27 de agosto de 2008

Socialdemocracia tricolor

José A. Crespo

Giovanni Sartori clasificó muy bien al PRI como partido hegemónico, es decir, uno que monopolizaba esencialmente el poder, pero compartiendo el escenario político con otros partidos para barnizarse de cierta legitimidad democrática. Además, lo catalogó un partido pragmático, a diferencia de aquellos que tenían un compromiso vital con una ideología específica, como lo era el Partido Comunista de la Unión Soviética. La ideología de la Revolución Mexicana, de la que el PRI se proclamó heredero directo, abarcaba la mayor parte del espectro ideológico, a partir del pensamiento de sus héroes y sus caudillos: el liberalismo de Madero, el agrarismo de Zapata, el laborismo de Obregón o el socialismo de Cárdenas. Sólo los extremos a la derecha y la izquierda quedaron fuera de las posibilidades ideológicas del PRI (y reservaron tales extremos a su oposición, por ejemplo, la Unión Nacional Sinarquista, el PAN, el Partido Comunista Mexicano y otras formaciones de izquierda marxista). Eso le brindó gran capacidad de adaptación ideológica, interna y externa. Internamente, cada mandatario podía diseñar su respectivo programa dentro de ese amplio espectro, a despecho del que hubieran seguido sus antecesores (primero el hombre, luego el programa). Y, externamente, el PRI pudo adaptarse a las grandes tendencias económicas del mundo o de la región, como el Estado benefactor, el desarrollismo latinoamericano o el neoliberalismo de las últimas décadas del siglo (que Carlos Salinas de Gortari quiso y aún quiere disfrazar como “liberalismo social”).

El PRI sigue gozando de sus rasgos pragmáticos que le permiten navegar a conveniencia por distintas aguas ideológicas. Al perder el poder en el año 2000, se hallaba aún instalado en el neoliberalismo tecnocrático, lo que para muchos tradicionalistas de ese partido explica la razón de su alejamiento con respecto a la ciudadanía, y su consecuente derrota electoral. Por eso en la XVIII Asamblea, la de 2001, el PRI renegó públicamente del neoliberalismo y dijo regresar al viejo nacionalismo revolucionario. Pero los priistas han percibido, correctamente, que ni el nacionalismo revolucionario ni el neoliberalismo son ya buenas banderas electorales, de cara a 2009 y 2012. De ahí su reciente proclamación como socialdemócratas.

De alguna manera los priistas han observado que hay un importante sector de electores que aspira al surgimiento en México de una socialdemocracia al estilo europeo, lo que aquí jamás ha existido. Pero, contrariamente a lo dicho por algunos dirigentes tricolores, la socialdemocracia no es una actualización del nacionalismo revolucionario. La socialdemocracia fue resultado de una adecuación estratégica y de la moderación ideológica del marxismo tradicional en Europa, al percatarse muchos militantes de que en sus respectivos países sería poco menos que imposible provocar una revolución comunista (los pioneros fueron los alemanes). Por lo cual, la nueva meta consistió en competir y ganar dentro de los cauces electorales, lo que exigía dejar de lado la hoz y el martillo y la dictadura del proletariado, para captar el importante sufragio del centro izquierda.

Ese no es, evidentemente, el origen ideológico del ideario priista. Más bien sus fundadores se basaron en esquemas antagónicos en lo ideológico, pero convergentes en su ángulo organizativo: Calles se inspiró en el fascismo italiano y Cárdenas en el bolchevismo soviético. El corporativismo priista se inspiró en esos modelos orgánicos. Quien sí pudo seguir y desarrollar una vía socialdemócrata fue la izquierda histórica de origen marxista, al aceptar, después de 1979, el reto de la democracia electoral. En esas estaba cuando se le cruzó en el camino la escisión del PRI en 1988, con la cual dos años después fundó el PRD. Pero, en virtud de que los dirigentes más importantes de partido venían del PRI (Cárdenas, Muñoz Ledo, López Obrador), fue el nacionalismo revolucionario el que logró imponerse como ideología predominante. Difícilmente puede considerarse al PRD como expresión de la socialdemocracia moderna. Nunca lo ha sido y se ve difícil que evolucione hacia allá y menos ante la profunda crisis que hoy lo pone al borde de la ruptura. Tampoco puede ya esperarse demasiado del Partido Alternativa Socialdemócrata, que eligió esa doctrina como eje de su identidad. Pero al ver la forma en que resuelven sus pugnas internas (con métodos no precisamente democráticos), muchos de sus electores se muestran decepcionados y difícilmente le refrendarán su apoyo.

Así pues, hay un espacio en el centro izquierda que nadie ha podido ocupar plenamente y que el PRI intenta hoy ocuparlo, dado que necesita poner mayor distancia programática con el PAN, su verdadero rival en los próximos comicios. Claro, una cosa es que el PRI se proclame socialdemócrata y otra muy distinta que los electores que simpatizan con esa corriente ideológica así lo crean. Es probable, pues, que los votantes socialdemócratas no sufraguen por el PRI pese a la nueva y atractiva envoltura del tricolor. Pero hay muchas otras razones que pueden llevar a varios electores (sean de centro derecha o centro izquierda) a sufragar por el PRI, como es la enorme falta de oficio político del PAN y sus gobiernos (una rica veta que el PRI ya empezó a explotar electoralmente), así como su claudicación democrática. Cuenta también, desde luego, el nuevo radicalismo del PRD, sus estrategias extrainstitucionales, su falta de unidad interna y su rezago ideológico. Y ello le abre al PRI buenas expectativas para 2012, pero antes falta ver si la disputa por las candidaturas (incluida la presidencial, desde luego), no le provoca las fisuras que hoy logra evitar.

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