8 de mayo de 2006
El crucial año electoral de América Latina
Resumen: Durante los 13 meses siguientes la vasta mayoría de los latinoamericanos elegirán a su presidente. Los críticos del neoliberalismo proclaman la perspectiva de una inclinación hacia la izquierda. Los analistas más conservadores expresan su alarma porque la izquierda pueda llegar al poder en tantas naciones latinoamericanas al mismo tiempo. Pero es muy posible que en 2006 el sueño o la pesadilla no se vuelvan realidad para ninguno de ambos bandos.
Joseph L. Klesner es profesor de Ciencia Política del Kenyon College y profesor visitante patrocinado por la Fundación Fullbright en el University College, Dublin.
Durante los 13 meses siguientes al 27 de noviembre de 2005 la vasta mayoría de los latinoamericanos elegirán a su presidente, y en la mayoría de los casos también a sus congresos. Doce naciones en el hemisferio llevarán a cabo sus elecciones presidenciales, incluidas todas las naciones grandes excepto Argentina. Las últimas elecciones programadas serán las de Venezuela en diciembre, donde Hugo Chávez muy posiblemente será reelecto. Chávez ha hecho un llamado para que los latinoamericanos abandonen el neoliberalismo, lo cual en teoría podrían hacer en la ronda electoral de este año.
La victoria de Evo Morales en diciembre, un indio aymara que encabeza el Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia, ha alentado a los partidarios al cambio y producido nerviosismo entre los que están preocupados de que estas elecciones puedan conducir al distanciamiento del modelo basado en el mercado defendido por Washington. Sin embargo, si evalúan la situación cuidadosamente, es muy probable que la izquierda se vea frustrada y que la derecha encuentre que ha exagerado sobre el grado de cambio que vendrá este año porque, con algunas excepciones, los votantes probablemente no alterarán de manera fundamental la dirección económica del continente.
Aunque el neoliberalismo probablemente se mantenga como la estrategia prevaleciente en América Latina, hay aún mucho descontento presente con cómo la democracia se practica en la región: no es que la democracia esté enfrentado un colapso inminente en todo el continente, porque la mayoría de los latinoamericanos rechazan el autoritarismo. Sin embargo, los ciudadanos parecen ser capaces de separar su fuerte preferencia por la democracia de su insatisfacción con cómo aquellos que están hoy en el poder los están guiando o con cómo las instituciones políticas funcionan en sus sociedades. Este descontento podría fácilmente ser aprovechado por populistas como Chávez. Que se convierta en la base de un nuevo populismo depende de las fortalezas institucionales en los sistemas de partidos de cada una de las naciones, en si los que hoy tienen el poder pueden ser reelegidos, y en los temas sobre los que los competidores de estas elecciones cruciales quieran hacer énfasis. Chile, Colombia, México y Brasil parece ser que se quedarán más o menos en su rumbo actual. Bolivia, Perú y Ecuador, que ya están teniendo dificultades con la gobernabilidad, fácilmente podrían cambiar de dirección.
Aunque el neoliberalismo probablemente se mantenga como la estrategia económica dominante en América Latina, hay aún mucho descontento en cómo se practica la democracia en la región -- no es que la democracia enfrente un colapso inminente en todo el continente, ya que la mayoría de los latinoamericanos rechaza el autoritarismo -- . Sin embargo, los ciudadanos parecen ser capaces de separar su fuerte preferencia por la democracia de su insatisfacción por la forma en que aquellos que están hoy en el poder los están guiando o en cómo las instituciones políticas funcionan en sus sociedades. Este descontento podría fácilmente ser aprovechado por populistas como Chávez. Que se convierta en la base de un nuevo populismo depende de las fortalezas institucionales en los sistemas de partidos de cada una de las naciones, de si los que hoy tienen el poder pueden ser reelegidos, y de los temas sobre los que los contendientes de estas elecciones cruciales quieran hacer énfasis. Parecería que Brasil, Chile, Colombia y México permanecerán más o menos en su rumbo actual. Bolivia, Ecuador y Perú, que ya están teniendo dificultades con la gobernabilidad, fácilmente podrían cambiar de dirección.
EL ÁNIMO DE LOS ELECTORES LATINOAMERICANOS
Los datos de Latinobarómetro de 2005 indican que los latinoamericanos prefieren la democracia y el mercado, aunque expresan frustración por cómo la democracia y el mercado han trabajado en sus sociedades particulares. Desconfían profundamente de los políticos y las instituciones democráticas creadas para proveerlos de representación.
Chávez puede estar llamando al rechazo de estrategias de desarrollo neoliberales, pero los datos de las encuestas indican que los latinoamericanos realmente no conciben una alternativa a la economía de mercado. Como argumenta Kurt Weyland, el haber atravesado por una reestructuración económica traumática en las últimas dos décadas, los ciudadanos comunes no están ávidos de repetir la experiencia. Ni tampoco ven que los políticos de oposición ofrezcan alternativas reales.
Sin embargo, los latinoamericanos están descontentos con su presente situación económica. Están profundamente insatisfechos con el funcionamiento de la economía de mercado en sus propios países, y pesimistas sobre el desempeño económico futuro. En específico, los latinoamericanos creen que sus dirigentes han manejado mal la privatización y que la de los servicios públicos ha sido un desastre. Más aún, una mayoría importante de latinoamericanos se preocupa por el desempleo. Los encuestados que están insatisfechos con la situación económica están llegando a conclusiones razonables y racionales, sin lugar a dudas no están siendo engañados por populistas como Chávez, Morales y sus aliados. Las condiciones deberían incitar a los latinoamericanos a poner en cuestión la administración de sus economías.
Las actitudes sobre la democracia reflejan las relacionadas con el mercado. Los latinoamericanos prefieren rotundamente la democracia a sus alternativas, pero expresan insatisfacción con la práctica de la democracia. Cuando Latinobarómetro les preguntó si considerarían un gobierno militar, la vasta mayoría de latinoamericanos respondió que no, y cree que para que su país se desarrolle debe haber una democracia. Las preferencias sobre los regímenes varían. Menos de una mayoría de peruanos y hondureños, y una escasa mayoría de ecuatorianos, rechazan la posibilidad de un gobierno militar. En contraste, casi todos los costarricenses rechazan un gobierno militar, y dos tercios de chilenos, venezolanos y mexicanos coinciden.
La satisfacción con la democracia es otro asunto, sin embargo. Incluso los firmes demócratas costarricenses están descontentos con la forma en que ésta se practica en su país, y menos de uno de cinco nicaragüenses, peruanos y ecuatorianos están satisfechos con el desempeño democrático de sus regímenes. Con algunas excepciones, la satisfacción con la democracia es paralela a la satisfacción con el desempeño del mercado. De nuevo, en países que han tenido dificultades económicas, se mantienen altos niveles de insatisfacción con la democracia.
¿Dónde está el problema con la democracia, en la mente del público? Cuando se pide a los latinoamericanos que midan su grado de confianza en las instituciones nacionales, legislaturas y partidos políticos, los califican muy bajo. Menos de uno de cada cinco latinoamericanos expresa algo de confianza en los partidos políticos y menos de tres de cada 10 confían en el congreso nacional. Así, en la valoración de los latinoamericanos, las instituciones más importantes de representación califican por debajo de las instituciones objetivamente problemáticas como el poder judicial y la policía.
Como la mayoría de los latinoamericanos enfrenta contiendas electorales este año, tales bajos niveles de confianza en instituciones representativas clave como los partidos políticos y el congreso presentan dilemas para la democracia latinoamericana. En efecto, el carácter del sistema de partidos en cada nación que tenga elecciones este año desempeñará tal vez el papel más importante en la formación del grado de continuidad entre el partido en el gobierno que salga del poder (o esperando una reelección) y el que entre en el poder después de la elección. Para ver el posible resultado de las contiendas de este año, debemos tomar en consideración no sólo el ánimo del público, sino cómo esas opiniones interactúan con el sistema de partidos del país.
SISTEMA DE PARTIDOS Y REPRESENTACIÓN
Especialistas en sistemas de partidos de América Latina han subrayado que los países de la región varían totalmente en cuanto a cómo sus sistemas de partidos están institucionalizados, concepto que toma en cuenta la volatilidad electoral y la longevidad de los partidos. Entre las naciones que realizarán elecciones, podemos contrastar sistemas de partidos institucionalizados estables, como el de Chile, Costa Rica o, discutiblemente, México, con los sistemas de partidos tan inestables como el de Bolivia, Ecuador y Perú. Donde los que gobiernan no pueden participar para ser reelectos y los sistemas de partidos están institucionalizados, podemos esperar transiciones razonablemente predecibles en las cuales, incluso si el candidato ganador promete cambios sociales o económicos, los cambios verdaderos en las políticas serán moderados y probablemente neutralizados por un congreso en el cual es probable que exista poca alteración en la representación de partidos. Los sistemas de partidos inestables, sin embargo, pueden dar como resultado ganadores inesperados en las elecciones presidenciales y a partir de ese momento un cambio más pronunciado en las políticas.
Podemos observar una conexión clara entre la estabilidad del sistema de partidos y las actitudes hacia la democracia. En la gráfica se exhibe la relación entre la volatilidad electoral en elecciones recientes con el cambio en la satisfacción con la democracia durante la última década. Esta gráfica muestra que los países latinoamericanos más grandes con sistemas de partidos altamente volátiles han experimentado el declive más pronunciado en la satisfacción con la democracia desde que Latinobarómetro comenzó a rastrear el concepto. Sin lugar a dudas, la relación va en ambas direcciones. En sistemas de partidos volátiles, los ciudadanos se frustran con la democracia y son escépticos sobre las capacidades que los partidos tienen para representarlos. Al mismo tiempo, es probable que los votantes descontentos se acerquen a los nuevos partidos y a candidatos independientes, aumentando la inestabilidad de sus sistemas de partidos. En cualquier caso, la capacidad del sistema de partidos para ofrecer una representación de intereses estable sufre con el tiempo la volatilidad electoral.
La volatilidad electoral también refleja la búsqueda del electorado por encontrar una mejor representación, en especial en los países con gran población indígena. La insatisfacción con la democracia y la falta de compromiso con ella como una forma de vida en Bolivia, Ecuador y Perú resulta no sólo de las evaluaciones económicas de los encuestados. La frustración en esas sociedades se debe mucho al sentimiento de los pueblos indígenas de no sentirse incluidos por completo en la "democracia" en la que viven y de que los sistemas de partidos en esos países no los han representado. El surgimiento del MAS de Morales y el Pachakutik en Ecuador pueden comenzar a hacerse cargo del déficit de representación, pero en el corto plazo sólo incrementará la volatilidad electoral de aquellas naciones al surgir nuevos sistemas de partidos. Al mismo tiempo, debemos reconocer que los anteriores sistemas de partidos han caído en Bolivia, Ecuador y Perú, así que debemos ver como un desarrollo positivo el surgimiento de nuevos partidos con raíces más profundas dentro de la sociedad que los vehículos independientes y personalistas de políticos como Alberto Fujimori.
DOCE CONTIENDAS PRESIDENCIALES
Si el electorado actúa según sus frustraciones sobre la brecha que existe entre la promesa de la democracia y su realidad depende de si quienes ocupan un puesto en el gobierno actual pueden participar, de si los sistemas de partidos pueden canalizar y representar eficazmente la opinión pública y de si nuevos partidos pueden aparecer en los sistemas incipientes. Las contiendas presidenciales de este año incluyen tres donde quienes ocupan un puesto en el gobierno pueden ser reelectos y harán campaña, cinco donde quienes ocupan un puesto en el gobierno no pueden participar pero los sistemas de partidos son relativamente estables, y cuatro donde los que están en el gobierno no son elegibles y cuyos sistemas de partidos se han ido a pique.
CANDIDATOS QUE OCUPAN UN CARGO EN EL GOBIERNO
Donde quienes ocupan un cargo en el gobierno actual pueden participar, la dinámica de la contienda presidencial difiere totalmente de los lugares donde no hay reelección. La competencia entre quienes ocupan un puesto en el gobierno, además de ser una oportunidad para que los electores elijan a su candidato preferido, también es un referéndum sobre su forma de gobernar. Los candidatos que están en el gobierno disfrutan de ventajas decisivas sobre sus rivales por el poder: atención de los medios de comunicación y reconocimiento del nombre, mayor capacidad para controlar la agenda de noticias y, con frecuencia, recursos del Estado para ayudar a financiar las campañas. Si la insatisfacción con un candidato que está ocupando un cargo en el gobierno es muy grande, los rivales pueden esperar el triunfo.
En Colombia, el presidente Álvaro Uribe convenció al congreso colombiano de aprobar una enmienda constitucional que permitiera la reelección -- no permitida en la Constitución de 1991 -- . En otro tiempo miembro del Partido Liberal, Uribe contendió como independiente en 2002 y ganó con facilidad. Ha gobernado con el apoyo de miembros conservadores y liberales (uribistas) en el congreso, aunque ha estado en conflicto con el liderazgo de su antiguo partido (oficialista). Su gobierno ha seguido políticas neoliberales moderadas, pero es mejor conocido por su estrategia de línea dura en la larga lucha contra las guerrillas de las FARC y del ELN, y por su apoyo al Plan Colombia, la política antinarcóticos de Estados Unidos. A Washington le gusta diferenciar a Uribe de Chávez y estará satisfecho si Uribe gana en mayo, como las encuestas indican que lo hará. Sin embargo, antes de ello, en marzo, los votantes colombianos elegirán un nuevo congreso, donde la creciente fragmentación del sistema de partidos -- alguna vez dentro de los más estables de América Latina -- puede hacer que la gobernabilidad sea un reto en el segundo periodo de Uribe.
Dada la decisión de la oposición venezolana de no contender en las elecciones legislativas de diciembre de 2005 y a los altos niveles de aprobación de Chávez, éste debería ganar fácilmente cuando se enfrente a los votantes en diciembre de 2006. Los altos precios del petróleo y una administración Bush que insiste en vilipendiarlo fortalecen la tentativa de reelección de Chávez. Es cierto que existen profundas divisiones en la sociedad venezolana, y aspectos del gobierno de Chávez son problemáticos desde la perspectiva teórica de la democracia, pero una mayoría de venezolanos lo apoyan mientras continúe con sus estrategias populistas. Chávez no ha creado un partido eficaz para institucionalizar sus ventajas electorales, pero cuenta con un gran número de asociaciones civiles comprometidas con el chavismo, lo cual garantiza su reelección este año.
Es debatible qué tan amenazante es Chávez para el neoliberalismo que predomina en el continente. Venezuela nunca se alejó demasiado del camino de la reforma neoliberal en los noventa, así que él apenas está volviendo del neoliberalismo en la forma en que otros países latinoamericanos tendrían que hacerlo si siguieran sus exhortos. El incremento repentino de los precios del petróleo y los préstamos externos financian los programas sociales que ha puesto en marcha. Otros apenas pueden emularlo, lo cual debe apreciar Washington para simplemente ignorar a Chávez en vez de continuar provocando el conflicto donde él puede parecer como el David contra el Goliat de Bush.
El hombre en el poder que enfrenta el mayor reto es Luiz Inácio "Lula" da Silva de Brasil. A menudo, los críticos califican de caótico el sistema de partidos brasileño, pero ha estructurado opciones presidenciales razonablemente predecibles desde 1994. Este año es probable que sea lo mismo, aunque quien será el principal contendiente de Lula está por determinarse. El candidato perdedor en 2002, José Serra del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), ahora alcalde de São Paulo, debería ser el rival más fuerte de Lula, y algunas encuestas anticipadas han indicado que Serra podría vencer a Lula, en parte debido a los escándalos de corrupción del Partido del Trabajo de Lula. Si los partidos opositores más fuertes, el Partido del Frente Liberal y el mismo PSDB, respaldarán a Serra todavía no se determina. La complejidad de un sistema de partidos en donde cuatro compiten pero otros 15 ocupan escaños en el congreso significa que resolver quién será el contendiente de Lula en la recta final de la elección podría llevar mucho tiempo en decidirse. Sin embargo, la posibilidad de una recta final con Lula como un candidato que enfrenta un opositor con el respaldo de otros partidos grandes es muy alta -- en cada elección desde 1990, Lula se ha caracterizado por enfrentar a un candidato más conservador, y en ésta sucederá lo mismo -- . En el congreso, ese sistema de partidos, con ocho o más partidos seguros, presenta retos enormes a quienquiera que sea presidente, como Lula ya lo ha aprendido.
SISTEMAS DE PARTIDOS ESTABLES SIN CANDIDATOS QUE ESTÁN EN EL GOBIERNO
Donde los sistemas de partidos son relativamente estables, incluso el cambio del liderazgo presidencial rara vez puede alterar drásticamente la dirección política actual y las políticas de desarrollo. Este año electoral comenzó con la elección de los votantes hondureños de José Manuel Zelaya del Partido Liberal de centro-derecha, con un margen de tres puntos sobre Porfirio Lobo Sosa del aún más conservador Partido Nacional que está en el gobierno actual. El sistema bipartidista de Honduras, el más estable en la región, contrasta escasamente en cuanto a políticas entre los partidos, y los candidatos de izquierda reciben muy pocos votos. Zelaya había prometido eliminar la corrupción gubernamental, al tiempo que Lobo Sosa tomó una línea más dura en asuntos de la ley y el orden. Ambos abogan por el libre comercio con Estados Unidos. Por lo tanto, es probable que la política hondureña sufra pocos cambios con la presidencia de Zelaya.
También se realizaron las elecciones presidenciales en Chile, donde Michelle Bachelet ganó la cuarta elección consecutiva de la Concertación desde 1989. De manera previsible, la Concertación, de centro-izquierda, presentó un frente unido con la retirada de la contienda de la demócrata-cristiana Soledad Alvear a favor de la socialista Bachelet a fin de que la coalición tuviera más oportunidad de vencer a los dos candidatos de derecha, Joaquín Lavín de la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Sebastián Piñera de Renovación Nacional (RN), quienes no pudieron llegar a un acuerdo en las primarias presidenciales dentro de la coalición Alianza por Chile. La Alianza presentó una lista conjunta para el Congreso, pero la Concertación ganó una mayoría de escaños en ambas cámaras, lo cual colocó a Bachelet en una fuerte posición legislativa. Mientras muchos analistas se han referido a la presidencia de Lagos y la victoria de Bachelet como prueba de un movimiento hacia la izquierda, ambos han conducido una coalición en la cual el Partido Demócrata Cristiano (PDC) es el más grande y apenas de izquierda. Lagos no se distanció de la estrategia de desarrollo con base en el mercado y Bachelet no lo hará aunque ambos hayan prestado más atención a preocupaciones de política social de lo que lo harían los contendientes principales de la derecha. Han sido, por supuesto, más firmes con un Pinochet envejecido en cuanto a temas de derechos humanos, acciones que deberían consolidar la democracia chilena, no debilitarla.
El otrora muy estable sistema bipartidista de Costa Rica ha cambiado. Los resultados de las elecciones presidenciales de 2002 indican que los costarricenses buscaron alternativas al social-demócrata Partido Liberación Nacional (PLN) y al más conservador Partido Social Cristiano (PSC). Otto Solís, del Partido Acción Ciudadana (PAC), llegó en tercer lugar con más de 26% de los votos, forzando a Costa Rica a realizar su primera elección de segunda vuelta en la historia. Sin embargo, en la elección de febrero, el popular ex presidente Óscar Arias contendió por el PLN, venció a Solís por escaso margen en una elección muy cerrada, aunque las encuestas previas a los comicios mostraron que Arias gozaba de un margen importante sobre Solís. Al contrario de Arias, Solís se opone al Acuerdo de Libre Comercio con Centroamérica. Si bien la victoria de Arias no cambiará sustancialmente la dirección de las políticas públicas en Costa Rica, el electorado costarricense ha mostrado su descontento con la clase política y su manejo de dichas políticas.
En Nicaragua, la revolución de 1979 ha estructurado la competencia electoral entre el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y la oposición desde la primera elección posrevolucionaria en 1984. Daniel Ortega se ha presentado como el candidato del FSLN en cada elección, ganando la controvertida contienda electoral de 1984, pero perdiendo cada una de ellas desde entonces. Es muy probable que vuelva a ser el candidato del FSLN en noviembre de 2006. El escándalo ha marcado las presidencias del ex presidente Arnoldo Alemán y del actual presidente Enrique Bolaños, ambos del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), lo cual al menos explica parcialmente la extrema insatisfacción pública con el funcionamiento de la democracia en Nicaragua. Debido a que el FSLN y el PLC son muy coincidentes y el historial de este último ha sido mediocre, cualquier partido podría ganar las elecciones.
Dados los cambios trascendentales en la política mexicana durante las dos décadas pasadas, es preciso ser cauteloso al describir su sistema de partidos como relativamente estable. Sin embargo, están en la contienda tres partidos: el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la izquierda, el Partido Acción Nacional (PAN) en la centro-derecha y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), todavía un partido del centro, o al menos alrededor del cual gira la política mexicana. El gobierno de Vicente Fox ha hecho pocos progresos en la mayoría de los frentes políticos durante sus primeros cinco años en la presidencia, en parte debido a la ineptitud política y en parte porque simplemente no controló al congreso, donde los partidos de oposición -- incluyendo ahora al PRI -- han tomado ventaja de la condición minoritaria del PAN para dedicarse a la maniobra partidista.
El electorado mexicano enfrentará algunas opciones claras el día de la elección: Roberto Madrazo, del PRI, ha prometido modernizar su partido, pero ha provocado una grave escisión interna mediante el uso de viejas tácticas; Andrés Manuel López Obrador, del PRD, ofrece desde soluciones populistas a los años de austeridad que se han vivido, y Felipe Calderón del PAN, quien no proviene del neopanismo de Fox, ala neoliberal de su partido. Sin embargo, los analistas pueden exagerar fácilmente las diferencias programáticas entre estos candidatos y sus partidos. De cualquier forma, ninguno de ellos cambiará drásticamente la dirección de las políticas públicas mexicanas. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ata a México a la agenda neoliberal, además de que una parte significativa de la sociedad mexicana se ha beneficiado del tratado. Más aún, ninguno de estos candidatos contará con una mayoría que lo respalde en el congreso, así que es muy probable que el conflicto partidista restrinja un cambio importante de políticas en los próximos tres años, por lo menos. Así, la inercia mantendrá a México en la senda neoliberal en el futuro previsible.
SISTEMAS DE PARTIDOS INESTABLES SIN CANDIDATOS QUE OCUPEN UN CARGO EN EL GOBIERNO
El mayor cambio en América Latina puede darse en las naciones andinas, donde los sistemas de partidos son hoy altamente inestables. Ahí, tanto el modelo neoliberal como la democracia misma tienen los niveles más bajos de aprobación pública, lo que refleja la enorme insatisfacción con la forma en que la economía y el sistema político han operado. Ahí, también, las poblaciones indígenas han hecho el más pronunciado acto de presencia sobre el escenario político, demandando una representación más justa. Bolivia, Ecuador y Perú se han convertido en las naciones menos gobernables del hemisferio.
El sistema de partidos de Bolivia fue dominado por mucho tiempo por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), pero desde que la democracia fue restaurada en 1980, ningún presidente ha obtenido el apoyo de la mayoría en el congreso. Ese sistema de partidos previo se ha derrumbado, con el repudio hacia el MNR. Sin embargo, la elección de 2005 puede haber establecido un nuevo sistema de partidos en el que los pueblos indígenas tienen un representante institucional conformado en el MAS (Movimiento al Socialismo).
El MAS de Morales surgió de un movimiento social de cocaleros y campesinos indígenas. El mensaje de Morales, de nacionalismo económico, en particular sobre el desarrollo de los extensos recursos de gas natural de Bolivia; de insubordinación a Estados Unidos, especialmente a la política de narcóticos y de mejor representación del pueblo indígena que apoyó a su partido, le hizo obtener una victoria inesperadamente fácil. Su rival neoliberal, el ex presidente interino Jorge Quiroga, contendió desde el centro-derechista Poder Democrático y Social (Podemos), una nueva organización que ganó pluralidades en Santa Cruz y otras provincias bajas del este, ricas en depósitos de gas natural. Debido a que Morales y el MAS obtuvieron la mayoría absoluta (54% de los votos y 72 de los 130 escaños en la Cámara de Diputados), están en una posición dominante para reorientar radicalmente la política de Bolivia, aun cuando Podemos mantiene fuerzas regionales. Ya que el MAS obtuvo sólo 12 de los 27 escaños en el senado, Morales tendrá que negociar con sus opositores para llamar a una nueva asamblea constituyente para escribir una nueva constitución que incorpore más eficazmente a los indígenas bolivianos al sistema político en términos que respeten su autonomía cultural.
Mientras Morales ha proclamado su amistad con Fidel Castro y Chávez, ninguno de ellos puede ofrecerle más que apoyo simbólico. Incluso los aliados potenciales como Lula son precavidos -- Petrobras, de Brasil, tiene importantes intereses en los campos de gas natural bolivianos, lo cual puede tener más peso que las simpatías ideológicas -- . Por lo tanto, al llegar a la presidencia, Morales ha bajado el tono del discurso antiempresarial que marcó su campaña. La sociedad boliviana sigue estando profundamente dividida, tanto como Venezuela desde que Chávez llegó al poder. Esta elección indica que las divisiones entre quienes apoyan a Morales y sus opositores pueden estar formando un nuevo sistema de partidos.
Al igual que en Bolivia, el sistema de partidos en Perú cayó en las últimas dos décadas. La incapacidad de los antes dominantes partidos para representar adecuadamente a los pobres y a los indígenas permitió que los neopopulistas Fujimori y Alejandro Toledo llegaran a la presidencia en 1990 y 2001 con plataformas en contra de quienes habían estado en el poder. Sin embargo, ni Fujimori ni Toledo crearon partidos eficaces para incorporar a los grupos sociales que los apoyaron, a organizaciones políticas permanentes. Cuando el electorado peruano vaya a las urnas el 9 de abril encontrarán al ex presidente Alan García de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y a Valentín Paniagua de Alianza Popular en la boleta, pero es más probable que voten ya sea por Lourdes Flores del partido de centro-derecha, Unidad Nacional, núcleo del Partido Popular Cristiano, o por Ollanta Humala del Movimiento Etnocacerista, candidato del Partido Nacionalista Peruano.
La popularidad de Humala se ha incrementado recientemente, haciendo ver a los analistas la similitud de condiciones entre ésta elección y la de 1990 en la que el entonces desconocido Fujimori llegó al poder. Las reglas para presentarse a las elecciones presidenciales combinadas con el repudio de los partidos más antiguos permite a los nuevos contendientes, en especial a los candidatos que están en contra del sistema, emerger repentinamente, lo cual parece que está sucediendo de nuevo, haciendo muy impredecibles las elecciones de abril. En el caso de que gane, es muy posible que Humala parezca un aliado de Chávez y Morales, pero los analistas han destacado que aunque esté ganando el apoyo principalmente del electorado de izquierda y de las regiones donde la población indígena está concentrada, el candidato expresa una mezcla de ideas izquierdistas, nacionalistas y autoritarias, al tiempo que promete la autonomía étnica. Es el clásico candidato anti-sistema en una sociedad donde gran parte de la población es indígena y está marginada de los partidos tradicionales.
De la misma manera, la reciente inestabilidad política de Ecuador -- con siete presidentes en ocho años -- y su fragmentado sistema de partidos hacen difícil predecir quién ganará en la elección de octubre. En 2002 quien finalmente ganó, Lucio Gutiérrez -- mejor conocido por su participación en el golpe de 2000 -- , obtuvo sólo 20% de los votos en la primera vuelta. Actualmente, el socialista León Roldós Aguilera y el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, del Partido Social Cristiano, representan las mejores candidaturas en la sucesión del presidente interino Alfredo Palacio, quien llegó al poder cuando el congreso removió a Gutiérrez en abril de 2005, después de protestas callejeras masivas de los indígenas ex partidarios de Gutiérrez. Éste siguió un doble discurso, haciendo campaña como populista pero buscando aplicar una rígida disciplina fiscal, para indignación de sus ex partidarios. Es muy probable que las organizaciones políticas indígenas -- en particular la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y el Movimiento Multicultural Pachakutik (PK) -- desempeñen un papel importante en 2006, como lo hicieron en la elección de Gutiérrez hace cuatro años y como lo hicieron al forzar las destituciones presidenciales de 1997, 2000 y 2005. El PK no se ha pronunciado aún por un candidato, pero Roldós o Rafael Correa, otro crítico del neoliberalismo, son los que más probablemente recibirán su apoyo. Quienquiera que gane es muy improbable que cuente con mayoría en el congreso, dilema que bloqueó a Gutiérrez y contribuyó a las acciones autocráticas que llevaron a su destitución posterior -- incluida la disolución de la Corte Suprema y su reemplazo con una nueva -- . Así pues, es muy posible que la gobernabilidad siga siendo el asunto más importante para quien se convierta en el presidente de Ecuador.
Por último, las elecciones de Haití fueron pospuestas cuatro veces mientras el gobierno interino luchó por ordenar todos los preparativos preelectorales, siendo el registro electoral el más importante. Finalmente, el ex presidente René Préval, aliado del derrocado presidente Jean-Bertrand Aristide, encabezó la primera vuelta realizada el 7 de febrero, pero fracasó en obtener el requisito de 50% necesario para ser declarado electo. Sin embargo, las protestas de los partidarios de Préval obligaron a las autoridades electorales de Haití a declararlo vencedor sin realizar la segunda vuelta. Como lo indica esta decisión, es probable que el sistema político de Haití continúe estancado en el ámbito donde el orden legal y el ejercicio eficaz del poder tienen muy poco contacto.
¿AÑO ELECTORAL CRUCIAL?
Los críticos progresistas del neoliberalismo y la influencia de Washington en América Latina proclaman la perspectiva de una inclinación hacia la izquierda en los gobiernos de la región como resultado de este ciclo electoral. Los analistas más conservadores y la propia administración Bush expresan su alarma porque la izquierda pueda llegar al poder en tantas naciones latinoamericanas al mismo tiempo. Es muy posible que en 2006 el sueño o la pesadilla no se vuelvan realidad para ninguno de los dos bandos, ni tampoco en los cuatro a seis años en que aquellos presidentes electos gobernarán. Más candidatos conservadores tienen una buena oportunidad de ganar en Brasil, Colombia, México y Perú, de entre los países grandes, lo mismo en Honduras y Nicaragua. Los costarricenses eligieron a un ex presidente respetado y experimentado, si bien con un margen muy estrecho. Aunque los candidatos de centro-izquierda ganen en Brasil y México como lo hizo Bachelet en Chile, la dirección total de estas sociedades se mantendrá en gran parte igual a la del pasado reciente porque sus congresos no cambiarán de manera profunda. En los sistemas presidenciales, los poderes ejecutivos están limitados por lo que los legisladores estén dispuestos a hacer. En sistemas que no producen mayorías gobernantes para el partido del presidente, él o ella se ven forzados a negociar cualquier cambio. Sólo donde la fragmentación de los sistemas de partidos es tal que los populistas creen que pueden usar su carisma personal para gobernar sin considerar las normas constitucionales, es más probable un cambio rápido.
El cambio por venir más significativo es probable que surja de las naciones andinas, ya que estas elecciones se llevarán a cabo en donde se cuenta con las poblaciones indígenas más numerosas -- Bolivia, Ecuador y, tal vez, Perú -- . Allí la insatisfacción con el funcionamiento del sistema político y de la economía de mercado que no han logrado cumplir sus promesas a los pobres es la más profunda. Allí también, el sistema de partidos ha fracasado en proporcionar una representación adecuada para la mayoría de los ciudadanos. Por esta razón, existen allí sociedades que han sido en gran parte ingobernables en la década pasada. La lucha directa a través de manifestaciones callejeras no es extraña. Se han destituido presidentes o han sido forzados a renunciar por su incapacidad de cumplir las promesas hechas en campaña y las revelaciones de corrupción. El electorado está enojado en estos países e invita a políticos populistas a cabalgar al poder montados sobre ese enojo. El cambio más importante que probablemente resulte de este populismo, sin embargo, es el mejoramiento en la posición política de los pueblos indígenas necesaria desde hace tanto tiempo. Los políticos populistas también pueden hablar en voz alta sobre la necesidad de abandonar el neoliberalismo, pero las condiciones económicas de todos, menos Chávez, el rico petrolero, no permitirán mucho cambio en sus estrategias económicas.
Joseph L. Klesner es profesor de Ciencia Política del Kenyon College y profesor visitante patrocinado por la Fundación Fullbright en el University College, Dublin.
Durante los 13 meses siguientes al 27 de noviembre de 2005 la vasta mayoría de los latinoamericanos elegirán a su presidente, y en la mayoría de los casos también a sus congresos. Doce naciones en el hemisferio llevarán a cabo sus elecciones presidenciales, incluidas todas las naciones grandes excepto Argentina. Las últimas elecciones programadas serán las de Venezuela en diciembre, donde Hugo Chávez muy posiblemente será reelecto. Chávez ha hecho un llamado para que los latinoamericanos abandonen el neoliberalismo, lo cual en teoría podrían hacer en la ronda electoral de este año.
La victoria de Evo Morales en diciembre, un indio aymara que encabeza el Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia, ha alentado a los partidarios al cambio y producido nerviosismo entre los que están preocupados de que estas elecciones puedan conducir al distanciamiento del modelo basado en el mercado defendido por Washington. Sin embargo, si evalúan la situación cuidadosamente, es muy probable que la izquierda se vea frustrada y que la derecha encuentre que ha exagerado sobre el grado de cambio que vendrá este año porque, con algunas excepciones, los votantes probablemente no alterarán de manera fundamental la dirección económica del continente.
Aunque el neoliberalismo probablemente se mantenga como la estrategia prevaleciente en América Latina, hay aún mucho descontento presente con cómo la democracia se practica en la región: no es que la democracia esté enfrentado un colapso inminente en todo el continente, porque la mayoría de los latinoamericanos rechazan el autoritarismo. Sin embargo, los ciudadanos parecen ser capaces de separar su fuerte preferencia por la democracia de su insatisfacción con cómo aquellos que están hoy en el poder los están guiando o con cómo las instituciones políticas funcionan en sus sociedades. Este descontento podría fácilmente ser aprovechado por populistas como Chávez. Que se convierta en la base de un nuevo populismo depende de las fortalezas institucionales en los sistemas de partidos de cada una de las naciones, en si los que hoy tienen el poder pueden ser reelegidos, y en los temas sobre los que los competidores de estas elecciones cruciales quieran hacer énfasis. Chile, Colombia, México y Brasil parece ser que se quedarán más o menos en su rumbo actual. Bolivia, Perú y Ecuador, que ya están teniendo dificultades con la gobernabilidad, fácilmente podrían cambiar de dirección.
Aunque el neoliberalismo probablemente se mantenga como la estrategia económica dominante en América Latina, hay aún mucho descontento en cómo se practica la democracia en la región -- no es que la democracia enfrente un colapso inminente en todo el continente, ya que la mayoría de los latinoamericanos rechaza el autoritarismo -- . Sin embargo, los ciudadanos parecen ser capaces de separar su fuerte preferencia por la democracia de su insatisfacción por la forma en que aquellos que están hoy en el poder los están guiando o en cómo las instituciones políticas funcionan en sus sociedades. Este descontento podría fácilmente ser aprovechado por populistas como Chávez. Que se convierta en la base de un nuevo populismo depende de las fortalezas institucionales en los sistemas de partidos de cada una de las naciones, de si los que hoy tienen el poder pueden ser reelegidos, y de los temas sobre los que los contendientes de estas elecciones cruciales quieran hacer énfasis. Parecería que Brasil, Chile, Colombia y México permanecerán más o menos en su rumbo actual. Bolivia, Ecuador y Perú, que ya están teniendo dificultades con la gobernabilidad, fácilmente podrían cambiar de dirección.
EL ÁNIMO DE LOS ELECTORES LATINOAMERICANOS
Los datos de Latinobarómetro de 2005 indican que los latinoamericanos prefieren la democracia y el mercado, aunque expresan frustración por cómo la democracia y el mercado han trabajado en sus sociedades particulares. Desconfían profundamente de los políticos y las instituciones democráticas creadas para proveerlos de representación.
Chávez puede estar llamando al rechazo de estrategias de desarrollo neoliberales, pero los datos de las encuestas indican que los latinoamericanos realmente no conciben una alternativa a la economía de mercado. Como argumenta Kurt Weyland, el haber atravesado por una reestructuración económica traumática en las últimas dos décadas, los ciudadanos comunes no están ávidos de repetir la experiencia. Ni tampoco ven que los políticos de oposición ofrezcan alternativas reales.
Sin embargo, los latinoamericanos están descontentos con su presente situación económica. Están profundamente insatisfechos con el funcionamiento de la economía de mercado en sus propios países, y pesimistas sobre el desempeño económico futuro. En específico, los latinoamericanos creen que sus dirigentes han manejado mal la privatización y que la de los servicios públicos ha sido un desastre. Más aún, una mayoría importante de latinoamericanos se preocupa por el desempleo. Los encuestados que están insatisfechos con la situación económica están llegando a conclusiones razonables y racionales, sin lugar a dudas no están siendo engañados por populistas como Chávez, Morales y sus aliados. Las condiciones deberían incitar a los latinoamericanos a poner en cuestión la administración de sus economías.
Las actitudes sobre la democracia reflejan las relacionadas con el mercado. Los latinoamericanos prefieren rotundamente la democracia a sus alternativas, pero expresan insatisfacción con la práctica de la democracia. Cuando Latinobarómetro les preguntó si considerarían un gobierno militar, la vasta mayoría de latinoamericanos respondió que no, y cree que para que su país se desarrolle debe haber una democracia. Las preferencias sobre los regímenes varían. Menos de una mayoría de peruanos y hondureños, y una escasa mayoría de ecuatorianos, rechazan la posibilidad de un gobierno militar. En contraste, casi todos los costarricenses rechazan un gobierno militar, y dos tercios de chilenos, venezolanos y mexicanos coinciden.
La satisfacción con la democracia es otro asunto, sin embargo. Incluso los firmes demócratas costarricenses están descontentos con la forma en que ésta se practica en su país, y menos de uno de cinco nicaragüenses, peruanos y ecuatorianos están satisfechos con el desempeño democrático de sus regímenes. Con algunas excepciones, la satisfacción con la democracia es paralela a la satisfacción con el desempeño del mercado. De nuevo, en países que han tenido dificultades económicas, se mantienen altos niveles de insatisfacción con la democracia.
¿Dónde está el problema con la democracia, en la mente del público? Cuando se pide a los latinoamericanos que midan su grado de confianza en las instituciones nacionales, legislaturas y partidos políticos, los califican muy bajo. Menos de uno de cada cinco latinoamericanos expresa algo de confianza en los partidos políticos y menos de tres de cada 10 confían en el congreso nacional. Así, en la valoración de los latinoamericanos, las instituciones más importantes de representación califican por debajo de las instituciones objetivamente problemáticas como el poder judicial y la policía.
Como la mayoría de los latinoamericanos enfrenta contiendas electorales este año, tales bajos niveles de confianza en instituciones representativas clave como los partidos políticos y el congreso presentan dilemas para la democracia latinoamericana. En efecto, el carácter del sistema de partidos en cada nación que tenga elecciones este año desempeñará tal vez el papel más importante en la formación del grado de continuidad entre el partido en el gobierno que salga del poder (o esperando una reelección) y el que entre en el poder después de la elección. Para ver el posible resultado de las contiendas de este año, debemos tomar en consideración no sólo el ánimo del público, sino cómo esas opiniones interactúan con el sistema de partidos del país.
SISTEMA DE PARTIDOS Y REPRESENTACIÓN
Especialistas en sistemas de partidos de América Latina han subrayado que los países de la región varían totalmente en cuanto a cómo sus sistemas de partidos están institucionalizados, concepto que toma en cuenta la volatilidad electoral y la longevidad de los partidos. Entre las naciones que realizarán elecciones, podemos contrastar sistemas de partidos institucionalizados estables, como el de Chile, Costa Rica o, discutiblemente, México, con los sistemas de partidos tan inestables como el de Bolivia, Ecuador y Perú. Donde los que gobiernan no pueden participar para ser reelectos y los sistemas de partidos están institucionalizados, podemos esperar transiciones razonablemente predecibles en las cuales, incluso si el candidato ganador promete cambios sociales o económicos, los cambios verdaderos en las políticas serán moderados y probablemente neutralizados por un congreso en el cual es probable que exista poca alteración en la representación de partidos. Los sistemas de partidos inestables, sin embargo, pueden dar como resultado ganadores inesperados en las elecciones presidenciales y a partir de ese momento un cambio más pronunciado en las políticas.
Podemos observar una conexión clara entre la estabilidad del sistema de partidos y las actitudes hacia la democracia. En la gráfica se exhibe la relación entre la volatilidad electoral en elecciones recientes con el cambio en la satisfacción con la democracia durante la última década. Esta gráfica muestra que los países latinoamericanos más grandes con sistemas de partidos altamente volátiles han experimentado el declive más pronunciado en la satisfacción con la democracia desde que Latinobarómetro comenzó a rastrear el concepto. Sin lugar a dudas, la relación va en ambas direcciones. En sistemas de partidos volátiles, los ciudadanos se frustran con la democracia y son escépticos sobre las capacidades que los partidos tienen para representarlos. Al mismo tiempo, es probable que los votantes descontentos se acerquen a los nuevos partidos y a candidatos independientes, aumentando la inestabilidad de sus sistemas de partidos. En cualquier caso, la capacidad del sistema de partidos para ofrecer una representación de intereses estable sufre con el tiempo la volatilidad electoral.
La volatilidad electoral también refleja la búsqueda del electorado por encontrar una mejor representación, en especial en los países con gran población indígena. La insatisfacción con la democracia y la falta de compromiso con ella como una forma de vida en Bolivia, Ecuador y Perú resulta no sólo de las evaluaciones económicas de los encuestados. La frustración en esas sociedades se debe mucho al sentimiento de los pueblos indígenas de no sentirse incluidos por completo en la "democracia" en la que viven y de que los sistemas de partidos en esos países no los han representado. El surgimiento del MAS de Morales y el Pachakutik en Ecuador pueden comenzar a hacerse cargo del déficit de representación, pero en el corto plazo sólo incrementará la volatilidad electoral de aquellas naciones al surgir nuevos sistemas de partidos. Al mismo tiempo, debemos reconocer que los anteriores sistemas de partidos han caído en Bolivia, Ecuador y Perú, así que debemos ver como un desarrollo positivo el surgimiento de nuevos partidos con raíces más profundas dentro de la sociedad que los vehículos independientes y personalistas de políticos como Alberto Fujimori.
DOCE CONTIENDAS PRESIDENCIALES
Si el electorado actúa según sus frustraciones sobre la brecha que existe entre la promesa de la democracia y su realidad depende de si quienes ocupan un puesto en el gobierno actual pueden participar, de si los sistemas de partidos pueden canalizar y representar eficazmente la opinión pública y de si nuevos partidos pueden aparecer en los sistemas incipientes. Las contiendas presidenciales de este año incluyen tres donde quienes ocupan un puesto en el gobierno pueden ser reelectos y harán campaña, cinco donde quienes ocupan un puesto en el gobierno no pueden participar pero los sistemas de partidos son relativamente estables, y cuatro donde los que están en el gobierno no son elegibles y cuyos sistemas de partidos se han ido a pique.
CANDIDATOS QUE OCUPAN UN CARGO EN EL GOBIERNO
Donde quienes ocupan un cargo en el gobierno actual pueden participar, la dinámica de la contienda presidencial difiere totalmente de los lugares donde no hay reelección. La competencia entre quienes ocupan un puesto en el gobierno, además de ser una oportunidad para que los electores elijan a su candidato preferido, también es un referéndum sobre su forma de gobernar. Los candidatos que están en el gobierno disfrutan de ventajas decisivas sobre sus rivales por el poder: atención de los medios de comunicación y reconocimiento del nombre, mayor capacidad para controlar la agenda de noticias y, con frecuencia, recursos del Estado para ayudar a financiar las campañas. Si la insatisfacción con un candidato que está ocupando un cargo en el gobierno es muy grande, los rivales pueden esperar el triunfo.
En Colombia, el presidente Álvaro Uribe convenció al congreso colombiano de aprobar una enmienda constitucional que permitiera la reelección -- no permitida en la Constitución de 1991 -- . En otro tiempo miembro del Partido Liberal, Uribe contendió como independiente en 2002 y ganó con facilidad. Ha gobernado con el apoyo de miembros conservadores y liberales (uribistas) en el congreso, aunque ha estado en conflicto con el liderazgo de su antiguo partido (oficialista). Su gobierno ha seguido políticas neoliberales moderadas, pero es mejor conocido por su estrategia de línea dura en la larga lucha contra las guerrillas de las FARC y del ELN, y por su apoyo al Plan Colombia, la política antinarcóticos de Estados Unidos. A Washington le gusta diferenciar a Uribe de Chávez y estará satisfecho si Uribe gana en mayo, como las encuestas indican que lo hará. Sin embargo, antes de ello, en marzo, los votantes colombianos elegirán un nuevo congreso, donde la creciente fragmentación del sistema de partidos -- alguna vez dentro de los más estables de América Latina -- puede hacer que la gobernabilidad sea un reto en el segundo periodo de Uribe.
Dada la decisión de la oposición venezolana de no contender en las elecciones legislativas de diciembre de 2005 y a los altos niveles de aprobación de Chávez, éste debería ganar fácilmente cuando se enfrente a los votantes en diciembre de 2006. Los altos precios del petróleo y una administración Bush que insiste en vilipendiarlo fortalecen la tentativa de reelección de Chávez. Es cierto que existen profundas divisiones en la sociedad venezolana, y aspectos del gobierno de Chávez son problemáticos desde la perspectiva teórica de la democracia, pero una mayoría de venezolanos lo apoyan mientras continúe con sus estrategias populistas. Chávez no ha creado un partido eficaz para institucionalizar sus ventajas electorales, pero cuenta con un gran número de asociaciones civiles comprometidas con el chavismo, lo cual garantiza su reelección este año.
Es debatible qué tan amenazante es Chávez para el neoliberalismo que predomina en el continente. Venezuela nunca se alejó demasiado del camino de la reforma neoliberal en los noventa, así que él apenas está volviendo del neoliberalismo en la forma en que otros países latinoamericanos tendrían que hacerlo si siguieran sus exhortos. El incremento repentino de los precios del petróleo y los préstamos externos financian los programas sociales que ha puesto en marcha. Otros apenas pueden emularlo, lo cual debe apreciar Washington para simplemente ignorar a Chávez en vez de continuar provocando el conflicto donde él puede parecer como el David contra el Goliat de Bush.
El hombre en el poder que enfrenta el mayor reto es Luiz Inácio "Lula" da Silva de Brasil. A menudo, los críticos califican de caótico el sistema de partidos brasileño, pero ha estructurado opciones presidenciales razonablemente predecibles desde 1994. Este año es probable que sea lo mismo, aunque quien será el principal contendiente de Lula está por determinarse. El candidato perdedor en 2002, José Serra del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), ahora alcalde de São Paulo, debería ser el rival más fuerte de Lula, y algunas encuestas anticipadas han indicado que Serra podría vencer a Lula, en parte debido a los escándalos de corrupción del Partido del Trabajo de Lula. Si los partidos opositores más fuertes, el Partido del Frente Liberal y el mismo PSDB, respaldarán a Serra todavía no se determina. La complejidad de un sistema de partidos en donde cuatro compiten pero otros 15 ocupan escaños en el congreso significa que resolver quién será el contendiente de Lula en la recta final de la elección podría llevar mucho tiempo en decidirse. Sin embargo, la posibilidad de una recta final con Lula como un candidato que enfrenta un opositor con el respaldo de otros partidos grandes es muy alta -- en cada elección desde 1990, Lula se ha caracterizado por enfrentar a un candidato más conservador, y en ésta sucederá lo mismo -- . En el congreso, ese sistema de partidos, con ocho o más partidos seguros, presenta retos enormes a quienquiera que sea presidente, como Lula ya lo ha aprendido.
SISTEMAS DE PARTIDOS ESTABLES SIN CANDIDATOS QUE ESTÁN EN EL GOBIERNO
Donde los sistemas de partidos son relativamente estables, incluso el cambio del liderazgo presidencial rara vez puede alterar drásticamente la dirección política actual y las políticas de desarrollo. Este año electoral comenzó con la elección de los votantes hondureños de José Manuel Zelaya del Partido Liberal de centro-derecha, con un margen de tres puntos sobre Porfirio Lobo Sosa del aún más conservador Partido Nacional que está en el gobierno actual. El sistema bipartidista de Honduras, el más estable en la región, contrasta escasamente en cuanto a políticas entre los partidos, y los candidatos de izquierda reciben muy pocos votos. Zelaya había prometido eliminar la corrupción gubernamental, al tiempo que Lobo Sosa tomó una línea más dura en asuntos de la ley y el orden. Ambos abogan por el libre comercio con Estados Unidos. Por lo tanto, es probable que la política hondureña sufra pocos cambios con la presidencia de Zelaya.
También se realizaron las elecciones presidenciales en Chile, donde Michelle Bachelet ganó la cuarta elección consecutiva de la Concertación desde 1989. De manera previsible, la Concertación, de centro-izquierda, presentó un frente unido con la retirada de la contienda de la demócrata-cristiana Soledad Alvear a favor de la socialista Bachelet a fin de que la coalición tuviera más oportunidad de vencer a los dos candidatos de derecha, Joaquín Lavín de la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Sebastián Piñera de Renovación Nacional (RN), quienes no pudieron llegar a un acuerdo en las primarias presidenciales dentro de la coalición Alianza por Chile. La Alianza presentó una lista conjunta para el Congreso, pero la Concertación ganó una mayoría de escaños en ambas cámaras, lo cual colocó a Bachelet en una fuerte posición legislativa. Mientras muchos analistas se han referido a la presidencia de Lagos y la victoria de Bachelet como prueba de un movimiento hacia la izquierda, ambos han conducido una coalición en la cual el Partido Demócrata Cristiano (PDC) es el más grande y apenas de izquierda. Lagos no se distanció de la estrategia de desarrollo con base en el mercado y Bachelet no lo hará aunque ambos hayan prestado más atención a preocupaciones de política social de lo que lo harían los contendientes principales de la derecha. Han sido, por supuesto, más firmes con un Pinochet envejecido en cuanto a temas de derechos humanos, acciones que deberían consolidar la democracia chilena, no debilitarla.
El otrora muy estable sistema bipartidista de Costa Rica ha cambiado. Los resultados de las elecciones presidenciales de 2002 indican que los costarricenses buscaron alternativas al social-demócrata Partido Liberación Nacional (PLN) y al más conservador Partido Social Cristiano (PSC). Otto Solís, del Partido Acción Ciudadana (PAC), llegó en tercer lugar con más de 26% de los votos, forzando a Costa Rica a realizar su primera elección de segunda vuelta en la historia. Sin embargo, en la elección de febrero, el popular ex presidente Óscar Arias contendió por el PLN, venció a Solís por escaso margen en una elección muy cerrada, aunque las encuestas previas a los comicios mostraron que Arias gozaba de un margen importante sobre Solís. Al contrario de Arias, Solís se opone al Acuerdo de Libre Comercio con Centroamérica. Si bien la victoria de Arias no cambiará sustancialmente la dirección de las políticas públicas en Costa Rica, el electorado costarricense ha mostrado su descontento con la clase política y su manejo de dichas políticas.
En Nicaragua, la revolución de 1979 ha estructurado la competencia electoral entre el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y la oposición desde la primera elección posrevolucionaria en 1984. Daniel Ortega se ha presentado como el candidato del FSLN en cada elección, ganando la controvertida contienda electoral de 1984, pero perdiendo cada una de ellas desde entonces. Es muy probable que vuelva a ser el candidato del FSLN en noviembre de 2006. El escándalo ha marcado las presidencias del ex presidente Arnoldo Alemán y del actual presidente Enrique Bolaños, ambos del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), lo cual al menos explica parcialmente la extrema insatisfacción pública con el funcionamiento de la democracia en Nicaragua. Debido a que el FSLN y el PLC son muy coincidentes y el historial de este último ha sido mediocre, cualquier partido podría ganar las elecciones.
Dados los cambios trascendentales en la política mexicana durante las dos décadas pasadas, es preciso ser cauteloso al describir su sistema de partidos como relativamente estable. Sin embargo, están en la contienda tres partidos: el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la izquierda, el Partido Acción Nacional (PAN) en la centro-derecha y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), todavía un partido del centro, o al menos alrededor del cual gira la política mexicana. El gobierno de Vicente Fox ha hecho pocos progresos en la mayoría de los frentes políticos durante sus primeros cinco años en la presidencia, en parte debido a la ineptitud política y en parte porque simplemente no controló al congreso, donde los partidos de oposición -- incluyendo ahora al PRI -- han tomado ventaja de la condición minoritaria del PAN para dedicarse a la maniobra partidista.
El electorado mexicano enfrentará algunas opciones claras el día de la elección: Roberto Madrazo, del PRI, ha prometido modernizar su partido, pero ha provocado una grave escisión interna mediante el uso de viejas tácticas; Andrés Manuel López Obrador, del PRD, ofrece desde soluciones populistas a los años de austeridad que se han vivido, y Felipe Calderón del PAN, quien no proviene del neopanismo de Fox, ala neoliberal de su partido. Sin embargo, los analistas pueden exagerar fácilmente las diferencias programáticas entre estos candidatos y sus partidos. De cualquier forma, ninguno de ellos cambiará drásticamente la dirección de las políticas públicas mexicanas. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ata a México a la agenda neoliberal, además de que una parte significativa de la sociedad mexicana se ha beneficiado del tratado. Más aún, ninguno de estos candidatos contará con una mayoría que lo respalde en el congreso, así que es muy probable que el conflicto partidista restrinja un cambio importante de políticas en los próximos tres años, por lo menos. Así, la inercia mantendrá a México en la senda neoliberal en el futuro previsible.
SISTEMAS DE PARTIDOS INESTABLES SIN CANDIDATOS QUE OCUPEN UN CARGO EN EL GOBIERNO
El mayor cambio en América Latina puede darse en las naciones andinas, donde los sistemas de partidos son hoy altamente inestables. Ahí, tanto el modelo neoliberal como la democracia misma tienen los niveles más bajos de aprobación pública, lo que refleja la enorme insatisfacción con la forma en que la economía y el sistema político han operado. Ahí, también, las poblaciones indígenas han hecho el más pronunciado acto de presencia sobre el escenario político, demandando una representación más justa. Bolivia, Ecuador y Perú se han convertido en las naciones menos gobernables del hemisferio.
El sistema de partidos de Bolivia fue dominado por mucho tiempo por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), pero desde que la democracia fue restaurada en 1980, ningún presidente ha obtenido el apoyo de la mayoría en el congreso. Ese sistema de partidos previo se ha derrumbado, con el repudio hacia el MNR. Sin embargo, la elección de 2005 puede haber establecido un nuevo sistema de partidos en el que los pueblos indígenas tienen un representante institucional conformado en el MAS (Movimiento al Socialismo).
El MAS de Morales surgió de un movimiento social de cocaleros y campesinos indígenas. El mensaje de Morales, de nacionalismo económico, en particular sobre el desarrollo de los extensos recursos de gas natural de Bolivia; de insubordinación a Estados Unidos, especialmente a la política de narcóticos y de mejor representación del pueblo indígena que apoyó a su partido, le hizo obtener una victoria inesperadamente fácil. Su rival neoliberal, el ex presidente interino Jorge Quiroga, contendió desde el centro-derechista Poder Democrático y Social (Podemos), una nueva organización que ganó pluralidades en Santa Cruz y otras provincias bajas del este, ricas en depósitos de gas natural. Debido a que Morales y el MAS obtuvieron la mayoría absoluta (54% de los votos y 72 de los 130 escaños en la Cámara de Diputados), están en una posición dominante para reorientar radicalmente la política de Bolivia, aun cuando Podemos mantiene fuerzas regionales. Ya que el MAS obtuvo sólo 12 de los 27 escaños en el senado, Morales tendrá que negociar con sus opositores para llamar a una nueva asamblea constituyente para escribir una nueva constitución que incorpore más eficazmente a los indígenas bolivianos al sistema político en términos que respeten su autonomía cultural.
Mientras Morales ha proclamado su amistad con Fidel Castro y Chávez, ninguno de ellos puede ofrecerle más que apoyo simbólico. Incluso los aliados potenciales como Lula son precavidos -- Petrobras, de Brasil, tiene importantes intereses en los campos de gas natural bolivianos, lo cual puede tener más peso que las simpatías ideológicas -- . Por lo tanto, al llegar a la presidencia, Morales ha bajado el tono del discurso antiempresarial que marcó su campaña. La sociedad boliviana sigue estando profundamente dividida, tanto como Venezuela desde que Chávez llegó al poder. Esta elección indica que las divisiones entre quienes apoyan a Morales y sus opositores pueden estar formando un nuevo sistema de partidos.
Al igual que en Bolivia, el sistema de partidos en Perú cayó en las últimas dos décadas. La incapacidad de los antes dominantes partidos para representar adecuadamente a los pobres y a los indígenas permitió que los neopopulistas Fujimori y Alejandro Toledo llegaran a la presidencia en 1990 y 2001 con plataformas en contra de quienes habían estado en el poder. Sin embargo, ni Fujimori ni Toledo crearon partidos eficaces para incorporar a los grupos sociales que los apoyaron, a organizaciones políticas permanentes. Cuando el electorado peruano vaya a las urnas el 9 de abril encontrarán al ex presidente Alan García de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y a Valentín Paniagua de Alianza Popular en la boleta, pero es más probable que voten ya sea por Lourdes Flores del partido de centro-derecha, Unidad Nacional, núcleo del Partido Popular Cristiano, o por Ollanta Humala del Movimiento Etnocacerista, candidato del Partido Nacionalista Peruano.
La popularidad de Humala se ha incrementado recientemente, haciendo ver a los analistas la similitud de condiciones entre ésta elección y la de 1990 en la que el entonces desconocido Fujimori llegó al poder. Las reglas para presentarse a las elecciones presidenciales combinadas con el repudio de los partidos más antiguos permite a los nuevos contendientes, en especial a los candidatos que están en contra del sistema, emerger repentinamente, lo cual parece que está sucediendo de nuevo, haciendo muy impredecibles las elecciones de abril. En el caso de que gane, es muy posible que Humala parezca un aliado de Chávez y Morales, pero los analistas han destacado que aunque esté ganando el apoyo principalmente del electorado de izquierda y de las regiones donde la población indígena está concentrada, el candidato expresa una mezcla de ideas izquierdistas, nacionalistas y autoritarias, al tiempo que promete la autonomía étnica. Es el clásico candidato anti-sistema en una sociedad donde gran parte de la población es indígena y está marginada de los partidos tradicionales.
De la misma manera, la reciente inestabilidad política de Ecuador -- con siete presidentes en ocho años -- y su fragmentado sistema de partidos hacen difícil predecir quién ganará en la elección de octubre. En 2002 quien finalmente ganó, Lucio Gutiérrez -- mejor conocido por su participación en el golpe de 2000 -- , obtuvo sólo 20% de los votos en la primera vuelta. Actualmente, el socialista León Roldós Aguilera y el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, del Partido Social Cristiano, representan las mejores candidaturas en la sucesión del presidente interino Alfredo Palacio, quien llegó al poder cuando el congreso removió a Gutiérrez en abril de 2005, después de protestas callejeras masivas de los indígenas ex partidarios de Gutiérrez. Éste siguió un doble discurso, haciendo campaña como populista pero buscando aplicar una rígida disciplina fiscal, para indignación de sus ex partidarios. Es muy probable que las organizaciones políticas indígenas -- en particular la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y el Movimiento Multicultural Pachakutik (PK) -- desempeñen un papel importante en 2006, como lo hicieron en la elección de Gutiérrez hace cuatro años y como lo hicieron al forzar las destituciones presidenciales de 1997, 2000 y 2005. El PK no se ha pronunciado aún por un candidato, pero Roldós o Rafael Correa, otro crítico del neoliberalismo, son los que más probablemente recibirán su apoyo. Quienquiera que gane es muy improbable que cuente con mayoría en el congreso, dilema que bloqueó a Gutiérrez y contribuyó a las acciones autocráticas que llevaron a su destitución posterior -- incluida la disolución de la Corte Suprema y su reemplazo con una nueva -- . Así pues, es muy posible que la gobernabilidad siga siendo el asunto más importante para quien se convierta en el presidente de Ecuador.
Por último, las elecciones de Haití fueron pospuestas cuatro veces mientras el gobierno interino luchó por ordenar todos los preparativos preelectorales, siendo el registro electoral el más importante. Finalmente, el ex presidente René Préval, aliado del derrocado presidente Jean-Bertrand Aristide, encabezó la primera vuelta realizada el 7 de febrero, pero fracasó en obtener el requisito de 50% necesario para ser declarado electo. Sin embargo, las protestas de los partidarios de Préval obligaron a las autoridades electorales de Haití a declararlo vencedor sin realizar la segunda vuelta. Como lo indica esta decisión, es probable que el sistema político de Haití continúe estancado en el ámbito donde el orden legal y el ejercicio eficaz del poder tienen muy poco contacto.
¿AÑO ELECTORAL CRUCIAL?
Los críticos progresistas del neoliberalismo y la influencia de Washington en América Latina proclaman la perspectiva de una inclinación hacia la izquierda en los gobiernos de la región como resultado de este ciclo electoral. Los analistas más conservadores y la propia administración Bush expresan su alarma porque la izquierda pueda llegar al poder en tantas naciones latinoamericanas al mismo tiempo. Es muy posible que en 2006 el sueño o la pesadilla no se vuelvan realidad para ninguno de los dos bandos, ni tampoco en los cuatro a seis años en que aquellos presidentes electos gobernarán. Más candidatos conservadores tienen una buena oportunidad de ganar en Brasil, Colombia, México y Perú, de entre los países grandes, lo mismo en Honduras y Nicaragua. Los costarricenses eligieron a un ex presidente respetado y experimentado, si bien con un margen muy estrecho. Aunque los candidatos de centro-izquierda ganen en Brasil y México como lo hizo Bachelet en Chile, la dirección total de estas sociedades se mantendrá en gran parte igual a la del pasado reciente porque sus congresos no cambiarán de manera profunda. En los sistemas presidenciales, los poderes ejecutivos están limitados por lo que los legisladores estén dispuestos a hacer. En sistemas que no producen mayorías gobernantes para el partido del presidente, él o ella se ven forzados a negociar cualquier cambio. Sólo donde la fragmentación de los sistemas de partidos es tal que los populistas creen que pueden usar su carisma personal para gobernar sin considerar las normas constitucionales, es más probable un cambio rápido.
El cambio por venir más significativo es probable que surja de las naciones andinas, ya que estas elecciones se llevarán a cabo en donde se cuenta con las poblaciones indígenas más numerosas -- Bolivia, Ecuador y, tal vez, Perú -- . Allí la insatisfacción con el funcionamiento del sistema político y de la economía de mercado que no han logrado cumplir sus promesas a los pobres es la más profunda. Allí también, el sistema de partidos ha fracasado en proporcionar una representación adecuada para la mayoría de los ciudadanos. Por esta razón, existen allí sociedades que han sido en gran parte ingobernables en la década pasada. La lucha directa a través de manifestaciones callejeras no es extraña. Se han destituido presidentes o han sido forzados a renunciar por su incapacidad de cumplir las promesas hechas en campaña y las revelaciones de corrupción. El electorado está enojado en estos países e invita a políticos populistas a cabalgar al poder montados sobre ese enojo. El cambio más importante que probablemente resulte de este populismo, sin embargo, es el mejoramiento en la posición política de los pueblos indígenas necesaria desde hace tanto tiempo. Los políticos populistas también pueden hablar en voz alta sobre la necesidad de abandonar el neoliberalismo, pero las condiciones económicas de todos, menos Chávez, el rico petrolero, no permitirán mucho cambio en sus estrategias económicas.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario