No es genético, pero por momentos casi lo pareciera. En otras latitudes resultaría simplemente incomprensible. Va contra toda lógica ya no digamos de enriquecimiento, de llana supervivencia. Los primeros perjudicados somos nosotros y sin embargo no podemos contenernos. Me refiero a la infinita capacidad de destrucción de los mexicanos. Un rayón contra un automóvil ostentoso se puede entender, aunque no justificar: se trata de un acto resentimiento, la riqueza ofende en un País con millones de pobres. No sólo ocurre en México. Pero lo nuestro va mucho más allá. La capacidad de destrucción atraviesa todos los sectores sociales, no es regional, tampoco mejora con el nivel educativo. Está en el norte, en el sur, en las zonas habitacionales de ingresos bajos, medios y altos. La practican quienes están fuera del Gobierno y también dentro. Es una enfermedad crónica.
Niños que tiran piedras a los pájaros, campesinos que disparan a garzas y águilas por simple diversión, mujeres que maltratan muebles viales, jóvenes que dañan los asientos del Metro o del autobús donde tendrán que volverse a sentar. Bancos de las aulas que se convierten en proyectiles de juego, sanitarios destruidos a patadas aunque los requiera el propio agresor. El vandalismo urbano es muy conocido pero esa actitud es dramática hacia el medio ambiente. Árboles recién plantados que reciben un pisotón, infinidad de basura que todo mundo arroja incluso en los parques y bosques, en los lagos y mares. El que venga que arree, que limpie, que cargue con la reparación del daño, si ello es posible. La destrucción es un acto individual tolerado por todos. El daño deberá ser reparado a costilla de la colectividad. Como si la riqueza natural no tuviera límites, la usamos, la explotamos al máximo, con enorme miopía, sin importarnos las consecuencias posteriores. Pensemos en las bahías por ejemplo. La de Acapulco es fantástica, era orgullo de nuestro País. Hoy está contaminada, sucia, en un estado lamentable. Qué dieran muchos países por un espacio como Manzanillo. Pero en México nos damos el lujo de poner estaciones de servicio para los automóviles que descargan aceites y gasolinas en esas aguas. Vallarta no está mucho mejor. Se piensa que hay otras bahías por aprovechar, como si fueran infinitas. En lugar de conservar las que tenemos pensamos en algo nuevo, como si fueran desechables.
El Caribe mexicano y el Mar de Cortés son lugares de excepción. Sus riquezas naturales son apreciadas en todo el mundo no sólo por su belleza sino por la riqueza de su flora y fauna. Por fortuna la explotación turística del Mar de Cortés llegó en un momento en el cual hay mucha mayor conciencia, no es fácil que llegue a ser masiva y hoy hay muchos más ojos vigilantes de la zona. No ocurrió lo mismo con el Caribe. El éxito de Cancún atrae a cientos de miles de turistas y nos deja muy buenas divisas. Pero frente a Cancún está ese pequeño gran tesoro llamado Cozumel. Es un lugar de privilegio no sólo por la localización de la isla sino por los excepcionales arrecifes de los cuales está rodeada. En los años sesenta, cuando el sitio era prácticamente desconocido en el mundo, Jaques-Yves Cousteau ya realizaba investigación allí. Cozumel es considerada una joya mundial. Miles de buzos de todo mundo se acercan al sitio cada año para poder apreciar sus maravillas.
Hoy Cancún sufre el impacto diferido de dos meteoros terribles como lo fueron “Gilberto” en 88 y “Wilma” en el 2005. Pero también padece las consecuencias de una mala planeación y de los abusos de los intereses allí asentados. Las playas de Cancún necesitan ser recuperadas. El trabajo debe hacerse siguiendo criterios técnicos y no a las prisas de las temporadas altas del turismo. En el 2005 se invirtieron 50 mdd. Los expertos señalaban que la inversión debía ascender al doble para lograr una masa suficiente de arena que resistiera a los huracanes. Por supuesto las prisas dejaron el trabajo a la mitad y ahora de nuevo se necesitan invertir por lo menos 100 mdd, o sea que tiramos 50. Eso se llama falta de seriedad por parte de las autoridades.
Pero lo que verdaderamente subleva es que, contra las recomendaciones de expertos, se pretenda encontrar la solución en los bancos de arena de Cozumel. El asunto merece un debate serio y a profundidad. No podemos seguir mutilando a nuestro País. La posible destrucción de las riquezas naturales de Cozumel sería un verdadero crimen. Semarnat debe propiciar un debate abierto, sin prisas, en el cual se puedan exponer alternativas y los riesgos para la Isla. Alguien debe asumir la responsabilidad histórica y dar la cara en el largo plazo. Cozumel no es otro trámite burocrático. Secretarios entran y salen sin rendir cuentas, pero en esto el daño sería irreversible. Para el caso todos los mexicanos somos cozumeleños.
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