4 de julio de 2006

El modelo latinoamericano de microfinanzas visto desde adentro

Tomás Miller-Sanabria

Resumen: El modelo microfinanciero de América Latina tiene un potencial enorme y demuestra cómo es factible atender las necesidades financieras de los más pobres sin descuidar el rigor financiero. Queda mucho por hacer para integrar las microfinanzas a los mercados financieros, así como incluir al mercado desatendido y tener mayor captación de capital.

Tomás Miller-Sanabria, costarricense, es agente de inversiones senior del Fondo Multilateral de Inversiones del Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington, D.C. (Este artículo es un resumen del libro An Inside View of Latin American Microfinance, de próxima aparición, compilado por Marguerite Berger, Lara Goldmark y Tomás Miller-Sanabria, y publicado por el BID.)


Cuando se menciona la palabra "microcrédito", muchas personas la asocian con los minúsculos préstamos otorgados a mujeres pobres en zonas rurales de países como India. Poca gente sabe que las microfinanzas -- una gama de servicios y productos financieros creados a la medida de personas de escasos recursos -- nacieron casi simultáneamente en América Latina y Asia a principios de la década de 1970.

Menos personas aún saben que en ambas regiones las microfinanzas se desarrollaron de maneras notablemente distintas, al punto de que hoy hablamos de un modelo latinoamericano y un modelo asiático, más allá de que en todo el mundo éstas se reconozcan como una valiosa herramienta para aumentar la productividad de los pobres.

La industria ya no está en pañales, pero tampoco ha alcanzado la madurez, a pesar de que son varias las instituciones de microfinanzas que funcionan como bancos relevantes dentro de sus respectivos sistemas financieros. Si bien los resultados son prometedores y las tendencias positivas, queda mucho por hacer. Entre los desafíos pendientes figuran: profundizar los servicios; incorporar a mayores grupos de la población desatendida; atraer más capital privado, e integrar plenamente las microfinanzas a los mercados financieros y de capitales locales.

Sin embargo, es posible afirmar que, en nuestra región, las microfinanzas están perfiladas para dar esos importantes pasos. Gracias a sus vínculos cada vez mayores con los mercados financieros, el modelo latinoamericano tiene un enorme potencial para alcanzar grandes escalas. El resultado dependerá en buena medida del éxito que tengan los países en eliminar los obstáculos que podrían frustrar ese progreso.

CUNAS DE LAS MICROFINANZAS

El concepto moderno de las microfinanzas surge en la década de 1970. En América Latina se destacan experimentos de microcrédito en Colombia (Opportunity Internacional), en Brasil (Proyecto Uno en Recife), en República Dominicana (un proyecto que dio origen a Banco Ademi) y en El Salvador, con la cooperativa Fedecrédito. En esa década surgió el Banco Grameen, de Bangladesh (quizás la institución de microfinanzas más conocida en el orden mundial), y en Indonesia se estableció el Banco Dagang Bali. A mediados de los setenta, como resultado de una conferencia de las Naciones Unidas y en preparación para la "Década de la Mujer", un grupo de mujeres líderes se movilizaron para crear Women's World Banking, red internacional que apoya a instituciones microfinancieras en varios países en vías de desarrollo, incluidos Bolivia, Brasil, Colombia y República Dominicana.

En la década siguiente las microfinanzas en América Latina superaron su etapa de experimentación. Su marco de acción empezó a especializarse en la oferta de servicios financieros, principalmente el crédito. Tales esquemas, denominados "minimalistas", se adoptaron por múltiples instituciones y redes internacionales de microfinanzas, como ACCION International, Internationale Projekt Consult (IPC), y Women's World Banking. El modelo "minimalista" se concentró en temas financieros, a diferencia de otros esquemas pioneros como el de la Fundación Carvajal, en Colombia, que, además de crédito, incluyen entrenamiento para sus clientes.

