad Loaeza, ni el impulso de 1988 como punto de inflexión histórica para el PAN y para el régimen posrevolucionario mexicano. Lo que se quiere subrayar aquí es la compleja trama histórica entre unécicos y ajecotaemeros, antes de la existencia del PAN y durante sus primeras tres décadas de vida. Pero también se quiere aquí dejar de manifiesto la impronta del Gómez Morin universitario en la historia del partido que fundó en 1939. Queda para los biógrafos de Gómez Morin, que aún no han estudiado la vida del personaje después de 1939, el desciframiento cabal de esta compleja trama política al interior del Partido Acción Nacional.

Una apuesta civilizatoria

Gómez Morin reconoció que gran parte del corpus ideológico de Acción Nacional era de inspiración cristiana como “punto sustancial en la vida y el pensamiento de Occidente”. Una pieza clave, sin embargo, para entender el modo en que Gómez Morin concibe la relación del PAN con la religión católica, es una carta fechada el 9 de marzo de 1940, cinco meses después de que se fundara Acción Nacional, y dirigida a Alfonso López Cerrato, dirigente del partido en Sonora. Dice así en su parte conducente:
Por supuesto que al Partido pueden pertenecer todas las personas que honradamente estén de acuerdo con sus principios, independientemente de su condición religiosa. El Partido no es ni será jamás una organización confesional. Afirma solamente, al respecto, que el Estado no tiene ni puede tener dominio alguno sobre las conciencias, ni puede ni debe imponer ni combatir convicción religiosa alguna. Afirma, también, que es un elemento fundamental en la tradición patria la fe católica. La primera afirmación es un principio, la segunda es de hecho histórico, y ambas son innegables cualquiera que sea la profesión religiosa que se tenga.

Para nosotros lo importante ha sido, y será, lograr que se acabe en México esa absurda posición que ha envenenado nuestra vida pública a partir de la Independencia: la de creer que toda convicción religiosa, y especialmente la católica, constituye una “capitis deminutio”. Hacer que cuanto se refiere a la convicción religiosa personal o pública sea abierta, normal. Que el que cree en Dios pueda decirlo y obrar en consecuencia. Que no se substraigan más los problemas nacionales a la consideración del pueblo mexicano, tras el falso biombo de persecuciones religiosas artificiales. Que no se haga más de este asunto un motivo de obscurecimiento de la vida pública de México.

Los mismos católicos del Partido, que son muchos, tienen especial interés en que de ningún modo se mezclen los asuntos de su vida con la actividad política. Reivindican su derecho, como hombres y como ciudadanos, a tener una convicción religiosa; pero justamente porque la tienen, quieren que se mantenga alejada la acción política que es cambiante y de carácter siempre transitorio, de sus convicciones religiosas, que para ellos son efectivas y están ligadas con la eternidad. Ellos, los más ardientes católicos practicantes, piden eso: que se dé fin, resueltamente, para siempre, a una absurda política que, justamente a título de separación de la iglesia y el Estado, y a pretexto de laicismo, no ha hecho otra cosa que mezclar la política con los asuntos de la fe y hacer que el Estado tome una participación negativa, violenta, indebida, en un campo que no le incumbe, en asuntos que exceden de su función y de sus posibilidades, en cuestiones ante las cuales no le corresponde otra actitud que la de respeto sincero y cuidadoso, impuesto por su obligación de garantizar las prerrogativas personales y de organizarlas para el bien común.
Todos aquellos que acepten esta posición y los demás principios fundamentales de Acción Nacional, pueden ser sus miembros.16


¿No está aquí otra vez el alegato del rector Gómez Morin en relación con las libertades? ¿No está aquí nítidamente retratada una posición en relación con la libertad de creencias y la tolerancia religiosa? ¿No está aquí el liberalismo panista de Gómez Morin? El asunto es complejo porque en el debate mismo, durante la Asamblea Constitutiva de 1939, en torno al concepto de “Nación” en los principios de doctrina, se escuchan ecos del integrismo que asocian lo nacional a lo católico. Algunos panistas, hacia los años cincuenta, estarán todavía inmersos, ciertamente, en el modelo integrista. Gómez Morin no es, sin embargo, parte de esa cultura católica y nunca lo fue. Gómez Morin prefiere hablar de la religión católica como un “hecho histórico”, y no como eje central de la identidad de la nación. Que el Estado deje de atacar las convicciones religiosas, que los actores políticos compitan abiertamente y con la “técnica” produzcan políticas públicas y bienes públicos en este mundo. Que quien profesa una religión pueda ejercerla con libertad y sin pensar que la sociedad toda deba seguir, necesariamente, sus pautas de conducta y sus valores. Ésa es, efectivamente, la propuesta modernizadora de Gómez Morin. Soledad Loaeza lo ha puesto en claro: los católicos son, sí, parte de la coalición de Acción Nacional: Gómez Morin quiere sin embargo un partido político de católicos (“que los hay, y muchos”, dice Gómez Morin), pero no un partido político para católicos.

