Mediocridad que siempre estuvo a la vista de todos
El foxismo, espejo que nos refleja como sociedad
Acaso resulte una exageración que el de Vicente Fox sea un enriquecimiento “cínico y descarado”, sobre todo a la luz de los caudales que se llevaron otros presidentes mexicanos. El problema no parece ser el lujoso rancho, los negocios ocultos o públicos, sino el pecado de la frivolidad, la obsesión enfermiza por la ostentación que picó a la otrora “pareja presidencial” desde julio de 2000. Y es que en rigor, Vicente Fox resultó ser “un presidente mediocre hasta para robar”, como dice con sarcasmo un reconocido guanajuatense.
También parece un exceso que el priísmo representado en el Congreso pretenda condicionar la aprobación del paquete presupuestal para 2008, a una investigación del origen de las propiedades del ex presidente. En efecto, el Congreso y el Estado en general deben revisar la gestión de Fox y sus bienes —y la sociedad hacer el juicio de esa gestión y de su propia responsabilidad compartida— y sancionar lo que debe ser sancionado. Pero amarrar ese escándalo al presupuesto para el año venidero resulta, por decir lo menos, una bajeza política.
Todos o casi todos están de acuerdo en que Vicente Fox debe ser investigado para deslindar responsabilidad sobre su repentina bonanza. Pero una cosa es esa investigación y el castigo respectivo si el ex presidente resulta culpable y, otra cosa muy distinta, es que grupos políticos y partidos pretendan convertir la política y el trabajo legislativo en una suerte de “noche de los cuchillos largos”, en donde las venganzas políticas —más que la salud del Estado y la República— sean la tónica. Ya se cobró venganza contra el IFE y los poderes mediáticos, hoy van contra Fox... ¿Mañana quién sigue?
¿Apenas se dan cuenta?
Pero lo que resulta más que un despropósito, que raya en el ridículo y hasta ofende a la memoria y la inteligencia colectivas, es que por obra y gracia de los juegos mediáticos hoy se pretenda descubrir lo que por lo menos desde 1999 estaba a la vista de todos: que Vicente Fox no sólo era un “aprendiz de brujo”, frívolo, nada culto, incapaz para la política y para el ejercicio del poder, sino un mediocre que gracias a la mercadotecnia y la popularidad mediática engañó a todos los que creyeron en él y a muchos otros que, luego del 2 de julio, le vieron las cualidades que nunca tuvo.
Vicente Fox, nos guste o no, es un retrato de lo que colectivamente somos como sociedad democrática: un fracaso. ¿Cómo pudimos, como sociedad y en colectivo, llevar a la Presidencia a Vicente Fox? ¿Cómo fue posible que muchos creyeran, a ciegas y sordas, en el “fenómeno Fox”, en un ranchero populachero que frente a todos exhibía sus cualidades como político “ligero”, “bocón”, “irresponsable” y hasta “tonto”. ¿Cómo fue posible que un sector de la llamada izquierda se tragara el cuento del “voto útil”?, justificación discursiva que dejó de lado la crítica, la autocrítica, la sensatez, el valor de las ideas y la fuerza programática de una alternativa político electoral, para rendirse a los pies de la popularidad. Era el más popular, el único capaz de ganarle al PRI, y por esa sola cualidad, debía ser el Presidente, el mejor.
Justificaciones abundan; que si era el único capaz de sacar al PRI de Los Pinos, que si era la menos mala de las alternativas, que si el voto no fue por Fox, sino contra el PRI; que si no había de otra... Lo que se quiera y mande, pero lo cierto es que en la gestión de Vicente Fox, en el fracaso de su gobierno, debemos vernos reflejados todos los mexicanos. Luego del PRI, con toda su cauda de autoritarismo, antidemocracia, corrupción y “comaladas de ricos sexenales”, no fuimos capaces de crear y de creer más que a, y en, Vicente Fox. Talante y talento colectivos para entender el valor de la alternancia y la democracia electorales.
El 2 de julio de 2000 casi 45% de los electores prefirieron a Vicente Fox, pero el 1 de diciembre de ese mismo año, casi nueve de cada 10 estaba enamorado de Fox. ¿Por qué? Porque se había ido el PRI. ¿Pero realmente se fue? Luego de ese 1 de diciembre de 2000, aquí y en otros foros dijimos que la de Fox no había sido más que una elección del “quítate tú para ponerme yo”. Enojo, insultos, agresiones, fueron la respuesta.
Otros dirán que desde hace muchos años eran evidentes sus incapacidades, frivolidad y fracasos, pero que hoy, ¡apenas hoy se supo que era un presidente corrupto! ¿De veras? Una revisión elemental de las hemerotecas de la prensa de Guanajuato puede servir para disipar las dudas. En efecto, con dinero público se remodeló el rancho de los Fox, pero la remodelación empezó desde la visita del presidente Bush a Fox, en el rancho, hoy motivo del escándalo. Fox convirtió esa propiedad en una suerte de sede alterna, muy personal, de su despacho en Los Pinos. Y eso siempre estuvo a la vista de todos. Y no, no es una justificación y menos una defensa de Fox. Es un ejemplo de que hoy, igual que en los años y meses previos al 2000, los juegos mediáticos nos hicieron ver todo, menos la realidad. Ayer esos juegos nos “vendieron” a Fox como “el salvador de la patria”, hoy como el “villano de la patria”.
Rescatar la memoria
Acaso por eso valga la pena un ejercicio mínimo de memoria, de nuestra memoria, claro. El 18 de enero de 2000 nos ocupamos aquí de esa contradicción que aparecía entre el candidato presidencial del PAN, que por algunos era visto como “un político “ligero”, “bocón”, “irresponsable” y hasta “tonto”, y los elevados niveles de popularidad que entonces tenía. Dijimos en esa fecha: “De resultar cierta la apreciación de analistas, politólogos y políticos profesionales, entonces una porción importante de mexicanos en edad de votar, casi el 40% de los electores potenciales, están dispuestos a sufragar y hasta llevar a la Presidencia de la República a un político ‘ligero’, ‘bocón’, ‘irresponsable’ y hasta ‘tonto’, como Vicente Fox”.
El 2 de marzo de ese mismo año 2000, acusamos el “gatopardismo” o “trasvestismo electoral” de Fox, quien le decía a cada auditorio, lo que esa audiencia quería escuchar: “El de Vicente Fox en realidad es un fenómeno de ‘gatopardismo político’, aunque algunos prefieren llamarlo trasvestismo electoral, que lo mismo deja ver al candidato presidencial del PAN como un severo crítico de la Iglesia católica, a la que compara con el PRI, que dice tener ‘grandes coincidencias’ con Fidel Castro, o de plano propone ‘reinventar o recomponer’ al PAN, para quitarle ‘el tufillo de partido confesional’ o ‘de ultraderecha’... De acuerdo con algunos de los estrategas de campaña de Vicente Fox, uno de los objetivos fundamentales del discurso del ex gobernador de Guanajuato es ofrecer ‘lo que quiera escuchar la gente’, lo que traducido al lenguaje de la mercadotecnia política, no es otra cosa que la ‘ley de la oferta y la demanda’, es decir, dar o decir a la gente lo que quiere recibir o escuchar”. El 20 de mayo de ese mismo año dimos cuenta del nacimiento del “voto útil”, luego del fallido intento de una candidatura de unidad entre Fox y Cárdenas: “Cuando Vicente Fox frustró la posibilidad de una ‘gran alianza opositora’, lo que en realidad buscó fue el desprendimiento de importantes figuras y/o grupos del PRI, del PRD y de otros sectores políticos.
El objetivo parece ambicioso, pero de concretarse, crearía en la conciencia colectiva de no pocos electores la sensación de una ‘gran alianza’ en torno a Vicente Fox, no de estructuras partidistas, sino de ‘personalidades políticas’ de la oposición y hasta del PRI... Y no existe ni existirá ningún problema de conciencia para nadie, porque la adhesión a la candidatura de Fox no significará enlistarse en el PAN, sino que sólo será necesario convertirse en ‘amigo de Fox’, para conseguir un hueso político”.
Ante la sorpresa de todos, Fox se alzó con el triunfo el 2 de julio de 2000. Entonces empezó la confrontación con a la prensa. Como presidente electo, y durante su gira por Estados Unidos y Canadá, empezó el circo en que se convertiría su gobierno en los años por venir. Fox se quejó de la prensa “porque tal parece que gozan diciendo que no nos hicieron caso, cuando deberían apoyarnos”. Empezaban los escándalos por sus giras, por las peleas en torno a lo que sería su gabinete, y el “portón” que le dio a su partido.
Pero el 1 de diciembre fue lo más parecido a la apoteosis: la noche de ese día, el Canal de las Estrellas presentó su encuesta habitual, con la pregunta: “¿Qué le pareció a los ciudadanos el mensaje del nuevo gobierno?”. Y sí, más de 90% de los consultados se dijeron satisfechos. Las encuestas con método, daban una aceptación de más del 80% a Vicente Fox. El guanajuatense no sólo había ganado la elección —con todo lo cuestionable que haya resultado su propuesta, su estilo personal de hacer política, la mercadotecnia, y que en realidad era un “bulto” que pocos quisieron ver— sino que ya electo, se ganó la aceptación de ocho de cada 10 mexicanos. ¿Por qué?
