Por John P. Walters
La alarma sobre la violencia ligada al narcotráfico en la frontera mexicana ha desembocado en la esperada retahíla de propuestas a favor de la legalización de las drogas. La más prominente fue un llamado hecho por tres ex presidentes latinoamericanos (de Brasil, México y Colombia) para acabar con la guerra de la droga. Pese a que abundan los planes para terminar con esta guerra, todos resultan en un mayor uso y adicción, tal como admiten sus propios defensores. ¿Su respuesta? Deberíamos cortar por lo sano en la prevención y persecución legal y simplemente gastar más en tratamientos.
¿Cómo se vería Estados Unidos con dos o tres veces más de drogadictos? Como respuesta, consideremos cómo estaba el país hace unos años, durante la aterradora epidemia de las metanfetaminas, tan similar al brote del crack en los años 80. Ambas fueron una pesadilla, alimentadas por la disponibilidad de las drogas.
En 2004, 1,4 millones de personas reconocieron haber usado metanfetamina ese año, según la Encuesta Nacional de Salud y Drogas de Estados Unidos. Este potente estimulante empezó a crecer rápidamente como una droga que se podía preparar en casa, utilizando como base un medicamento contra resfriados. Luego fue producida en grandes cantidades por narcotraficantes mexicanos que la introducían ilegalmente a EE.UU. Las drogas ya no eran un problema exclusivo de las grandes ciudades.
Epidemia de la adicción
La adicción, violencia y veneno de la droga golpearon la clase media del país. La epidemia destruyó familias y despertó olas de abusos domésticos. Leyes efectivas consiguieron forzar a los adictos a recibir tratamiento a través de fallos judiciales, lo que ayudó a salvar vidas. Paralelamente, implementamos medidas preventivas específicas y, lo más importante, recurrimos a la penalización y la regulación para reducir drásticamente la producción de metanfetaminas. Como resultado, el consumo (medido según los resultados de las pruebas obligatorias en el trabajo y las encuestas entre jóvenes) y el suministro (medido por la DEA) han declinado más de 60% entre 2002 y 2008.
La cocaína y el crack presentan casos de estudio similares. Los expertos en políticas públicas tanto de derecha como de izquierda concuerdan, como en pocas otras cosas, sobre los daños que estas drogas infligieron sobre los áreas urbanas pobres estadounidenses. Luchar contra el crack hizo que la vida de todos los estadounidenses mejorara.
La violencia inherente al tráfico ilegal de drogas tiene el propósito de horrorizar a los ciudadanos decentes y autoridades para que guarden silencio.
La violencia de los narcotraficantes, que ha afectado a decenas de miles de personas, es poca si se compara con las víctimas de otra violencia, aquella que se ve a diario en las comunidades estadounidenses bajo la influencia de las drogas. Aproximadamente 80% del abuso contra menores y casos de abandono en EE.UU., están ligados al uso o abuso de drogas. Tampoco es que el abuso de drogas cause todo el crimen y la violencia del mundo, pero sí los empeora al incapacitar el uso de la razón, debilitar el control de los impulsos e incluso causar paranoia y psicosis. Más del 50% de los arrestados hoy en día por delitos de violencia y robo dan positivo en las pruebas de drogas ilegales. El acceso legal a las drogas incrementaría esta clase de sufrimiento alarmantemente.
Los orígenes de las leyes federales están en las reacciones a desastrosas y violentas epidemias de drogas cuando prácticamente cualquier familia tenía acceso a los remedios basados en el opio y la cocaína a finales del siglo XIX. Las drogas estaban disponibles sin penalización. Los niveles de adicción eran escalofriantes, con aproximadamente unos 250.000 adictos a los opiáceos en una población de 76 millones de estadounidenses.
Si uno se deja llevar por el argumento de que la ilegalidad causa el problema, basta con recordar que la China antigua acabó arrodillada por culpa del fácil acceso al opio. Hoy, sociedades muy tradicionales y estrictamente reguladas como Tailandia, Malasia, Irán y Afganistán sufren un problema terrible de adicción debido a que la heroína es muy fácil de conseguir.
