Para Sergio Sarmiento y su selecto club
Monumentos por aquí y por allá; frases grandilocuentes en las salas de sesiones del Congreso de la Unión; párrafos repletos de una interminable lista de elogios a los mártires y segundos fundadores de la Patria; una larga y elegante avenida en la capital de la República e incontables calles en todo el País llamadas Reforma, en fin, homenajes hay por todas partes y sin embargo en México los liberales son escasos, muy escasos. A 150 años de la promulgación de las Leyes de Reforma, estamos obligados a admitir que el liberalismo es una referencia histórica pero no una práctica cotidiana. Somos una República sin liberales.
Un liberal comienza por respetar a sus conciudadanos. Eso no ocurre en México. Un liberal entiende y defiende que la ley es el mandato supremo para todos y que esa ley es la que protege nuestros propios derechos. Eso no impera en México. Un auténtico liberal pone al individuo al centro de cualquier discusión, ni las guildas, ni los sindicatos, ni las corporaciones, ni los partidos pueden situarse por encima de él. Estamos a varias galaxias de esa realidad. Un liberal obedece el principio central de la igualdad de cualquiera ante la ley: mujer o varón; sindicalista o no; indígena o no; miembro de un partido o independiente; de izquierda o de derecha; rico o pobre. Para un liberal no puede haber justicia diferenciada, digamos tribunales o fueros especiales; para un liberal nadie puede ser impedido de expresar sus ideas a los cuatro vientos y difundirlas por todos los medios que estén a su alcance; para un liberal no puede haber órdenes jurídicos diferentes. El liberalismo en eso es bastante sencillo y sigue la sentencia suprema de Juárez: “El respeto al derecho...”
Pero en el México de fanfarrias liberales, existen mexicanos de segunda, por ejemplo los ejidatarios y comuneros que ahorran y construyen casas en sus terrenos ejidales o comunales pero no pueden utilizar esos ahorros para pedir una hipoteca. Su decisión personalísima pasa por la comunidad. Alrededor del 50% del territorio nacional se encuentra en esa condición y es regulado por tribunales que no pertenecen al Poder Judicial. Pasamos de las manos muertas del Clero a las manos muertas del Estado. El sueño liberal de edificar una nación con fuertes clases medias rurales, propietarias y pilares de la democracia, en pleno Siglo XXI, no existe.
Un país liberal es aquél en el cual la libertad de pensamiento es guía intocable de la Nación. En México la intolerancia política y sobre todo religiosa, es asunto de todos los días. Basta con revisar la lista de descalificaciones que se lanzan los políticos o los actos de acoso popular a minorías religiosas. ¿Libertad para todos? Sólo en la ley. Las facultades otorgadas al IFE para descalificar propaganda política que “denigre” al contendiente son la antípoda de un estado liberal. En un país liberal los monopolios son el gran ogro que amenaza la convivencia y la prosperidad. Sin comentarios. En un país liberal la propiedad es un baluarte que debe ser custodiado por el estado no amenazado por él.
Héroes liberales tenemos para colmar a cualquiera, pero nuestra vida cotidiana habla de una sociedad profundamente antiliberal que ha tenido consecuencias nefastas. Debido al falso dilema de propiedad social versus propiedad rural, los pobres de los pobres en México viven en una condición de capitus diminutio en la cual sus ahorros son sacados del mercado como lo ha demostrado Hernando de Soto. Los pobres ahorran y mucho, proporcionalmente más que las clases de ingresos medios o los pudientes, pero en México nos damos el lujo de esterilizar sus ahorros por ley. Todo en nombre de una justicia social de la cual cada día estamos más lejanos.
El liberalismo no es sólo un postulado doctrinario, un ideario de vitrina. El liberalismo es una forma de entender la vida que amplía nuestras libertades pero que también nos fija límites. Una democracia sin liberales de corazón es como construir un edificio sin cimientos. La izquierda, el centro o la de derecha, todos caben en una democracia, de hecho la democracia liberal es la única que garantiza la pluralidad y cuida de las minorías. La cultura liberal es sólo el principio de la ruta. Sin ella cualquier democracia es débil. Ahora que andamos de festejos observemos con severidad nuestro liberalismo cotidiano. Es un horror.
Lizalde.- Discreto, dedicado a su oficio, la poesía y a su segunda pasión, la música, Eduardo Lizalde es un referente obligado. Culto en el sentido profundo y real de la palabra, Lizalde desarrolló un tono y un estilo poéticos muy personales, sin concesiones. La vida le dio el privilegio de una bellísima e inconfundible voz que en pleno Siglo XXI convoca y provoca a escuchar poesía, algo extrañísimo. Lizalde ha hecho de la lectura pública un deleite y de la difusión musical una profesión. Bien por el homenaje al señor de los desastres y los tigres.
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