Durante los ochenta, algunas organizaciones no gubernamentales (ONG), como Prodem y Procrédito en Bolivia, que en forma exitosa constituían carteras de crédito de alta calidad distribuidas entre miles de microempresas, iniciaron el proceso de conversión a bancos o intermediarios financieros especializados. A principios de la década de 1990 se fundaron las primeras instituciones financieras controladas y sujetas a normas prudenciales por parte de superintendencias bancarias. En esos años surgieron los primeros bancos comerciales y empresas financieras creadas como sociedades anónimas con fines de lucro, constituidas por socios que buscaban en sus inversiones un doble propósito: resultados financieros e impacto en el desarrollo. (El primero se mide por el rendimiento del capital, el segundo, por el número de microempresas atendidas.)

Instituciones como Caja Los Andes, FIE y BancoSol en Bolivia, Financiera Calpiá (hoy Banco ProCredit) en El Salvador, Mibanco en Perú, Banco Solidario en Ecuador y Compartamos en México demostraron que era posible ampliar las fronteras financieras, penetrando masivamente en el sector de los pobres y de las microempresas no bancarizadas, generando ganancias y cobrando tasas de interés de mercado. Estas instituciones acumulan utilidades en forma de capital o distribuyen dividendos, lo cual les permite atraer más recursos, principalmente del sector privado, creando así un efecto de demostración que últimamente ha despertado el interés de bancos comerciales tradicionales por incursionar en el campo de las microfinanzas en América Latina.

UNA CUESTIÓN DE ACCESO

El acceso a los sistemas financieros formales es un factor importante para el desarrollo económico. A fin de que este proceso sea inclusivo y permeable a una amplia base del sector productivo, todos los segmentos de la sociedad deben tener oportunidades para utilizar servicios financieros de calidad y a precios competitivos. Históricamente los sistemas financieros latinoamericanos se han sesgado hacia las grandes empresas, mientras que las mayorías populares sólo reciben beneficios marginales, teniendo que acudir muchas veces a formas de financiamiento informales que resultan costosas, insuficientes y hasta ineficientes para administrar los riesgos y la liquidez de los hogares menos pudientes.

Esta realidad está cambiando debido al surgimiento de las microfinanzas. En América Latina existen cientos de instituciones de microfinanzas. Se estima que las 80 instituciones más grandes atienden a una clientela de más de cuatro millones de microempresas, las cuales mantienen un saldo vigente de crédito agregado de unos 4000 millones de dólares. El desarrollo de esta industria refleja la gran demanda insatisfecha de servicios financieros por parte de un sector dinámico de la economía real, pero en su mayoría desatendido por la banca comercial y los bancos de desarrollo tradicionales.

De unas 60 millones de microempresas que hay en América Latina, menos de 10% tiene acceso a facilidades de ahorro y crédito. La brecha es aún mayor si se incluye a los trabajadores de dichas empresas y a otras personas de bajos ingresos que también necesitan servicios financieros. En el orden mundial, unos 3000 millones de personas aún carecen de acceso básico a servicios financieros para enviar remesas, ahorrar u obtener un microcrédito para financiar proyectos productivos o hacer frente a una emergencia.

Con la finalidad de servir a este enorme mercado potencial han surgido instituciones microfinancieras cuyas metodologías de trabajo, tipos de organización y técnicas gerenciales les permiten servir a miles de empresarios en forma eficiente, rentable y de manera sostenible.

En América Latina, las principales características de las instituciones dedicadas a las microfinanzas se relacionan con su viabilidad financiera, su rentabilidad, su rápido crecimiento, su estabilidad, su progresiva integración a los sistemas financieros, y con el hecho de que la gran mayoría es de propiedad privada y opera fundamentalmente en zonas urbanas. Las instituciones microfinancieras latinoamericanas se caracterizan, también, por la forma en que los microempresarios y los agentes económicos más pequeños interpretan la demanda de diversos servicios financieros. El microcrédito sigue siendo el producto más ofrecido, el "Ford T" de esta industria. Sin embargo, poco a poco, y a medida que estas instituciones se integran a los mercados financieros, van surgiendo nuevos productos financieros, cuya oferta cruzada permite a los clientes optimizar la administración de sus flujos de dinero para lograr un mejor uso de sus limitados recursos.

