6 de diciembre de 2006

Comunicación y gobernabilidad

José Carreño Carlón; Coordinador de Periodismo y del Programa Comunicación, Derecho, Democracia del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana.

Tres retos tiene frente a sí, en materia de comunicación gubernamental, el presidente electo de México en estas semanas previas a su toma de posesión y durante las semanas siguientes a la fecha clave del 1 de diciembre:

1. Preparar las condiciones para la reconstrucción del consenso en torno a las instituciones fundamentales, consenso dañado por la agresiva campaña postelectoral de AMLO para ponerlas en entredicho.

2. Lograr y afianzar ­en medio de altos grados de dificultad­ alianzas razonablemente estables con fuerzas políticas diferentes a las de su grupo en su propio partido, y con los otros partidos, para mostrar desde el arranque capacidad para poner en marcha la agenda del gobierno.

3. Cimentar condiciones firmes de gobernabilidad, que le permitan sofocar los rescoldos ­sino es que las llamas o estallidos que subsistan tras los desbordamientos de Oaxaca o de Tabasco (y los que se acumulen en estas semanas)­ además de prevenir los incendios que previsiblemente se preparan para el estiaje político de los primeros meses de gobierno, en que los presidentes debutantes suelen ser sometidos, por propios y extraños, a las pruebas más severas.

Comunicación presidencial y consenso

La intensidad del discurso político antisistema de AMLO multiplicó sus efectos gracias a la superficialidad con la que corearon ese discurso, por más de un lustro, algunos de los espacios mediáticos de mayor penetración, bajo contrato unos, por clientelismo político o compromiso militante, otros.

Ello dañó los principales símbolos políticos del país, desde los nacientes, como el sistema electoral, hasta los tradicionales: los poderes constitucionales de la República.

En los países con instituciones estables y sólido sentido comunitario, ya se sabe que estos símbolos no son (o no sólo son) poderosos debido a los amplios significados compartidos acerca de ellos, sino debido ­sobre todo­ a los intensos sentimientos creados y asociados a ellos bajo la percepción de que esos símbolos son vitales para mantener la cohesión del sistema y de la comunidad.

Y es un hecho que para un importante sector de la población mexicana ­convencido por AMLO y su discurso­ esos símbolos no sólo quedaron debilitados en cuanto a lo que significan, sino en cuanto a la percepción de que su permanencia es vital para mantener la cohesión del sistema, o peor aún, precisamente por la percepción o la intuición de que, siendo importantes para la cohesión del sistema, su devaluación contribuiría a la ruptura ­explícitamente buscada­ del sistema.

En cuanto a la institución presidencial, David Easton ha identificado dos tipos de expectativas de los ciudadanos acerca del liderazgo político. Uno se enfoca en el puesto de la Presidencia ­con una carga histórica indiscutible­ y el otro en la persona que desempeña el cargo. Y resulta que en las democracias modernas, como la de Estados Unidos y aquellas con mayor peso mediático, como México, las investigaciones más recientes concurren a la conclusión de que existe un consenso en relación con las expectativas públicas sobre el Presidente: un consenso enfocado en los rasgos de la personalidad, el liderazgo y las virtudes individuales de la persona que ocupa el cargo.

AMLO lo sabía o lo intuía, a juzgar por el énfasis que puso en sus virtudes individuales en el curso de su campaña, al lado de los vicios que les atribuyó a sus competidores y adversarios.

De la misma manera, sus adversarios y competidores ­que también sabían lo que hacían­ pusieron, en respuesta, el énfasis en los más controvertibles rasgos de la personalidad de AMLO, en su tipo de liderazgo y en los propios vicios que le atribuyeron.

Hasta allí, nada nuevo en las campañas electorales de todo el mundo democrático.

Lo nuevo ha sido la campaña postelectoral y, con ella, no sólo la permanencia, sino el recrudecimiento de un discurso a la vez contra la institución y la persona del presidente electo, orientado a generar el menosprecio público a esa persona, la no confiabilidad en su liderazgo y el descreimiento en la existencia de mínimas virtudes individuales en el elegido. Es decir, un discurso destinado a erosionar los grados de consenso logrados y a obstruir el curso de la construcción de los consensos pendientes.

E independientemente de otras vías de defensa institucional ante tales agresiones, este fenómeno constituye un reto para la comunicación presidencial, para el cumplimiento de sus responsabilidades en el mantenimiento de la integridad de las instituciones, empezando por la propia, y para el ejercicio de su función vital en el campo de la generación de consensos.

Comunicación presidencial y coaliciones parlamentarias

Otra forma de entender la generación de consensos como función de la comunicación presidencial se aproxima más a la capacidad de la comunicación política para construir alianzas o coaliciones en el Congreso, a partir de los acuerdos logrados en la población.

En la actual coyuntura mexicana los altos grados de dificultad para alcanzar y afianzar alianzas razonablemente estables con fuerzas políticas diferentes a las de su grupo en su propio partido, y con los otros partidos, para mostrar desde el arranque capacidad para poner en marcha la agenda del gobierno, pasan por diversas condiciones adversas que:

a) entorpecen la cohesión en el propio partido del presidente electo para establecer la unidad de liderazgo en torno a la figura presidencial, y

b) enrarecen el clima para los acuerdos con otros partidos, por el cerco, el aislamiento en el menosprecio público en que la oposición antisistema insiste en colocar al presidente electo, así como por la estrategia del PRI y de los partidos más pequeños, que encuentran en estas circunstancias la oportunidad de subirle el precio a los acuerdos.

Obviamente, la comunicación presidencial del nuevo gobierno tendrá que esforzarse en vencer estos retos coyunturales.

Pero en este esfuerzo la comunicación presidencial del nuevo gobierno está ante el reto y la oportunidad de enfrentar productivamente la tarea pendiente central de las nuevas realidades de la política mexicana, que no atendieron ni Zedillo ni Fox.

Si lo medular de esas nuevas realidades de la política mexicana es la fragmentación del poder político, a diferencia de la cohesión del poder que caracterizó al presidencialismo mexicano hasta la penúltima década del siglo pasado, esa tarea pendiente central radica en la necesidad de elaborar una estrategia eficiente, permanente de construcción de coaliciones, indispensable para que el gobierno funcione sin mayores sobresaltos y para abordar su agenda y cumplir razonablemente su programa.

El proceso de fragmentación del poder político se aceleró en la segunda mitad de los 90, tras la crisis financiera de 1995 y la respuesta política y mediática del gobierno a esas crisis, que condujeron a la pérdida de la mayoría priista en la Cámara de Diputados en 1997 y a la derrota del partido del gobierno en la elección presidencial de 2000.

Pero hoy en día, esa fragmentación lo mismo se reproduce dentro de los partidos, que dentro de los estados, que en el Congreso federal y en los locales, que ­en el caso de la Presidencia de Fox­ en el seno mismo del gabinete presidencial y de la misma residencia presidencial.

Es preciso reconocer estas nuevas realidades en todos sus alcances y dejar atrás toda nostalgia por el poder de las mayorías holgadas en las urnas y en los congresos, que no volverán, como no volverán las disciplinas férreas en los partidos democráticos o en proceso de democratización.

Será mejor elaborar respuestas consistentes a la altura de este cambio mayúsculo. Y una de ellas es la elevación de las capacidades del sistema y del personal político para favorecer la elaboración de estrategias que generen incentivos para la construcción de coaliciones electorales y parlamentarias.

En países como Estados Unidos, tanto como efecto del diseño de su sistema político constitucional como de su arraigada cultura política, la disciplina de partido es relativa y la fragmentación política se da tanto en términos verticales como horizontales. En la rama ejecutiva, de la Presidencia de la República a los gobiernos estatales a las autoridades de los condados. Y en la legislativa, a las divisiones en el Congreso en grupos partidistas se agregan las divisiones en grupos de interés (caucus) por el origen étnico (africano-americanos, latinos, etcétera) o por adscripción social o campo de preocupación (sindicalistas, ambientalistas) o por rama de actividad económica o sector productivo (acereros, tabacaleros, legumbreros).

En esas realidades, a las que se aproximan las mexicanas con sus propias complicaciones, el desempeño presidencial se evalúa en función de la capacidad mostrada por cada administración para construir las coaliciones que les permitan ­o no­ cumplir su programa de gobierno.

Y el centro de esa capacidad se ubica en el sistema y las estrategias de la comunicación presidencial: en el uso que desde Theodore Roosevelt, a principios del siglo pasado, hizo del púlpito imponente de la Presidencia de la República a través de los medios (bully pulpit, se le llamó desde entonces) para encabezar a la opinión pública ­como se dijo entonces­ o para ejercer la definición primaria de la agenda del debate público, como se le llamó en los 70.



Es a partir de esa capacidad, que los presidentes tienen mayor o menor poder para convocar a alianzas más o menos duraderas en el Congreso o a las coaliciones tema por tema con diversos grupos e incluso individualidades de la vida parlamentaria.

Y son decenas, centenares, miles de libros y artículos académicos y periodísticos dedicados a evaluar el desempeño presidencial ­identificado ya, con mayor precisión, como el desempeño de la comunicación presidencial­ conforme a estos criterios, particularmente en la segunda mitad del siglo pasado, en que los campeones indiscutibles resultan los presidentes Ronald Reagan y Bill Clinton.

Pero también abundan los estudios sobre lo que no se debe hacer para evitar el fracaso en la construcción de esas coaliciones de gobierno a través de la comunicación presidencial, listas de comportamientos que el presidente Fox probablemente cumplió exhaustivamente.

Comunicación presidencial y gobernabilidad

En las condiciones actuales de una presidencia electa acosada por la apuesta de la ingobernabilidad en la que se empeña la oposición antisistema, el reto de la gobernabilidad supone, para la comunicación presidencial, poner en juego el concepto del mito en sus dos acepciones.

Por un lado se requieren acciones comunicativas tendientes a reducir la apuesta por el proyecto de ingobernabilidad puesto en marcha por la campaña postelectoral del candidato derrotado a lo que es: un mito, en el sentido de la imaginería que impregna la narrativa fabulosa que Manuel Camacho ha tratado de vender por décadas y que finalmente le ha comprado AMLO para alimentar sus propias invenciones y fantasías.

Por otro lado, resulta imperativo elevar el programa de gobierno a la condición de mito, pero en el sentido de idea fuerza ampliamente compartida, es decir de visión general, de norte estratégico, de rumbo de gobierno, con el agregado de la apropiación, desde la ciudadanía, de estos grandes lineamientos y orientaciones, en "un sistema de creencias coherente y completo", como lo describe (citando a Raoul Girardet: Mitos y mitologías políticas) Mario Riorda en el libro La construcción del consenso: Gestión de la comunicación gubernamental, aparecido por estos días en la editorial La Crujía, de Buenos Aires.

Junto a la construcción del "mito de gobierno" como la definición de la orientación estratégica del proyecto general del nuevo gobierno, lo que simboliza la dirección, la voluntad y la justificación de las políticas, Riorda plantea el necesario acompañamiento de las visiones gradualistas e incrementales, materializadas en acciones y reacciones tácticas, es decir, las que alimentan la circulación diaria que dan sustento a la representación de un Estado.

En este sentido, el presidente electo tendrá que dar muestras muy pronto de que cuenta con un modelo de comunicación gubernamental que tiene el objetivo estratégico claro de la búsqueda del consenso, y que se sustenta en una serie de acciones y reacciones incrementales, graduales, flexibles y oportunas, en los términos planteados por Mario Riorda en el libro citado.

Porque, con los anteriores retos de carácter sustantivo que enfrenta la presidencia elegida, hay un reto coyuntural de dimensiones mayúsculas que enfrentará Felipe Calderón: un reto que se resume en la ausencia casi total de los márgenes de aceptación previa ­de consenso­ de que gozaron otros presidentes, especialmente Fox.

Esos márgenes solían permitirles y les permitían a los presidentes debutantes del pasado perderse en veleidades y laberintos, dictados por consejeros "audaces", o surgidos de la propia inspiración del neogobernante, dentro del complejo adánico del que me habló hace tiempo Fernando Zertuche: el que suele atacar al Presidente mexicano que en su primer 1 de diciembre se siente el primer hombre de la creación, destinado a descubrirlo y a inventarlo todo.

Esas grandes pifias de los primeros pasos presidenciales ­la del que se perdió en la ruta de su imaginaria amistad con el sub Marcos para "arreglar" la situación chiapaneca en 15 minutos, o la del que quería tachonarle la tarea a Pedro Aspe pero no sabía manejar los alfileres y nos llevó al "error de diciembre"­ fueron descritas después, en un lenguaje más tecnocrático, o pretendidamente científico, como "curvas de aprendizaje" o como "lógicas de ensayo y error".

Pero quizá por los costos de los abusos de aquellos márgenes, esta vez, los márgenes del presidente electo son tan reducidos en la coyuntura que enfrentará Calderón, que todo error que se pretenda solventar apelando, como en el pasado, a aquella curva de aprendizaje, o a esos ensayos de acierto y error, podría tener el efecto de un definitivo paso en falso en un desfiladero.

El reto de la reconstrucción del consenso, el de lograr las alianzas o coaliciones para poner en marcha la agenda del gobierno, y el reto de reforzar los cimientos de la gobernabilidad, tienen que pasar hoy en día por la ardua, difícil, empresa de fincar acuerdos políticamente operantes centrados en la idea de que el nuevo gobierno, sus políticas, sus programas y sus primeros pasos son aceptados socialmente por una mayoría significativa.

Estamos, por supuesto, ante un modo de entender la legitimidad como elemento clave para dotar de estabilidad al nuevo gobierno, en situaciones de inestabilidad o de debilidad institucional como las que se ha propuesto generalizar la oposición antisistema que abandera cada vez con mayor claridad el principal candidato perdedor de la elección presidencial.

Todo ello plantea, como sostiene Riorda en su estudio, la consustancialidad entre la política y la comunicación.

Contra los golpes espectaculares

Más allá del marketing político y de sus críticos, el trabajo del profesor Riorda parte de una defensa teórica de tipo institucionalista, desde la perspectiva construccionista, es decir desde la propuesta de acciones comunicativas de persuasión, tendientes a construir sentido desde el gobierno.

Pero ello no implica la necesidad de desencadenar acciones comunicativas espectaculares, relacionadas siempre con temas o con personajes clave, como fórmula para restaurar de un solo golpe, certero, la estabilidad mermada o para fortalecer la institucionalidad debilitada.

Se trata, en este caso, como lo describe eficazmente el autor, de abordar "estrategias imperfectas para contextos o situaciones imperfectas".

En la condiciones actuales, con una agenda de los medios y de sus definidores primarios cargada de "golpes espectaculares" frecuentes, casi cotidianos en los espacios mediáticos, no hay golpes certeros con efectos perdurables, como en el pasado, lo que obliga a abordar los retos del consenso y la gobernabilidad desde planteamientos estratégicos que combinen, en palabras de Riorda, el modo incrementalista o gradualista en la promoción de las políticas públicas, con el proyecto general de gobierno, el que aborda los grandes temas clave, los de mayor trascendencia, los que son capaces de construir el mito de gobierno en el sentido descrito.

Ni acciones comunicativas espectaculares, lanzadas desde un idealismo inasible o asociadas al voluntarismo presidencial más peligroso, ni, por otro lado, reducidas sólo a temas marginales, que resultan también insostenibles en el mediano y el largo plazos, esta propuesta estratégica plantea los ciclos cortos de los efectos de la comunicación ­propios del gradualismo o el incrementalismo­ con los ciclos largos que fundan los mitos de gobierno sobre bases más duraderas.

En este sentido, Calderón tiene ante sí la oportunidad de emprender su gobierno desde la perspectiva conceptual de la "campaña permanente", acuñada por la comunicación política, a partir del ciclo largo de la política, sin descuidar, pero al mismo tiempo sin mantenerse atado a los ciclos cortos que suele imponer la realidad de los retos, las incitaciones y las provocaciones del día a día.

Planes y estrategias en procesos de más larga duración, son los que requiere hoy la construcción o la reconstrucción del consenso en torno a mitos estables tendientes a la fidelización ­a la generación de lealtades duraderas­ de varias cohortes generacionales a la vida institucional, a fin de restaurar el consenso dañado en torno a las instituciones fundamentales.

Al mismo tiempo, en situaciones de fragilidad institucional, lejos de ser conservador, el gradualismo ­o el incrementalismo­ es una herramienta útil, práctica, y fundamentalmente realista, tendiente a evitar procesos de significativa frustración social.

El gradualismo así entendido permite dar cuenta, de modo realista ­sostiene Riorda­ de los avances de una gestión en el sentido de que aún no siendo lo óptimo que un gobierno deseara, es consciente de que si se produce una caída, ésta será mínima. Especialmente si se la compara con una caída no desde el despegue en temas marginales, sino desde la elevación y el avance, directo y sin mediaciones por los temas fundamentales, donde los efectos de la frustración pueden ser devastadores, y pueden desencadenar frustraciones en cascada, difíciles de mantener bajo control en la situación presente.

3 comentarios:

Workaholica dijo...

Hola Carlos :

Vi que dejaste un comment en Por Pares respecto a mi carta....

Luego vengo con calmita para leer tus posts.... y por qué no..... echarnos un buen debate.

Saludos

Carlos Gustavo dijo...

Porqué no?? Me gusta la idea.

Saludos

XN dijo...

Holaaa, gracias por la visita, me intereso todo o que escribiste, veo que tienes buenos puntos de vista y reflexiones....espero que podamos seguir en contacto.