En memoria de Cecilia Loría, valerosa activista social.
Por fortuna, Felipe Calderón decidió no intervenir directamente en la campaña electoral de su partido el año que viene. Dijo que, “como Presidente de México, la no interferencia del proceso electoral del próximo año será un claro ejemplo de las transformaciones profundas que hemos realizado para el país” (7/dic/08). Es decir, reconoce que la no injerencia del primer mandatario constituye un avance político, mismo que se dio esencialmente por Ernesto Zedillo. De lo expresado por Calderón se infiere en cambio que la campaña encabezada por Vicente Fox en 2003 y en 2006 representó una regresión con respecto a “las transformaciones profundas” en materia política. Y si bien no había un impedimento legal expreso para que Fox se entrometiera en las campañas, se entendía que, como eso había sido uno de los rasgos distintivos del régimen de partido hegemónico, pues había la oportunidad de instaurar una regla, no escrita de la democracia mexicana, de no injerencia presidencial. Eso, al margen de lo que en otras democracias se permita legalmente, pues no tenemos la misma historia ni el desarrollo político (“quien se quema con leche, hasta al jocoque le sopla”). Así lo reconoció Calderón, en su momento: “Fox requiere asumir su papel (de jefe de Estado) porque la democracia mexicana apenas está en la adolescencia y se necesita consolidar. Si (Fox) quiere apuntalar la democracia, debe ser muy cauto y, sobre todo, neutral, por detentar el poder político” (21/mayo/06).
En 2003, Fox creía que el PAN tenía la posibilidad de alcanzar la mayoría absoluta en la Cámara baja y por ello justificaba su intensa campaña a favor del blanquiazul; según lo dijo a un grupo de académicos convocados por Jorge Castañeda (yo entre ellos), lo que intentaba era dar el empujón decisivo al PAN para alcanzar esa mayoría absoluta, con lo cual se “quitaría el freno al cambio”, según rezaba el eslogan de la campaña panista. Que ello generara tensiones, jaloneos y malestar le tenía sin cuidado. Fue un adelanto de lo que vendría en 2006. En realidad, la diputación blanquiazul cayó a 30% en ese año. ¿De dónde sacó Fox que su partido podría alcanzar la mayoría absoluta? Primero, porque creía que su alta popularidad se traduciría en un voto a favor del PAN. No fue así. Pero también los encuestadores del partido alimentaron esa fantasía, pues sus sondeos proyectaban a un blanquiazul arañando 42 % de la intención del voto, lo que abría la posibilidad de obtener la mitad más uno de los 500 diputados (hoy Germán Martínez Cázares padece la misma alucinación, pese a que ninguna encuesta lo sugiere).
El 12 de junio de ese año, los diez partidos de oposición y el IFE demandaron a los gobiernos sacar las manos de las campañas electorales. El federal dijo que acataría la excitativa, pero, a cambio de ello, Gobernación anunció que el gobierno dedicaría su publicidad a la promoción del voto. No se requiere ser genio para detectar el truco: las campañas de promoción del voto (salvo las del IFE), siempre vienen acompañadas de mensajes velados a favor o en contra de alguno de los contendientes. El 19 de junio, el IFE solicitó a Santiago Creel que le cediera los espacios del gobierno con el fin de promover el voto. Creel respondió que el gobierno no sólo tenía la facultad, sino incluso la obligación, de promover la participación electoral. Acto seguido aparecieron los primeros spots en los que Fox personalmente invitaba a los ciudadanos a votar. Y, en sus discursos, aludía a la necesidad de “quitar el freno al cambio”, el eslogan panista. El PRI y el PRD amenazaron con denunciar el hecho ante la Fiscalía Especializada para Delitos Electorales (un acto simbólico, pues esa dependencia forma parte del Ejecutivo, por lo cual es juez y parte, según quedó absolutamente claro en 2006). El IFE amenazó con presentar una controversia constitucional sobre quién tenía exclusividad para promover el voto. Al final, la oposición y el IFE lograron torcerle el brazo a Fox, que aceptó salir de la contienda, aunque ya para entonces los impactos publicitarios del gobierno habían rebasado el millón ochocientos mil.
Y, como bien sabemos, Fox volvió a las andadas en 2006, alegando de nuevo que con ello no rompía la ley: “En democracia nadie tiene derecho a callar a nadie. Quien exige el silencio de los demás sólo revela su carácter intolerante, autoritario y la añoranza por tiempos que nunca más deben de volver al país” (30/mar/06). Pero justo eso había hecho Fox con Zedillo, quien responsablemente aceptó abstenerse de intervenir en la campaña a favor del PRI. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación determinó la intromisión de Fox en 2006 como una causal para invalidar la elección de acuerdo con la hoy desaparecida “cláusula de nulidad abstracta”, de haberla considerado como determinante en el resultado (pero, por eso mismo, el Tribunal se abstuvo de ordenar un estudio preciso sobre el impacto de la campaña foxista, para no verse obligado a anular la elección, algo que evidentemente había decidido no hacer pese a la incertidumbre imperante). Fox quedó convencido, sin embargo, de que su campaña sí fue decisiva en el triunfo de Calderón (según diversas encuestas con las que contaba el cínico presidente). El amargo precedente de 2006 lleva hoy a Calderón a ofrecer no repetir la misma irresponsabilidad de Fox. Éste pidió a Zedillo —exitosamente—sacar las manos de la elección, más allá de lo que la ley permitía o no, pero él mismo no quiso hacerlo en su momento. A su vez, Calderón pidió a Fox —fallidamente— sacar las manos de los comicios. A ver si ahora Felipe, a diferencia de Fox, es congruente con lo que pidió a éste en 2006. Pues como él mismo lo dijo en ese año: “La democracia mexicana apenas está en su adolescencia”.
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