La historia del Partido Acción Nacional está rodeada de un halo de desconocimiento y prejuicio. Alonso Lujambio contribuye a la reconstrucción de la biografía política e intelectual de Efraín González Morfín quien intentó redefinir la ideología del PAN en los años sesenta. Fue la época en que ese partido hizo suya la defensa del pluralismo, reconoció la desigualdad social y proyectó una vocación política laica. Se trató de definiciones relevantes, pero que no acabaron por ser asumidas de manera definitiva.
La aprobación del documento ideológico llamado Proyección de los principios de doctrina por parte de la XVIII Convención Nacional del Partido Acción Nacional (PAN), en mayo de 1965, es acaso el momento que sella más claramente el arranque de la apasionada vida política de Efraín González Morfín. Por primera vez desde 1939, 26 años después de su fundación, el PAN redefine en 1965 su corpus ideológico o “proyecta” los principios originales (Principios de doctrina). El documento será redactado por Efraín González Morfín al alimón con el entonces presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PAN: Adolfo Christlieb Ibarrola. Se ha dicho que la Proyección de 1965 supone un movimiento hacia la izquierda que coloca al PAN prácticamente en el centro del espectro ideológico. Y es cierto. Pero también supuso definiciones políticas respecto de la democracia y respecto del pluralismo político e ideológico en un momento crucial de la vida política de México y, también, de la vida de la primera generación de los católicos post-guerra cristera (1926-1929). En otras palabras: la Proyección supuso un giro ideológico en cuestiones socioeconómicas con dirección al centro del espectro ideológico y, a la vez, un giro político hacia una clara definición liberal-democrática. La Proyección le daba también, ideológicamente, el tiro de gracia a todo integrismo católico al interior del PAN. Esto me dijo Efraín González Morfín en una entrevista el 23 de junio de 2007:
“La idea de la libertad de conciencia plena y de
renuncia a la imposición de la doctrina católica
va a ser desarrollada en el mundo católico por
las encíclicas del Concilio Vaticano II. La doctrina
católica acepta plenamente la pluralidad
de las doctrinas en Vaticano II. Pero la idea
de pluralidad y diálogo ya está presente en el
sistema de convicciones de Christlieb Ibarrola
desde antes”.
Y sí, las encíclicas de diciembre de 1965 no pudieron influir en la Proyección de mayo de 1965. Los documentos de Efraín González Morfín y de Adolfo Christlieb Ibarrola, anteriores (y posteriores) a la Proyección, sugieren que González Morfín es particularmente influyente en la redacción de la cuestión socioeconómica y Christlieb en la cuestión liberal-democrática. Acaso existieron también influencias de un autor a otro y énfasis comunes. Nótese, de cualquier manera, el modo en que el PAN “proyecta” en 1965 su Principios de doctrina y define cinco nuevos conceptos.
Pero vayamos por partes. El documento de los Principios de doctrina de 1939 se compone de 14 conceptos. La Proyección de 1965 se compone de 12 conceptos. Véase cómo son siete los conceptos que se repiten, pese a que su redacción pudo sufrir reforma y/o adición, incluso sustantiva, en algunos casos. Esos siete conceptos comunes en la presentación en ambos documentos son Persona, Política, Estado, Enseñanza (Educación), Municipio, Trabajo y Economía. En la Proyección de 1965 son nuevos los conceptos Orden internacional, Democracia, Partidos políticos, Familia y Justicia social. El concepto de Nación desaparece como tal en 1965, con sus ecos de integrismo católico (se hablaba ahí de “los valores tradicionales que dan forma y sentido a la Nación”), y se subsume en el de Orden internacional (en donde se habla de la necesidad de superar “los nacionalismos herméticos”). El concepto de Propiedad, presente en los Principios de doctrina de 1939, se subsume —y esto es muy representativo del énfasis ideológico de la Proyección de 1965— en el concepto de Justicia social. En 1939 se dice en esencia que la propiedad privada es “el medio más adecuado para asegurar la producción nacional y constituye el apoyo y la garantía de la dignidad de la persona y de la existencia de... la familia”. El PAN de 1939 enfrenta la fase final del cardenismo (1934-1940) y enlista estrictamente los límites al derecho de propiedad privada: el “interés público” (basado en el “bien común”) y la “cooperación social”. Por el contrario, el PAN de 1965 se refiere a la propiedad dentro del concepto de Justicia social que arranca enfatizando la “cooperación social” alegando que “La cooperación habitual de todos para realizar el orden justo —no la lucha de clases— es el camino adecuado para alcanzar la justicia social, fuerza moral básica de la que dependen todos los bienes de las personas y de la sociedad”. Dice el documento de coautoría González Morfín-Christlieb Ibarrola:
“... la justicia social se realiza mediante el ejercicio
y la defensa de los derechos... la justicia social tiene
por objeto... promover el acceso de los hombres... a
los bienes materiales y espirituales suficientes para
que la comunidad viva de la manera más justa, equitativa
y equilibrada que sea posible, con respeto para
la libertad personal y para la dignidad humana”.
Nótese que aquí no se habla en principio del valor de la propiedad privada y, después, de los límites que es válido imponerle. Más bien al revés: se parte del principio de justicia social y se le pone un límite: la libertad de las personas. Acto seguido Justicia social aborda el tema de la propiedad privada así:
“La propiedad privada no es
un fin en sí mismo. Constituye
un instrumento de apoyo
y garantía para la libertad de
la persona y para la seguridad
de la familia. Por eso debe
promoverse su difusión”.
Véase el énfasis en la necesidad de la propiedad no como fin sino como medio para alcanzar otros fines valiosos: la libertad, la seguridad. Los derechos de propiedad se vuelven debatibles frente a circunstancias históricas concretas bajo la premisa de la imperiosa urgencia de la justicia social en un régimen social de libertades garantizadas. Por otro lado, la redefinición liberal-democrática resultaba igualmente clara. Por primera vez en la historia de la doctrina de los partidos políticos en México aparecen los conceptos de Pluralismo y de Diversidad (de “convicciones, tendencias e intereses”). Esto era importante para México como un todo, con su secular cultura autoritaria y excluyente, en 1965, pero también y especialmente importante para el mundo político católico de México en aquellos años. El PAN reclamaba diálogo y discusión validando con ello a sus interlocutores, y estaba dispuesto a entrar en el diálogo y en la discusión, especialmente con el PRI y con el gobierno, “sin rencores ni amarguras” (como insistentemente decía Christlieb Ibarrola) y dejar con ello la idea de la ilegitimidad sin remedio del régimen posrevolucionario “anticlerical-jacobino” y “anticatólico”: herencias, todas, de la herida que dejó en el catolicismo la guerra cristera, herida abierta, todavía, entre muchos miembros de la generación de panistas ingresados al PAN en los años cincuenta y provenientes de Acción Católica. La Proyección fue redactada, ciertamente, por dos católicos (Christlieb Ibarrola y González Morfín) que sin embargo no fueron nunca miembros de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, la ACJM, fundada en 1913 y perteneciente desde 1929 a Acción Católica. Christlieb incluso perteneció a la organización estudiantil católica más progresista en la historia de la UNAM, la llamada Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC), y adversaria de la ACJM, de especial inclinación conservadora en las décadas de los 1930 y 1940.1 La Proyección de 1965 pide al mundo católico que sea dialogante y que, con ello, deje la religión como eje de la acción política. Se trataba nada menos que de eso. Así arrancó el capítulo 6 de la Proyección: Partidos políticos:
“El pluralismo político, es decir, la diversidad de convicciones,
tendencias e intereses políticos, impone la necesidad
de la discusión y del diálogo entre los diversos grupos
políticos y entre ellos y el gobierno... la unidad que
requiere la buena marcha de un régimen democrático
debe conciliarse con la pluralidad de los grupos políticos
existentes en una sociedad...”.