Debido a su orientación comercial, las instituciones microfinancieras líderes en América Latina deben diseñar productos y servicios útiles para los microempresarios. En su empeño por ganarse la fidelidad de los clientes y de diferenciarse de sus competidoras, estas instituciones buscan constantemente nuevas formas de ajustarse a las necesidades cambiantes de las microempresas, mediante la introducción de nuevos servicios y la adopción de tecnologías que reduzcan costos y aumenten la eficiencia operativa para asegurar el sano crecimiento de sus carteras de crédito y un rendimiento atractivo de su capital.

Como resultado de ese círculo virtuoso, y en la medida en que el rendimiento sea aceptable para nuevos inversionistas y financistas, estas instituciones logran atraer más fondos para canalizarlos a micro y pequeñas empresas. Durante los últimos tres años, la industria de microfinanzas ha estado creciendo a tasas anuales del orden de 30 a 40%. En países como Nicaragua y Perú las tasas han sido incluso mayores.

Comparadas con sus entidades homólogas de África, Europa del Este y Medio Oriente, las dimensiones de las instituciones microfinancieras de América Latina son mayores. Sin embargo, no han alcanzado la escala de operación de algunas reconocidas instituciones asiáticas. La principal diferencia en los niveles de cobertura de microfinanzas observados en Asia y América Latina se explica por las distintas densidades de población en ambas regiones. América Latina tiene 14% de la población de Asia, pero sólo 6% del total de microempresarios con microcréditos de Asia. El número promedio de clientes deudores de una institución microfinanciera en nuestra región se sitúa en el orden de 31000 personas, mientras que en Asia el promedio asciende a 130000 clientes.

GRAN IMPACTO CON POCO DINERO

Las instituciones financieras que proporcionan crédito de manera estable y eficiente ayudan al desarrollo económico y a la reducción de la pobreza en tanto permiten a las empresas aprovechar al máximo sus oportunidades productivas. Las empresas expanden su volumen de negocios y generan empleo adicional en los estratos más pobres. Pero, para aliviar la pobreza, lo importante es contar con instituciones sólidas, con presencia permanente y capacidad de facilitar la intermediación financiera y la acumulación de riqueza en el nicho de las unidades económicas más pequeñas. Las microfinanzas en América Latina se han desarrollado mediante el reconocimiento de que su contribución a la equidad y a la incorporación de los pobres, y de sus empresas a los procesos de crecimiento económico, sólo es posible cuando su papel se circunscribe a las funciones propias de los servicios financieros y no como resultado de un mandato de dirigir el crédito a nichos específicos y en condiciones predeterminadas. Las microfinanzas pueden ser un valioso instrumento para combatir la pobreza, pero distan de ser una panacea y no sustituyen al empleo, la vivienda, la salud y la educación.

Las microfinanzas se caracterizan, asimismo, por la lealtad que los clientes sienten hacia las instituciones que les brindan servicios diseñados a su medida. Esa atención es muy valorada por los microempresarios, quienes suelen tener relaciones de negocios duraderas con las entidades microfinancieras. La fidelidad también se refleja en tasas de interés decrecientes para clientes conocidos, el uso repetido de los servicios y los bajos niveles de morosidad de los créditos que definen a la industria. Los microempresarios son buenos pagadores, aun en situaciones de crisis provocadas por descalabros financieros o desastres naturales; las carteras de crédito de estas instituciones han demostrado tener una capacidad de recuperación encomiable.

