Así se llama un libro del legendario Rius, una revisión caricaturizada (pero no caricaturesca) de nuestra tradición electoral, que publicó tras los comicios presidenciales de 2006. La visión de Rius refleja la decepción e irritación de muchos de quienes consideraron que el proceso de ese año no fue equitativo, imparcial ni transparente. A raíz de esa elección, Rius expresa su gran escepticismo sobre el carácter competitivo y equitativo del sistema electoral, y cuestiona también al de partidos, así como la fidelidad de la representación política. Escribe, entre caricatura y caricatura: “El supermillonario financiamiento a los partidos ha propiciado una enorme corrupción en la vida política del país, y ha convertido a los partidos en un estupendo negocio, mejor que los bancos. Los partidos que no representan a nadie (los emergentes), o partidos fuertes que se sostienen gracias a nuestros ingenuos votos, entran y salen de escena política haciendo ricos a sus fundadores”. Y continúa: “Así, con nuestro dinero los tres grandes partidos controlan la vida política del país por medio de las Cámaras de Senadores y Diputados, manejan el IFE, designan a gobernadores y presidentes municipales… y llaman a la ciudadanía en tiempo de elecciones, únicamente para que voten por los que ellos han escogido… Votas y te vas, y los partidos nos encargamos de lo demás”. Y continúa: “Es obvio que nuestro sistema político se ha vuelto absurdo e inoperante. Es obvio que hay que cambiarlo”. Pero son los partidos los legalmente facultados para realizar o evitar tales cambios. Pero los partidos tienden a mantener sus privilegios por una inercia interesada, y a través de criterios particularistas, no universalistas. Por lo cual, remata el famoso monero: “Estamos metidos en un círculo vicioso… el sistema sólo permite que los partidos sean los que cambian a los partidos políticos… Por ejemplo, para que los diputados y senadores se rebajen el sueldo, hay que pedirles a ellos mismos que lo hagan. Nada puede cambiar en el país si no pasa por el Congreso (es decir, por los partidos)”.
Puede decirse que Rius se adelantó al ánimo que muchos ciudadanos expresan en estos comicios, pues inmediatamente después de 2006 el ambiente era más de polarización, alineada tras cada partido, que de inconformidad hacia el sistema de partidos. Los tres segmentos principales eran: 1) la elección fue limpia; 2) hubo un magno fraude electoral; 3) no puede saberse con certeza quién ganó. Hoy los tres segmentos principales son: A) votar; B) abstenerse o, C), emitir un voto de protesta (sea nulo o independiente). Rius ya proyectaba el rechazo a los partidos, si bien no queda clara su posición sobre cómo votar (probablemente en ese momento esa distinción era irrelevante para él).
“Votas y te vas” es una forma ingeniosa de expresar el tipo de representación política vigente en México, lo mismo bajo la era priista que en la pospriista. En buena parte, eso se debe a que no hay reelección de legisladores y alcaldes, con lo cual la representación queda, en el mejor de los casos, trunca; con elecciones competitivas, podemos elegir a nuestros representantes (representación de ida); pero no hay forma de premiar o castigar a nuestros representantes (representación de regreso). Por lo cual, ellos no tienen por qué rendirnos cuentas ni oír nuestras demandas ni considerarlas en el momento de legislar ni ganarse nuestro voto futuro en lugar de olvidarse de nuestro voto pasado.
Es decir, la representación política está cercenada por la mitad. En prácticamente todas las páginas y blogs del movimiento anulista que he podido revisar, aparece ésta como una demanda. Lo mismo reclaman muchos colegas (anulista y no). Por eso me parece ser éste uno de los ejes clave del movimiento anulista. Se ha dicho que no es necesario anular el voto para que los partidos acepten aprobar ciertas reformas, como lo sería la reelección legislativa. Ojalá así fuera. Pero he oído a muchos candidatos que no, que no la aceptan, por diversas razones, sin explicar por qué todos los males que ven en esa figura no aparecen en las democracias que sí la tienen (todas, menos México y Costa Rica). En la teoría de la democracia representativa aparece la reelección (al menos la legislativa) como engranaje esencial para que funcione el sistema de representación política, incluso como equilibro entre los intereses de los representantes (incluidos los partidos políticos) y sus representados. Es decir, aun percibiendo el descontento ciudadano que se advierte en estas últimas semanas, algunos candidatos no están dispuestos a respaldar esa demanda (aunque otros sí). Varias voces dicen que esas reformas deben empujarse con mecanismos de interacción con los legisladores, en vez de ir a protestar en las urnas (incluso por una vía legal, como la que proponen los de la anulista).
Tuve el honor de formar parte de un grupo notable de personas conocedoras del tema, en 2003, para impulsar esa iniciativa en el Senado de la República (donde se hallaba la iniciativa). Personas como Alonso Lujambio (hoy secretario de Educación), Salvador Nava (hoy magistrado del Tribunal Electoral), Luis Carlos Ugalde (aún no era presidente del IFE), Benito Nacif (hoy consejero del IFE), Diego Valadés (destacado constitucionalista, que ahora se ha pronunciado como anulista) y Denise Dresser (politóloga, también promotora del movimiento anulista), entre otros. Fue un ejercicio interesante y tenaz, de intenso y respetuoso diálogo y discusión, intercambio de ideas y organización de foros y conferencias. Todo parecía indicar que, por fin, tras siete décadas, la figura sería reinstaurada (pues recordemos que aún aparecía en la Constitución de 1917). Y a la hora de la verdad, nada. ¿Cuántos esfuerzos como ese serían necesarios para que los partidos acepten decirnos, “votas y te quedas”?
Es una forma ingeniosa de expresar el tipo de representación política vigente en México, lo mismo bajo la era priista que en la pospriista. En buena parte, eso se debe a que no hay reelección de legisladores y alcaldes...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario