Con más vigor unas que otras, las voces que se fueron alzando la semana pasada para orear la discusión en Acción Nacional, tras los resultados electorales del 5 de julio, coinciden en señalar que nuestra derrota está impregnada de una amargura más antigua, que el fracaso de la reciente estrategia electoral sólo es el desenlace. Se trata de una evolución que consintió abandonar los rigores éticos que plasmaron a la tarea política los fundadores del PAN, y una ausencia de visión de Estado en la conducción del país.
Los más hemos reconocido que las tareas inherentes a una transición democrática están inconclusas. La alternancia no significó el anhelado cambio democrático de las estructuras y, bajo la preocupación de la gobernabilidad, terminamos acobardándonos. Bajamos los guantes al viejo régimen.
Los acuerdos en torno de esa pretendida gobernabilidad democrática fueron espejismos, ingenua ilusión. Se difuminaron las reformas energética, penal, fiscal. Las alianzas con los sectores corporativos y corruptos bajo el manto de la gobernabilidad no produjeron bienes públicos ni tampoco partidarios. La educación está igual, por más acuerdos que hayan tenido Fox o Calderón con Elba Esther. Los arreglos con ese sector son el reflejo más dramático de esa apuesta sin sentido. Ahí donde somos aliados electorales perdemos, el caso de Querétaro; donde somos adversarios nos ganan, el caso de Nuevo León. La maestra gana, pierden el PAN y el país.
El pretexto de la gobernabilidad nos hizo entrar en un debate confuso, en el que muchas veces no queda claro cuál es la posición del gobierno y el PAN varias veces se ha quedado callado. Por eso hoy los poderes fácticos son más fuertes y débil, por no decir ausente, la capacidad regulatoria del Estado. Por eso los gobernadores actúan a sus anchas como réplicas dinosáuricas del autoritario presidencialismo mexicano. Han regresado a ser el antiguo PNR y por eso son más fuertes ahora. El país entero vivió los desenlaces impunes de Ulises Ruiz en Oaxaca; de Mario Marín en Puebla, de Fidel Herrera en Veracruz. Vive la impunidad con la que Enrique Peña Nieto viola la Constitución, la ley electoral y cualquier fiscalización posible de los recursos con los que paga a la tv cientos de millones de pesos para su anticipada campaña presidencial.
No podemos seguir en el autoengaño. La amenaza es el regreso del PRI. Y es más peligroso éste que el que perdió frente a Fox, porque todos los grupos que lo apoyan son ya más poderosos.
Cuando se decían estas cosas al interior de Acción Nacional, cuando la crítica surgía convertida en advertencia sincera, se terminaba marginando, relegando o defenestrando a las voces opositoras. Todavía cala en el partido el cese fulminante de Creel como coordinador del Senado.
Al pretexto de la gobernabilidad siguió la pretendida definitividad. En contrasentido a la actitud de un partido abierto a la discusión y al debate, vino una arrogancia en los diferentes niveles de dirección, pero sobre todo en sus cúpulas; hoy crece el dispendio del dinero casi a la par que el alejamiento de la militancia. Los grupos no mantienen una disputa conceptual o de enfoques en la interpretación ideológica o doctrinal; sólo se pelean la distribución de plazas en el partido.
No damos un debate real en la sociedad, o de cara a la sociedad; a la gente no le quedan claras las posturas del partido. No hay debates internos que reanimen el espíritu partidista, los consejos estatales se reúnen la mayoría de las veces para conocer de problemas internos, no de los problemas sociales ni de las propuestas para encararlos.
El partido tiene problemas de representatividad en sus órganos no sólo porque varios de los procedimientos de elección siguen excluyendo a los militantes, sino porque las principales decisiones están en facciones que poco tienen que ver con los intereses ciudadanos. Por supuesto, estoy de acuerdo con la propuesta del senador Marko Cortez de que así como la elección del candidato presidencial del PAN la realizan los miembros activos, sucediera igual con la del presidente del CEN, y agrego la de los presidentes estatales.
Aunque aún no nos reponemos de los resultados del 5 de julio, es momento de pasar a la acción renovadora en lo que debamos poner al día, y reconstituir el tejido enfermo. La derrota no debe paralizarnos, sino instigarnos, dijo don Manuel Gómez Morín. Tampoco puede ser ocasión para llorar, es el mejor momento para aprender.
Profesor de la FCPyS de la UNAM
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