El uso ilegal de drogas sigue siendo un problema, pero mire se cómo se mire, es más pequeño. Comparado con hace 30 años, menos de la mitad de adolescentes está utilizando drogas, según Monitoring the Future, un estudio continuo llevado a cabo por la Universidad de Michigan. El consumo de cocaína y metanfetamina es menos de la mitad de lo que solía ser en su época de auge. Incluso los delincuentes drogadictos configuran un porcentaje menor de la población carcelaria que hace 15 o 7 años.
¿Cuáles son las lecciones ineludibles? En el proceso de aliviar el problema de las drogas, hemos aprendido cuán importante es la educación: no sólo enseñando a los más jóvenes sobre los peligros de las drogas, sino también instruyendo tanto a jóvenes como adultos sobre la enfermedad de la adicción. Sabemos que el mal empieza con el uso de drogas adictivas y que éstas modifican el cerebro.
Cuando me nombraron director de políticas sobre drogas en 2001, en EE.UU. sufríamos una debilidad inherente en los programas de prevención para jóvenes. Los adolescentes nos contaban que les habían informado sobre los peligros de las drogas, pero que si sus amigos las usaban no querían ser críticos, así que se mostraban predispuestos a participar. Entonces, procedimos a reunir especialistas en tratamientos antidrogas con los mejores creativos publicitarios para configurar mensajes preventivos que presentaran el abuso de las drogas como una enfermedad que obliga a los amigos a combatirla. Nos valimos del idealismo y la solidaridad de los jóvenes para darle la vuelta a la sensación de presión de grupo.
También hemos aprendido a implementar herramientas de salud pública que han tenido buenos resultados contra otras enfermedades. Hemos aprendido que la adicción es una enfermedad tratable. Por eso, estamos incrementando las vías al tratamiento, en las que se destaca el papel de los tribunales como un lugar central para que los adictos consigan la ayuda que necesitan. La legalización de las drogas nos quitaría esta herramienta.
También hemos aprendido a combinar la fuerza de las autoridades con los recursos de seguridad nacional para combatir a los carteles de narcotraficantes. Uno de los ejemplos internacionales más importantes en los últimos diez años es la transformación de Colombia desde un Estado dominado por el narcoterrorismo, la violencia y la corrupción a una próspera democracia liberal.
El ejemplo de Colombia
Entre 2001 y 2007, el cálculo aproximado del gobierno de EE.UU. del máximo potencial de producción de cocaína en Colombia cayó 24%. No hay un método exacto para traducir esto en ganancias perdidas, pero incluso las estimaciones más conservadores apuntan que una caída de 24% equivaldría a millones de dólares. Ahora, hay pruebas de que el efecto combinado de la menor producción y las mayores redadas redujeron el suministro de cocaína colombiana a EE.UU. entre esos mismos años.
Colombia es el antecedente perfecto para entender la amenaza en México. Las bandas criminales en México se remontan décadas atrás. Se han enriquecido y están mejor armadas, pero las áreas fronterizas cuyo control se disputan son un viejo campo de batalla. La corrupción de la que se valen para protegerse tiene raíces profundas. A medida que han ido perdiendo ganancias, se han vuelto más peligrosas.
Al igual que la prohibición del alcohol en EE.UU. en los años 20 no destruyó el crimen organizado en el país, legalizar las drogas no acabará con los grupos criminales en México. De hecho, el patrón real de violencia dentro de las familias de la mafia en EE.UU. y en los carteles de Colombia sugiere que es cuando se sienten amenazados y su control se desestabiliza que la violencia se dispara.
Legalizar las drogas es lo peor que podríamos hacer para el presidente de México, Felipe Calderón, y sus aliados. Eso debilitaría la autoridad moral de esta lucha y los mexicanos se darían cuenta inmediatamente de que no tenemos intención de reducir nuestro consumo.
—John P. Walters fue director del Gabinete de Política Nacional de Control de las Drogas de EE.UU. de 2001 a 2009.
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