20 de septiembre de 2008

Los partidos mexicanos

Amy Glover

Tan cerca del pasado y tan lejos del mercado. Un análisis de la situación actual de los grandes institutos políticos y sus desafíos para 2009.

México está inmerso en una democracia dominada por partidos que prácticamente carecen de ideología. Quizás esto no sería tan grave si no pareciera también que son incapaces de comunicar coherentemente una visión de futuro para la nación.

PARTIDO ACCIÓN NACIONAL.
El nuevo establishment
Recientemente, el presidente Felipe Calderón anunció su apoyo al control de precios en los alimentos, argumentando que para evitar los cambios abruptos en las condiciones económicas del mercado se requiere ‘la guía del gobierno’. Si Adam Smith viviera, seguramente se estremecería de sólo pensarlo.

La decisión, presentada como una panacea para el problema generado por las fuerzas del mercado internacional, podría parecer extraña a primera vista, ya que el Partido Acción Nacional (PAN) es, supuestamente, un partido de derecha, pero los rótulos ideológicos en la política mexicana pueden ser muy engañosos. En realidad, México no tiene un partido que defienda los principios liberales.

El PAN nunca ha demostrado su amor incondicional por los mercados, si bien por mucho tiempo el partido ha estado asociado con los intereses empresariales institucionalizados. Dado el problema permanente de los monopolios en México, está claro que el apoyo a las grandes empresas no necesariamente se traduce en un compromiso con las soluciones de libre mercado, tema generalmente promovido por la derecha, pero más recientemente también favorecido por los gobiernos socialdemócratas del mundo.

De montessori a la microgestión
Al asumir su mandato, el presidente Calderón quiso disipar la idea de que su gobierno estaría regido por la improvisación, como el del ex presidente Vicente Fox. Sin embargo, las pruebas recientes sugerirían que el mandatario ha optado por la microgestión.

Calderón confía casi exclusivamente en un grupo muy cerrado de amigos que no se distinguen por su sabiduría política o su efectividad. Además, tiene fama de ser intolerante con quienes no están de acuerdo con él.

Calderón ha evitado, erróneamente, acercarse a los miembros de su propio partido en el Congreso para llevar a buen término su agenda de reformas. A lo mejor, la decisión de remover a Santiago Creel como líder del PAN en el Senado fue necesaria –e, incluso, tardía–, pero la manera en la cual se llevó a cabo generó asperezas que pudieron haberse evitado con un poco de tacto político. Dadas las divisiones partidarias en el Congreso, seguramente el presidente debería aprovechar cualquier apoyo que pueda obtener, porque no queda la menor duda de que la agenda de reformas en México es de la más alta prioridad.

¿De derecha, de centro o PAN con lo mismo?
Muy probablemente, los fundadores del PAN se horrorizarían de sólo pensar en ser considerados como el partido del establishment. Después de todo, el partido se especializó en jugar el papel de la oposición durante las décadas de gobierno del PRI. Pero también es útil recordar que Acción Nacional ha estado en el poder durante ocho años, y quedan cuatro años más por delante para gobernar. El partido pasó de ser un observador externo profesional, a convertirse en el prototipo del partido del poder.

En una entrevista reciente con El País, el presidente Calderón dijo que no se considera un político de derecha, sino más bien de centro; una valoración razonable. También podría describirse a Calderón como un presidente pragmático –una característica distintiva del político mexicano– tal como lo sugiere su decisión de apoyar los controles de precios. En realidad, su acuerdo con los productores de alimentos se parece enormemente a los pactos del PRI de antaño. Nada nuevo bajo el sol.

PARTIDO REVOLUCIONARIO INSTITUCIONAL
Simplemente institucional
Las décadas de gobierno del PRI llegaron a su fin hace ocho años, pero el partido en sí sigue vivo y gozando de buena salud. El Revolucionario Institucional tiene 18 gubernaturas y la capacidad de ejercer gran influencia en el Congreso.

Es probable que el tricolor muestre su poderío en las elecciones parciales de 2009, cuando los electores manifiesten su hartazgo con el PAN y le den la espalda al radicalismo del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Entonces, ¿qué significa ser priista?

Y orgulloso de serlo
Vale la pena recordar que bajo el sistema autoritario encabezado por el PRI, los opositores eran bienvenidos al redil para comprar su silencio o su cooperación. Si usted quería trabajar para el gobierno, para la prensa o, incluso, en ciertos ámbitos empresariales, tenía que pasar la prueba de lealtad con los operadores del tricolor. La independencia se pagaba a un altísimo precio personal, que variaba desde amenazas hasta la ignominia, pero lo más importante era que implicaba quedar aislado de considerables rentas públicas alrededor de las cuales giraba la economía.

Algunos creyeron que con la salida del PRI florecería la democracia, pero todavía está en juego la transición hacia una democracia plena, ya que la sociedad civil apenas comienza a asomarse por debajo del dilapidado cimiento del corporativismo.

El PRI nunca ha tenido un gesto ni siquiera cercano a una disculpa por haber limitado la democracia en México o por las numerosas crisis económicas durante sus años en el poder: no ve la necesidad de hacerlo. Si usted quiere hacer rabiar en serio a un priista, simplemente mencione a Ernesto Zedillo en una conversación, y la palabra ‘traidor’ no tardará en aparecer. En realidad, muy probablemente, él fue el mejor presidente que haya tenido México, precisamente porque tuvo el valor de creer que la democracia podía funcionar. Por esto, su partido lo ridiculizará por siempre como un traidor, aunque la historia lo juzgue con más amabilidad.