Ahí está la tolerancia hacia la diversidad: nada más lejano a los impulsos integristas de muchos católicos de entonces (y, me temo, todavía de ahora). Y aquí, mucho más subrayado, el liberalismo católico que no puede sino llegar a ser, por naturaleza, liberalismo y punto:
“Son antidemocráticos los sistemas de partido único o
de partido oficial sostenidos política y económicamente
por el gobierno, porque tales partidos son instrumentos
de un poder totalitario o autocrático y artificios que intentan
nulificar o impedir que se manifieste la diversidad
de corrientes de opinión que necesariamente existen
en toda sociedad”.
Que “necesariamente existen —dice la Proyección— en toda sociedad”. Más claro ni el agua: para el PAN resulta “inadmisible” la existencia de un “partido oficial” que operaba como “monopolio” y alegaba a favor de la “concurrencia democrática de los partidos políticos” en “todos los niveles —federal, estatal y municipal— de tal manera que un trato político y electoral honrado, sin privilegios para determinados partidos o personas, sea una realidad cabal en México”. Pluralidad, diálogo. El PAN en la Proyección de 1965 subraya su afán civilizatorio en la convivencia política en general y en la conducta del mundo católico en particular. Tolerancia. Cierre de las heridas de la guerra cristera “sin rencores ni amarguras”. Saber pasar la página histórica frente a los otrora jóvenes dolidos por la guerra cristera, sumados al PAN en los cincuenta, ya en plena madurez en los años sesenta. Diálogo con el partido de la Revolución (“basado en la sinceridad y en la verdad”, dice el documento). Eso está diciendo la Proyección. Construcción de la pluralidad en las instituciones. Política incluyente. Este es el legado de ideas políticas —independiente de la redefinición ideológica apuntada— de González Morfín y de Christlieb Ibarrola.
Pero apenas cuatro años después de la Proyección de 1965, es decir, en 1969, ahora solo, en autoría individual, Efraín González Morfín redacta el documento Cambio democrático de estructuras, en donde el joven ideólogo del PAN (tiene entonces 40 años) lleva a su partido al “solidarismo”, a una posición ya claramente comprometida con el “cambio social”. Un movimiento más, quizá ya en el ámbito del centro-izquierda. En dicho documento, aprobado por la XX Convención Extraordinaria, Acción Nacional clama por una renovación estructural del país: “Inseparable de la renovación de nuestras estructuras políticas, en sentido democrático, es la reforma a las estructuras socioeconómicas”, se dice en Cambio democrático de estructuras. El documento habla de “grupos económicamente privilegiados”, de “distribución escandalosa e injusta de los beneficios del desarrollo económico”, de las “múltiples discriminaciones que impiden la equidad en las oportunidades”. Cambio democrático de estructuras responde a la crisis política de 1968 clamando por reformas políticas que institucionalicen cabalmente los afanes participativos de la juventud:
“Cuando la divergencia entre las normas y la realidad
alcanza dimensiones de falsificación tan amplias
como en México, la situación resulta especialmente
grave. Dentro de este ambiente se dificulta la realización
eficaz de cambios rápidos en forma pacífica,
porque el pueblo pierde la confianza en el derecho y
las instituciones... Si la lucha por el sufragio efectivo
ha perdido su eficacia como instrumento de renovación
social, por la conducta fraudulenta de los gobiernos,
una reforma funcional adecuada y sincera
de los procedimientos electorales y su aplicación
honrada facilitaría cambios en la mentalidad desertora
de muchos ante la política y ayudaría a realizar
ajustes y renovaciones en las estructuras”.
Para González Morfín la frustración social y el resentimiento no debían traducirse en tesis de violencia y de odio, en abierta referencia a la protesta que solamente repudia y no construye los cimientos de una nueva convivencia política verdaderamente democrática:
“Es un contrasentido utilizar medios antidemocráticos
en la lucha por la democracia, como también
despersonalizarse en la masa y cobijarse bajo el
anonimato cuando se ataca la despersonalización y
la irresponsabilidad de la sociedad moderna.... No
hay salida para la actitud de quienes oponen un mal
a otro tipo de mal y atacan la discriminación
excluyéndose a sí mismos de los valores y las normas
universales de convivencia”.
“Acción Nacional deja testimonio —concluía el documento— de las líneas de acción que considera no sólo adecuadas, sino necesarias, para que México se transforme pacíficamente, sí, pero al paso de revolución que demandan la vigencia real de los derechos políticos y sociales, y las exigencias humanas, no del futuro, sino del presente...”. “Al paso de revolución...”, dijo González Morfín. En fin: estas son —la Proyección de 1965 y el Cambio democrático de estructuras de 1969— las dos grandes contribuciones de este singular ideólogo panista, cuarto candidato presidencial del PAN (de los nueve que ha habido hasta 2006) y noveno presidente de su Comité Ejecutivo Nacional (de los 19 que ha habido hasta abril de 2008). Efraín encarna, pues, la crítica a “mitad del camino” en el periplo histórico de Acción Nacional.
¿Pero cuáles son las contribuciones, por otro lado, de Efraín González Morfín el político panista? Esta es una de las preguntas más complejas que puedan hacerse los politólogos que quieren entender la política mexicana y sus personajes centrales en la segunda mitad del siglo XX. Es muy difícil juzgar al político González Morfín por la complicada situación que vivió y por los complejos dilemas que hubo de enfrentar, especialmente entre 1970 (cuando es candidato presidencial habiendo defendido la idea de que el PAN no participara en las elecciones presidenciales de aquel año) y 1978 (cuando anuncia su salida definitiva de Acción Nacional). La vida política de González Morfín en los años sesenta y setenta del siglo XX ilumina la compleja trama de la política mexicana posrevolucionaria de esas décadas, clave para nuestra historia política. Efraín será diputado federal en la XLVII Legislatura (1967-1970), líder de su partido en el Distrito Federal (en 1969), candidato a la presidencia de la República (en 1970) y presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PAN (de marzo a diciembre de 1975). En 1978, con la escisión de los llamados efrainistas, González Morfín abandonará las filas de Acción Nacional.
Este singular mexicano nació en Guadalajara en 1929. Es hijo de uno de los dos grandes fundadores del PAN: Efraín González Luna (1898-1964). El otro es Manuel Gómez Morín (1897-1972). González Luna, padre de González Morfín, es un intelectual católico. Es el primer candidato presidencial del PAN, en 1952. La catolicidad de González Luna y de su esposa Amparo explican que tres de sus ocho hijos sean sacerdotes jesuitas (Adalberto, Luis, Manuel). Cuatro hijos no seguirán la vida religiosa: Margarita, Javier, Ignacio y Amparo. Uno, sin embargo, inicia la vida religiosa pero la interrumpe: es precisamente Efraín. Como muchos otros hijos de familias católicas en el Jalisco de los años treinta del siglo XX, Efraín González Morfín recibe su educación formal en casa, con maestras particulares, pues sus padres no quieren que asista a las escuelas primarias de Jalisco orientadas por los principios de la “educación socialista”. Después, estudia la secundaria y la preparatoria en el Instituto de Ciencias, comandado por jesuitas en Guadalajara. Cuando apenas ha cumplido 16 años, en 1945, Efraín opta por la vida religiosa e ingresa a la Compañía de Jesús. Trece años después, es decir, en 1958, cuando está por cumplir los 30 años, Efraín abandona la vocación religiosa. Y dos años después se casa con Monique Miarseille, una joven jalisciense, hija de francés y mexicana.
¿Qué hace Efraín en esos años de vocación religiosa, entre 1945 y 1958? Estudia, estudia y estudia. Y se convierte en profesor: la docencia será vocación y entrega prácticamente el resto de su vida. Hasta 1951 (cuando tiene 21 años) estudia en el seminario de Santiago Tianguistenco. A los 22 años se va a estudiar filosofía a Ysletta College, en El Paso, Texas. Ahí se queda hasta 1955. Después, entre 1955 y 1956, es profesor de la preparatoria Carlos Pereyra en Torreón, Coahuila. En septiembre de 1956 asiste al seminario jesuita de Puente Grande, Jalisco. Se distingue entonces por el dominio del griego clásico. Entre 1957 y 1958 asiste al seminario Montezuma (también dirigido por jesuitas) en Nuevo México, Estados Unidos. Ahí perfecciona sus estudios de lógica, crítica y metafísica. Entre 1958 y 1959 viaja a Innsbruck, Austria, y después a París, Francia, en donde estudia teología, sociología y economía. En 1959 regresa a México, consumada ya su renuncia a la vocación religiosa, y de inmediato se afilia al Partido Acción Nacional, fundado por su padre 20 años antes. La carrera política de “Efra chico” resultará vertiginosa —por no decir meteórica— pues en seis años redefinirá con Christlieb la ideología del PAN, en ocho años será diputado federal y en 11 candidato a la presidencia de la República. Estamos ante un peculiar fenómeno de liderazgo político en el México del siglo XX. Algunos de sus adversarios políticos dirán que Efraín es hijo de papá, miembro de una “familia custodia” del panismo viejo que basa su liderazgo en la potencia de la coalición interna comandada en los sesenta por Gómez Morín (ya viejo) y por Christlieb Ibarrola (muy joven). ¿Hay algo de cierto en eso? Sí, en la medida en que los partidos políticos tienen eso que Michels llamó la “oligarquía”, Duverger el “círculo interior”, y Panebianco la “coalición dominante”. Hay algo peculiar, sin embargo, en González Morfín: un liderazgo en el debate intelectual y en la definición ideológica, una vasta cultura, una enorme inteligencia, una gran elocuencia. González Morfín no es dueño de una ruidosa retórica. Es más bien el amo de la precisión conceptual, de la claridad de la idea, de la contundencia en el argumento. Mucho más allá de su padre —muerto incluso su padre— Efraín González Morfín es un líder indiscutible.
González Morfín llega a ser candidato a la presidencia de la República en 1970 en medio de la condición más paradójica que pueda imaginarse: no una sino dos convenciones nacionales discuten con tres meses de diferencia si el PAN participa o no en las elecciones de 1970. El fraude electoral en Baja California en julio de 1968 ha desencadenado una crisis interna en el PAN y una crisis en la relación del PAN con el régimen posrevolucionario. 2 Christlieb Ibarrola, quien desde 1962 ha comandado la línea de diálogo con el gobierno y logra el reconocimiento de importantes victorias electorales entre 1963 y 1967, ve cómo su línea política se agota en julio de 1968 con el fraude masivo en las elecciones municipales en Baja California. Christlieb —el principal aliado político de González Morfín— renuncia a la presidencia de Acción Nacional el 10 de septiembre de 1968. Está por llegar la brutal represión estudiantil del 2 de octubre. Por donde se le vea, son días negros para el país y para la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz. Después, el gran fraude contra el PAN en las elecciones yucatecas del 23 de noviembre de 1969 —con Víctor Correa Rachó como abanderado del PAN en la competencia por la gubernatura— pone de cabeza el proceso de decisión interna en el PAN. El PAN decide participar en la elección presidencial durante la XXI Convención del 8 de noviembre y, después del golpe en Yucatán, se convoca a una nueva Convención, extraordinaria, para el 24 de enero de 1970. Efraín González Morfín comanda la posición abstencionista, de retiro total de la arena electoral del PAN, en ambas convenciones. Los fraudes han llegado a su límite y a su juicio no tiene sentido seguir participando en los comicios. Pero en ambas convenciones González Morfín es derrotado: se opta por participar pero aquí está la paradoja: si bien se decide en ambas ocasiones por la participación, por otro lado se define que quien ha de ser candidato presidencial sea precisamente González Morfín, el líder de la posición abstencionista. Esto no pudo sucederle sino a alguien que opta por una línea definida, que incluso divide y confronta a su partido por mitades, pero a la vez es reconocido por todos como líder indiscutible de cara a la sociedad. Su liderazgo, pues, es inequívoco y se prueba en la circunstancia límite de 1969-1970. La alternativa que ofrecía la posición de González Morfín era la difusión agresiva, por parte del PAN, de la cultura democrática sin participar en una farsa electoral de resultado predeterminado. Pero el argumento no deshacía el dilema político que encierra un momento clave en la vida de este intelectual y político panista: está en contra de la participación electoral del PAN pero abandera desde la candidatura presidencial la participación electoral del PAN. Entre las dos convenciones ha muerto, el 6 de diciembre de 1969, uno de los grandes líderes del panismo de entonces, Adolfo Christlieb —quien antes de caer enfermo no ocultaba su ambición por abanderar al PAN desde la candidatura a la presidencia de la República en 1970—. El líder alternativo no puede ser otro, en definitiva, que el joven González Morfín.
El siguiente gran capítulo de la vida política de González Morfín será la campaña misma de 1970. La competencia presidencial de 1970 es exclusivamente entre dos contendientes: Efraín González Morfín en contra de Luis Echeverría Álvarez, candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional. Los otros dos partidos existentes (el Partido Popular Socialista, PPS, y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, PARM) apoyan también a Luis Echeverría. González Morfín sabía en 1970 que la legitimidad del resultado de la elección radicaba en su participación como candidato, y que la ausencia de candidato era el arma para deslegitimar al sistema de partidos posrevolucionario. Pero no sólo no usó el arma (ya que su posición fue derrotada en la Convención): con su candidatura abanderó, en un gesto por demás disciplinado e institucional, la actitud participacionista. Obtiene de forma oficial el 13.8% de la votación nacional, récord histórico del PAN hasta ese momento.
El siguiente momento clave en la vida política de González Morfín es resultado de las políticas populistas del presidente Echeverría: el surgimiento ya sólidamente organizado de un ala panista con especial fuerza y liderazgo en el norte del país, en especial en Nuevo León, y más en particular en Monterrey, comandada por José Ángel Conchello y por Pablo Emilio Madero. Ambos intentaban capitalizar el creciente descontento del sector empresarial con la política económica (e internacional) del presidente Luis Echeverría (1970-1976), atemorizado además por la acción de guerrilla-asalto-secuestro de un sector radicalizado de la izquierda mexicana. El país se polarizó. Y el PAN se polarizó también. La línea ideológica de Efraín González Morfín, plasmada en la Proyección de 1965 y en Cambio democrático de estructuras de 1969, es vista como discurso “izquierdizante” en la polarización de mediados de los sesenta. La derecha panista llega incluso a calificar a González Morfín de “marxista-jesuítico”. También lo llama, acaso desde su antiintelectualismo ramplón, “intelectual soberbio”. El hecho es que en 1976, con la discusión sobre participar o no en las elecciones federales de aquel año, efrainistas y conchellistas van a salir a enfrentarse con todo, pues no sólo los polariza la discusión estratégica sino acaso más importante aún: los polariza la discusión ideológica, la visión del futuro del partido. Lo que para ambos está en juego es la identidad del partido. Un ala es de centro, defiende la intervención del Estado en la economía y está a favor de una agresiva política redistributiva del Estado (el efrainismo); otra ala, de derechas, defiende la tesis de la mínima intervención a partir del gobierno “socializante” de Echeverría (el conchellismo).
