Gracias a la última reforma constitucional en materia electoral, los partidos tienen asegurados sus elevados fondos, pase lo que pase, haya dinero o no, haya crisis económica o no. Por ello es bienvenida la propuesta del PAN de reducir en 50 % el financiamiento partidario, a lo cual el PRD y el PRI respondieron con argumentos elusivos para no ceder en ello. Si bien después han planteado que, si acaso, dicho recorte debe ir acompañado de recortes en la burocracia federal. Pues tanto mejor. A ver qué responden a eso el PAN y el gobierno. En todo caso, mientras la fórmula no cambie, los partidos seguirán sirviéndose con la cuchara grande. Ahí está el PRI, gracias a cuyo éxito electoral recibirá el año próximo (que no es electoral) 75 % de fondos más de lo que obtuvo este año (electoral); nada menos que 960 millones de pesos, dos millones y medio diarios. Al PAN no le irá tan mal, pese a su descalabro; dos millones y medio diarios. Y el Partido Verde recibirá 770 mil pesos cada día. Nada mal para lo que a cambio ofrece ese negocio familiar.
Según un estudio de la Universidad de California, el voto en México es 18 veces más alto que el promedio en América Latina en términos de financiamiento público, pues cada sufragio en México cuesta 17 dólares, en contraste con los 29 centavos de dólar en Brasil; 41 centavos de dólar en Argentina; 2 dólares en Colombia y 4 dólares en Uruguay, Panamá 5 y República Dominicana 7. El promedio de gasto electoral en Latinoamérica es de 123 millones de dólares, contra 465 millones aquí. Casi cuatro veces más. Pero la eficacia y confiabilidad de nuestra democracia electoral no es cuatro veces superior a la de esos países. Se dice que, gracias a la reforma electoral, el costo de cada voto disminuyó (pues el costo directo de la publicidad se transfirió a los tiempos fiscales y oficiales del Estado en los medios electrónicos). Así es. Comparado con la elección intermedia de hace seis años (que por el tipo de elección y el semejante nivel de participación electoral, es el referente), lo que se dio a los partidos para sus campañas (con todo y gastos de operación) fue cuatro mil 800 millones de pesos en 2003, frente a tres mil 740 millones este año. A partir de lo cual, el precio de cada voto emitido pasó de 188 en 2003 a 116 este año. Cada voto por el PRI, en concreto fue de 330 en 2003, y 116 en este año. Respecto del voto panista, la relación es de 156 a 108 en el mismo lapso. Y en el caso del PRD, se pasó de 120 pesos por cada voto, a 150 pesos. Es decir, la reducción del precio de cada voto en general, derivado de la disminución de fondos que se dieron a los partidos, no implica una reducción automática en el precio del voto para cada partido. Y por eso mismo, los partidos más pequeños resultan relativamente más caros; los fondos que reciben son muy superiores a su desempeño electoral (por la pequeña cantidad de votos que reciben). Así, el costo por cada voto por el Partido de la Sociedad Nacionalista, en 2003, fue de… 2 mil 820 pesos, es decir, ocho veces más caro que cada voto por el PRI. Y en 2009, el voto más caro fue el del PSD, 550. Bajo el mismo criterio, cada diputado del PRI costó 305 mil pesos; cada uno del PAN, 725 mil, y cada uno del PRD, 877 mil. Y eso, sólo para que llegaran a su cargo.
Desde luego, esos costos se elevan significativamente si se consideran otros gastos del sistema electoral, por ejemplo, el voluminoso presupuesto del IFE, que gastó casi lo que se ahorró de publicidad partidaria, en el ineficaz y oneroso monitoreo. El presupuesto de ese otro elefante blanco en 2003 (incluyendo el financiamiento a los partidos), fue de 11 mil millones, en tanto que este año el presupuesto del IFE fue de 12 mil 880. De lo cual se infiere que cada voto emitido costó 412 en 2003 y 371 en este año. No fue mucha la disminución: 10%. Al erigirse un sistema electoral tan caro en México en 1996, se nos dijo que era indispensable para tener una democracia electoral eficaz, confiable, para remontar la endémica desconfianza hacia los comicios electorales. Pero, se dijo también, que conforme creciera y se afianzara esa confianza electoral, podría ir disminuyendo su enorme costo. El problema es que la confiabilidad, lejos de crecer, se ha ido reduciendo. En efecto, no todos piensan lo mismo que Vicente Fox, cuando al concluir la opaca e incierta elección de 2006, dijo que: “El mexicano, es el sistema electoral más moderno, mejor estructurado y más eficiente del mundo” (NYT, 15/ago/06). Lejos de eso, nuestras elecciones son muy caras y no del todo confiables. El peor de los dos mundos.
Por viaje, esta columna volverá a publicarse el lunes 9 de noviembre.
Mientras la fórmula no cambie, los partidos seguirán sirviéndose con la cuchara grande.
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