El pasado jueves se cumplieron 20 años de que Manuel Clouthier, Maquío, perdiera la vida en un accidente automovilístico. Evidentemente, cuando un personaje político de primer nivel fallece en condiciones anómalas, surge de inmediato la sospecha de que esa muerte haya podido ser inducida. Desde luego, las figuras públicas pueden y suelen ser víctimas de accidentes genuinos, pero tampoco es descabellado suponer que, en ciertas condiciones, puedan ser objeto de atentados disfrazados de contingencia. En el caso de Clouthier, en un primer momento no había motivos para suponer que el régimen vigente quisiera deshacerse de él; el peligroso, el latoso, el radical, era, en todo caso, Cuauhtémoc Cárdenas, quien no sólo abrió un boquete en el PRI —que jamás habría de cerrarse— sino que escatimó verosímilmente el triunfo a Carlos Salinas de Gortari. Clouthier, es cierto, también cuestionó la legitimidad del triunfo de Salinas, pero no se adjudicó la victoria, sino que pedía la anulación por no ser posible saber con certeza cómo habían votado los electores.
Pero resulta que Clouthier también representaba una piedra en el zapato del gobierno, y de una parte del PAN que deseaba establecer una alianza político-económica con Salinas (Diego Fernández de Cevallos y Carlos Castillo Peraza), pues el ex candidato presidencial deseaba cerrar filas con el PRD, no ideológicamente, sino estratégicamente, para presionar al PRI a un cambio profundo en materia democrática. Clouthier propuso, por ejemplo, un magno acto bipartidista PAN-PRD en el Zócalo, un día antes de los comicios de 1989 en Baja California y Michoacán. La dirigencia panista lo impidió. Salinas requería para legitimarse en los hechos una reforma electoral, discutida en 1989, que debería contar con aval del PAN, pero que al mismo tiempo preservara la hegemonía priista en el Congreso. Por lo cual, la reforma daba pasos atrás en lo que tocaba a la representación legislativa: el PRI podría obtener más diputados con menos votos, fórmula inaceptable para el PRD. El PAN había hecho un acuerdo con el PRD para no avalar tal regresión. Sin embargo, se divulgó que el PAN sí aceptaría esa fórmula. Dos semanas después, murió Clouthier. Y dos semanas después de ese hecho, el PAN confirmó su pacto con el PRI. La explicación del viraje la dio Juan Miguel Alcántara, entonces negociador del PAN en el Congreso: “La advertencia del PRI al PAN fue clara y tajante: hay acuerdo o continúan los ‘huizaches’… Uno debe entender que hay momentos en los que se debe negociar con los hampones” (19/X/89).
A Clouthier no le convenció ese argumento (que, en efecto, era absurdo). Allegados y parientes señalaban, tras su muerte, que Maquío no avalaría la reforma electoral y que amenazaba con desacreditarla públicamente. Laura Clouthier, hija del líder panista, declaró, sobre la reforma de 1989: “Definitivamente, esto no es lo que hubiera querido mi padre, porque no se trata de una reforma democrática” (16/X/89).
El día del accidente, me llamó la atención que la dirigencia del PAN descartó la tesis del atentado, cuando el peritaje oficial se dio a conocer hasta tres días después. ¿No era más sensato esperar los resultados del peritaje antes de pronunciarse? Pero la familia Clouthier no quedó conforme con esa versión y encargó otro peritaje a un despacho estadunidense, que le aseguró que no, que no había sido accidente. Por eso mismo Vicente Fox, pupilo político del Maquío —“mi padrino y el mejor ejemplo a seguir”— no quedó convencido de la muerte accidental de su mentor: “Estos cabrones lo mataron… Creo que nunca me quitaré la duda de que se trató de un crimen” (A Los Pinos, 1999). Pero la duda se esfumó durante su paso por el poder, pues al referirse a ese episodio en 2007, ya sólo escribió: “Los técnicos no encontraron prueba que confirme la teoría del asesinato; el análisis de la escena del crimen indicó que el camionero simplemente se había desviado hacia el tráfico que venía en sentido contrario” (La revolución de la esperanza, 2007). En su momento, Fox respaldó la posición de Clouthier: una alianza estratégica con el PRD para empujar la democracia. En cambio, condenaba la de Fernández de Cevallos: aliarse al PRI para respaldar el modelo económico vigente, relegando por ende la democratización. Ya en el poder, Fox cambió de chaqueta.
Allegados y parientes señalaban, tras su muerte, que no avalaría la reforma electoral.
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