El poder por el poder mismo
Entonces, ¿qué representa el PRI de hoy?, ¿un partido de izquierda o de derecha?, ¿cuál es su agenda? No existe una respuesta clara y ni siquiera sus líderes pueden ofrecer una explicación coherente a estas interrogantes. Lo que dirán los políticos del PRI, con una sonrisa orgullosa, es que ellos son expertos en gobernar. En realidad, esta opinión la comparte una amplia franja de la población. El orden –independientemente de los medios que se usen para lograrlo– puede ser un rasgo bienvenido en un mundo caótico, y los mexicanos están cansados –y con razón– de sentirse tan vulnerables, lo cual explica la nostalgia en torno a la certidumbre del autoritarismo.

Por lo tanto, el PRI evita enfrascarse en debates ideológicos y se apoya en su reputación de ‘gobernante eficiente’. Quizás esto parecería una contradicción a la luz de su historia, pero ¿qué se puede esperar de un partido cuyo nombre –Partido Revolucionario Institucional– es en sí una especie de contradicción?

Lo peor que podría hacer el PRI sería dormirse en sus laureles y confiar en la ineptitud de sus contrincantes. Los recuerdos de los abusos del pasado están frescos en la memoria del pueblo, y para lograr votos no basta con presumir su currículo de ‘administrador efectivo’: el partido debe explicar su visión sobre el futuro de México. Si el PRI quiere recuperar las glorias del pasado, necesitará restructurarse como el partido del futuro.

PARTIDO DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA
La democracia es lo de menos
El Partido de la Revolución Democrática fue fundado hace 19 años por miembros disidentes del PRI, algunos de los cuales, como Cuauhtémoc Cárdenas, buscaron promover una mayor democracia en México. Hoy, el PRD está en medio de una severa crisis de identidad. Lejos de ser un partido político unido, está pulverizado en feudos personales.

El PRD oscila entre participar en las instituciones políticas y actuar como un agitador externo. No olvidemos que muchos de los políticos del sol azteca, como la diputada Ruth Zavaleta, se enfrentan a la difícil tarea de gobernar mientras que otros están empeñados en generar obstáculos a toda propuesta, como Andrés Manuel López Obrador.

Sólo falta la guillotina
A menudo se escucha hablar del PRD como un partido de izquierda, pero esta caracterización no debería confundirse con una tendencia socialdemócrata. Si bien algunos dentro del instituto político comparten estos valores, López Obrador representa algo completamente distinto.

El autodenominado ‘presidente legítimo de México’ cree que el país lo necesita más a él que a los procesos democráticos. No necesita a las instituciones porque habla en representación del pueblo, e interpreta su voluntad a través de su propia bola de cristal –o al pedirle que levante la mano en señal de aprobación durante marchas masivas–. López Obrador sostiene que los desafíos de México son diferentes a los de otros países, concepto conocido como el ‘excepcionalismo mexicano’, dentro del cual el conocimiento y las tendencias globales pasan a ser irrelevantes.

Contrariamente a la creencia popular, López Obrador es, en realidad, un hombre de extrema derecha que no reconoce a sus contrincantes políticos como actores legítimos, y tampoco defiende el cambio sino que se dedica a defender las virtudes del statu quo.

A pagar los platos rotos en 2009
No hay duda de que el PRD ha perdido credibilidad entre los electores, ante los numerosos actos de obstaculización orquestados por López Obrador y sus secuaces, como por ejemplo, secuestrar el Congreso durante varias semanas. En realidad, los mexicanos somos gente práctica y las provocaciones no le han generado nuevos adeptos al perredismo. Es probable que la percepción de que el PRD es mejor para organizar protestas callejeras que para gobernar tenga un impacto en la mente de los electores cuando vayan a votar en las elecciones de 2009. Por lo tanto, resulta razonable apostarle a que el PRD volverá a ser la tercera fuerza política del país.

Se busca una izquierda moderna
Es poco probable que el electorado mexicano elija algún día a López Obrador como su presidente. ¿Por qué? Su discurso de descontento repercutió en los votantes en el 2006 y mucha gente que antes no hubiese votado por el PRD lo apoyó. Sin embargo, un alto porcentaje de esa gente se ha venido decepcionando con su postura radical y no parece haber manera de reparar ese daño. Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno de la Ciudad de México, también tiene esperanzas presidenciales, aunque queda claro que gobernar tiene sus riesgos, tal como lo demuestra la desgarradora tragedia del News Divine.

México necesita un partido de izquierda sólido, basado en ideas que promuevan, efectivamente, la justicia social y económica. Actualmente, lejos de promover políticas alternativas, el PRD está enredado en una lucha de destrucción interna y se ha enlodado en el culto a la personalidad. Esto no ayuda a nadie, y mucho menos a los mexicanos que menos tienen.

Un llamado a avanzar
La democracia no es algo que se logra sino más bien un objetivo hacia el cual se debe trabajar de manera constante. México necesita un liderazgo que esté por encima de las peleas internas de los partidos y que ofrezca ideas y soluciones. Los partidos políticos deberían participar en debates y ofrecer sus visiones alternativas en cuanto a cómo promover el desarrollo sustentable, competir globalmente y brindar más oportunidades a las futuras generaciones.

Como ciudadanos necesitamos exigir estas soluciones de nuestros líderes, y encontrar nuevos mecanismos para participar activamente en la vida política del país. Actualmente, los partidos políticos operan como pirañas en una pecera; los ciudadanos están afuera y presencian este triste espectáculo, preguntándose cuándo se enfrentarán los retos fundamentales que encara la nación.
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