En diversas democracias del mundo, las alianzas y coaliciones partidistas tienen lo mismo un sentido pragmático (facilitar el acceso al poder) que uno ideológico (fortalecer un determinado programa compartido entre los aliados). Así, si bien es comprensible y racional que dos o más partidos que comparten esencialmente un eje ideológico se coaliguen para vencer a un partido o bloque antagónico, resulta absurdo que lo hagan con sus antagonistas ideológicos, sólo con el fin de acceder más fácilmente al poder o incrementar el número de sus curules. En los regímenes parlamentarios con multipartidismo, la coalición con otros partidos llega a ser un imperativo, pues, salvo excepciones (como España), no es posible formar gobierno a partir de un solo partido si éste no cuenta con la mayoría absoluta de diputados. Pero cuando se forman tales coaliciones de gobierno, la norma es que lo hagan con partidos programática e ideológicamente afines, tras pulir sus naturales diferencias (que no suelen ser demasiado profundas). Sólo cuando se trata de derrotar a un partido hegemónico o dominante —por mantener éste posturas cerradas y autoritarias— se forman amplias coaliciones con partidos de dulce, de chile y de manteca. El propósito en tales casos es remover a ese partido dominante, así sea provisionalmente, para empujar reformas que permitan mayor apertura y equidad políticas (así sucedió en Japón en 1993 y en Suecia en 1976). Pero, en condiciones normales, las coaliciones de gobierno se dan casi exclusivamente entre partidos ideológicamente afines.
En México, un régimen presidencial, pero ya multipartidista desde hace algunos años, no hubo a nivel federal una alianza formal entre la oposición con ideología distinta, es decir el PAN y el PRD (o antes, con el PMS o el PSUM). Los intentos de hacerlo tanto en 1997 como en 2000 fracasaron, pero eso no impidió que el PRI perdiera su mayoría absoluta en la Cámara baja, primero, y el Poder Ejecutivo, más tarde (aunque esto último se logró gracias a una alianza informal entre el PAN y varios electores de izquierda que emitieron un “voto útil” para remover al PRI de la Presidencia). Pero una vez lograda la alternancia, difícilmente se justifican las alianzas extraideológicas (es decir, estrictamente pragmáticas) en aras de derrotar a un partido hegemónico. Ahí donde el PRI lo seguía siendo (en algunas entidades, pero cada vez menos), se hicieron alianzas a nivel estatal entre PAN y PRD; por ejemplo, en Yucatán, Chiapas (donde la coalición logró ganar) y Oaxaca (donde el PRI se mantuvo, pese a ello). El partido más pequeño en tales coaliciones en realidad no ganó nada significativo, salvo quizás el gusto de ver derrotado al PRI.
Pero permanece la tentación de formar alianzas entre los partidos mayores, de manera diversa y en distintas entidades, lo que da lugar a ensaladas que ideológicamente no tienen sustento. El PRD recién removió los candados que le impedían aliarse electoralmente con quienes desde hace tiempo considera fuertes adversarios ideológicos: el PAN y el PRI (el famoso “PRIAN”, en otras palabras). Pero la corriente orteguista logró imponerse el fin de semana pasado para abrir la posibilidad de forjar alianzas con alguno de esos partidos, según las condiciones lo aconsejen. La defensa de tal eventualidad a veces resulta surrealista. El senador René Arce defiende por ejemplo esas alianzas, pues así se podrá resistir mejor el empeño del narcotráfico por penetrar las campañas electorales (¿?). Coincido en cambio con la corriente del PRD que ve inútil plantear alianzas con el PAN, a estas alturas. En ese tenor, está el diputado Antonio Soto Sánchez, cuando afirma: “La izquierda no puede aliarse con la derecha, porque no se trata de llegar al poder a toda costa”, lo que provocará que “el PRD pierda su visión de izquierda”. Y, sin embargo, ese mismo legislador deja abierta la puerta para aliarse con el PRI, pues “todavía tenemos algunas similitudes” (23/sep/08). Tampoco veo sentido en dicha alianza exclusivamente para destronar al PAN ahí donde éste gobierna.
El PAN, por su lado, asume una postura ideológicamente congruente, que no siempre ha practicado. Dijo su dirigente, Germán Martínez Cázares: “No veo probable (una alianza) ni con el PRD ni con el PRI, porque tenemos programas distintos y pensamos de una manera distinta”. Pero no todos los miembros de ese partido opinan igual. El diputado Gerardo Priego, por ejemplo, ve conveniente alianzas incluso con el PRD ahí donde el PAN es débil: “Hay estados donde nosotros tenemos muy poca presencia y ahí podríamos discutir con otros partidos donde podemos ver esta asociación para tratar de poner un candidato común” (23/sep/08). Si en cada entidad gobernada por un partido, los otros dos se aliaran sólo con el fin de removerlo, entonces la lógica de la contienda electoral sería lo que siempre se niega; “Quítate tú para ponerme yo” o, peor aún, “Quítate tú, aunque no pueda ponerme yo”.
Y es que con las alianzas puramente pragmáticas, los partidos parecen decirnos: “Quiero tu voto, no tanto para promover nuestro programa e ideario o frenar el de nuestros adversarios. Ese es el pretexto con que justificamos nuestra existencia y privilegios. Lo que en realidad nos interesa es incrementar nuestra presencia política, así como nuestro financiamiento público (emanado de tus impuestos) y, por supuesto, nuestra impunidad por los abusos que cometemos (pues mientras mayor nuestro poder, mayor nuestra impunidad). De ahí que tu sufragio nos resulte particularmente importante, aunque a ti no te reporte gran cosa”. Con tal mensaje se invita al elector medianamente consciente e informado a no contribuir con su sufragio a incrementar el poder, los recursos y las prebendas de tan cínicos contendientes.
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