3 de agosto de 2009

Lo que Haití puede enseñarnos sobre Honduras

Mary Anastasia O'Grady

En octubre de 1994, el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, utilizó las fuerzas armadas estadounidenses para forzar a Haití a que volviera a recibir al ex presidente Jean Bertrand Aristide, un populista intolerante que había sido derrocado en un golpe de Estado tres años antes. Al pueblo haitiano no le fue bien durante la década de tiranía y corrupción que siguió a la intervención de EE.UU. Pero a demócratas clave, que se convirtieron en socios de negocios del gobierno de Haití, sí les fue bien.

Este triste capítulo de la política exterior de EE.UU. es un recordatorio de las inmortales palabras del estadista francés Charles Talleyrand: "Los países no tienen amigos, tienen intereses". El gobierno de Clinton tenía intereses en Haití. Y eso es algo que vale la pena recordar en un momento en que el presidente Barack Obama, desafiando toda lógica, insiste que Manuel Zelaya, un aliado de [Fidel] Castro, sea restituido en la presidencia de Honduras.

Aristide, electo por vía democrática, asumió el poder en febrero de 1991. Cuando la legislatura nacional consideró una moción de censura contra su primer ministro, René Préval, en agosto, instó a sus partidarios a salir a las calles. Las turbas incendiaron propiedades y amenazaron a miembros de la oposición. La agencia de noticias Associated Press citó al vicepresidente de la Cámara de Diputados diciendo que muchos diputados tenían "miedo de dormir en sus propias casas". Después de varias semanas de terror, Aristide fue expulsado de su cargo por los militares y se exilió en Washington.

Los activos de Haití en EE.UU. fueron congelados, pero el entonces presidente George H. W. Bush se los facilitó a Aristide con el argumento de que era el presidente legítimo. La mayor fuente de divisas eran los ingresos al monopolio telefónico, Haiti Teleco, por parte de operadores estadounidenses que llevaban llamadas a sus destinos en el país. A mediados de 1994, la legislatura de Haití sostuvo que tenía pruebas de que, hasta el 15 de abril, Aristide había retirado US$49,9 millones de la cuenta telefónica, que originalmente contenía US$53 millones.

Una vez restituido al poder, Aristide gobernó Haití por una década, ya sea como presidente o como el poder detrás del trono durante la presidencia de Préval. No fue hasta que fue expulsado del país por segunda vez, en 2004, que los haitianos pudieron documentar que su gobierno había estado haciendo negocios en telecomunicaciones con estadounidenses cercanos a Clinton.

Los haitianos se habían quejando conmigo desde finales de los años 90 sobre la relación entre Haiti Teleco y una compañía llamada Fusion Telecommunications. Afirmaban que Fusion estaba ligada al representante demócrata Joseph P. Kennedy II, un vociferante defensor de Aristide, y que en lugar de pagar la tasa estándar que todos lo operadores estadounidenses debían abonar, estaba recibiendo un precio especial. La compañía ni siquiera admitía que operaba en Haití. De lo que sí tuve constancia en esos momentos era que Fusion estaba dirigida por Marvin Rosen, ex director de finanzas del Partido Demócrata. Kennedy integraba el comité. También estaban Thomas "Mack" McLarty, ex asesor de Clinton, y Ray Mabus, ex gobernador demócrata del estado de Mississippi.

La ruta de las telecomunicaciones ente EE.UU. y Haití es una de las de mayor tráfico en el hemisferio. Sin embargo, sucedieron cosas extrañas cuando traté de averiguar sobre el negocio de Fusion en Haití.

Lo contratos con monopolios extranjeros son supuestamente información pública en la Comisión Federal de Comunicaciones de EE.UU. (FCC), pero cuando pregunté por el documento de Haití, me dijeron que había desaparecido. La FCC solicitó a las compañías duplicados de los contratos para poder volver a crear el archivo público, pero Fusion fue a la corte para evitar que yo viera su acuerdo. Yo gané esa pelea.

El contrato de Fusion muestra que aunque la tasa acordada para terminar llamadas en Haití era de 46 centavos por minuto, Fusion pagaba sólo 12 centavos. Cuando vi el contrato, de inmediato pensé cómo los pedidos de ayuda a EE.UU. durante la década de abusos de Aristide fueron desoídos. Entonces pensé en Talleyrand.

La crisis constitucional en Honduras es muy diferente al caso de Haití en el sentido de que las fuerzas armadas hondureñas nunca estuvieron al mando. Cuando Zelaya fue deportado, la presidencia fue traspasada, como estipula la constitución, al presidente del Congreso. El partido de Zelaya aún gobierna el país.

No obstante, hay importantes lecciones de la política de Bill Clinton hacia Haití que son válidas para Honduras. Una es que Estados Unidos es más que capaz de juzgar mal una crisis constitucional y respaldar al hombre equivocado. Cuando lo hace, no existen garantías de que eso rectificará el problema.

Otra lección de Haití es que un déspota caribeño puede ofrecer buenas condiciones para los inversionistas extranjeros. Desde el episodio de Haití, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, también ha cortejado a los demócratas. Le da a la empresa de Kennedy, Citizen's Energy, combustible para calefacción a precio de descuento, que el ex representante de Massachussets distribuye a los pobres para pulir la imagen de los demócratas. No importa que los venezolanos sufran bajo el chavismo.

Esto es algo a tener en cuenta en un momento en que el gobierno de Obama propone que el embargo EE.UU. a Cuba sea modificado para que los estadounidenses puedan invertir en su sector de telecomunicaciones. No está claro cómo serán otorgados esos contratos. O qué tendría que hacer uno para incrementar sus probabilidades de ser considerado en la competición.

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