6 de mayo de 2006
Democracia y Latino América
La Unión Europea tiene entre sus objetivos la promoción a nivel externo de los valores en los que se fundamenta. Entre ellos están la democracia y el respeto a los Derechos Humanos. En sus relaciones con Latino América adquiere especial importancia su papel de promotora de Democracia.
Una relación especial
Desde la entrada como miembros de la Comunidad Europea de España y Portugal el papel que aquélla había jugado a nivel internacional cambió radicalmente. Por razones obvias la Comunidad mantenía estrechos lazos con los países del mediterráneo. Las ex-colonias eran tratadas de forma privilegiada, los países vinculados históricamente a Estados Miembros como Francia e Inglaterra, mantenían con Europa relaciones políticas y comerciales prioritarias. Pero la entrada en escena de los dos Estados de la Península Ibérica da un giro a las relaciones internacionales de la Comunidad. Los vínculos históricos, culturales, sociales y comerciales que unen de manera inseparable a España y Portugal con el continente iberoamericano obligan a cambiar el rumbo de la acción externa europea, afectando a la posición de aventajados de los países mediterráneos y ex-colonias y obligando a la Comunidad a cruzar el Océano Atlántico.
Sin duda este cambio ha tenido una significación diferente para cada una de las dos regiones. Las ex-colonias han sido privadas de su primer puesto mientras que Latinoamérica se ha visto beneficiada de manera evidente. Acuerdos comerciales preferentes, acciones de cooperación cultural, programas de ayuda al desarrollo (tanto en el ámbito de los Estados Miembros como a nivel de la Comunidad), son solo algunos de los nuevos puentes que se han tendido entre los dos continentes. La especial relación que los países de Latinoamérica mantenían con Portugal y España no solo no se ha visto afectada (exceptuando Cuba) sino que ha servido de plataforma para tener otro socio, la Unión Europea.
Democracia
En los años 80 todo el continente Latino Americano (con la excepción de Cuba) experimenta un giro democrático que da esperanzas de cambio, no sólo a los ciudadanos de los Estados sino también al resto del mundo. Si este cambio es posible en Latinoamérica lo será también en otros países y otros continentes. América Latina da un giro decisivo y apuesta indudablemente por establecer regímenes constitucionales, con instituciones democráticas y participativas. En las décadas de los 80 y de los 90 parece que estos nuevos sistemas democráticos se asientan y arraigan en la sociedad, se celebran elecciones libres, la economía de muchos de ellos mejora perceptiblemente y como consecuencia aumenta el bienestar de sus ciudadanos.
Pero desgraciadamente el continente no acaba de salir a flote. El proceso de democratización emprendido no es una cura milagrosa que de la noche a la mañana convierte a un país espejo de democracia. No sólo son necesarias constituciones que ordenen el país con instituciones democráticas, que aseguren elecciones libres y la libre participación para unos pocos, toda la sociedad debe ser incluida. La lucha contra la desigualdad social y económica, la falta de integración en el sistema de los sectores sociales más desfavorecidos (mujeres, pueblos indígenas...), la falta de transparencia, la desinformación, la violación de los Derechos Humanos (tanto por parte de grupos violentos como por parte de las mismas instituciones) y la corrupción generalizada en algunos de estos países (Nicaragua, Perú, Argentina...), hacen necesarias profundas y dolorosas reformas de sus sistemas.
Participación Igualitaria
Una de las claves para el correcto funcionamiento de los sistemas democráticos es la "participación igualitaria". Que todos los ciudadanos participen en la toma de decisiones, aunque sea de manera indirecta, no significa que tengan la misma capacidad. Sin duda, no todos van a tener los mismos conocimientos sobre temas concretos (como puede ser el sistema de pensiones o la política energética de un país), pero un sistema democrático debe asumir como principio que todos los ciudadanos tienen esa capacidad de conocer y entender cualquiera de los aspectos de la vida pública. Asumir esta capacidad y permitirles la participación igualitaria como miembros del mismo sistema es uno de sus requisitos principales. Si esto no es así, la exclusión es automática, la democracia se convierte en una oligocracia donde la minoría privilegiada gobierna sobre la inmensa mayoría manteniéndola fuera del sistema y, por lo tanto, ignorante de la vida pública.