El partido no es ni debe ser para la religión porque la religión y la política no deben mezclarse, porque ambas se degradan si se mezclan. Aceptar el terrenal veredicto de las instituciones democráticas y constitucionales. Someter a los partidos, abiertamente, al escrutinio de los ciudadanos, responsabilizarlos ante ellos de actos u omisiones aquí en esta tierra. Gómez Morin admiraba la propuesta viable, la técnica al servicio del cambio posible, del “mejorismo”. Su apuesta política no era ni integrista, ni populista, ni radical. Fue una apuesta civilizatoria para la política de México.


Alonso Lujambio. Politólogo. Actualmente es secretario de Educación Pública.

En colaboración con Fernando Rodríguez Doval

Este texto reúne pasajes del libro la democracia indispensable de próxima aparición en dge/el equilibrista


Pies
1 Jean Meyer, La Cristiada, Siglo XXI Editores, México, 1973, tomo 2.
2 Archivo Manuel Gómez Morin, sección personal, subsección correspondencia. También sobre dicha correspondencia ver Mauricio Gómez Morin, “La hermandad recóndita de los vasos comunicantes. Correspondencia de Manuel Gómez Morin sobre Ramón López Velarde”, Boletín del Centro Cultural Manuel Gómez Morin, vol. 1, n. 1, 2007.
3 María Aspe Armella, La formación social y política de los católicos mexicanos. La Acción Católica Mexicana y la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, UNEC, Universidad Iberoamericana e Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, México, 2008, p. 405.
4 Bernardo Barranco, “La iberoamericanidad de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC) en los años treinta”, en Roberto Blancarte, compilador, Cultura e identidad nacional, El Colegio de México, México, 1988.
5 Aspe, op. cit., p. 406.
6 Entrevista Alonso Lujambio / Juan Manuel Gómez Morin, 4 de enero de 2005.
7 José Gutiérrez Casillas, Jesuitas en México durante el siglo XX, Porrúa, México, 1981, p. 555.
8 Luis Calderón Vega, Cuba 88. Memorias de la UNEC, Fimax, Morelia, 1956, passim.
9 Ignacio Galarza (1930-1931), José Márquez Tóriz (1931-1934), Luis Vargas Varela (1934-1936 y 1938-1940), Manuel Dávalos Lozada (1936-1938), Ignacio Soto Sobreyra (1940-1943). Sitio web de la ACJM.
10 Archivo Manuel Gómez Morin, vol. 4, exp. 47.
11 Luis Calderón Vega, Reportaje sobre el PAN (31 años de lucha), Ediciones de Acción Nacional, México, 1970.
12 Paola Martorelli, El lado azul de la Cámara. La actividad legislativa del Partido Acción Nacional, 1946-2000, ITAM, tesis de licenciatura en ciencia política, 2000.
13 La cita proviene de fragmentos inéditos del primer borrador de un capítulo de Reportaje sobre el PAN (31 años de lucha), publicado en 1970. El primer borrador del libro se conservó en el Archivo Manuel Gómez Morin.
14 Luis Calderón Vega, Humanismo vs. barbarie (30 años del PAN). Este es el título del primer borrador del Reportaje sobre el PAN (31 años de lucha). Archivo Manuel Gómez Morin, vol. 612, exp. 2111. En la versión final Calderón Vega corrige: en agosto de 1960, es Abel Vicencio Tovar quien sustituye a Raúl Velasco Zimbrón y asume la secretaría general del PAN, hasta diciembre de 1961. Su hermano Astolfo ocupó la secretaría entre diciembre de 1961 y mayo de 1966, cuando se distancia del entonces presidente del PAN, Adolfo Christlieb Ibarrola.
15 El PAN no logrará que la mayoría parlamentaria del PRI acepte nuevamente dictaminar sus iniciativas en comisiones y discutirlas abiertamente en el Pleno de la Cámara de Diputados sino hasta los noventa del siglo XX. Martorelli, op. cit.
16 La carta fue publicada por Luis Ernesto Flores Fontes en Sin prisa y sin pausa. Correspondencia de Manuel Gómez Morin con sonorenses, 1939-1949, Fundación Rafael Preciado Hernández, A.C., México, 2008, pp. 54-55

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