Más allá de que se justifiquen o no las coaliciones electorales entre partidos ideológicamente antagónicos, la intención de los aliancistas es desde luego pragmática (aun si se aceptara su motivación democrática). El primer cálculo que se hace es, ante todo, aritmético: la suma de los votos de los partidos coaligados podría representar una mayoría capaz de derrotar al partido en el poder, contra el cual se edifica la coalición. Hagamos un ejercicio sumando los votos que los aliancistas (actuales o potenciales) captaron en la última elección federal, el año pasado (la información más reciente). Lo haremos en las entidades gobernadas en que se explora acordar una coalición electoral entre los partidos de izquierda (PRD, PT, PC) junto al PAN.
A) En Durango, la actual coalición congregó, entre todos sus componentes, 36% de la votación, muy lejano al 51% que conquistó el PRI (y el PVEM, aliado actual del PRI, consiguió 5% de votos). B) En Hidalgo, la que podría ser coalición opositora reunió 34% del sufragio, frente a 42% del PRI. Si el Panal se uniera a la coalición opositora, ésta hubiera obtenido 41%, posición ya amenazante al PRI, pero si el Verde se coaligara a su vez con éste, entonces su votación se volvería a disparar hasta 49 por ciento. C) En Oaxaca, los partidos a coaligarse (incluido el Panal) sumaron entre todos 43% del voto popular, frente al 44% del PRI. Una situación sumamente competida. Pero si a la votación del PRI se sumara la del PVEM, entonces el resultado sería de 49.5% de la votación (alejándose de nuevo de la alianza opositora por ocho puntos). D) En Puebla, los partidos de la eventual coalición opositora lograron congregar 39%, frente a 41.1% del PRI. Un escenario también competido.
Si el Panal formase parte de la alianza opositora, entonces ésta alcanzaría 42%, superando al tricolor por un margen estrecho. Pero si el PRI a su vez contara con el voto del Partido Verde, entonces la alianza oficialista ocuparía un holgado primer lugar, con 48 por ciento. Por cierto, en estas entidades, el PRI ganó todos los distritos legislativos (sólo uno de ellos en coalición con el PVEM).
Sin embargo, la lógica en los comicios federales puede ser muy distinta a la de los comicios locales. En ello radica la apuesta de los partidos aliancistas: lograr a través de la coalición una votación superior a la que resulta de sumar aritméticamente la que puedan congregar cada uno de sus componentes. Los elementos a considerar para ese desenlace son al menos los siguientes: 1) Un candidato atractivo por parte de la coalición opositora puede atraer nuevos votos para la oposición. 2) Los comicios intermedios son menos concurridos que aquellos en que se pone en juego la gubernatura de la entidad. Por lo cual, podría esperarse que aquellos que en 2009 se abstuvieron o anularon su voto, concurrieran a las urnas a sufragar por la coalición opositora.
Pese a todo, dicho análisis tiene también sus límites: A) se cree que el voto nulo estuvo alimentado por electores esencialmente antipriistas y por ello favoreció (presuntamente) al PRI. Eso no es exacto. También entre los anulistas hubo varios priistas; de acuerdo con el Gabinete de Comunicación Estratégica (ago/2009) de quienes se identifican con el PRI, 5% anuló su voto (porcentaje semejante al de los panistas y algo superior al de los perredistas que anularon su voto). Y de acuerdo con GEA-ISA (Jul/2009), entre los abstencionistas, 27% hubiera votado por el PRI, (frente a 22% por el PAN, 13% por el PRD y 25% de anulistas potenciales). B) No puede asumirse en automático que los partidarios del PAN y de la izquierda votarán por la coalición opositora. Sus sectores más duros (y por ende, más doctrinarios) pueden incluso aborrecer en mayor medida a su nuevo “aliado” que al PRI. Muchos de esos electores prefieren una derrota digna, pero manteniendo la pureza ideológica y doctrinaria de su partido, que un triunfo que implique transigir en sus principios (una claudicación, en su óptica). C) Finalmente, ante la amenaza opositora, el PRI puede buscar una coalición con el PVEM, con lo cual se haría más difícil su derrota. Y en tal caso, el beneficiado indirecto de las coaliciones sería ese partido-negocio, que sabe cobrar muy bien sus servicios como mercenario (como lo hace también el Panal). No basta, pues, con que estas coaliciones sumen para ganar: deben multiplicar. Pero incluso podrían restar. Habrá que ver.
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