De entrada hay un problema. La traducción no es del todo precisa. Wild y wilderness remiten a un estado primigenio, intocado, salvaje. Pero en español lo salvaje advierte del peligro, señala un ámbito que pertenece a las bestias, a lo brutal de lo cual nos queremos alejar. Nadie debe santificar a las bestias. Quizá por ello se ha recurrido a la expresión tierras silvestres. Pero eso que en español pudiera provocar temor en inglés merece reverencia. ¿Cuándo surgió el movimiento? ¿Quién es el autor intelectual del concepto? Difícil rastrarlo, aunque por supuesto están los pioneros naturales con frecuencia pertenecientes a etnias y comunidades con vínculos tan estrechos a sus tierras que simplemente no pueden imaginar su vida sin ese referente, lo wild.
Caminamos al filo del abismo. Para muchas etnias ese estado de la naturaleza intocada, sin mancha o mácula provocada por la presencia humana, siempre trasformadora y casi siempre destructora, ese estado inicial es algo sagrado. Quien lo altera atenta contra las divinidades. El peligro de esta ruta es que se puede caer en una versión religiosa de lo wild. Al final del día toda religión se sustenta en dogmas y el dogma es la negación de la razón. Pero entonces, cómo explicar racionalmente que el ser humano debe mantener intocados vastos territorios que en realidad son pequeñas esquinas de una vida que hoy está arrinconada y a punto de desaparecer. La aproximación debe ser secular, no puede exigir la filiación a ningún dogma. La premisa es sencilla: debemos conservar intactas zonas de nuestro único planeta, zonas en las que el ser humano debe respetar la flora, la fauna, el entorno.
Alguien podría pensar que se trata de conservacionismo, de esa afortunada corriente de pensamiento que ha logrado sacudir al mundo mostrando los horrores de la destrucción y las terribles consecuencias de la pérdida de biomasa y biodiversidad. Pero no, para los defensores de lo wild el conservacionismo sigue pensando a la naturaleza en función de su propio beneficio. Si perdemos biodiversidad cancelamos pistas de investigación genética que nos pueden llevar a nuevos medicamentos por ejemplo. Todo eso está muy bien, pero hay algo más y no tiene que ver con un frío cálculo de las repercusiones de nuestro infinito afán destructivo. Lo wild merece otra lectura, una en la cual el contenido es más cercano a los principios y la vida espiritual. Como punto de partida hay que aceptar que esa vida no nos pertenece. Es al revés, nosotros pertenecemos a ella aunque por momentos lo olvidemos.
Acercarse a la wilderness es entonces un acto de búsqueda y no de conservación de una reserva que nos interesa preservar por lo que de ella desconocemos. Todo defensor de lo wild es un conservacionista por principio, pero la invitación busca que el conservacionismo asuma lo wild como parte esencial de su trabajo. La vida que está en esos territorios nos abre la puerta a nuestros propios orígenes. Si desaparece nosotros desaparecemos con ella. Nuestra identidad original proviene de esa condición. Destruirla es, en algún sentido, destruirnos. Es tanto como destruir los cimientos o mejor aún los planos de la edificación cultural que llamamos civilización. Pero ahí sólo comienza el argumento de lo wild como parte esencial de nuestras vidas, hay mucho más. Qué decir de la estética, sí porque eso que para algunos colinda con la brutalidad tiene una estética propia e infinita.
Estos son los trazos de una discusión en curso que lleva décadas y que formalmente se plasma en un movimiento internacional de defensa de lo wild, de la vida silvestre. Jirafas, jaguares, hipopótamos, quetzales, osos blancos, lobos mexicanos o bisontes, lo que sea, son el bello desfile de las expresiones más visibles de ese mundo. Pero el movimiento wild agrega en ese desfile a una especie más, el ser humano. Si acabamos con los otros acabamos con nosotros mismos.
En días pasados México tuvo el privilegio de ser el escenario de la novena edición del Congreso Mundial de Tierras Silvestres. Privilegio pero también responsabilidad porque nuestro País tiene, en lo que a biodiversidad se trata, un enorme banco genético qué cuidar. José Sarukhán, Exequiel Ezcurra y muchos científicos mexicanos han entregado su vida a esa causa. El espíritu y la fibra de la reunión corrieron a cargo de ese gran fotógrafo y conservacionista que es Patricio Robles Gil. Wild 9 llegó a refrendar un compromiso que se plasmó en acuerdos. Las autoridades, incluido el propio presidente Calderón, signaron de manera simbólica la causa. Las áreas naturales protegidas son un excelente punto de partida. Pero ahora viene el reto mayor, como lo señalara José Sarukhán: sin cambio de hábitos se logrará poco. Si queremos estar en la vanguardia lo primero que deberemos cambiar es la actitud de los mexicanos hacia el entorno. En nosotros está el problema y la solución. Bienvenido el espíritu wild.
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