8 de mayo de 2006
La izquierda de Lagos vs. la izquierda de Chávez
Resumen: Si bien Hugo Chávez se ha convertido en esta década en el dirigente político más popular en América Latina, el legado que deja Ricardo Lagos es más duradero y útil para las causas defendidas por la izquierda: justicia social, libertad e igualdad. Mientras el legado del líder venezolano se construye a partir de discursos antagónicos con la globalización, la consolidación democrática y el libre comercio, el modelo de izquierda impulsado por Ricardo Lagos se sustenta en la globalización, se apropia de los principios de la libre competencia y promueve la consolidación democrática.
Patricio Navia es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Diego Portales, en Chile, y profesor de Política de América Latina en la New York University. Es columnista del diario La Tercera y de la revista Capital.
EL LIDERAZGO IZQUIERDISTA DE HUGO CHÁVEZ
Porque ha sabido consolidarse como un actor relevante en la política latinoamericana, Chávez es considerado por muchos como el nuevo referente de la izquierda regional. Después de que ese lugar fuera ocupado indiscutiblemente por Fidel Castro durante décadas, Hugo Chávez (1954) es hoy el izquierdista más influyente de América Latina. Si bien su popularidad regional era ya evidente cuando llegó al poder, el frustrado intento de golpe en su contra en abril de 2002 le permitió convertirse en el principal líder de la izquierda tradicional de América Latina. Porque tenía todos los atributos tradicionalmente asociados con la izquierda -- discurso incendiario de justicia social, admiración irrestricta a la revolución cubana, denuncias contra el capitalismo y la globalización y una evidente enemistad con Estados Unidos -- , Chávez pudo alzarse como el nuevo símbolo de una izquierda latinoamericana que ya parecía agotada.
A diferencia de la izquierda revolucionaria de los años sesenta, el modelo de Chávez privilegiaba la revolución en democracia. Aun si algunos la definieron como hiperdemocracia (o democracia con esteroides), Chávez llegó al poder y se ha mantenido en la presidencia legitimado por el voto de los venezolanos. Aunque existan cuestionamientos fundados a los procedimientos de la democracia chavista, la diferencia más importante entre su estilo y el de Castro es el apego formal de Chávez a las herramientas de la democracia representativa.
Pero celebrar elecciones no es lo mismo que promover y consolidar la democracia. Desde que ganó las elecciones presidenciales de 1998 con 56.2% de los 6.5 millones de votos válidamente emitidos, Chávez Frías dejo en claro su intención de transformar profundamente el orden institucional de su país. Chávez obtuvo una amplia victoria (71.8% de 4.8 millones de votantes) en el referéndum consultivo para una nueva constitución en abril de 1999. En diciembre del mismo año, 87.7% de los 4.1 millones de votantes que acudieron a las urnas la ratificaron. Chávez logró una segunda victoria en la elección presidencial de 2000, con 59.8% de los 6.3 millones de votos válidos. En las parlamentarias de diciembre de 2005 -- celebradas pese al boicot de los principales partidos de oposición -- , el Movimiento de la V República de Chávez logró 89% de los 3.3 millones de votos válidamente emitidos. [1]
Aunque Chávez ha ganado legitimidad a través de los votos, varios indicadores independientes subrayan la debilidad de la democracia venezolana. Además de niveles decrecientes de participación y del boicot (contraproducente) de la oposición a las recientes elecciones, la autonomía e independencia de las instituciones democráticas venezolanas han sido puestas en entredicho por respetados observadores independientes. La debilidad o falta de mecanismos de pesos y contrapesos permite poner en tela de juicio la calidad de la democracia en ese país. Aunque algunos aleguen que las responsabilidades son compartidas por los partidos de oposición a Chávez y por las fallas de los partidos que gobernaron el país durante los años del Pacto de Punto Fijo, pocos se animarían a sugerir que la democracia venezolana goza hoy de buena salud. El fuerte liderazgo personalista de Chávez no es probablemente el único responsable de la fragilidad actual de la democracia, pero ciertamente Chávez no ha contribuido a construir instituciones democráticas sólidas. Seguramente el controvertido e incuestionable legado de Chávez en Venezuela no incluirá la consolidación democrática como una de sus contribuciones centrales.
La economía venezolana ha experimentado profunda inestabilidad durante los años de Chávez. Después de sufrir un crecimiento de -7.8% per cápita en 1999, el producto venezolano creció en 1.8% y 1.5%, respectivamente en 2000 y 2001. En 2002-2003 se produjo una nueva recesión (-10.5% y -9.3% per cápita). Gracias a los altos precios del petróleo, la economía se recuperó en 2004 (15.8%) y 2005 (aproximadamente 7.1%), por lo que el PIB per cápita de Venezuela es hoy todavía menor que el que existía antes de la llegada de Chávez al poder. [2] Peor aún, pese a que el gobierno ha dedicado cuantiosos recursos a programas sociales, las dramáticas fluctuaciones en las tasas de crecimiento y la alta inflación tendrán inevitablemente efectos nocivos de largo plazo en la pobreza y los niveles de desigualdad. Resulta sumamente difícil que las iniciativas de gasto social -- por más bien destinadas que estén -- puedan producir reducciones sustanciales en los niveles estructurales de pobreza y desigualdad sin que el país disfrute de un crecimiento económico sostenido y de bajas tasas de inflación.
Aunque Venezuela exportó más de 55000 millones de dólares en 2005 (más del doble que en dos años), su dependencia absoluta en su producción petrolera lo hace particularmente vulnerable a las fluctuaciones de precio. Pese a tener el balance comercial más saludable de la región (exportó 2.3 veces más de lo que importó en 2005), la economía venezolana no está plenamente integrada al comercio mundial. Más grave aún, si bien las exportaciones de petróleo son esenciales para la economía nacional -- y Estados Unidos es uno de los principales compradores del crudo venezolano -- , el presidente Chávez ha articulado un discurso antagónico a la globalización y el libre comercio. Aunque el desarrollo económico de su país depende de la actividad económica mundial -- y de la demanda de petróleo -- , Chávez ha privilegiado un discurso que recalca algunos de los (ciertamente reales) problemas asociados con la globalización, pero desconoce los (también incuestionables, en especial para el caso de Venezuela) beneficios que produce el avance del libre comercio mundial.
Así, no obstante que el desempeño interno de su gobierno haya sido menos que modesto y su contribución a consolidar la democracia sea cuando menos cuestionable, Chávez ha logrado consolidarse como un referente de la izquierda en la región. Si bien su capacidad para aumentar el gasto social y financiar programas destinados a los más necesitados depende del precio del petróleo, Chávez se ha convertido en un campeón de los enemigos de la globalización. Sus apariciones públicas en las que denuncia la globalización y a Estados Unidos son ampliamente celebradas por la izquierda. Su influencia en las campañas electorales en varios países de la región es también innegable, tanto por los alegatos sobre el supuesto financiamiento del gobierno venezolano a los candidatos de izquierda como por los insumos que ofrece el incendiario discurso anti-globalización y anti-Estados Unidos. Pero la legitimidad de Chávez en la izquierda latinoamericana se sustenta mucho más en la influencia que ha sabido ejercer en la región que en los resultados de su gestión como presidente. Si bien el legado de Chávez todavía se está forjando, resulta difícil defender la tesis de que Venezuela está hoy mejor que cuando Chávez asumió la presidencia. Pese a que Chávez parece tener la suficiente fortaleza y apoyo para ser reelegido en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006, no resulta anticipado indicar que, en sus primeros siete años en el poder, ha contribuido poco a fortalecer y profundizar la democracia venezolana.
RICARDO LAGOS Y LA RENOVACIÓN DEL SOCIALISMO CHILENO
A diferencia de Chávez, Ricardo Lagos (1938) ha logrado ubicarse como un líder regional a partir del éxito de su gestión presidencial. Tanto sus adherentes como sus opositores concuerdan en que Chile está hoy mucho mejor que cuando Lagos asumió el poder. Mejor aún, ya hay suficientes pruebas para indicar que Lagos pasará a la historia como uno de los mandatarios más exitosos en la historia moderna de Chile. Es más, ahora que se dispone a abandonar el palacio de gobierno de La Moneda, Lagos acertadamente parece interesado en proyectar su influencia, liderazgo y legado más allá de las fronteras de su país.
Lagos se convirtió en el líder del socialismo chileno durante la última etapa de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Aunque se adhirió al gobierno de Salvador Allende -- quien lo nombró embajador en la Unión Soviética, cargo que no llegó a ocupar porque su ratificación no fue sancionada por el senado chileno -- , Lagos sólo desempeñó cargos académicos durante la fallida experiencia socialista de la Unidad Popular. Doctor en Economía por la Universidad de Duke, se autoexilió después del golpe de 1973 en Argentina y Estados Unidos. Poco después de haber comenzado a militar en el Partido Socialista en 1979, volvió a Chile para trabajar en un organismo internacional. Pero en la medida en que la dictadura se consolidó con la adopción de la Constitución de 1980, y que la oposición democrática de partidos de izquierda y de centro comenzó a unirse, Lagos empezó a desempeñar un papel más importante como intelectual público a favor de la transición a la democracia. Sin embargo, a pesar de su activa militancia en una de las varias facciones en que entonces estaba dividido el Partido Socialista, su principal contribución fue en el campo de las ideas.
Su contribución en 1983 en la formación de la Alianza Democrática (precursora de la Concertación) fue importante, pero no fue sino hasta su liderazgo en la consolidación del Partido por la Democracia en 1987 cuando Lagos se alzó como un dirigente importante en el socialismo renovado chileno. Su osado y espectacular desempeño en un programa de televisión en 1988 -- cuando encaró directamente al entonces dictador Pinochet ante las cámaras frente a la atónita mirada de algunos y el entusiasmo de otros que en sus casas pudieron percibir la vulnerabilidad del régimen -- lo consolidó como el principal líder de la izquierda renovada chilena. Su decisión de no competir por la nominación por la candidatura presidencial de la Concertación en 1989 con el aspirante de la Democracia Cristiana (DC), Patricio Aylwin, reflejó tanto la incuestionable ventaja del principal partido de centro para encabezar la transición como la prueba del visionario proyecto de largo plazo que Lagos y otros líderes de izquierda ya diseñaban para Chile. En ese entonces se decía que la transición chilena sería como la española (lo que implicaba que Aylwin sería Alfonso Suárez y Lagos, Felipe González); sin embargo, la sorpresiva derrota de Lagos como candidato al senado lo obligó a reinventarse con rapidez después de la contienda presidencial y parlamentaria de 1989. Como ministro de Educación del gobierno de Aylwin, Lagos pudo seguir en un primer plano del quehacer político chileno.
En 1993 sus aspiraciones presidenciales volvieron a verse frustradas al ser ampliamente derrotado en las elecciones primarias de la Concertación por el también demócrata-cristiano Eduardo Frei, quien lo nombró ministro de Obras Públicas. En ese cargo, Lagos encontró el camino que lo llevaría a conquistar la presidencia. Al asumir las enormes deficiencias en infraestructura del país, privilegió una estrategia que incorporaba la participación del sector privado en la construcción de costosas obras de infraestructura. Estos proyectos público-privados facilitaron tanto el desarrollo económico del país (permitiendo a los inversionistas obtener ganancias con sus inversiones) como la mejor asignación de los escasos recursos del Estado en proyectos que contribuyeran a mejorar la calidad de vida de los sectores más marginados. La llamada política de concesiones, impulsada por Lagos como ministro, pavimentó su propio camino a La Moneda. Asimismo, su exitosa labor en el ministerio, en un año en que la economía chilena experimentara una recesión, demostró la fortaleza del entonces indiscutido líder de la izquierda chilena.
Al asumir el poder, el 11 de marzo de 2000, Lagos se convirtió tanto en el tercer presidente consecutivo de la centro-izquierdista Concertación como en el primer socialista en llegar a La Moneda desde Allende. Su triunfo en la elección presidencial fue el más estrecho desde el fin de la dictadura pinochetista. Socialista y laico, por más que insistía en ser el tercer presidente de la Concertación, Lagos demostraba que también era el segundo socialista desde Allende. Al llegar a La Moneda, señaló, en alocución directa a Allende, pero sin nombrarlo:
Soy consciente de que desde estos balcones muchos se han dirigido al pueblo y aquí, en esta casa, uno de ellos dejó su vida y merece nuestro respeto [ . . . ] Si la imagen de la destrucción de este Palacio quedó grabada en la conciencia humana como un símbolo de la intolerancia, hoy aquí, esta tarde, los invito ahora a trabajar para que esta casa sea, en el siglo que nace, un símbolo universal de la capacidad del hombre de sobrevivir respetando los derechos de otro hombre [ . . . ] Pero también digo que no vengo a esta casa a administrar las nostalgias del pasado ni a mirar [hacia] atrás.
Esta referencia elíptica a la inmolación de Allende no fue la única que hizo Lagos. El 16 de enero de 2000, al confirmarse su triunfo presidencial en la segunda vuelta, comenzó su alocución señalando: "Gracias por estar aquí esta noche. Gracias por estar aquí Tencha Allende, representante de la dignidad de Chile". La mención a la viuda de Allende era una referencia velada y cuidadosa a la memoria del presidente mártir. En palabras de Borges en "El jardín de los senderos que se bifurcan": "Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla".
Las formas veladas de referirse a Allende demostraban tanto el difícil desafío de su gobierno como su determinación de construir un legado socialista diferente para Chile. Lagos entendía que tenía que construir un legado basado en el buen gobierno y en resultados concretos. La tasa de crecimiento económico, los indicadores de inflación, de desempleo y reducción de la pobreza serían los criterios que utilizarían los chilenos para evaluar a Lagos. Si la heroica forma en que Allende defendió con su vida el orden constitucional en 1973 lo convertía en el presidente que toda la izquierda chilena lleva en su corazón, sólo los incuestionables resultados de un buen gobierno harían de Lagos el modelo que todo futuro socialista chileno intentaría imitar en el momento de construir el socialismo del futuro.
Basándose en principios que privilegiaban el conservadurismo fiscal y la adopción de políticas destinadas a concentrar el gasto social en los más necesitados, la administración Lagos logró hacer frente a momentos difíciles en la economía chilena. Además del reconocido temor que la presencia de un socialista en La Moneda generaba entre el empresariado conservador altamente ideologizado, la economía internacional presentaba condiciones claramente desfavorables para Chile. Si bien la economía se expandió sólo levemente durante los cuatro primeros años de su sexenio (2.7% per cápita en promedio), los sólidos fundamentos macroeconómicos de la política fiscal permitían anticipar que el país se recuperaría cuando los vientos de la economía mundial comenzaran a soplar aires de recuperación. La tasa de crecimiento de 4.7%, y más de 6%, en 2004 y 2005, respectivamente, permitió que los sacrificios realizados durante los primeros años de su administración pudieran dar fruto en los últimos dos. Aunque el gasto social aumentó considerablemente desde el primer año, la mayor holgura presupuestaria ha permitido profundizar y financiar mejor una serie de programas de alto impacto en la reducción de la pobreza y la creación de la igualdad en las oportunidades de acceso a la salud y la educación. Debido a la estricta política de conservadurismo fiscal, el superávit del presupuesto ha alcanzado niveles sin precedentes gracias al favorable desempeño de la economía. En folclóricas palabras del ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, el gobierno saliente deja la economía lista tiqui-taca ("lista para la fiesta").
La determinación de Lagos de promover la integración de Chile al mundo mediante la firma de tratados de libre comercio (TLC) constituye una de las principales características de su gestión. Además de firmar TLC con la Unión Europea y Estados Unidos, Chile avanzó decididamente en su integración comercial con Asia y América Latina. Pese a haberse opuesto a la iniciativa de Bush de invadir Irak, defendiendo la autoridad de la ONU para sancionar la dictadura de Hussein, el gobierno de Lagos logró que Chile estrechara lazos con Washington. El envío de fuerzas de paz chilenas a Haití en 2004 demostró el buen estado de las relaciones entre ambos países. Mejor aún, la defensa de Lagos de la legalidad internacional y su apoyo a la ONU le valieron la admiración de la opinión pública mundial y la chilena (en especial cuando quedó claro que él no negociaba sus principios por más que pudiera estar en juego el TLC).
Pero el legado de Lagos trasciende la política macroeconómica y la integración comercial al mundo. La democracia se consolidó a pasos agigantados durante su sexenio. Además de una celebrada reforma constitucional, que puso fin a todas las cláusulas de democracia protegida que permanecían en la Constitución de Pinochet de 1980, la independencia y autonomía de las diferentes instituciones del Estado aumentaron considerablemente. Los pesos y contrapesos entre los diferentes poderes del Estado funcionaron mejor que nunca antes. La libertad de prensa se consolidó y las libertades individuales aumentaron en el papel y en la práctica. Los desagravios a las víctimas de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, así como los gestos simbólicos que permitieron consolidar y fortalecer el respeto por los derechos humanos y civiles de los chilenos, consolidaron avances importantes pero insuficientes iniciados durante las administraciones de Aylwin y Frei. Cuando Lagos asumió el poder, menos de 20% de los chilenos creía que el país estaba en la dirección correcta. Al finalizar su mandato, más de 60% de los chilenos cree que el país avanza en la dirección correcta. [3] La legitimidad de Lagos en el concierto internacional emana de la exitosa gestión que el primer presidente socialista después de Allende tuvo en su sexenio en La Moneda.
EL LEGADO DE LAGOS
Pese a haber asumido el poder en un momento difícil, en sus primeros meses Lagos experimentó una corta luna de miel con el electorado. Ya que Pinochet había retornado al país una semana antes de su investidura -- por lo que Lagos se vio forzado a ocupar parte de su tiempo y energías en lidiar con el difícil legado de la dictadura -- , y como la situación económica era aún delicada (el crecimiento en 1999 había sido de -2.0% per cápita), la luna de miel de su gobierno duró muy poco. Como se muestra en la gráfica, la popularidad del presidente Lagos alcanzó un punto máximo en diciembre de 2000, para luego caer a niveles cercanos a 40% durante buena parte de 2001. Un escándalo de corrupción que afectó a varios parlamentarios de la coalición de gobierno y a funcionarios de confianza del presidente (entre ellos el ministro de Obras Públicas que había sido colaborador del propio Lagos cuando éste ocupó esa cartera) hicieron que la popularidad presidencial descendiera a niveles todavía más bajos hacia finales de 2002.
Pero a partir de 2003, Lagos pareció encontrar la receta del éxito en su gestión. Su popularidad empezó a elevarse hasta alcanzar niveles cercanos a 60% a mediados de 2004. Las últimas mediciones disponibles de finales de 2005 indican que Lagos ha logrado mantener su popularidad en niveles cercanos a 60%. Respecto a sus predecesores, Lagos termina su mandato con una popularidad incluso superior a la de su predecesor Eduardo Frei (1994-2000), y todavía más alta a la lograda por el exitoso gobierno de transición del también concertacionista Patricio Aylwin (1990-1994).
Existen diferentes explicaciones para la popularidad lograda por Lagos; sin embargo, el buen desempeño de la economía contribuyó innegablemente. Pero sus niveles de aprobación comenzaron a mejorar antes de que lo hiciera la economía. Su capacidad para alcanzar un acuerdo de modernización del Estado e introducir financiamiento público en las campañas electorales justo cuando las acusaciones de corrupción arreciaban, le permitió convertir un gigantesco problema en la oportunidad para introducir las reformas necesarias al sector público y más transparencia en la democracia. Pero, posiblemente, fue también su determinación de oponerse a la iniciativa de Bush de invadir Irak lo que le valió el respeto y admiración de la opinión pública chilena. Puesto que Chile ocupó temporalmente un escaño en el Consejo de Seguridad de la ONU (2003-2004), su determinación de no aceptar la legitimación de la guerra en Irak fue prueba incuestionable de que Lagos era un hombre de principios y profunda convicción democrática y de derecho internacional. Su popularidad entonces comenzó una tendencia al alza que se vio incrementada cuando la situación económica de Chile mejoró a partir de finales de 2003.
LOS DESAFÍOS DE BACHELET
En buena medida, el éxito de la gestión de Lagos permitió a la centro-izquierdista Concertación mirar con optimismo las elecciones presidenciales de 2005. Después de que muchos anticiparon tempranamente el fin de la Concertación en el sexenio Lagos, la coalición de gobierno construyó, a partir de la popularidad del presidente, una impresionante victoria en las elecciones municipales de octubre de 2004 y en las presidenciales y legislativas de diciembre de 2005.
Además de convertirse en la primera mujer en llegar a la presidencia de Chile, Michelle Bachelet (1951) fue la primera persona que logra una cuarta victoria electoral consecutiva para una misma coalición política en el país. En buena medida, el ser mujer le permitió neutralizar una de los principales argumentos -- la alternancia en el poder -- de la oposición para intentar terminar con el predominio electoral que la Concertación ha ejercido en Chile desde el fin de la dictadura. ¡Qué mayor alternancia que una mujer en La Moneda!
Su apretada victoria (46% en primera vuelta y 53.5% en la segunda) pone en evidencia algunos de los enormes desafíos que enfrenta Bachelet. La nueva dirigente de la coalición creada para encabezar la transición a la democracia necesita dotar a la centro-izquierda de un nuevo discurso y de una nueva plataforma. Para evitar ser víctima de su propio éxito, la Concertación necesita enarbolar nuevas banderas. Aún debe avanzar en producir más crecimiento económico, reducir la pobreza y enfrentar las profundas desigualdades que persisten en Chile; sin embargo, Bachelet también debe hacerse cargo de la creciente demanda por inclusión que existe en un Chile donde millones de personas han pasado a engrosar las filas de la clase media. Porque Bachelet ha prometido que agregará más participación popular a las exitosas políticas sociales y económicas de los tres gobiernos de la Concertación, y como su propia victoria simboliza más inclusión y más diversidad en el gobierno, su principal desafío será incorporar a la gente como partícipes y actores en el gobierno. Bachelet ha indicado, valiéndose de su experiencia como médico pediatra, que para que los tratamientos sean efectivos son necesarios tanto los medicamentos adecuados como la participación activa de los pacientes. Mucho más que su experiencia como leal militante socialista durante los últimos 35 años, y más que su extenso conocimiento de temas de defensa y seguridad nacional, serán sus habilidades de médico las que le permitirán construir un legado que incorpore los éxitos de sus tres predecesores concertacionistas pero que, además, se haga cargo de la demanda por inclusión y diversidad que nació del propio éxito de las políticas económicas y sociales en estos 16 años de gobiernos centro-izquierdistas en Chile.
LAGOS VS. CHÁVEZ
A la luz de los resultados, resulta evidente que Ricardo Lagos ha sido un presidente más exitoso que Hugo Chávez, pero el mandatario venezolano parecería generar más entusiasmo y provocar más interés en la izquierda de América Latina que el presidente saliente de Chile. Si bien todos los indicadores macroeconómicos y de pobreza señalan que Chile ha avanzado más decididamente que Venezuela en pos del desarrollo económico y de la justicia social, el fervor que produce en muchos izquierdistas la figura de Chávez es sustancialmente mayor que la aprobación que provoca Lagos. Nadie dudaría en señalar que Chile es hoy más democrático, más desarrollado, más pluralista, más tolerante y más izquierdista que cuando Lagos asumió el poder; no obstante, el exitoso legado del presidente socialista chileno parece provocar menos admiración y ciertamente menos seguidores que los encendidos discursos del mandatario venezolano. La influencia de Chávez en la región se ve facilitada en buena medida por los cuantiosos recursos con que cuenta, aunque la admiración que la opinión pública tiene por él, que se identifica con la izquierda, no responde a una cuestión de recursos.
La izquierda reconoce que el modelo de Lagos es claramente más exitoso que el de Chávez; sin embargo, el presidente venezolano parece más admirado y querido que el mandatario chileno. Aunque Lagos sea el modelo a seguir, Chávez parecería seguir siendo el modelo a admirar por muchos idealistas de izquierda de la región. Pero, ya que la izquierda latinoamericana parece hoy destinada a asumir el poder en varios países, la experiencia de Ricardo Lagos en Chile parecería ser el faro que alumbrará el sendero de los próximos presidentes izquierdistas de América Latina. La hoja de ruta dibujada con disciplina, coherencia y compromiso constante con los ideales de izquierda por el presidente Lagos en Chile lleva a un mejor destino que la predicada por Chávez con vehemencia y entusiasmo, pero sin los mismos loables frutos que la impulsada por Lagos, el presidente de izquierda más exitoso de América Latina de los últimos 50 años.
NOTAS
[1] Consejo Nacional Electoral de Venezuela, http://www.cne.gov.ve
[2] "Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe 2005", en www.cepal.cl
[3] Centro de Estudios Públicos, www.cepchile.cl
Patricio Navia es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Diego Portales, en Chile, y profesor de Política de América Latina en la New York University. Es columnista del diario La Tercera y de la revista Capital.
EL LIDERAZGO IZQUIERDISTA DE HUGO CHÁVEZ
Porque ha sabido consolidarse como un actor relevante en la política latinoamericana, Chávez es considerado por muchos como el nuevo referente de la izquierda regional. Después de que ese lugar fuera ocupado indiscutiblemente por Fidel Castro durante décadas, Hugo Chávez (1954) es hoy el izquierdista más influyente de América Latina. Si bien su popularidad regional era ya evidente cuando llegó al poder, el frustrado intento de golpe en su contra en abril de 2002 le permitió convertirse en el principal líder de la izquierda tradicional de América Latina. Porque tenía todos los atributos tradicionalmente asociados con la izquierda -- discurso incendiario de justicia social, admiración irrestricta a la revolución cubana, denuncias contra el capitalismo y la globalización y una evidente enemistad con Estados Unidos -- , Chávez pudo alzarse como el nuevo símbolo de una izquierda latinoamericana que ya parecía agotada.
A diferencia de la izquierda revolucionaria de los años sesenta, el modelo de Chávez privilegiaba la revolución en democracia. Aun si algunos la definieron como hiperdemocracia (o democracia con esteroides), Chávez llegó al poder y se ha mantenido en la presidencia legitimado por el voto de los venezolanos. Aunque existan cuestionamientos fundados a los procedimientos de la democracia chavista, la diferencia más importante entre su estilo y el de Castro es el apego formal de Chávez a las herramientas de la democracia representativa.
Pero celebrar elecciones no es lo mismo que promover y consolidar la democracia. Desde que ganó las elecciones presidenciales de 1998 con 56.2% de los 6.5 millones de votos válidamente emitidos, Chávez Frías dejo en claro su intención de transformar profundamente el orden institucional de su país. Chávez obtuvo una amplia victoria (71.8% de 4.8 millones de votantes) en el referéndum consultivo para una nueva constitución en abril de 1999. En diciembre del mismo año, 87.7% de los 4.1 millones de votantes que acudieron a las urnas la ratificaron. Chávez logró una segunda victoria en la elección presidencial de 2000, con 59.8% de los 6.3 millones de votos válidos. En las parlamentarias de diciembre de 2005 -- celebradas pese al boicot de los principales partidos de oposición -- , el Movimiento de la V República de Chávez logró 89% de los 3.3 millones de votos válidamente emitidos. [1]
Aunque Chávez ha ganado legitimidad a través de los votos, varios indicadores independientes subrayan la debilidad de la democracia venezolana. Además de niveles decrecientes de participación y del boicot (contraproducente) de la oposición a las recientes elecciones, la autonomía e independencia de las instituciones democráticas venezolanas han sido puestas en entredicho por respetados observadores independientes. La debilidad o falta de mecanismos de pesos y contrapesos permite poner en tela de juicio la calidad de la democracia en ese país. Aunque algunos aleguen que las responsabilidades son compartidas por los partidos de oposición a Chávez y por las fallas de los partidos que gobernaron el país durante los años del Pacto de Punto Fijo, pocos se animarían a sugerir que la democracia venezolana goza hoy de buena salud. El fuerte liderazgo personalista de Chávez no es probablemente el único responsable de la fragilidad actual de la democracia, pero ciertamente Chávez no ha contribuido a construir instituciones democráticas sólidas. Seguramente el controvertido e incuestionable legado de Chávez en Venezuela no incluirá la consolidación democrática como una de sus contribuciones centrales.
La economía venezolana ha experimentado profunda inestabilidad durante los años de Chávez. Después de sufrir un crecimiento de -7.8% per cápita en 1999, el producto venezolano creció en 1.8% y 1.5%, respectivamente en 2000 y 2001. En 2002-2003 se produjo una nueva recesión (-10.5% y -9.3% per cápita). Gracias a los altos precios del petróleo, la economía se recuperó en 2004 (15.8%) y 2005 (aproximadamente 7.1%), por lo que el PIB per cápita de Venezuela es hoy todavía menor que el que existía antes de la llegada de Chávez al poder. [2] Peor aún, pese a que el gobierno ha dedicado cuantiosos recursos a programas sociales, las dramáticas fluctuaciones en las tasas de crecimiento y la alta inflación tendrán inevitablemente efectos nocivos de largo plazo en la pobreza y los niveles de desigualdad. Resulta sumamente difícil que las iniciativas de gasto social -- por más bien destinadas que estén -- puedan producir reducciones sustanciales en los niveles estructurales de pobreza y desigualdad sin que el país disfrute de un crecimiento económico sostenido y de bajas tasas de inflación.
Aunque Venezuela exportó más de 55000 millones de dólares en 2005 (más del doble que en dos años), su dependencia absoluta en su producción petrolera lo hace particularmente vulnerable a las fluctuaciones de precio. Pese a tener el balance comercial más saludable de la región (exportó 2.3 veces más de lo que importó en 2005), la economía venezolana no está plenamente integrada al comercio mundial. Más grave aún, si bien las exportaciones de petróleo son esenciales para la economía nacional -- y Estados Unidos es uno de los principales compradores del crudo venezolano -- , el presidente Chávez ha articulado un discurso antagónico a la globalización y el libre comercio. Aunque el desarrollo económico de su país depende de la actividad económica mundial -- y de la demanda de petróleo -- , Chávez ha privilegiado un discurso que recalca algunos de los (ciertamente reales) problemas asociados con la globalización, pero desconoce los (también incuestionables, en especial para el caso de Venezuela) beneficios que produce el avance del libre comercio mundial.
Así, no obstante que el desempeño interno de su gobierno haya sido menos que modesto y su contribución a consolidar la democracia sea cuando menos cuestionable, Chávez ha logrado consolidarse como un referente de la izquierda en la región. Si bien su capacidad para aumentar el gasto social y financiar programas destinados a los más necesitados depende del precio del petróleo, Chávez se ha convertido en un campeón de los enemigos de la globalización. Sus apariciones públicas en las que denuncia la globalización y a Estados Unidos son ampliamente celebradas por la izquierda. Su influencia en las campañas electorales en varios países de la región es también innegable, tanto por los alegatos sobre el supuesto financiamiento del gobierno venezolano a los candidatos de izquierda como por los insumos que ofrece el incendiario discurso anti-globalización y anti-Estados Unidos. Pero la legitimidad de Chávez en la izquierda latinoamericana se sustenta mucho más en la influencia que ha sabido ejercer en la región que en los resultados de su gestión como presidente. Si bien el legado de Chávez todavía se está forjando, resulta difícil defender la tesis de que Venezuela está hoy mejor que cuando Chávez asumió la presidencia. Pese a que Chávez parece tener la suficiente fortaleza y apoyo para ser reelegido en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006, no resulta anticipado indicar que, en sus primeros siete años en el poder, ha contribuido poco a fortalecer y profundizar la democracia venezolana.
RICARDO LAGOS Y LA RENOVACIÓN DEL SOCIALISMO CHILENO
A diferencia de Chávez, Ricardo Lagos (1938) ha logrado ubicarse como un líder regional a partir del éxito de su gestión presidencial. Tanto sus adherentes como sus opositores concuerdan en que Chile está hoy mucho mejor que cuando Lagos asumió el poder. Mejor aún, ya hay suficientes pruebas para indicar que Lagos pasará a la historia como uno de los mandatarios más exitosos en la historia moderna de Chile. Es más, ahora que se dispone a abandonar el palacio de gobierno de La Moneda, Lagos acertadamente parece interesado en proyectar su influencia, liderazgo y legado más allá de las fronteras de su país.
Lagos se convirtió en el líder del socialismo chileno durante la última etapa de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Aunque se adhirió al gobierno de Salvador Allende -- quien lo nombró embajador en la Unión Soviética, cargo que no llegó a ocupar porque su ratificación no fue sancionada por el senado chileno -- , Lagos sólo desempeñó cargos académicos durante la fallida experiencia socialista de la Unidad Popular. Doctor en Economía por la Universidad de Duke, se autoexilió después del golpe de 1973 en Argentina y Estados Unidos. Poco después de haber comenzado a militar en el Partido Socialista en 1979, volvió a Chile para trabajar en un organismo internacional. Pero en la medida en que la dictadura se consolidó con la adopción de la Constitución de 1980, y que la oposición democrática de partidos de izquierda y de centro comenzó a unirse, Lagos empezó a desempeñar un papel más importante como intelectual público a favor de la transición a la democracia. Sin embargo, a pesar de su activa militancia en una de las varias facciones en que entonces estaba dividido el Partido Socialista, su principal contribución fue en el campo de las ideas.
Su contribución en 1983 en la formación de la Alianza Democrática (precursora de la Concertación) fue importante, pero no fue sino hasta su liderazgo en la consolidación del Partido por la Democracia en 1987 cuando Lagos se alzó como un dirigente importante en el socialismo renovado chileno. Su osado y espectacular desempeño en un programa de televisión en 1988 -- cuando encaró directamente al entonces dictador Pinochet ante las cámaras frente a la atónita mirada de algunos y el entusiasmo de otros que en sus casas pudieron percibir la vulnerabilidad del régimen -- lo consolidó como el principal líder de la izquierda renovada chilena. Su decisión de no competir por la nominación por la candidatura presidencial de la Concertación en 1989 con el aspirante de la Democracia Cristiana (DC), Patricio Aylwin, reflejó tanto la incuestionable ventaja del principal partido de centro para encabezar la transición como la prueba del visionario proyecto de largo plazo que Lagos y otros líderes de izquierda ya diseñaban para Chile. En ese entonces se decía que la transición chilena sería como la española (lo que implicaba que Aylwin sería Alfonso Suárez y Lagos, Felipe González); sin embargo, la sorpresiva derrota de Lagos como candidato al senado lo obligó a reinventarse con rapidez después de la contienda presidencial y parlamentaria de 1989. Como ministro de Educación del gobierno de Aylwin, Lagos pudo seguir en un primer plano del quehacer político chileno.
En 1993 sus aspiraciones presidenciales volvieron a verse frustradas al ser ampliamente derrotado en las elecciones primarias de la Concertación por el también demócrata-cristiano Eduardo Frei, quien lo nombró ministro de Obras Públicas. En ese cargo, Lagos encontró el camino que lo llevaría a conquistar la presidencia. Al asumir las enormes deficiencias en infraestructura del país, privilegió una estrategia que incorporaba la participación del sector privado en la construcción de costosas obras de infraestructura. Estos proyectos público-privados facilitaron tanto el desarrollo económico del país (permitiendo a los inversionistas obtener ganancias con sus inversiones) como la mejor asignación de los escasos recursos del Estado en proyectos que contribuyeran a mejorar la calidad de vida de los sectores más marginados. La llamada política de concesiones, impulsada por Lagos como ministro, pavimentó su propio camino a La Moneda. Asimismo, su exitosa labor en el ministerio, en un año en que la economía chilena experimentara una recesión, demostró la fortaleza del entonces indiscutido líder de la izquierda chilena.
Al asumir el poder, el 11 de marzo de 2000, Lagos se convirtió tanto en el tercer presidente consecutivo de la centro-izquierdista Concertación como en el primer socialista en llegar a La Moneda desde Allende. Su triunfo en la elección presidencial fue el más estrecho desde el fin de la dictadura pinochetista. Socialista y laico, por más que insistía en ser el tercer presidente de la Concertación, Lagos demostraba que también era el segundo socialista desde Allende. Al llegar a La Moneda, señaló, en alocución directa a Allende, pero sin nombrarlo:
Soy consciente de que desde estos balcones muchos se han dirigido al pueblo y aquí, en esta casa, uno de ellos dejó su vida y merece nuestro respeto [ . . . ] Si la imagen de la destrucción de este Palacio quedó grabada en la conciencia humana como un símbolo de la intolerancia, hoy aquí, esta tarde, los invito ahora a trabajar para que esta casa sea, en el siglo que nace, un símbolo universal de la capacidad del hombre de sobrevivir respetando los derechos de otro hombre [ . . . ] Pero también digo que no vengo a esta casa a administrar las nostalgias del pasado ni a mirar [hacia] atrás.
Esta referencia elíptica a la inmolación de Allende no fue la única que hizo Lagos. El 16 de enero de 2000, al confirmarse su triunfo presidencial en la segunda vuelta, comenzó su alocución señalando: "Gracias por estar aquí esta noche. Gracias por estar aquí Tencha Allende, representante de la dignidad de Chile". La mención a la viuda de Allende era una referencia velada y cuidadosa a la memoria del presidente mártir. En palabras de Borges en "El jardín de los senderos que se bifurcan": "Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla".
Las formas veladas de referirse a Allende demostraban tanto el difícil desafío de su gobierno como su determinación de construir un legado socialista diferente para Chile. Lagos entendía que tenía que construir un legado basado en el buen gobierno y en resultados concretos. La tasa de crecimiento económico, los indicadores de inflación, de desempleo y reducción de la pobreza serían los criterios que utilizarían los chilenos para evaluar a Lagos. Si la heroica forma en que Allende defendió con su vida el orden constitucional en 1973 lo convertía en el presidente que toda la izquierda chilena lleva en su corazón, sólo los incuestionables resultados de un buen gobierno harían de Lagos el modelo que todo futuro socialista chileno intentaría imitar en el momento de construir el socialismo del futuro.
Basándose en principios que privilegiaban el conservadurismo fiscal y la adopción de políticas destinadas a concentrar el gasto social en los más necesitados, la administración Lagos logró hacer frente a momentos difíciles en la economía chilena. Además del reconocido temor que la presencia de un socialista en La Moneda generaba entre el empresariado conservador altamente ideologizado, la economía internacional presentaba condiciones claramente desfavorables para Chile. Si bien la economía se expandió sólo levemente durante los cuatro primeros años de su sexenio (2.7% per cápita en promedio), los sólidos fundamentos macroeconómicos de la política fiscal permitían anticipar que el país se recuperaría cuando los vientos de la economía mundial comenzaran a soplar aires de recuperación. La tasa de crecimiento de 4.7%, y más de 6%, en 2004 y 2005, respectivamente, permitió que los sacrificios realizados durante los primeros años de su administración pudieran dar fruto en los últimos dos. Aunque el gasto social aumentó considerablemente desde el primer año, la mayor holgura presupuestaria ha permitido profundizar y financiar mejor una serie de programas de alto impacto en la reducción de la pobreza y la creación de la igualdad en las oportunidades de acceso a la salud y la educación. Debido a la estricta política de conservadurismo fiscal, el superávit del presupuesto ha alcanzado niveles sin precedentes gracias al favorable desempeño de la economía. En folclóricas palabras del ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, el gobierno saliente deja la economía lista tiqui-taca ("lista para la fiesta").
La determinación de Lagos de promover la integración de Chile al mundo mediante la firma de tratados de libre comercio (TLC) constituye una de las principales características de su gestión. Además de firmar TLC con la Unión Europea y Estados Unidos, Chile avanzó decididamente en su integración comercial con Asia y América Latina. Pese a haberse opuesto a la iniciativa de Bush de invadir Irak, defendiendo la autoridad de la ONU para sancionar la dictadura de Hussein, el gobierno de Lagos logró que Chile estrechara lazos con Washington. El envío de fuerzas de paz chilenas a Haití en 2004 demostró el buen estado de las relaciones entre ambos países. Mejor aún, la defensa de Lagos de la legalidad internacional y su apoyo a la ONU le valieron la admiración de la opinión pública mundial y la chilena (en especial cuando quedó claro que él no negociaba sus principios por más que pudiera estar en juego el TLC).
Pero el legado de Lagos trasciende la política macroeconómica y la integración comercial al mundo. La democracia se consolidó a pasos agigantados durante su sexenio. Además de una celebrada reforma constitucional, que puso fin a todas las cláusulas de democracia protegida que permanecían en la Constitución de Pinochet de 1980, la independencia y autonomía de las diferentes instituciones del Estado aumentaron considerablemente. Los pesos y contrapesos entre los diferentes poderes del Estado funcionaron mejor que nunca antes. La libertad de prensa se consolidó y las libertades individuales aumentaron en el papel y en la práctica. Los desagravios a las víctimas de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, así como los gestos simbólicos que permitieron consolidar y fortalecer el respeto por los derechos humanos y civiles de los chilenos, consolidaron avances importantes pero insuficientes iniciados durante las administraciones de Aylwin y Frei. Cuando Lagos asumió el poder, menos de 20% de los chilenos creía que el país estaba en la dirección correcta. Al finalizar su mandato, más de 60% de los chilenos cree que el país avanza en la dirección correcta. [3] La legitimidad de Lagos en el concierto internacional emana de la exitosa gestión que el primer presidente socialista después de Allende tuvo en su sexenio en La Moneda.
EL LEGADO DE LAGOS
Pese a haber asumido el poder en un momento difícil, en sus primeros meses Lagos experimentó una corta luna de miel con el electorado. Ya que Pinochet había retornado al país una semana antes de su investidura -- por lo que Lagos se vio forzado a ocupar parte de su tiempo y energías en lidiar con el difícil legado de la dictadura -- , y como la situación económica era aún delicada (el crecimiento en 1999 había sido de -2.0% per cápita), la luna de miel de su gobierno duró muy poco. Como se muestra en la gráfica, la popularidad del presidente Lagos alcanzó un punto máximo en diciembre de 2000, para luego caer a niveles cercanos a 40% durante buena parte de 2001. Un escándalo de corrupción que afectó a varios parlamentarios de la coalición de gobierno y a funcionarios de confianza del presidente (entre ellos el ministro de Obras Públicas que había sido colaborador del propio Lagos cuando éste ocupó esa cartera) hicieron que la popularidad presidencial descendiera a niveles todavía más bajos hacia finales de 2002.
Pero a partir de 2003, Lagos pareció encontrar la receta del éxito en su gestión. Su popularidad empezó a elevarse hasta alcanzar niveles cercanos a 60% a mediados de 2004. Las últimas mediciones disponibles de finales de 2005 indican que Lagos ha logrado mantener su popularidad en niveles cercanos a 60%. Respecto a sus predecesores, Lagos termina su mandato con una popularidad incluso superior a la de su predecesor Eduardo Frei (1994-2000), y todavía más alta a la lograda por el exitoso gobierno de transición del también concertacionista Patricio Aylwin (1990-1994).
Existen diferentes explicaciones para la popularidad lograda por Lagos; sin embargo, el buen desempeño de la economía contribuyó innegablemente. Pero sus niveles de aprobación comenzaron a mejorar antes de que lo hiciera la economía. Su capacidad para alcanzar un acuerdo de modernización del Estado e introducir financiamiento público en las campañas electorales justo cuando las acusaciones de corrupción arreciaban, le permitió convertir un gigantesco problema en la oportunidad para introducir las reformas necesarias al sector público y más transparencia en la democracia. Pero, posiblemente, fue también su determinación de oponerse a la iniciativa de Bush de invadir Irak lo que le valió el respeto y admiración de la opinión pública chilena. Puesto que Chile ocupó temporalmente un escaño en el Consejo de Seguridad de la ONU (2003-2004), su determinación de no aceptar la legitimación de la guerra en Irak fue prueba incuestionable de que Lagos era un hombre de principios y profunda convicción democrática y de derecho internacional. Su popularidad entonces comenzó una tendencia al alza que se vio incrementada cuando la situación económica de Chile mejoró a partir de finales de 2003.
LOS DESAFÍOS DE BACHELET
En buena medida, el éxito de la gestión de Lagos permitió a la centro-izquierdista Concertación mirar con optimismo las elecciones presidenciales de 2005. Después de que muchos anticiparon tempranamente el fin de la Concertación en el sexenio Lagos, la coalición de gobierno construyó, a partir de la popularidad del presidente, una impresionante victoria en las elecciones municipales de octubre de 2004 y en las presidenciales y legislativas de diciembre de 2005.
Además de convertirse en la primera mujer en llegar a la presidencia de Chile, Michelle Bachelet (1951) fue la primera persona que logra una cuarta victoria electoral consecutiva para una misma coalición política en el país. En buena medida, el ser mujer le permitió neutralizar una de los principales argumentos -- la alternancia en el poder -- de la oposición para intentar terminar con el predominio electoral que la Concertación ha ejercido en Chile desde el fin de la dictadura. ¡Qué mayor alternancia que una mujer en La Moneda!
Su apretada victoria (46% en primera vuelta y 53.5% en la segunda) pone en evidencia algunos de los enormes desafíos que enfrenta Bachelet. La nueva dirigente de la coalición creada para encabezar la transición a la democracia necesita dotar a la centro-izquierda de un nuevo discurso y de una nueva plataforma. Para evitar ser víctima de su propio éxito, la Concertación necesita enarbolar nuevas banderas. Aún debe avanzar en producir más crecimiento económico, reducir la pobreza y enfrentar las profundas desigualdades que persisten en Chile; sin embargo, Bachelet también debe hacerse cargo de la creciente demanda por inclusión que existe en un Chile donde millones de personas han pasado a engrosar las filas de la clase media. Porque Bachelet ha prometido que agregará más participación popular a las exitosas políticas sociales y económicas de los tres gobiernos de la Concertación, y como su propia victoria simboliza más inclusión y más diversidad en el gobierno, su principal desafío será incorporar a la gente como partícipes y actores en el gobierno. Bachelet ha indicado, valiéndose de su experiencia como médico pediatra, que para que los tratamientos sean efectivos son necesarios tanto los medicamentos adecuados como la participación activa de los pacientes. Mucho más que su experiencia como leal militante socialista durante los últimos 35 años, y más que su extenso conocimiento de temas de defensa y seguridad nacional, serán sus habilidades de médico las que le permitirán construir un legado que incorpore los éxitos de sus tres predecesores concertacionistas pero que, además, se haga cargo de la demanda por inclusión y diversidad que nació del propio éxito de las políticas económicas y sociales en estos 16 años de gobiernos centro-izquierdistas en Chile.
LAGOS VS. CHÁVEZ
A la luz de los resultados, resulta evidente que Ricardo Lagos ha sido un presidente más exitoso que Hugo Chávez, pero el mandatario venezolano parecería generar más entusiasmo y provocar más interés en la izquierda de América Latina que el presidente saliente de Chile. Si bien todos los indicadores macroeconómicos y de pobreza señalan que Chile ha avanzado más decididamente que Venezuela en pos del desarrollo económico y de la justicia social, el fervor que produce en muchos izquierdistas la figura de Chávez es sustancialmente mayor que la aprobación que provoca Lagos. Nadie dudaría en señalar que Chile es hoy más democrático, más desarrollado, más pluralista, más tolerante y más izquierdista que cuando Lagos asumió el poder; no obstante, el exitoso legado del presidente socialista chileno parece provocar menos admiración y ciertamente menos seguidores que los encendidos discursos del mandatario venezolano. La influencia de Chávez en la región se ve facilitada en buena medida por los cuantiosos recursos con que cuenta, aunque la admiración que la opinión pública tiene por él, que se identifica con la izquierda, no responde a una cuestión de recursos.
La izquierda reconoce que el modelo de Lagos es claramente más exitoso que el de Chávez; sin embargo, el presidente venezolano parece más admirado y querido que el mandatario chileno. Aunque Lagos sea el modelo a seguir, Chávez parecería seguir siendo el modelo a admirar por muchos idealistas de izquierda de la región. Pero, ya que la izquierda latinoamericana parece hoy destinada a asumir el poder en varios países, la experiencia de Ricardo Lagos en Chile parecería ser el faro que alumbrará el sendero de los próximos presidentes izquierdistas de América Latina. La hoja de ruta dibujada con disciplina, coherencia y compromiso constante con los ideales de izquierda por el presidente Lagos en Chile lleva a un mejor destino que la predicada por Chávez con vehemencia y entusiasmo, pero sin los mismos loables frutos que la impulsada por Lagos, el presidente de izquierda más exitoso de América Latina de los últimos 50 años.
NOTAS
[1] Consejo Nacional Electoral de Venezuela, http://www.cne.gov.ve
[2] "Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe 2005", en www.cepal.cl
[3] Centro de Estudios Públicos, www.cepchile.cl
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1 comentario:
Estimado Carlos:
Disculpa mi tradanza en escribir en este magnifico Blog, pero estoy en pleno proceso Campaña en mi Partido, que ya tiene a su primera presidenta en su historia, como es Soledad Alvear. Te felicito por tanto contenido, por ese criterio objetivo en tus analisis y la clara percepcion de nuestra realidad y nuestros tiempos. Un gran abrazo y fuerza en lo que viene. Sebastian Morales.
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