José Ángel Conchello es presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PAN entre 1972 y 1975. Ello prueba que los equilibrios son precarios y las mayorías cambiantes. Los efrainistas quieren evitar la reelección de Conchello y logran que Efraín llegue a la presidencia del partido al término del trienio 1972-1975. Llega así otro nudo central en la biografía política de González Morfín: su breve presidencia del Comité Ejecutivo Nacional, de marzo a diciembre de 1975. En su renuncia, González Morfín alega que existe una dirección paralela a la suya, comandada por el conchellismo. En la Convención de 1976, conchellistas y efrainistas van a medir fuerzas. Dicha Convención decide que el PAN participe en la elección presidencial de 1976 (posición conchellista), pero a la hora de decidir quién sería el candidato presidencial, ninguno de los dos contendientes, a la sazón ni Madero por parte de los conchellistas, ni Rosas Magallón por parte de los efrainistas, logra conquistar el 80% del voto necesario, según los estatutos, para elegir a un candidato presidencial. El impasse político que produjo una aberrante regla estatutaria jugó a favor de los efrainistas que, con el 26.45% de la Convención en la séptima ronda, lograron bloquear la elección de un candidato derechista-conchellista (Pablo Emilio Madero).3
El conflicto acabará en ruptura y en la posterior escisión del grupo de los efrainistas. Era el año de 1978.4
González Morfín fue en su momento un agudo crítico de la reforma política de 1977. Su aproximación a dicha reforma está en buena medida determinada por su carencia esencial: la garantía plena de que el voto sería libremente emitido y justamente computado. Esa es su crítica y es una crítica a mi juicio inobjetable. González Morfín no enfatiza los aspectos más positivos de la reforma política de 1977 que se acentuarán con las reformas de 1983 al régimen de partidos en el nivel municipal y que hacia finales de los ochenta se harán tan evidentes en la estructuración de un sistema de partidos plural para el arranque de la transición a la democracia en México (1988). No: González Morfín ve lo que sus ojos biográficos pueden ver: la reforma política de 1977 es juzgada por lo que no tiene, es decir, por mantener en el sistema electoral mexicano la carencia de instancias para despachar creíblemente el litigio electoral. Y sí: con la reforma política de 1977 el fraude era todavía posible. La reforma política de 1977 no supuso la llegada de las garantías democráticas. Vamos: 1988 da la razón, en ese sentido, a Efraín González Morfín. Al abrir el registro a nuevos partidos (y muy notoriamente al Partido Comunista), la reforma política de 1977 había creado las condiciones para que se expresara la pluralidad política de México. Eso es cierto. Y es lo más positivo de la reforma. Dicha reforma es la respuesta del régimen posrevolucionario a varios acontecimientos previos, destacadamente el movimiento estudiantil de 1968 y sus secuelas, pero también a la abrupta deslegitimación del sistema electoral y de partidos posrevolucionarios en 1976, cuando —derivado del triunfo de los abstencionistas al interior del PAN comandados por Efraín— el candidato del partido revolucionario —José López Portillo— no tuvo contendiente con quien competir. Con la crisis de 1976 se hacía ya urgente incorporar a nuevas fuerzas políticas al tablero institucional del país. Sin embargo, el proceso de construcción de las garantías institucionales para la elección limpia, reclamo biográfico de Efraín González Morfín, es propio de una etapa posterior, la de la transición (1988-2000). Ese proceso no es, efectivamente, producto de la reforma política de 1977 y de su secuela reformista hasta finales de los ochenta. Por algo 1988, con su cauda de irregularidad impune, es el parteaguas político de México que desencadenó, ahora sí formalmente, el proceso de transición a la democracia que el país completó 12 años después, en 2000, con la cabal puesta a prueba de la institucionalidad para la democracia construida entre 1989 y 1996.
Después de su salida del PAN en 1978, el profesor González Morfín regresará de lleno a la cátedra. Sus temas: la filosofía, el derecho, la filosofía del derecho. Desde 1971 y hasta 1984 será profesor de la Universidad Iberoamericana en la ciudad de México. Entonces cambia su residencia a su ciudad natal, Guadalajara, y ahí fundará la escuela de derecho del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO, universidad jesuita, hermana de la Iberoamericana). Será profesor también de la Universidad de Guadalajara y de la Universidad Panamericana en Guadalajara. En un fugaz pero valioso regreso a la vida pública, entre 1995 y 1998, González Morfín será secretario de Educación del gobierno de Jalisco con Alberto Cárdenas como titular del ejecutivo del estado.