En América Latina la exclusión ha sido constante y permanente (a diferente nivel dependiendo del Estado del que se trate), las minorías corruptas y privilegiadas han gobernado en su propio beneficio (véase el caso del Pte. Alemán de Nicaragua y de algunos presidentes de Argentina). La mayoría excluida no ha tenido acceso a servicios sociales básicos de los sistemas democráticos, tales como la educación o la sanidad. Vemos en televisión familias enteras que hurgan en los vertederos para salir adelante, niños que reivindican su derecho a trabajar porque sus padres son incapaces de acceder al sistema laboral, manifestaciones de cocaleros que luchan por mantener sus sistemas tradicionales de agricultura... Un sinfín de imágenes espeluznantes que no nos pueden dejar indiferentes.
Desde Europa
El remedio a la enfermedad de exclusión de las minorías (mayoritarias) que padece Latino América pasa por el establecimiento de estrategias a largo plazo en las que se vean comprometidos tanto las instancias públicas del Estado concreto como las asociaciones civiles y las ONGs y las instancias internacionales. En este sentido la Unión desarrolla una labor muy importante al lado de los Estados Miembros, que pretenden el compromiso de los Estados latinoamericanos a crear y mantener estrategias a largo plazo para la integración social y económica no solo Estado por Estado, sino que también promuevan la integración de la región.
La Unión Europea es el mayor donante de la región, también es el primer inversor extranjero y el segundo mercado de intercambios, por debajo de Estados Unidos. Estas relaciones se mantienen a dos niveles: El primero son las relaciones UE/América Latina, el que se incluyen las relaciones con organizaciones regionales concretas (como Mercosur, la Comunidad Andina, etc.) y el segundo por países (UE/Méjico, Ecuador, Colombia...). Relaciones entre la Unión y los países de la región que se basan en la cooperación económica, la asistencia política y los acuerdos comerciales.
Es en el marco de los acuerdos de cooperación donde se incluyen los temas relacionados con la promoción de la democracia y la defensa de los Derechos Humanos. Existen programas de intercambio cultural entre ambas regiones (ALFA), de promoción de la pequeña y mediana empresa (AL-INVEST), de fortalecimiento de las relaciones entre las cámaras de comercio e industria de ambas regiones (ATLAS)...
Puede parecer, a veces, que las relaciones entre las dos regiones sólo se centran en aspectos comerciales. Es cierto que estos aspectos son necesarios para la Unión, pero no es menos cierto que también son de vital importancia para Latino América. La estrecha relación comercial entre ambos no solo favorece el crecimiento de la Unión sino también el crecimiento de América Latina, contribuyendo a la mejora de las condiciones económicas y sociales de estos países. Promover el comercio con acuerdos preferenciales hace que su riqueza aumente y se distribuya de manera más igualitaria, y es solo en esas situaciones en las que se puede invertir en el fortalecimiento de las instituciones democráticas y de las prestaciones sociales. Es un proceso largo y doloroso, la Unión exige en la mayoría de ocasiones profundas reformas en los sistemas de los países afectados que no siempre son bien recibidas por los ciudadanos, pero para conseguir grandes metas hay que realizar grandes esfuerzos. No todo debe ser comercio, debemos darle al continente iberoamericano todas las oportunidades y ayuda necesaria para que por fin emprenda una verdadera transición hacia una sociedad más libre y democrática. Las Instituciones, los Estados Miembros, los pueblos de Europa, todos tenemos que comprender más y mejor, tanto a ellos como a nosotros mismos. La educación es la mejor inversión que desde Europa podemos hacer. El intercambio de ideas, la estrecha y sincera colaboración entre ambos son claves, al fin y al cabo el mundo es un pañuelo.
Gonzalo de Mendoza - Madrid
Una relación especial
Desde la entrada como miembros de la Comunidad Europea de España y Portugal el papel que aquélla había jugado a nivel internacional cambió radicalmente. Por razones obvias la Comunidad mantenía estrechos lazos con los países del mediterráneo. Las ex-colonias eran tratadas de forma privilegiada, los países vinculados históricamente a Estados Miembros como Francia e Inglaterra, mantenían con Europa relaciones políticas y comerciales prioritarias. Pero la entrada en escena de los dos Estados de la Península Ibérica da un giro a las relaciones internacionales de la Comunidad. Los vínculos históricos, culturales, sociales y comerciales que unen de manera inseparable a España y Portugal con el continente iberoamericano obligan a cambiar el rumbo de la acción externa europea, afectando a la posición de aventajados de los países mediterráneos y ex-colonias y obligando a la Comunidad a cruzar el Océano Atlántico.
Sin duda este cambio ha tenido una significación diferente para cada una de las dos regiones. Las ex-colonias han sido privadas de su primer puesto mientras que Latinoamérica se ha visto beneficiada de manera evidente. Acuerdos comerciales preferentes, acciones de cooperación cultural, programas de ayuda al desarrollo (tanto en el ámbito de los Estados Miembros como a nivel de la Comunidad), son solo algunos de los nuevos puentes que se han tendido entre los dos continentes. La especial relación que los países de Latinoamérica mantenían con Portugal y España no solo no se ha visto afectada (exceptuando Cuba) sino que ha servido de plataforma para tener otro socio, la Unión Europea.
Democracia
En los años 80 todo el continente Latino Americano (con la excepción de Cuba) experimenta un giro democrático que da esperanzas de cambio, no sólo a los ciudadanos de los Estados sino también al resto del mundo. Si este cambio es posible en Latinoamérica lo será también en otros países y otros continentes. América Latina da un giro decisivo y apuesta indudablemente por establecer regímenes constitucionales, con instituciones democráticas y participativas. En las décadas de los 80 y de los 90 parece que estos nuevos sistemas democráticos se asientan y arraigan en la sociedad, se celebran elecciones libres, la economía de muchos de ellos mejora perceptiblemente y como consecuencia aumenta el bienestar de sus ciudadanos.
Pero desgraciadamente el continente no acaba de salir a flote. El proceso de democratización emprendido no es una cura milagrosa que de la noche a la mañana convierte a un país espejo de democracia. No sólo son necesarias constituciones que ordenen el país con instituciones democráticas, que aseguren elecciones libres y la libre participación para unos pocos, toda la sociedad debe ser incluida. La lucha contra la desigualdad social y económica, la falta de integración en el sistema de los sectores sociales más desfavorecidos (mujeres, pueblos indígenas...), la falta de transparencia, la desinformación, la violación de los Derechos Humanos (tanto por parte de grupos violentos como por parte de las mismas instituciones) y la corrupción generalizada en algunos de estos países (Nicaragua, Perú, Argentina...), hacen necesarias profundas y dolorosas reformas de sus sistemas.
Participación Igualitaria
Una de las claves para el correcto funcionamiento de los sistemas democráticos es la "participación igualitaria". Que todos los ciudadanos participen en la toma de decisiones, aunque sea de manera indirecta, no significa que tengan la misma capacidad. Sin duda, no todos van a tener los mismos conocimientos sobre temas concretos (como puede ser el sistema de pensiones o la política energética de un país), pero un sistema democrático debe asumir como principio que todos los ciudadanos tienen esa capacidad de conocer y entender cualquiera de los aspectos de la vida pública. Asumir esta capacidad y permitirles la participación igualitaria como miembros del mismo sistema es uno de sus requisitos principales. Si esto no es así, la exclusión es automática, la democracia se convierte en una oligocracia donde la minoría privilegiada gobierna sobre la inmensa mayoría manteniéndola fuera del sistema y, por lo tanto, ignorante de la vida pública.
En América Latina la exclusión ha sido constante y permanente (a diferente nivel dependiendo del Estado del que se trate), las minorías corruptas y privilegiadas han gobernado en su propio beneficio (véase el caso del Pte. Alemán de Nicaragua y de algunos presidentes de Argentina). La mayoría excluida no ha tenido acceso a servicios sociales básicos de los sistemas democráticos, tales como la educación o la sanidad. Vemos en televisión familias enteras que hurgan en los vertederos para salir adelante, niños que reivindican su derecho a trabajar porque sus padres son incapaces de acceder al sistema laboral, manifestaciones de cocaleros que luchan por mantener sus sistemas tradicionales de agricultura... Un sinfín de imágenes espeluznantes que no nos pueden dejar indiferentes.
Desde Europa
El remedio a la enfermedad de exclusión de las minorías (mayoritarias) que padece Latino América pasa por el establecimiento de estrategias a largo plazo en las que se vean comprometidos tanto las instancias públicas del Estado concreto como las asociaciones civiles y las ONGs y las instancias internacionales. En este sentido la Unión desarrolla una labor muy importante al lado de los Estados Miembros, que pretenden el compromiso de los Estados latinoamericanos a crear y mantener estrategias a largo plazo para la integración social y económica no solo Estado por Estado, sino que también promuevan la integración de la región.
La Unión Europea es el mayor donante de la región, también es el primer inversor extranjero y el segundo mercado de intercambios, por debajo de Estados Unidos. Estas relaciones se mantienen a dos niveles: El primero son las relaciones UE/América Latina, el que se incluyen las relaciones con organizaciones regionales concretas (como Mercosur, la Comunidad Andina, etc.) y el segundo por países (UE/Méjico, Ecuador, Colombia...). Relaciones entre la Unión y los países de la región que se basan en la cooperación económica, la asistencia política y los acuerdos comerciales.
Es en el marco de los acuerdos de cooperación donde se incluyen los temas relacionados con la promoción de la democracia y la defensa de los Derechos Humanos. Existen programas de intercambio cultural entre ambas regiones (ALFA), de promoción de la pequeña y mediana empresa (AL-INVEST), de fortalecimiento de las relaciones entre las cámaras de comercio e industria de ambas regiones (ATLAS)...
Puede parecer, a veces, que las relaciones entre las dos regiones sólo se centran en aspectos comerciales. Es cierto que estos aspectos son necesarios para la Unión, pero no es menos cierto que también son de vital importancia para Latino América. La estrecha relación comercial entre ambos no solo favorece el crecimiento de la Unión sino también el crecimiento de América Latina, contribuyendo a la mejora de las condiciones económicas y sociales de estos países. Promover el comercio con acuerdos preferenciales hace que su riqueza aumente y se distribuya de manera más igualitaria, y es solo en esas situaciones en las que se puede invertir en el fortalecimiento de las instituciones democráticas y de las prestaciones sociales. Es un proceso largo y doloroso, la Unión exige en la mayoría de ocasiones profundas reformas en los sistemas de los países afectados que no siempre son bien recibidas por los ciudadanos, pero para conseguir grandes metas hay que realizar grandes esfuerzos. No todo debe ser comercio, debemos darle al continente iberoamericano todas las oportunidades y ayuda necesaria para que por fin emprenda una verdadera transición hacia una sociedad más libre y democrática. Las Instituciones, los Estados Miembros, los pueblos de Europa, todos tenemos que comprender más y mejor, tanto a ellos como a nosotros mismos. La educación es la mejor inversión que desde Europa podemos hacer. El intercambio de ideas, la estrecha y sincera colaboración entre ambos son claves, al fin y al cabo el mundo es un pañuelo.
Gonzalo de Mendoza - Madrid
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