Las microfinanzas en América Latina atienden a una gama heterogénea de clientes. La metodología de bancos comunales, muy difundida en otras regiones del mundo y especialmente apta para atender a clientes en zonas rurales, no es muy utilizada en América Latina, aunque existen modelos exitosos que siguen esa forma de trabajo, como Compartamos y Finca en México, o CRECER y Pro-Mujer en Bolivia. La clientela meta de las microfinanzas hoy día no se circunscribe a la atención exclusiva de los pobres, pese a que las instituciones pioneras nacieron con esa orientación. El enfoque actual consiste en brindar servicios a empresas y personas que no tienen acceso permanente o cuyo acceso a los servicios financieros es limitado e insuficiente. Muchos de esos clientes se ubican por debajo de la línea de pobreza, sin ser ésta una condición necesaria para acudir a dichas instituciones. La metodología prevaleciente es la del crédito individual y, en menor medida, del crédito grupal o solidario. Además del nivel socioeconómico del cliente, otros rasgos son su carácter urbano y la menor participación relativa de las mujeres como clientes. Por ello, y dado que la población latinoamericana es en su mayoría urbana, las microfinanzas en la región tienen menor presencia rural, aunque algunas instituciones como Prodem y Agrocapital en Bolivia trabajan fundamentalmente fuera de las ciudades, pues las finanzas rurales no están lo bastante desarrolladas como para ser una herramienta más efectiva contra la pobreza, que se concentra en el campo en casi todos los países del área.

Por otra parte, hay ejemplos exitosos de instituciones microfinancieras que atienden prioritariamente a las mujeres, éste es el caso de las afiliadas a la red de Women's World Banking y Pro-Mujer en Bolivia. Sin embargo, en términos agregados, las mujeres representan sólo 38% de los clientes de las microfinanzas en la región. Tal proporción contrasta con los casos de África y Asia, donde las mujeres constituyen más de 60% de la clientela.

¿DE DÓNDE VENDRÁ EL CRECIMIENTO?

El concepto "microfinanzas" consiste en saber interpretar a cabalidad la demanda de servicios financieros por parte de los pobres y las unidades económicas más pequeñas de la sociedad, y poner a su disposición un abanico de opciones a las que puedan tener acceso según el ciclo de vida de sus negocios o las necesidades de sus hogares. Con esta forma de atención al cliente, el concepto de "venta cruzada de servicios" cobra relevancia. Lo importante no es contar con un producto y una institución especializada que lo provea, sino con instituciones que ofrezcan metodologías para analizar la actividad productiva del cliente y su capacidad de pago, y a partir de ese conocimiento ofrecerle un menú de diferentes servicios financieros.

A fin de hacer frente a la demanda y al crecimiento de sus carteras de crédito, la única solución de largo plazo para la industria microfinanciera es la integración plena de esos intermediarios a los mercados financieros locales. La captación de ahorros y la movilización de depósitos ya no son la mitad olvidada de las finanzas para el desarrollo. Los depósitos constituyen una importante fuente de financiamiento para las principales instituciones microfinancieras de América Latina, seguidas de líneas de crédito otorgadas por organismos de desarrollo, bancos comerciales (locales y extranjeros) y entes gubernamentales, así como de la acumulación de utilidades retenidas.

La expansión en tamaño y capacidad gerencial de las instituciones microfinancieras les permite incursionar en nuevos sectores, como el crédito para vivienda o para pequeñas empresas, además de posibilitar la estrecha relación con los clientes actuales mediante la oferta cruzada de servicios financieros. Mayores volúmenes de activos, tasas de crecimiento altas y buen desempeño financiero hacen viable la estructuración de nuevas formas de financiamiento, antes disponibles sólo para el sector bancario tradicional. No son pocos los casos en que instituciones microfinancieras han emitido títulos, valores, bonos y cualquier otro tipo de papeles comerciales que terminan en manos de fondos de pensiones, fondos de inversión y de capital, fondos mutuos, compañías de seguros e inversionistas privados. En la región, hoy operan más de 20 instituciones microfinancieras, cuyos activos exceden los 50 millones de dólares y exhiben tasas de crecimiento que permiten duplicar el tamaño de su institución cada dos años.

La rentabilidad de las microfinanzas en América Latina es mayor que en otras regiones del mundo. Se ha observado que, si bien las economías de escala son importantes, las instituciones pequeñas también pueden alcanzar viabilidad financiera y rentabilidad. No hay relación directa entre el tamaño de la institución, su rentabilidad y su desempeño; por consiguiente, las barreras de entrada son superables, lo que hace posible el ingreso de más participantes, que, a su vez, genera una competencia sana que da vitalidad al sector. Cada día son más los empresarios e inversionistas locales que comprometen recursos y esfuerzos en este tipo de instituciones.

En el siguiente cuadro se compara el rendimiento de los activos y el patrimonio de varios tipos de instituciones microfinancieras con el desempeño de bancos comerciales convencionales. Salvo en el caso de la rentabilidad sobre el patrimonio de las ONG, que por definición tienen una capacidad de financiamiento limitada, los demás indicadores de las microfinanzas superan las rentabilidades reportadas por los bancos comerciales. Ese poderoso efecto de demostración está surtiendo efecto en varios bancos comerciales de la región, que ven en el sector de las microfinanzas oportunidades interesantes para optimizar el uso de su infraestructura y colocar su liquidez ociosa.

La coyuntura por la que atraviesan los sistemas financieros de la región se presenta muy positiva, pasando por momentos de rentabilidad, liquidez, estabilidad y generación de utilidades. En este entorno favorable no son pocos los bancos latinoamericanos que se plantean incursionar en nuevos sectores de rápido crecimiento, como lo son las microfinanzas o el crédito de consumo. El amplio mercado potencial en la "base de la pirámide" socioeconómica contrasta con la competencia acérrima y los pequeños márgenes de ganancia que se obtienen atendiendo a grandes empresas. Además, las microempresas ofrecen interesantes oportunidades para diversificar el riesgo crediticio global. Los bancos, por su parte, ofrecen diferentes canales de distribución, la posibilidad de una mayor cobertura geográfica y facilidades de depósitos y ahorros que dan oportunidad a los clientes de crear sus propios historiales de crédito. El Banco Caja Social es pionero en este campo. Fundada en 1911 por un sacerdote jesuita con el propósito de contribuir a resolver el problema de la pobreza en Colombia, la Caja Social es un testimonio de que los clientes de escasos recursos en América Latina pueden ser buenos sujetos de crédito y que es posible cimentar la relación con ese sector sobre sólidas bases institucionales.

ENTORNO E INTEGRACIÓN

Como consecuencia de grandes crisis económicas y bancarias durante las décadas de 1980 y 1990, la región se empeñó en fortalecer sus sistemas financieros. En respuesta a ellas se emprendieron reformas regulatorias en materia de supervisión prudencial, privatización y apertura a la inversión extranjera en la banca, lo cual ha resultado en un mejor manejo macroeconómico y en mercados más estables, menos volátiles y más competitivos. Aunque en la mayoría de los países las microfinanzas no formaron parte de estas reformas, los cambios crearon espacios y eliminaron barreras para que algunas instituciones financieras se plantearan la posibilidad de atender nuevos segmentos.

Es difícil que las microfinanzas florezcan si no existe un marco regulador y de supervisión en el que haya un equilibrio entre la protección de los depositantes y el sistema que permite el acceso al crédito a pequeñas empresas que carecen de registros y fuentes de ingresos formales. El desarrollo de la industria no ha sido uniforme, los países que se sitúan a la vanguardia de las microfinanzas son aquellos donde el entorno regulador se adaptó al precisar las normas necesarias para facilitar operaciones de microcrédito. Los casos de Bolivia y Perú sobresalen como buenos ejemplos. En esos países se crearon estructuras jurídicas que permitieron la conversión de proyectos de microfinanzas en instituciones sólidas, con visión de largo plazo, reguladas e insertas en los sistemas financieros locales. Hoy día, en esos países las microfinanzas representan un porcentaje importante de los activos del sistema financiero nacional: 20% en el caso de Bolivia y 9% en Perú.