Así lo entendimos, y lo dijimos el 5 de diciembre: “Cierta radio y cierta televisión, sobre todo Televisa y el informativo Monitor, exaltaron hasta el delirio ciudadano el culto a la personalidad de Vicente Fox, del nuevo presidente, no sólo como algunos lo hacían en el caso de gobiernos priístas, sino hoy en la total desmesura. Presentaron a los televidentes y radioescuchas auténticas apologías de la religiosidad de Vicente Fox; elevaron a nivel de culto sexenal a la familia presidencial, a los hijos y la madre de Fox, y casi lo presentaron como el modelo de familia; unida, religiosa, sobre todo católica preocupada por los pobres. Vicente Fox fue presentado por Televisa y Monitor, sobre todo esos medios, como el único capaz de “reinventar” a México, con todo y los mexicanos, y estrujaron corazones y almas, con repetidas escenas de Fox orando, comulgando, escuchando a una indígena en pleno llanto pidiendo una oportunidad, a los niños de la calle en plena reincorporación a la sociedad”. El circo mediático para construir una imagen que hoy, con igual capacidad, se destruye. Y los mismos crédulos de ayer, en el circo de hoy.
Después de la toma se posesión, con todo y el saludo a sus hijos antes que al Congreso, y luego del acto en el Auditorio Nacional, con todo y el crucifijo, el evento más importante, fue en el Castillo de Chapultepec, en donde el nuevo presidente recibió al cuerpo diplomático acreditado, en una cena de gala. “Es un escenario bellísimo, digno de ser presumido, ideal para vender a México, en el buen sentido, ante el mundo”. Eso dijo la señora Marta Sahagún del evento, en una de sus primeras entrevistas, como vocera. ¿Y adivinen a quién le dio la entrevista? A una revista “del corazón”, en donde los “famosos” se disputan amoríos y glamour.
El 11 de enero de 2000 dijimos lo siguiente en este espacio: “Acaso por eso, porque el gobierno de Vicente Fox concibe a los ciudadanos sólo como consumidores de modas, de productos chatarra, de imágenes salidas de los medios electrónicos, su vocera, y probable futura esposa, Marta Sahagún, decidió ofrecer sus primeras entrevistas a los espacios de moda, en donde la vida de los famosos, sus adicciones, infidelidades y atormentados amoríos, son un manjar altamente consumible por el gran público”.
Lino y los amigos
Mucho antes de julio de 2000, el Fox al que hoy todos o casi todos cuestionan y colocan en la hoguera mediática, estaba a la vista de todos. Desde 1988, cuando fue un diputado federal gris, que pasó por la 54 Legislatura sin pena ni gloria, ya en 1991, en su fracasado intento por ser gobernador de Guanajuato en el salinato, y sobre todo en 1995, cuando por fin se hizo gobernador de su estado adoptivo, Vicente Fox no fue más que un producto de la mercadotecnia político electoral; un producto que fue vendido a los ciudadanos como vender jamones y salchichas. Pero estaba muy lejos de ser visto como político experto, gobernante eficaz, empresario exitoso, como demócrata o pretendiente a hombre de Estado. ¿Por qué como sociedad, de manera colectiva, nos negamos a ver esa realidad? ¿Por qué como sociedad nos equivocamos?
No faltarán los que digan que no votaron por Fox, y tendrán una buena coartada. Pero luego del 2 de julio del 2000, ocho de cada 10 se decían convencidos. ¿Por qué? Porque Vicente Fox, el empresario, el diputado, el gobernador de Guanajuato y el presidente de todos los mexicanos, no fue un político, menos un demócrata, y mucho menos un gobernante; fue un producto del mercado y de la popularidad.
Y en ese engaño monumental, una gran parte de la responsabilidad la tiene nada menos que Lino Korrodi, el eficaz arquitecto de la estructura financiera de ese producto mercantil, el constructor de ese “bulto” que por seis años mal gobernó al país, y quien hoy se erige en la conciencia crítica y demoledor de la imagen de Vicente Fox. ¿Por qué Lino Korrodi? Porque conoce, como pocos, los secretos de escándalos como Amigos de Fox, porque fue no sólo el arquitecto, sino el albañil de esa obra. Y porque fue traicionado. Dice el señor Korrodi que no le interesaba ser parte del gobierno de Fox, pero en realidad muestra su enojo por lo que él llama “la gran traición”. Sí, fue traicionado por Fox, porque no recibió la paga que creía merecer. Pero el señor Korrodi no sabe que si cae Fox, él mismo será arrastrado.
Y es que tanto la ex “pareja presidencial” como el señor Korrodi, entre muchos otros sobrevivientes del foxismo, se han convertido en un lastre, un pesado lastre para el gobierno de Calderón. Y a Calderón, ya lo vimos, no le tiembla la mano para cortar cabezas. Al tiempo.
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