Santos Mercado
Con lágrimas en los ojos lamenté que me hubieran ocultado éste y todos los demás textos de Friedman. ¡Cuánto tiempo me habría ahorrado, cuánto daño habría dejado de hacer si lo hubiera leído antes!
Los hombres que amamos la libertad nos sentimos profundamente consternados porque el economista más importante del último siglo se ha despedido de este mundo. No creo que haya otro hombre que haya dado tanto a este mundo, aunque sólo pocos sabrán reconocerlo.
En decenas de cursos de economía que llevé en las universidades públicas jamás me hablaron bien del Premio Nobel de Economía 1976. Nunca me recomendaron alguno de sus libros, que fueron muchos. De lejos se veía que los intelectuales izquierdistas, mis profesores, lo odiaban a muerte.
Por circunstancias fortuitas empecé a conocer la obra de Milton Friedman en 1993. Regresaba yo de la Habana después de asistir a un congreso de educación (Pedagogía 93) donde hablé de la necesidad de cambiar la forma de financiar a las escuelas públicas.
Todo el que me oía quedaba sorprendido y sin argumentos para rebatir mi idea. Pero un profesor del IPADE me bajó de la nube para decirme que ya alguien se me había adelantado con esa idea. Me dio la referencia y... en efecto, Milton Friedman decía lo mismo que yo pero en el año 1955. Sorprendido porque “me habían robado la idea” empecé a buscar sus textos. Por primera vez en mi vida, después de haber estudiado dos doctorados en economía, tenía en mis manos su famoso libro “Libertad de Elegir”. Con lágrimas en los ojos lamenté que me hubieran ocultado éste y todos sus demás textos. ¡Cuánto tiempo me habría ahorrado, cuánto daño habría dejado de hacer si lo hubiera leído antes!
Difícilmente se puede olvidar su genial observación de “no existe un sandwich gratis”. Con ello nos enseñaba que lo que aparentemente es gratuito, alguien lo tiene que pagar. Las conclusiones de esta observación son cruciales para entender la perversidad de la “educación gratuita”, los “créditos blandos”, los cheques gratuitos a la tercera edad, los subsidios, etc. Comprendí la razón del odio de la izquierda mexicana y de todo el mundo ya que Friedman se oponía a los obesos aparatos burocráticos del Estado que pretenden controlar, regular y normar la economía. Consideraba a la burocracia como un verdadero estorbo para el florecimiento de la economía. Su idea de que el mercado supera en mucho a cualquier burócrata ilustrado para distribuir la riqueza de la sociedad fue un golpe directo a los keynesianos.
Decía Milton que el mejor sistema es la economía de mercado. Que se respeten las decisiones de cada individuo y se permita y aliente para que los hombres usen su propio talento, conocimientos y coraje para obtener lo que quieren y realizar sus sueños, siempre y cuando no dañen a otros. Un sistema así es mejor que cualquier sistema donde un dictador decide por todos.
Friedman nunca confió en los sindicatos pues lejos de salvar a los trabajadores se convertían en una pesada carga de funcionarios ricos a costa de las cuotas, prebendas y traiciones a sus asociados. Recomendaba que cada trabajador debiera aprender a defenderse y vender su trabajo al mejor precio.
Cosechó el odio de los gobiernos latinoamericanos pues les recomendaba que no usaran la maquinita de hacer billetes para pagar sus burocracias, hacer sus obras faraónicas o regalar a los pobres, pues eso genera más pobreza. También les explicaba la bondad de los impuestos bajos.
Los rectores de las universidades públicas se cuidaban mucho de no invitarlo a dar conferencias. Pero la primera vez que vino a México (invitado por Carolina Bolívar), dijo “estoy recomendando que el gobierno de los Estados Unidos privatice sus escuelas públicas, pero los mexicanos tienen más urgencia de privatizar porque aquí hay más pobres”. La segunda vez dijo: “PEMEX debería ser propiedad del pueblo, y eso sólo es posible cuando cada ciudadano tenga acciones en la mano”. Por supuesto, los izquierdistas, burócratas y petroleros se le lanzaron directamente a la yugular con la intención de que nunca más regresara a México.
La primera vez que visitó la República Popular China fue en 1982 y lo hizo por moto propio. Ya hacía 6 años que se había muerto Mao Tse Tung y los dirigentes ya estaban decididos a abandonar la vieja línea maoísta que tanto daño y atraso les causara y estaban atentos a las nuevas ideas. Pero poco sabían de Milton quien sólo se paseaba, observaba y platicaba informalmente con la gente que lo rodeaba. Los chinos lo veían como si viniera de un mundo extraño. Escribió algunos artículos sobre China y fue suficiente para que el gobierno de Deng Tsia Ping lo invitara a dar una serie de conferencias. Hoy no creo exagerar si digo que la China de Mao se está convirtiendo en la China de Friedman.
Finalmente, no quiero dejar de mencionar la proeza de los alumnos de Milton Friedman (que tuvo muchos) pero me refiero a los “Chicago boys” pues gracias a que se acercaron a Augusto Pinochet (quien de otra forma habría sido un simple dictador sin mayores luces) construyeron la economía más dinámica, moderna y avanzada de Latinoamérica. De hecho, el gran mérito de Pinochet fue dejar entrar a estos alumnos de Friedman.
La extensa obra de Milton Friedman sigue proscrita de las aulas universitarias. El precio de no abrir las puertas a Friedman se ha pagado con pobreza, atraso, estancamiento, inflación, depresión y violencia. Espero que algún día lo sepamos reconocer.
En fin, sirvan estas palabras para despedirme de mi querido maestro: Milton Friedman.