¿Cómo es que el PRI de siempre es tan competitivo?, es lo que tendría que preguntarse el líder panista. Si lo hiciera caería en cuenta de que está escupiendo en dirección ascendente a 90 grados.
Los partidos no bailan solos. Por el contrario, son parte de un sistema de interrelaciones, de ubicaciones mutuas, tanto ideológicas como estratégicas, en las que lo que hace y deja de hacer uno incide directamente en el comportamiento del otro. Tanto es así que, por décadas y hasta hace poco, la ciencia política casi abandonó el estudio de los partidos para fijar su atención en los sistemas de partidos, precisamente por ser una entidad de análisis relevante.
El PRI es el de siempre porque así gana la mayoría de las elecciones. Y porque el PAN, que es quien podía haberle cambiado la pisada, le sigue apostando a ganar con las reglas de quien fuera el campeón enrachado por 70 años y que ahora se frota las manos por regresar a Los Pinos.
El PRI es el mismo porque consentir a líderes sindicales y negociar con ellos apoyo electoral en bloque sigue siendo un recurso válido, ahora con aval del PAN.
Es el mismo porque los delincuentes electorales más audaces, entre los cuales están algunos de estos líderes, no sólo están libres de castigo, sino incluso llegan a ser premiados.
El PRI es el mismo porque el PAN entró al juego de cortejar partidos parásitos pasándole la factura de su existencia a los contribuyentes.
Es el mismo porque los primeros dos presidentes no priistas renunciaron muy rápido, intimidados por el duopolio, al reclamo democrático de abrir la televisión a la competencia. A cambio las televisoras tienen -con todo y la reforma electoral- a Enrique Peña Nieto en la antesala de la Presidencia.
El PRI es el mismo porque, a pesar de tener excelentes oportunidades para ello, el PAN no ha inaugurado la práctica de deslindarse de aquellos gobernantes corruptos emanados de sus filas. Con ello el PAN ha renunciado a marcar un contraste con la tradición priista de solapar y defender, contra viento y marea, a los Mario Marín y a los Ulises Ruiz.
Es el mismo, porque permanece vigente la regla no escrita que dice que los castigos sólo llegan hasta cierto nivel y que los delincuentes más poderosos -empresarios, políticos o líderes sindicales- nunca pisarán la cárcel. Éstos, por cierto, pagarán mal la impunidad concedida y serán los primeros en apoyar y patrocinar el regreso del tricolor a Los Pinos, porque si con el PAN se sienten a salvo, con el PRI volverán a sentirse en casa.
El PRI es el mismo y no siente ninguna presión para salir de su ambigüedad ideológica. En buena medida gracias a que el PAN no ha sido capaz de montar una estrategia de comunicación política eficaz en temas como la pena de muerte. Hacerlo no sólo es importante para exhibir el oportunismo vulgar priista, además es una forma de aprovechar la ocasión para definirse frente al electorado en partes medulares de su ideario.
El PRI es el mismo porque sus dos gobernadores insignia, Humberto Moreira -maestro del nepotismo y del carro completo- y Enrique Peña Nieto -político sin otra gracia que ser el consentido de Televisa- han forjado sus carreras siguiendo el más viejo manual del priista exitoso.
El PRI es el mismo porque le siguen tocando al mismo son, con el que baila mejor que cualquiera.
Desmontar privilegios a sindicatos, partidos parásitos y televisoras; y quitarles la concesión para violar la ley a gobernadores, empresarios y líderes sindicales no se logra a punta de discursos. Tendría que ser la esencia del proyecto político del PAN, no como partido en el gobierno, sino como partido que gobierna.
Germán Martínez escupe para arriba al quejarse del PRI que no cambia también en un sentido más trascendente que el de la competitividad electoral.
Como buen lector de los clásicos del PAN tendría que saber que de lo que se trataba no era de quitar a los que estaban para ponerse ahora ellos. Se trataba de transformar la forma en que se hace política en este país.
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