Las estructuras legales deben reconocer que el microcrédito merece un trato diferente, no preferencial, y que reconozca las características de un tipo de crédito basado en la determinación del flujo de efectivo y la capacidad de pago, estimados a partir de documentación informal e incompleta y con pocas o ninguna garantía real.

La función del gobierno es decisiva para facilitar un entorno que conduzca a las microfinanzas. La acción estatal debe propiciar una competencia sana entre los participantes, evitar prácticas abusivas y ofrecer información al público a fin de facilitar la toma de decisiones por parte de deudores y acreedores. Los controles a las tasas de interés tienen un efecto opuesto al buscado y, más bien, reducen la disponibilidad de crédito en los segmentos más pobres de la sociedad, ya que dificultan las labores de las instituciones interesadas en trabajar con el sector, obstaculizan el ingreso de más inversiones y desincentivan la realización de operaciones con esta clientela dentro de los sistemas financieros formales.

Desde el punto de vista de las instituciones microfinancieras, la regulación y la supervisión son fundamentales porque abren enormes oportunidades de crecimiento al ampliar la base de pasivos provenientes de depósitos y fuentes comerciales, sin las cuales la inserción en los sistemas financieros no sería plena. Al estar reguladas, las instituciones microfinancieras se convierten en intermediarios financieros completos y, por lo tanto, se sujetan a la supervisión permanente, al cumplimiento de estándares prudenciales, a la adopción de prácticas contables rigurosas y a hacer pública su información. La disponibilidad de información es indispensable para robustecer la infraestructura de la industria y permitir a los clientes, intermediarios, depositantes y financistas tomar decisiones bien fundamentadas. Las centrales de riesgo son un instrumento sumamente útil para la administración de riesgos crediticios; asimismo, permiten estar al tanto del cumplimiento de pago de grandes cantidades de clientes, lo que propicia una sana competencia entre los participantes y evita posibles sobreendeudamientos o la concesión de crédito sin metodologías de análisis bien definidas.

RUMBOS PARA CRECER

A fin de maximizar su impacto, las microfinanzas necesitan profundizar sus actividades en áreas como la distribución de las remesas y la bancarización de sus receptores, el crédito para la vivienda y los servicios financieros dirigidos a clientes rurales.

En estas páginas (Foreign affairs en Español, vol. 5, núm. 3, julio-septiembre de 2005), en su artículo "Para mejorar el impacto de las remesas en el desarrollo", Donald Terry cuantifica la importancia de las remesas y hace una serie de recomendaciones para potenciar su impacto. Se estima que unos 25 millones de personas de América Latina y el Caribe viven fuera de su país. Sesenta y cinco por ciento de estos emigrantes envía remesas a sus familiares con regularidad. Durante 2005 el flujo de las remesas a la región ascendió a unos 53600 millones de dólares, pero sólo 10% de los receptores de dichos fondos tiene acceso a cuentas de ahorro o al crédito. El reto para las microfinanzas es captar a esos receptores de remesas como clientes para que al abrir una cuenta de ahorros o recibir préstamos en estas instituciones se incorporen al sistema financiero formal de su país. Con este fenómeno, conocido como "bancarización", el flujo de las remesas se distribuirá en forma más eficiente, menos costosa y podrá ser apalancado en los sistemas financieros locales. Éste es un claro ejemplo de la democracia financiera en acción y de formas concretas de aumentar el bienestar de la población más pobre de la región.

El crédito para la adquisición de vivienda abre oportunidades a miles de individuos y familias a fin de satisfacer una de sus necesidades básicas para llevar una vida decorosa. El crédito hipotecario de largo plazo es de difícil acceso para las personas de escasos recursos económicos, ya que para su obtención tienen que presentar un flujo de caja verificable; además, se requiere poseer títulos de propiedad para formalizar una garantía real, y muchas veces los costos de transacción fijos son altos como proporción del tamaño del crédito. Ante esta realidad, la adquisición de la vivienda muchas veces se realiza en forma progresiva y se financia con microcréditos de corto plazo, que se renuevan a su vencimiento. A futuro es deseable buscar formas que permitan a las instituciones microfinancieras alargar los plazos de tales operaciones, reducir los costos de documentar y procesar un mayor número de créditos para la vivienda, y con ello fortalecer las bases de una sociedad más justa y más estable.

Con el crecimiento de la industria crecen también los requerimientos de capital humano. En algunos casos, la falta de personal entrenado y dispuesto a hacer carrera en este sector se ha convertido en un serio cuello de botella. En el futuro aumentará la demanda de personal calificado en metodologías de crédito, en materia de gobierno corporativo, en temas de supervisión y control prudencial, y en temas de banca y finanzas adecuadas para el sector de las microfinanzas. Son varias las instituciones de enseñanza superior y los programas de capacitación que han incorporado el currículo de las microfinanzas en sus programas de estudios. Varias instituciones microfinancieras latinoamericanas acuden a las universidades a reclutar estudiantes. La expectativa es que los requerimientos de recursos financieros y humanos de la industria continúen aumentando. La forma en que se canalicen esos insumos determinará en gran medida el futuro de las microfinanzas en América Latina.

SISTEMAS FINANCIEROS PARA TODOS

Para hacer frente a la enorme demanda insatisfecha en algunos países que albergan a millones de microempresas, es imperativa la atracción de más capital y financiamiento privado, así como una mayor utilización de la infraestructura bancaria y de la tecnología disponible. Los modelos exitosos del pasado deben complementarse con nuevos esquemas innovadores de atención al cliente. En algunos sistemas financieros sigue habiendo marcos legales inadecuados e imprecisiones en los esquemas de regulación que actúan como rémoras para el surgimiento de las microfinanzas. Es importante seguir promoviendo reformas financieras a fin de adaptar sistemas, productos y nuevos canales de distribución que permitan alcanzar un mayor grado de democracia financiera.

La democracia financiera, sin embargo, es condición necesaria pero no suficiente para reducir las desigualdades históricas de los sistemas financieros de América Latina y el Caribe. La interacción del dinamismo del sector de las microempresas y la creatividad mostrada hasta ahora por las instituciones de microfinanzas deberá traducirse en una reducción de la brecha de intermediación y en sistemas financieros inclusivos. A pesar de las altas tasas de crecimiento de la industria, el mercado desatendido es tan amplio que su cobertura no se logrará si no hay nuevos participantes con nuevos modelos y arreglos institucionales innovadores.

La creciente presencia de la banca comercial es, a la vez, un buen augurio y un indicador del grado de avance de la democracia financiera. Los bancos tienen grandes ventajas de escala e infraestructura: vastas redes de sucursales, capacidad de movilizar depósitos, capital humano y acceso a tecnologías modernas. Estos recursos podrían dirigirse a millones de microempresas, sus propietarios y empleados. La inversión en tecnología abre nuevas oportunidades para atomizar los servicios financieros, reducir los costos de transacciones, incrementar los canales de distribución y ofrecer nuevos productos. La tecnología ayuda a mejorar la eficiencia y la productividad, pero, para que su uso se traduzca en más servicios para la microempresa y la población de escasos recursos, hay que continuar innovando con modelos amigables, asequibles y aceptables para los clientes, al tiempo que su costo permita su introducción masiva en esos segmentos.

Las microfinanzas han demostrado no sólo que los clientes pobres y las microempresas son bancarizables, sino también que esa función puede llevarse a cabo sin subsidiar los servicios, es decir, en forma sostenible y rentable. La generación de resultados positivos es compatible con la creación de sistemas que ponen recursos al alcance de personas y empresas para que tengan más oportunidades productivas, contribuyendo a construir las bases de un verdadero bienestar de sectores más amplios de la población en nuestros países. Se puede hacer el bien sin descuidar el rigor financiero.

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