Tarde o temprano, los jefes de gobierno truenan contra los medios cuando no proyectan las imágenes e ideas que quisieran proyectar o que están convencidos de que existen. Incluso tratándose de gobernantes demócratas (o mejor dicho, que predican la democracia públicamente, que no es lo mismo), los medios suelen exasperarlos si los sienten demasiado críticos. De ahí la histórica tentación de los gobernantes de controlar a los medios. Decía Napoleón: “La prensa debe estar en manos del gobierno, debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del imperio las sanas doctrinas de los buenos principios”. Los gobernantes prefieren que los medios funjan como caja de resonancia de sus convicciones e intereses.
Es cierto que, en más de una ocasión, los medios, en su libre ejercicio de la crítica, exageran los hechos, no pocas veces los distorsionan con intencionalidad política, amarillismo e irresponsabilidad. “La prensa es una boca forzada a estar siempre abierta y a hablar siempre. Por eso, no es de extrañar que diga muchas más cosas de las necesarias, y que a veces divague y se desborde”, decía el escritor Alfred de Vigny. Y Tocqueville afirmaba que “sólo alterando o desnaturalizando los hechos es como el periodista puede dar a su opinión alguna influencia”. El enojo de los aludidos, en tal caso, es justificable. Pero la molestia gubernamental se da también cuando la crítica es justa o si la proyección de la realidad es acertada (esa valoración es siempre subjetiva, pues la mayoría de las veces los gobernantes consideran cualquier crítica como injusta o excesiva).
En dicho enojo cayó varias veces Vicente Fox, cuando los medios se negaban a refrendar su fantasiosa imagen del país. Incluso alucinó que los medios lo querían “tumbar” (cuando nadie lo sugirió siquiera). Prefería incluso cerrar los ojos. En una entrevista, se le preguntó: “¿Qué siente cuando se levanta, lee los periódicos y hay críticas hacia usted?” y respondió: “¿Qué pienso cuando no los leo? Salgo feliz a mi trabajo” (El Universal, 9/oct/05). Clara expresión de su resentimiento hacia la crítica. Felipe Calderón empieza también a cuestionar a los medios su cobertura sobre la inseguridad que nos sofoca, pues “tratan de eliminar todo resquicio de esperanza de los mexicanos” (5/sep/08). Y durante su recorrido por los medios, la semana pasada, detalló algunas razones de su molestia. Dijo, por ejemplo, que los medios se han convertido en escuela de delincuentes, así lo hagan involuntariamente, al difundir los detalles de los crímenes: “Se sabe por los medios de comunicación cuál es el modus operandi (de la delincuencia). Ya se sabe cómo se secuestra a las víctimas y cómo se les retiene y cómo se pide un rescate y cómo se les entrega, en fin… ¡vaya!, hasta se difunde esta práctica y hemos encontrado bandas que son realmente ocurrentes, que por efecto de imitación entraron a este absurdo” (2/sep/08). Ciudadanos normales pero con necesidades económicas o ambición desmedida de dinero, observando los medios, aprenden el know how del secuestro y deciden incurrir en ese delito con el entrenamiento recibido “a distancia” por los medios. Interesante tesis.
Felipe considera igualmente que los medios hacen el juego a los narcotraficantes al difundir sus atentados, sus asesinatos y divulgando las feas imágenes de cuerpos mutilados: “Hemos pedido a los medios no caer en la propia estrategia comunicacional del crimen organizado, que también libra contra nosotros una guerra mediática”. Los medios cometen “el error de engancharse precisamente en su propia lógica mediática (de los capos)”. Ese reclamo puede ser en muchos casos justo. Es un tema que los propios medios han discutido y desde luego deben trazar una frontera entre su deber de informar lo que sucede, sin ocultarlo a su audiencia, y favorecer a los criminales en sus fines de proyección mediática. Calderón reclama también a los medios no complementar la labor gubernamental de fomentar valores cívicos, de legalidad y democracia. Pues seguramente hay diferencias al respecto entre uno y otro medio, pero de cualquier manera se puede afirmar que, más allá de la prédica que puedan realizar los medios y otros poderosos agentes de socialización (como la escuela), lo que más influye en la formación de tales valores y conductas es el propio comportamiento de la clase política, que no es ejemplar ni muy instructiva que digamos.
Por ejemplo, puede no ser grave que el jefe del Ejecutivo exprese sus quejas sobre el comportamiento de los medios (a veces justas y otras no). Pero sí lo sería que su molestia se tradujera en intentos de remover a directivos o colaboradores de los medios que resultan en exceso críticos —en opinión de Los Pinos—, según sugiere el periodista Salvador García Soto que podría estar ocurriendo: “No se entiende cómo secretarios del gabinete que se supone están metidos de lleno en el tema de la inseguridad o colaboradores de Los Pinos crean torpemente que su papel es acusando a directores de medios o pidiendo su cabeza, como si con eso ayudaran en algo al Presidente para enfrentar las crisis que, en distintos ámbitos, enfrenta en estos momentos el país” (“El presidente está enojado”, El Universal, 9/sep/08). Esperemos que no sea esa la reacción del gobierno cuando se exaspera frente a los medios que no se ajustan a sus expectativas.
Muestrario. A propósito de libertad de expresión, me sumo a quienes proponen asignar la Medalla Belisario Domínguez a Miguel Ángel Granados Chapa. Sin demérito de otros candidatos, la trayectoria de Miguel Ángel lo hace de sobra merecedor de esa distinción, pues se ajusta claramente a lo que representa la figura del senador asesinado: la crítica inteligente, valiente y consistente.
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