Será acaso que la falta de democracia durante décadas elevó indebidamente nuestro margen de tolerancia. Pudiera ser también la poca exigencia de los mexicanos hacia sus políticos provocada por los bajos niveles de escolaridad o la escasa participación ciudadana o el presidencialismo. Explicaciones hay, pero el hecho concreto es que la política nos está costando demasiado.
Nos cuesta no sólo por los muchos dineros institucionales que se tienen que canalizar a los 32 institutos electorales estatales más el federal; a ello hay que sumar el presupuesto de los 32 tribunales locales más el federal con sus salas regionales. El gasto de las decenas de millones de spots que se transmiten en tiempos de estado y que, para todo fin práctico, tienen un valor económico, que no ha sido contabilizado. El dinero que se destina a los partidos políticos es muchísimo y en ocasiones no sabemos a dónde va a dar. Lo peor es el resultado: una percepción ciudadana de una terrible falta de eficacia de los legisladores en particular. Pero no todos los costos los registra el presupuesto. Hay otros costos aun mayores. Quizá el más grave sea el costo de la politiquería que alude a situaciones futuras sin ningún sustento, el perverso futurismo.
En el 2009 la prensa está ya repleta de cálculos simplones sobre el 2012. Que si el PRI se encuentra demasiado bien posicionado como para correr el riesgo de aprobar una reforma fiscal que sea impopular. Que si el PAN no cuenta con figuras fuertes. Que si el PRD podría resurgir de sus cenizas y un largo etcétera.
El hecho concreto es que ese futurismo pretende justificar que no se tomen las decisiones necesarias para impulsar al País a una nueva etapa del crecimiento. Las decisiones importantes se posponen y se posponen argumentando un “costo político” que nadie quiere pagar. Pero ¿de verdad existe tal “costo político”? Cualquier reforma importante, por ejemplo una modificación constitucional, tendría que ser aprobada por los dos partidos mayoritarios, el PRI y el PAN, en ese orden. ¿Cómo cobraría el ciudadano ese “costo político”? ¿Acaso votando por el PRD? La tesis es insostenible. La mayoría de los panistas, allí están las cifras, nunca votaría por el PRD y sólo un grupo pequeño de los priístas lo haría. Las mayorías en este País se conforman ya por ciudadanos de centro que no militan en los partidos y que están dispuestos a cambiar su voto. Todo depende entonces de lo que ese ciudadano, que no responde a los gremios, sienta como efecto de una medida.
Si un ciudadano está enojado con un gravamen aprobado por el PRI y el PAN y decidiera votar por una tercera opción, el PRD, tendría que estar dispuesto a sacrificar su voto por la Presidencia. Con el 80% de la votación todo indica que sólo el PRI y el PAN están hoy en posibilidades de ganar la Presidencia. Todo lo demás es especulación pura. Un PRD en el sótano, dividido y sin un candidato fuerte, no parece una opción viable. Ese es el costo de los cacicazgos y las payasadas sin fin. El ciudadano ya habló al respecto el 5 de julio. Entre los dos partidos más fuertes hoy es imposible hacer pronósticos serios, de ahí lo absurdo de posponer decisiones.
En el 2000 Ernesto Zedillo gozaba de una amplia aprobación y la economía crecía al 7%. En enero de ese año el candidato del PRI llevaba una ventaja de más de 10 puntos porcentuales. ¡Y ganó el PAN con Vicente Fox a quien tres años antes casi nadie conocía! Hace seis años todo mundo hablaba de Creel, de López Obrador y de Montiel. A Felipe Calderón lo conocía algo así como el 6% de la población ¿quién es el Presidente hoy? Ese desconocido de entonces. En el 2009 es imposible hacer cálculos fundados sobre el 2012. Mucha agua habrá de correr todavía. Por eso quienes invocan ese futuro para no tomar decisiones son, en primer lugar unos ignorantes, en segundo unos comodines y miedosos que quizá tampoco tomarían una decisión así tuvieran la victoria en la mano.
El futurismo está paralizando a México. La decisión sobre quien gobernará este País a partir de 2012 se tomará en ese año. Tenemos dos años muy buenos para tomar las medidas, dolorosas algunas, que el País requiere. Demos a la política el espacio que merece pero no más. En el 2010 y en el 2011 los señores legisladores se deberían abocar a solucionar los problemas nodales: fiscal, laboral, seguridad, energía. Llegue quien llegue en el 12 más vale que las finanzas públicas sean solventes y que México esté creciendo. Que el País esté mejor en el 12 no imposibilita que la oposición pueda conquistar la Presidencia, de nuevo la buena herencia de Zedillo y el triunfo de Fox. Si las medidas se posponen quien llegue encontrará los actuales problemas pero agravados.
Qué tanto se puede avanzar en dos años. Mucho sería mi respuesta. El crédito se lo llevaría la política mexicana, crédito que buena falta le hace. Mucho, sobre todo si condenamos el inútil futurismo y primero se piensa en México. A trabajar.
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