Durante el debate realizado en las últimas semanas sobre qué hacer con el sufragio, los detractores del voto de protesta (partidos, cámaras empresariales, Iglesia y, lamentablemente, las autoridades electorales) esgrimieron varias razones para no anular el sufragio, para las cuales hay, sin embargo, una réplica:
1) Se dedicó mucho tiempo y esfuerzo a hacer valer el voto en México, como para desperdiciarlo ahora. Precisamente por eso, muchos ciudadanos, inconformes con el sistema de partidos en general, decidimos acudir a las urnas y usar el sufragio en lugar de quedarnos en casa, ajenos al proceso electoral. 2) Los cambios de los últimos tiempos se han logrado con ayuda del voto. Cierto, y por eso también los anulistas buscamos nuevas y urgentes modificaciones, con el sufragio de protesta, al sistema partidario; eso podría también ser eficaz para el cambio. 3) Los partidos no son iguales: constituyen opciones programáticas diferentes. Así es. Pero en lo que hace a su comportamiento democrático, su lucha contra la corrupción y la impunidad, no hay gran diferencia. Por ejemplo, ninguna bancada ha rechazado el bono de marcha, con que se irán los actuales diputados, de más de un millón, en plena crisis económica. 4) El voto de protesta no es institucional. Incorrecto: el Cofipe lo contempla como una opción válida, lo cual automáticamente lo convierte en legal, institucional, legítimo y democrático. 5) El voto está pensado exclusivamente para elegir a gobernantes y legisladores. No es exacto. La teoría democrática concede al voto también una función de protesta y, por eso, en muchos países democráticos incluyen el voto nulo con diferentes consecuencias jurídicas. En México esa es la función del voto por candidato no registrado (y por eso la boleta incluye un recuadro para tal opción). 6) El voto nulo busca desaparecer al sistema de partidos. No es eso lo que se pretende, sino mejorar el sistema de partidos, transformarlo de uno esencialmente partidocrático a otro esencialmente representativo y sujeto a rendición de cuentas. 7) El voto nulo no cuenta en la conformación de la Cámara baja. No es exacto. Indirectamente, puede influir en la configuración de ese órgano legislativo, al ser contado para determinar qué partidos tienen o no representación en la Cámara baja. Un efecto nada menor. 8) El voto nulo cede a otros una decisión personal. No es así. El anulista decide emitir un voto de protesta con los efectos jurídicos y políticos que pueda tener, en vez de optar por la abstención (que no se oye, y no tiene efectos jurídicos), o en lugar de emitir un sufragio partidario, que se leerá como un nuevo respaldo a los partidos, un visto bueno al régimen partidario vigente. 9) El voto nulo puede hacer el juego a intereses aviesos y hasta contrarios de quienes lo emiten. En política hay actores e intereses que aprovechan coyunturas y circunstancias diversas para jalar agua a su molino, y el voto nulo no es la excepción. Pero tampoco lo es el voto partidista: sufragar por alguno de los partidos puede hacer el juego a intereses ajenos y contrarios al elector; en 2000, por ejemplo, el voto por el PAN terminó favoreciendo a Marta Sahagún y su parentela. El voto por el PRD podría hacerle el juego a René Bejarano y sus huestes; el emitido por el Panal, pues ya sabemos a quién favorece; el voto por el Partido Verde, lo hace a la familia que regentea ese negocio y, ahora, también, a las televisoras. El oportunismo está, pues, en pos de cualquier voto y no sólo del anulado como protesta. Mas no por eso no vale la pena sufragar, sea por un partido o en plan de protesta. 10) El voto nulo deja su lugar al voto duro. No en la medida en que el grueso del sufragio nulo proviene de la abstención (según encuestas). Además, las tendencias en la elección federal se han mantenido estables, con voto nulo o sin él. Además, a los anulistas no les preocupa cuántas curules de más o de menos recibe cada partido, sino modificar la esencia del sistema partidario. Buscan resolver un problema de fondo, no uno coyuntural. 11) El voto nulo no será tomado en cuenta por los partidos, por lo cual más vale seguir votando por alguno de ellos. Se propone aquí un sufragio complaciente, cuando no masoquista. Pero la furiosa reacción de los partidos ante el voto nulo refleja que el asunto no les es indiferente. Con un voto nulo nutrido, no podrán ser omisos al reclamo anulista. En todo caso, más vale averiguarlo que quedarse con la curiosidad. 12) El voto nulo puede crear condiciones que lleven a la anarquía o el autoritarismo. Lo que suceda después de los comicios dependerá sobre todo de si los partidos son sensibles o no a la protesta ciudadana. Si muestran sordera, el descontento crecerá y se puede afectar la gobernabilidad y la estabilidad futuras. Si oyen y se abren, podrían fortalecer y renovar el sistema de partidos y recuperar parte de la legitimidad perdida (hoy casi inexistente). 13) El voto nulo podría crear una crisis de representación política. No es así: la crisis de representación ya está ahí; el voto nulo, y el debate a propósito de él, son un síntoma de la enfermedad política que, de no atenderse, provocará mayor perjuicio al deteriorado andamiaje institucional. El voto nulo pretende ayudar a los partidos —que se muestran ciegos, sordos e insensibles— a percatarse de que hay un tumor de ilegitimidad que a todos conviene sanar.
Así pues, estas razones en contra del voto nulo en realidad podrían aplicarse, si acaso, a la abstención (que para mí también es una opción legítima, dentro de la libertad de sufragio). Pero me parece que, si los partidos y sus múltiples apologistas han querido identificar la abstención con el voto nulo, es porque la primera les es preferible que el segundo; la abstención no se oye, no hace ruido, no tiene efectos jurídicos y quizá tampoco políticos (como en 2003). El voto nulo ya se oyó, aun antes de ser emitido.
El oportunismo está, pues, en pos de cualquier voto y no sólo del anulado como protesta.
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