¿Cuál es el balance de la vida política de Efraín González Morfín? Es incuestionable la centralidad del personaje para la historia del Partido Acción Nacional y para la historia reciente de México. González Morfín redefinió la ideología de su partido y redefinió su estrategia política. Ambas redefiniciones, en posición ideológica y en línea estratégica, no fueron, sin embargo, definitivas. El PAN después de González Morfín vira hacia la derecha, y abandona en definitiva la opción abstencionista y se entrega de lleno a la participación electoral. Pero la transición democrática iniciada en 1988 construyó, ya finalmente, las condiciones para elecciones limpias al tiempo que el debate ideológico al interior del PAN no concluyó entonces como no ha concluido aún. Liderazgos posteriores a la salida del efrainismo en 1978 recuperarán su legado en distintos momentos y con distintos énfasis: Carlos Castillo Peraza, Felipe Calderón Hinojosa, Germán Martínez Cázares, por mencionar a algunos. Son creyentes en las libertades, sabedores de que en sociedades muy desiguales las libertades no pueden ejercerse a plenitud. Son católicos que no quieren poner a su religión por delante de su política. Con todo, queda en el tintero la pregunta sobre si la salida de González Morfín en 1978 fue o no precipitada, si en definitiva no había más espacio para la acción política al interior de su partido, si el PAN y aun el país no perdieron demasiado, en 1978, con su retiro de la política. Quizá ya no valga la pena molestarlo con necedades. Como pocos en la historia del PAN, Efraín González Morfín elevó la calidad de su debate y la altura de sus miras. Tirios y troyanos lo respetaron como interlocutor serio, hombre de palabra. González Morfín arriesgó. Tensó las cuerdas entre lo posible y lo deseable. Su vida nos convence de que la política puede ser una actividad digna. González Morfín dignificó la política porque actuó con carácter y con arrojo, con estatura intelectual y moral. A poco de cumplir 80 años y en la hora difícil de consolidar nuestra democracia, cabe recordar su figura, alta y noble. n
Esta es una versión del prólogo al libro de Laura Alarcón Menchaca, 1970: Efraín González Morfín en campaña, El Colegio de Jalisco, Guadalajara, 2008.
1 Hay un estudio reciente, y muy valioso por todo lo nuevo que descubre, sobre la UNEC: Imelda Vaca Prieto, La intelectualidad estudiantil a principios del siglo XX. El caso de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos,UNEC (tesis de doctorado en historia, Universidad Iberoamericana, 2004). También está el clásico estudio de Luis Calderón Vega, quien fuera presidente de la UNEC a principios de los cuarenta y poco antes de su desaparición. Su libro lleva un extraño título: es la dirección (calle y número) en donde se reunían los miembros de la asociación: Cuba 88. Memorias de la UNEC (Fimax, Morelia, 1958).
2 Sobre ese fraude existe un excelente texto: Adolfo Christlieb Ibarrola, Baja California. Avanzada de la democracia, Acción Nacional, México, 1968.
3 En la primera ronda el candidato del efrainismo (Salvador Rosas Magallón),conquistó el 42.12% de los votos, y Pablo Emilio Madero (el candidato del conchellismo) 57.88%. Tomo estos datos de Horacio Vives Segl, Entre la fe y el poder.Una biografía de José González Torres, Epessa, México, 2000, p. 365.
4 El mejor análisis de la crisis de 1976 sigue siendo el de Soledad Loaeza, “El Partido Acción Nacional: de la oposición leal a la impaciencia electoral”, en Soledad Loaeza y Rafael Segovia, compiladores, La política mexicana en la crisis, El Colegio de México, México, 1987. Para una detallada crónica de lo sucedido en la XXVI Convención de 1976, ver Horacio Vives Segl, op. cit., pp. 358-369.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario