De concretarse la propuesta de formar un nuevo organismo regional de América Latina y el Caribe, lo que quizá llegue a conocerse como la “Doctrina Calderón” podría rezar: “Latinoamérica para los latinoamericanos”. Pero, como suele suceder en estos casos, la paternidad de la idea es disputada por distintos países, y se remonta en el tiempo cada vez más atrás. Hugo Chávez defiende el fuero histórico de su país y afirma, con razón, que la propuesta original viene de Simón Bolívar (por cierto, asesor personal del presidente venezolano, a “larga distancia”). El organismo latinoamericano y del Caribe podría interpretarse como un acto de autonomía política respecto del gran tutor e interventor de la región, Estados Unidos, para discutir los intereses comunes y dirimir las diferencias regionales sin la presencia y la supervisión estadunidenses, a diferencia de lo que ocurre con la OEA.
Y es que, aun antes de la independencia de nuestros países, EU ya se perfilaba como el fulcro de la balanza en la política latinoamericana, y con mucho más razón en el caso de México, su traspatio inmediato. Por ejemplo, los insurgentes enviaron diversos emisarios para intentar conseguir armas modernas que permitieran inclinar la balanza a favor de su movimiento. El entonces secretario de Estado, James Monroe (el mismo de la doctrina antieuropea), propuso al enviado insurgente, Bernardo Gutiérrez de Lara, que una vez alcanzada nuestra autonomía nos incorporásemos a la Unión Americana. De ocurrir eso, dijo Monroe, lograríamos formar “la potencia más formidable del mundo”. Muchos pensarán hoy que ahí se perdió una gran oportunidad para los mexicanos y que hemos pagado caro el no haberla aprovechado. Si bien desde entonces algunos veían, incluso en el acto de pedir cualquier cosa, algo indigno: el doctor José María Cos acusó en 1815 a sus correligionarios insurgentes “de comprometer la honra nacional enviando a los Estados Unidos de América un plenipotenciario en demanda de auxilio...” Sin embargo, poco antes, José María Morelos, que también consideraba esencial contar con esas armas, hasta pensó en ceder Texas —según lo comunicó por escrito en 1813—, por recomendación de uno de sus lugartenientes, David Faro, de nacionalidad estadunidense. El hecho es que los insurgentes no lograron obtener del vecino del norte las armas que requerían, y en buena parte por ello perdieron la guerra frente a los realistas (que son quienes hicieron la Independencia por razones distintas a las que inspiraron a los insurgentes). Por su parte, un tenaz independentista, como fray Servando Teresa de Mier, fue más allá, y propuso a los estadunidenses la integración de ambos países, a cambio de su ayuda: “Declárese Estados Unidos por la independencia de México, y yo les aseguro que no sólo será República, sino confederada con Estados Unidos”.
Una vez lograda la Independencia, nuestro primer presidente, Guadalupe Victoria, en parte ante el temor de una invasión española (que en efecto sucedió en 1829), pensó conveniente formar una federación americana, que debiera ser encabezada por quien había impulsado ese ideal: Simón Bolívar. ¿Quién mejor para dirigir una liga de esas características que uno de sus más entusiastas promotores, desde su Carta de Jamaica de 1815? ¿Quién mejor que aquel que había expresado que “la unión bajo un solo gobierno supremo nos hará formidables a todos”?
Y el Libertador pensaba que la metrópoli de esa confederación debía ser México, “la única (ciudad) que puede serlo por su poder intrínseco”. Bolívar rechazó la oferta de Victoria “aunque mucho me lisonjea”. Pero había una pequeña diferencia entre los proyectos de Bolívar y de Victoria: el primero había pensado en una “soberbia federación” sin los estadunidenses, puesto que éstos “parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias a nombre de la libertad” (un bosquejo de la posterior doctrina del Destino Manifiesto). En cambio, don Gudadalupe consideraba que Estados Unidos, “como potencia grande y marítima, debe tener una gran parte en esta necesaria federación”. Y como resultado... nada.
Veremos, pues, qué sucede con este nuevo esfuerzo de organización de Iberoamérica y el Caribe. A ver si, como quería Bolívar, “nos hará formidables a todos”.
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