Premonitorio del futuro que lo alcanzó, teniendo a la vista la época introductoria del ascenso al poder, al mismo tiempo que se deterioraban métodos y valores democráticos en el partido, Don Luis H. Alvarez alertó al panismo hace más de una década con singular advertencia: evitémos la tristeza de que a nosotros, que nunca nos derrotó la derrota, nos vaya a derrotar la victoria.
Otras ideas de los siguientes presidentes del PAN sobrevinieron a esa visión en el conjunto de las preocupaciones por el tránsito de la oposición al poder: el ideólogo Carlos Castillo Peraza recomendó apostar por nosotros mismos; y el licenciado Felipe Calderón Hinojosa fue aún más celoso: ganar el gobierno, sin perder el partido.
Recuerdo las frases porque en la derrota que hemos sufrido el pasado domingo 5 de julio, en la que confluyen múltiples factores, está presente de manera muy importante nuestro desempeño político en el ejercicio del poder y una desfiguración dramática de nuestra esencia como partido democrático. Por supuesto que la recesión económica que ha lanzado al desempleo a miles de personas nos atravesó la elección de principio a fin, sin que esa crisis mundial nos pueda ser imputable, salvo la manera en que se minimizaron los efectos.
La esperanza que abrió la alternancia en el año 2000, y las expectativas de cambio que formuló ese proceso, no están cumplidas. Ya en el 2006 nos fue complejo refrendar la confianza ciudadana, en el que por escaso margen logramos retener la Presidencia de la República. El domingo pasado sufrimos el colapso a manos de una maquinaria intacta que los mismos gobiernos del PAN han aceitado mediante concesiones absurdas y negociaciones muy caras al ideal democrático, pero con resultados pobres y reformas muy chatas.
El PRI que regresa, el mismo de siempre por más nuevas o jóvenes que puedan ser sus caras, fue re-empoderado por la omisión de desmantelar el viejo régimen corporativo, clientelar, patrimonialista y electorero. Mantenerle los privilegios a los sectores monópolicos del país y a diferentes grupos de poder informal, ha revitalizado a quienes los prohijaron. Las coaliciones con los sindicatos más corruptos del país, nos han quebrantado el ánimo interno, y nos han dejado inermes en el debate frente a nuestros adversarios de la izquierda.
El caso patético ha sido la protección brindada al duopolio de la televisión, particularmente a Televisa, la empresa productora de Enrique Peña Nieto. En el partido circulan ideas autodestructivas sobre la inacción del gobierno frente a la descarada promoción por parte de Televisa de ese personaje, tan vacuo como popular.
Este desempeño ha estado basado en la lógica de que bajo las mismas estructuras y esencialmente las mismas reglas del PRI, podríamos superar a sus fundadores. Esa lógica está liquidada, pero se nos fracturó a la vez la ética, porque hemos terminado asemejándonos a nuestros adversarios. La gente a veces ya no visualiza la línea que nos separa del PRI, de ahí que haya cundido como acerto en la argumentación del voto nulo, la falacia de que todos somos iguales. No lo somos, pero esa impresión hemos dado.
Los resultados obligan a que en el seno de los órganos del partido se produzca una discusión amplia, franca y abierta de las causas de la derrota, y de las necesarias medidas de rectificación que hemos de tomar. El gobierno debe corregir el rumbo e informar honestamente al partido de algunas acciones y decisiones que no quedan claras, por supuesto información completa sobre los efectos de la recesión económica y las medidas para afrontarla. Pero también el necesario diálogo sobre los deberes de la cooperación partido-gobierno, los límites de la intervención del Presidente de la República en los órganos directivos, así como el respeto que debe brindar a las facultades exclusivas de la vida partidaria.
Estamos ante una derrota, pero también ante una oportunidad: la de rectificar con valor. Gómez Morín dijo que “El valor no es cerrar los ojos ante el fracaso, sino evitarlo o sacar de él nuevo aliciente para la acción; no conformarse tampoco en el éxito, sino adelantarlo luego”.
Muchos viejos panistas, labriegos de la primera hora en la siembra por la democracia, vieron en el triunfo del 2000, coronados sus esfuerzos generosos con la simple llegada de Fox a Los Pinos. Algunos confesaron ante ese episodio - que ya nos parece tan remoto en su sentido de cambio -, que jamás se imaginaron vivirlo. La esperanza estaba abierta de par en par. Pienso en varios de ellos que ya no están con nosotros, y lo sé de cierto que se fueron felices y satisfechos. Pero pienso también en los que aún viven y me imagino la enorme tristeza que les provocaría, ser también testigos del regreso del PRI. Si hoy el momento es aciago, entonces sería desastroso para la República.
Ha sucedido lo triste, está en nuestras manos evitar que sobrevenga lo amargo y decepcionante.
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