Para Luis Miguel Carriedo, con afecto.
La decisión de la mayoría de los consejeros del IFE de indultar a las televisoras por la violación constitucional y legal que hicieron de las disposiciones electorales en materia de radio y televisión, es un acto de autodenigración institucional, porque se menoscaban tres de las más importantes cualidades que debe tener esa autoridad: credibilidad, independencia, legalidad. Esto se suma al deterioro del prestigio que otrora gozó, y la desconfianza ciudadana aumenta hacia el árbitro de la principal disputa que se da en México: la electoral.
Ni más ni menos que esa es la afectación, y se trata de un enorme daño, porque en un abrir y cerrar de ojos nos hecha a perder esfuerzos sociales, políticos e institucionales muy largos, duros y complejos en la construcción de la democracia electoral. Sí, es un acto suicida, una dinámica autodestructiva.
Las causas de esa conducta pueden ser diversas y ya varios articulistas han abordado con distintos enfoques, la debilidad con que respondieron a las presiones de Tv Azteca y de Televisa los consejeros Marco Antonio Baños, Macarita Elizondo, Marco Antonio Gómez, Francisco Guerrero, Benito Nacif y Arturo Sánchez y que inevitablemente arrastrará al conjunto.
Este fin de semana me he preguntado qué les pasó a esos consejeros que al principio se veían tan firmes, y luego fueron capaces no sólo de someterse, literalmente doblegarse, sino que se atrevieron a decir las cosas que dijeron y sólo les faltó pedirles una disculpa pública a las televisoras pues, ya no dudo que algunos lo hayan hecho en privado. Por supuesto que lo primero que pensé fue que no pudieron resistir las presiones, o se imaginaron consecuencias funestas en su relación futura con las televisoras.
Quiero compartir mi visión del asunto, porque he visto pasar muy de cerca esas presiones envueltas de distinta manera, como amenaza, chantaje, intimidación o incluso ofrecimientos de apoyo y gracia con que la Televisión sabe pagar los favores recibidos.
¿Cómo presiona la Televisión?, no pocas veces me han cuestionado. ¿Cómo opera sus mecanismos de captura?, ¿son sus operadores mentes brillantes en el arte de la argumentación?, ¿son sofisticados sus métodos?, ¿realmente son más poderosos que el Estado?. Respondo que ninguna de las tres cosas anteriores, más bien son muy rudimentarios, poco dotados y más que poderosos son hábiles y sagaces. Del chapulín colorado, y no de otra fuente, les proviene su astucia: tienen bien medido el infantilismo político con el que se comporta una buena parte de la clase dirigente del país, saben del desvanecimiento de la visión de Estado en la tarea de gobierno, conocen del bajo nivel cultural, ético y jurídico de muchos de los que hoy ocupan responsabilidades públicas, de lo que se llama ausencia de líderes en instituciones clave de nuestra democracia.
Las presiones de la Televisión siempre han tenido efecto en quienes se dejan presionar, y más aún en quienes son susceptibles de esa presión, ya sea porque tienen vínculos directos con las empresas, o acumulan en su expediente personal, político o profesional faltas que luego los cabilderos de la televisión se encargan de recordarles. Por esa vía, a la que no debemos dejar de añadir el narcisismo político, ese embelesamiento que a algunos les causa salir en la tele - para poder verse y existir -, han logrado muchas canonjías, privilegios e impunidades. Pero más ha sacado raja la Televisión de los pusilánimes, que de los corruptos. Sí, su fuerza es proporcional a la debilidad del gobierno. De los faltos de carácter, o de los “faltos de ánimo y valor para tolerar las desgracias o para intentar cosas grandes”, como define el diccionario de la real academia de la lengua española, a los pusilánimes, del latín pusillanĭmis, es de donde la televisión ha sacado cómplices para fincar su influencia, su impunidad.
Quien quiera ver cómo se acobarda y se rinde un servidor público, de los de sin ánimo, ya no digamos para hacer cosas grandes por su país, sino por lo menos para hacer respetar la ley, y sancionar el atropello del poder fáctico de la televisión, que vea la sesión del IFE del pasado 13 de febrero de 2009. Quien desee observar el referente contrario en hombres y mujeres que se dan a respetar, y no sólo son fuertes ante la desgracia sino inteligentes y firmes para detener el abuso, que vea las sesiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en mayo y junio de 2007, cuando se echó abajo la Ley Televisa.
El mismo IFE tiene su contraste para esperanza de muchos, aun cuando en número insuficiente. Frente a la repentina como vergonzosa actitud de quienes decidieron congraciarse con las televisoras, o con quienes hayan abogado ante ellos en defensa de Azteca y Televisa, destacó la actitud del consejero presidente del IFE, Leonardo Valdés Zurita, que recordó que la autoridad electoral no puede renunciar a la aplicación de la ley. Singular, por valiente e informada la actuación del consejero Alfredo Figueroa. También la de Virgilio Andrade, quien reivindicó la defensa de la legalidad. Vaya para ellos nuestro abrazo, sabiendo que se trata de la excepción honrosa en este capítulo de demolición. Para la mayoría que se rindió, nuestro rechazo a su conducta.
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