Viene un debate entre los dirigentes nacionales del PAN y del PRI, en el cual seguramente lloverán nuevas y viejas descalificaciones. En la confrontación entre los dos principales punteros de la elección federal, el primero busca recordar el pasado autoritario del segundo, para alejarle votantes que quizás hayan decidido volver a sufragar por él (al considerarlo más capaz en las lides de gobierno de lo que resultó el PAN). Las encuestas siguen poniendo al PRI por encima, pese a todo. Y es cierto, el PRI llegó a representar todo aquello que asociamos con el autoritarismo: fraudes, corrupción, censura, represión e impunidad. Cuando uno recuerda que el PAN en el gobierno no ha sido radicalmente distinto del PRI, algunos panistas mencionan que no hay comparación entre el daño político provocado por el tricolor con respecto al que se le pueda adjudicar al PAN. Lo que me lleva a pensar que, quizá, eso se deba a que estamos evaluando los 70 años de régimen priísta frente a sólo nueve de gobiernos panistas. Pero, de quedarse el PAN setenta años consecutivos como lo hizo el PRI, quién sabe cómo resultaría el balance del blanquiazul.
Y si bien es más cómodo hacer una evaluación general de los gobiernos en cuestión (meter a todos los del PRI en una misma bolsa), la verdad es que también hubo diferencias entre unos y otros. Los perredistas lo saben bien y lo destacan en lo posible, pues su modelo favorito es el nacionalismo revolucionario que prevaleció antes de ser relegado por los tecnócratas del PRI. Los calderonistas también buscan la diferenciación, cuando así conviene; dicen, por ejemplo, que su guerra contra el narcotráfico es novedosa, para lo cual advierten las “omisiones” del gobierno de Vicente Fox. En esa misma lógica, ¿qué pasaría si hiciéramos una evaluación de contraste entre, por ejemplo, el último gobierno del PRI y el primero del PAN? ¿Cuál de los dos resultaría más democrático?
Me parece que quedaría bastante mejor parado el gobierno de Ernesto Zedillo que el de Fox. ¿Razones? Zedillo recibió un país agitado políticamente, lo que detonó la mayor crisis económica que se hubiera experimentado en décadas. Eso llevó a Zedillo a la conclusión de que, para evitar nuevos quiebres políticos o económicos, no quedaba sino una genuina apertura política, no simulada o cosmética como las de sus antecesores. Convocó a un pacto democrático con todos los partidos (los llamados “acuerdos de Barcelona”). El IFE obtuvo autonomía (con respecto al gobierno) y consenso partidario y alcanzó una enorme credibilidad. Hubo una nueva ley electoral que nos llevó a la plena competitividad. Se aceptaron triunfos del sol azteca en la capital y Zacatecas, así como otros del PAN en Yucatán, Jalisco y Querétaro. Zedillo admitió la derrota del PRI en la Cámara baja en 1997. Y, en 2000, la alternancia pacífica tuvo lugar por primera vez en nuestra historia.
En ese sexenio se avanzó de forma decisiva en la democratización, la cual, sin embargo, no estaba ni de lejos concluida, sino que requería consolidarse. Tarea encomendada a Fox con el claro voto que lo llevó a Los Pinos. Pero Fox muy pronto decidió echar reversa en la democratización, en lugar de “meter segunda”. No llamó a cuentas a ningún corrupto de los gobiernos priistas, sino que les extendió carta de impunidad. Después, habiendo identificado como enemigo (más que como adversario) al PRD y su seguro candidato presidencial, utilizó al Estado con fines político-electorales y violó así una regla primordial de la democracia; usó políticamente a la PGR durante los episodios de los videoescándalos y del “desafuero” a Andrés López Obrador (por una nimiedad, mientras se soslayaban faltas mucho mayores cometidas por políticos panistas o priistas). El PRI decidió excluir al PRD de la conformación del IFE en 2003, sin que el PAN (o el gobierno) lo evitaran, habiendo podido hacerlo, lo que implicó un duro golpe a la fortaleza y credibilidad del Instituto. Fox “metió las manos” en la elección presidencial, pese a haber exigido seis años antes a Zedillo que no lo hiciera, y aceptó la alianza corporativa y mapacheril de Elba Esther Gordillo, que heredó Felipe Calderón. La democracia electoral, en general, sufrió grave retroceso. Compárese la claridad y el consenso electoral de 2000, el del último gobierno priista, con el opaco, incierto y cuestionado proceso de 2006, bajo el primer gobierno panista.
El contraste exige también comparar el país que recibió Fox con el que entregó: recogió un país entusiasmado, unido en torno al avance político, con un acuerdo democrático hasta entonces respetado y un sistema electoral confiable y prestigiado. Entregó un país dividido, confrontado, desencantado, un sistema electoral cuestionado y desacreditado, la impunidad fortalecida y el pacto democrático violentado. ¿Cuál resultó ser más democrático: el último gobierno del PRI o el primero del PAN? ¿Cuál impulsó la democracia y cuál la relegó? Las encuestas de Gobernación, desde 2001, reflejan justamente una caída gradual en la confianza en nuestras instituciones políticas, misma que se había incrementado a raíz de la alternancia. ¿Por qué será?
Muestrario. El presidente del IFE, Leonardo Valdés, con miras a promover el voto, asocia a éste con la batalla contra el crimen organizado, al declarar que, “si los mexicanos participamos en el proceso electoral… estaremos haciendo una aportación para combatir la delincuencia organizada” (2/VI/09). Más allá de que estemos o no de acuerdo con ello (yo esencialmente sí lo estoy y en parte por eso concurriré a las urnas), resulta que ese es el eje de la campaña del PAN, en consonancia con el gobierno. No sería raro, entonces, que algún partido opositor acuse al IFE de promover (así sea involuntariamente) la campaña del blanquiazul.
Compárese la claridad y el consenso electoral de 2000, bajo el último gobierno priista, con el opaco, incierto y cuestionado proceso de 2006.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario