Están vivas sus reflexiones y no es menos actual su conclusión al conceder a la televisión una fuerza peligrosa sobre la política y la democracia, no sólo por la paradoja de ocultar mostrando, sino porque en el campo de la política, “y en particular en el jurídico, pone en tela de juicio los derechos de la autonomía”.
Desde entonces y hasta la fecha, varios han abundado sobre el fenómeno de la televisión como poder desbordado de su función esencial. “Mediocracia” ha sido el término con el que se ha identificado la distorsión y se ha señalado el predominio de lo mediático sobre lo estatal, lo cultural, lo político.
Así, antes que a Bourdieu, le había preocupado a Karl Popper la evolución hacia lo peor de la televisión en su relación con la educación, y después Giovanni Sartori alertó sobre la sustitución de ese poder fáctico de la televisión sobre los poderes formales, la disminución de los contenidos de la democracia a manos de la “videopolítica”. Luigi Ferrajoli la ha considerado también un problema central a solucionar en el sistema democrático al catalogarla como “probablemente el poder político más penetrante e insidioso, que se utiliza para promover intereses mediante la desinformación y la propaganda”.
En nuestro país son muchos los estudios que han desarrollado esos peligros, esa dependencia, ese condicionamiento. Pero nadie ha plasmado esa significación como Raúl Trejo Delarbre en Poderes salvajes. Mediocracia sin contrapesos. No se refiere al gobierno de los mediocres, sino a la hegemonía de los medios, a su poder, incluso ideológico, que “con influencia en ocasiones mayor a la de cualquier otra entidad o institución, alcanzan los conglomerados mediáticos en el mundo contemporáneo”.
No ha faltado pues el análisis, la aguda perspectiva de quienes han alertado las consecuencias de dejar intocado ese fenómeno. Los efectos están hoy a la vista de todos y las consecuencias de no atajar, de seguir posponiendo la acción del Estado a favor de la sociedad en este ámbito son altísimas. Los días que corren están colmados de esa preponderancia de los medios, y están a la vista los efectos nocivos de la omisión legislativa para contrarrestar uno de los ejes en el que descansa esa supremacía: la enorme concentración de los medios en unas cuantas manos.
Sabedores de que podría venir esa acción, la televisión se atrinchera y desafía al Estado. Se ríen, sí, a carcajada abierta de la reforma constitucional que en materia electoral los obliga a transmitir, dentro de los tiempos del Estado, los spots de los partidos políticos. Con la mano en la cintura han dispuesto que no pasarán, en una acción concertada de las dos principales cadenas de televisión, que reitera la colusión de intereses de quienes se dicen competencia entre sí, pero que a la hora del cumplimiento de las obligaciones legales actúan como una misma cosa: “el autogobierno de la televisión”.
Quieren sentado al IFE, negociando la ley, los horarios, la duración de los spots, la frecuencia. Saben que no hay acción del Estado que los alcance, y tienen bien medida a la clase gobernante, en sus debilidades, en la estrecha mirada de sus pretensiones reformadoras, en sus indecisiones, en sus indefiniciones, y de ahí se lanzan. Porque cada omisión o titubeo de la clase política los ensancha. La debilidad del gobierno los fortalece. Las contradicciones entre los legisladores es su río revuelto.
Cada que un legislador dice que no hay condiciones para una nueva ley de medios, saben que hay quienes quieren negociar con ellos la no reforma. Cada que sueltan sus amenazas y las autoridades salen corriendo, provocan más. Y ahora resulta que Pemex les regresará los recursos que la reforma electoral recuperó para el erario, en la compra no sólo de anuncios promocionales de la reforma energética, sino también comentarios positivos de sus conductores para un proceso que se decidirá entre los legisladores y no con niveles de audiencia.
Cuando la televisión censura a los líderes del parlamento, y el conjunto no dice nada, la televisión gana poder y crece la posibilidad de que se lo haga a cualquiera.
O lo que es peor, cuando algunos se atreven a denunciar el hecho, tímidamente por cierto, de la forma en que TV Azteca y Televisa han disminuido la presencia de los coordinadores del Senado en los noticiarios de la televisión, y uno de ellos reaparece súbitamente con gran intensidad, la televisión triunfa en su estrategia de dividir y vencer. Manlio Fabio Beltrones pasó de 19 notas informativas en tres meses y medio en Televisa, a 28 minutos ininterrumpidos en un mismo día.
Cuando la televisión atiza el fuego contra el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, le manda un mensaje al gobierno de la raja que se puede sacar de conductas vulnerables y ponerlo, en un par de días, en el más serio predicamento de su compromiso ético. Y a la vez le ofrece su manto protector, para demostrarle lo que puede ser como aliada, al abrirle al funcionario los espacios más privilegiados para que la nación —que pasa por Canal 2— escuche la defensa del secretario.
Lo mediático condiciona lo político, y la agenda de reformas prospera o sucumbe según el acuerdo de esos intereses. Es la triste historia que se repite, y crece en esa fórmula autodestructiva de cuando la mediocracia se junta con la mediocridad.
Profesor de la FCPyS de la UNAM
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