23 de junio de 2006

El imperio del rating

Javier Solórzano Zinser

Patricia Ortega juega con el título y el subtítulo de su libro. Se plantea la posibilidad de la "otra televisión" de la misma manera que a lo largo de muchos momentos se ha jugado publicitariamente con la frase. En muchas ocasiones hemos sido testigos del ofrecimiento de "otra televisión" que lo único que tiene de "otra" es el matiz para distinguirla de la que es su competidora.

Pero también Patricia se encarga de poner a cada quién en su lugar cuando se pregunta "Por qué no tenemos una televisión pública". Después de 302 páginas es muy probable que no todas las preguntas estén respondidas, pero lo que es cierto es que encontramos una gran cantidad de elementos y razones para entender en lo que estamos metidos.

Con base a una muy bien documentada revisión de las experiencias en algunos países, Patricia nos muestra cómo la pregunta central de su libro puede tener respuesta. Que no nos hayamos atrevido o que no se hayan creado las condiciones para ello, o mejor dicho, que no se haya desarrollado a cabalidad una televisión pública tiene sus razones en la falta de voluntad política, pero sobre todo por la complicidad de los diversos gobiernos y la hegemonía de la llamada televisión abierta.

La televisión de Estado en México ha sido una televisión de gobierno. Es pública y abierta cuando no se tocan intereses, pero cuando la crítica fuerte florece se convierte en televisión del gobierno en turno. ésa es la historia de los últimos años. En Imevisión, hoy TV Azteca, se desarrollaban a diario varios proyectos. La clave eras quién daba el banderazo final. Todo podía cambiar en cosa de segundos antes de entrar al aire. Aparecía una voz a través de un singular teléfono, llamado también magneto, que hacía las veces de una voz de ultratumba que tenía la peculiaridad de hacer brincar de sus lugares a todos. Los productores debían empezar desde cero estando casi al aire, el conductor le hacía al malabarista, y el funcionario encargado de la televisión se encargaba de quedar bien con su jefe. Nos preguntábamos inevitablemente cuál Estado, cuál Imevisión, porque la tele al final de cuentas era el juguete del cual se decidía qué hacer con él desde alguna dependencia.

Uno supondría que de ésos a estos días algo ha pasado. Patricia hace un recuento de cómo una televisora que pudo ser de Estado no lo fue porque a través de una subasta dejó de ser lo que algún día pudo ser. Quien era secretario de Hacienda definió el asunto de la siguiente manera: no importa la venta al fin y al cabo nosotros tenemos el switch. Al paso de los años el gobierno está a cosa de nada de que la televisión termine por bajarle el switch.

Uno de los mejores momentos de la televisión regional se dio, nos cuenta Patricia, cuando se logró estructurar una red nacional. Como todo proceso, estuvo lleno de luces y sombras. Las luces eran las que mostraban las posibilidades de lograr que las televisiones locales de los estados pudieran retratar, participar y reflejar la vida de las comunidades. Las sombras fueron de nuevo la carencia de límites al uso político de las televisoras. Igual servían para los actos de gobierno en los que la crítica era impensable, que para llevar las cámaras con urgencia un sábado o un domingo para que "cubrieran" la primera comunión de la hija o el hijo del gobernador.

Fueron con todo momentos importantes que permitieron el desarrollo de egresados de las escuelas de comunicación, y al mismo tiempo proyectos que llegaron a tener audiencias altas al igual que las de la TV privada. El sentido de servicio, juego, información, entretenimiento y negocio, que es el que presumimos debiera permear en la televisión, aparecía en años en los que no nos percatamos que estábamos en el preámbulo de la venta de garage. Todo se vendió y todavía seguimos tratando de entender dónde quedó el dinero.

Para tener televisión pública, como la que envidiamos a otras naciones, tenemos que entrar en serio al tema de los medios. No se puede consolidar la democracia si no se discuten los medios. ¿Es la televisión de hoy distinta a la de hace algunos años?

Tecnológicamente sin duda, pero en lo que corresponde a los contenidos la deuda se incrementa. Los intereses de los dueños hoy son una copia de los gobernadores que imponían sus presuntas razones como una voz de ultratumba minutos antes de empezar un noticiario, de las listas de los entrevistables y no entrevistables. Llegaba la voz de los temas que no se debían tocar porque no se puede jugar "con la fe de la gente", porque no se puede argumentar y "¿quién es esa mujer?", con eso no porque "nomás nos ataca".

Los espacios son diferentes pero las razones siguen en la misma vía. Quizá la única diferencia es que pasaron de un sector oficial al privado. De una nación en que los medios se intentaban gobernar, desde la política, hemos pasado a que la televisión se gobierne desde sus pantallas. Al que no le parezca que se vaya preocupando porque tarde que temprano será la pantalla la que se encargue de él.

Como fenómeno mundial, pero particularmente establecido en México, no nos coloquemos en la tesitura, si no es que ya estamos, ante un Estado dentro del Estado.

Los noticiarios se han convertido en voceros de las empresas antes que informadores. Si existe algún problema en Valle de Bravo que afecte la casa de "alguien", ésta será la noticia. Si roban una tienda de "alguien" será la nota del día.

Muchos se preguntan del por qué haber tomado recientemente un riesgo. Diríamos que más valía correrlo que dejarlo pasar. Las condiciones después de tanto tiempo parecían ser diferentes. Sin embargo, estamos ante una cantidad de intereses interminables y concepciones cerradas de lo que podría también ser la televisión y hasta la vida misma. Mientras no discutamos lo que pasa en la TV y los políticos no lo enfrenten será difícil que haya avance y que la democracia se consolide. No hay cambio que no pase por los medios porque éstos son uno de los instrumentos centrales de poder. No podemos estar atenidos a que jueguen con la libertad a su conveniencia. No hay manera de pensar ni una reforma de Estado, si no se establecen reglas claras de una sociedad que requiere nuevas formas en la información y hasta en el entretenimiento.

Lo que hoy se hace forma parte de lo que, se asegura, da rating. Es decir, el camino debe ser el que todos conocen a pesar de las críticas que se establecen, incluso en las propias televisoras. ¿No existen nuevas formas, pero sobre todo no existe la posibilidad de hacer televisión inteligente sin importar el horario?

¿Tenemos que jugar al rating como el nuevo tótem como si lo que se ofrece en cómodas programaciones no tuviera alternativa?

Que quede claro, no se trata de hacer a nadie a un lado, sino de compartir y transformar formas y fondos porque si esto no se da, no habrá hacia donde hacerse, y se iniciará un proceso de división. Se seguirá pensando desde dentro que a la gente se le da lo que pide cuando en el fondo se le da lo que quieren las televisoras.

La gran discusión no es sólo si un programa noticioso funcionó o no. No se trata sólo de si estamos ante el rating, el círculo verde, el círculo rojo o el morado. No se trata de que si un conductor analiza o se tarda en dar las noticias porque no lee 60 notas en una hora, como presume el de Univisión. Estamos ante una situación que incluye a toda la televisión abierta que se ha llenado de intereses y piensa sólo en llenar sus arcas.

La TV debe buscar la evolución del pensamiento, debe divertir sin hacer a un lado lo que hoy tiene valor y le da resultados. Lo importante está en la necesidad de que la TV se abra no sólo para defender intereses, sino como parte de una convicción de vida y de país al que aspiramos.

Hoy que los candidatos a la Presidencia prefieren pasar por alto la discusión sobre los medios, deberían entender que más les vale hacerlo porque así se fortalecen a futuro y ante la sociedad. No se quieren pelear, pero la razón de no hacerlo es el temor más que la estrategia.

Si en verdad se quiere un contrapeso la televisión abierta se debe abrir, pero de aquí a ese remoto día desarrollemos en el próximo gobierno una televisión de Estado que permita entre otros al Canal Once y al 22 su fortalecimiento de vida no sexenal. Urge una televisión que juegue, informe y que sea vista por todos. No sólo por el círculo rojo, sino también por el círculo verde, el cual hoy es el mejor pretexto que encuentran para hacer lo que hacen.


No hay comentarios.: