La comunicación política no ha penetrado en las estructuras partidistas, mucho menos en la mentalidad de los dirigentes políticos. El destino ha alcanzado a los partidos. Ante la complejidad de la lucha política, las transformaciones del mundo moderno y los cambios que experimenta la estructura social y las percepciones de los ciudadanos, los partidos políticos se han quedado pasmados.
El viento fresco que ofrece el nuevo enfoque de la comunicación política ha llegado a México de soslayo a través de los candidatos que disponen de mente abierta y respetables recursos para insertarse con éxito en las arenas y formatos que ofrece la democracia de audiencia. Pero esta perspectiva teórica aún no tiene la adecuada recepción entre las burocracias partidistas; ni los dirigentes muestran haberse beneficiado con la visión que ofrece la comunicación política.
La aplicación mecánica de las recetas de mercadotecnia política no implica la recepción adecuada del enfoque de comunicación política. El asunto no se reduce a una cuestión de manejo de imagen o de gasto profuso de recursos para comprar tiempo aire en la programación triple A de la televisión. ésa es la vía falsa de acceso a la comunicación política, que muy rápido se llena de impostaciones, simulación y fracaso político.
El enfoque de comunicación política implica un proceso de recepción teórica y redefinición de los paradigmas y esquemas cognitivos de quienes realizan política práctica dentro y fuera de los partidos políticos. Exige someter los viejos esquemas de análisis a un nuevo y riguroso tamiz y proceder a diseñar y desplegar nuevas estrategias y acciones de alto impacto.
Este enfoque, en primer lugar busca recuperar con todas sus consecuencias, la dimensión comunicativa de la política, la complejidad de la competencia democrática, la volatilidad y eficacia de los recursos mediáticos, así como el reconocimiento y comprensión de las consecuencias que trae consigo el mayor discernimiento de la audiencia frente al caudal de mensajes entre los que tiene que sobrevivir cotidianamente. Se trata de un enfoque que comprende aspectos teóricos y metodológicos, e incluso cierta derivación práctica, que bien llevada puede por lo menos desperezar a los viejos elefantes de la política de viejo cuño de sus visiones esclerotizadas. La asimilación de este enfoque, inevitablemente conduce al cuestionamiento de los viejos esquemas de análisis y praxis política.
En México, la recepción y procesamiento de este enfoque es aún insuficiente. Muy pocos de los dirigentes de los partidos se han atrevido a incorporar las categorías de análisis que ofrece la dimensión comunicativa de la política. Aquellos que lo han hecho, hoy se desenvuelven con mayor prestancia en las diversas arenas públicas y entienden las posibilidades que les abre la incertidumbre democrática.
La adopción de este enfoque no es una cuestión optativa para los partidos políticos. Se trata de un dilema que conduce al éxito o al fracaso electoral y político. Aquellos que mantengan una resistencia numantina a la crítica que implica la adopción y aplicación de este enfoque, serán gradual y definitivamente desplazados de la escena pública. Simplemente perderán competitividad en la arena política y electoral al no poder comunicarse efectivamente con los ciudadanos.
Porque ganarse la voluntad de los electores no es un asunto de suerte o de iluminación súbita. El enfoque de comunicación política parte del presupuesto de reconocer la capacidad de selección y discernimiento que los ciudadanos pueden hacer de la extensa y no siempre calificada gama de mercancías políticas y mediáticas que ponen a disposición de la audiencia. Los ciudadanos no se encuentran pasivamente esperando a los partidos y a sus candidatos para rendirse ante sus rituales y mensajes propagandísticos.
Conviene detenerse en algunos aspectos analíticos que implica el enfoque de comunicación política, para luego hacer algunos contrapuntos con las posiciones y actuaciones que suelen adoptar los dirigentes de los principales partidos de México.
El enfoque de comunicación política es tributario de la aportación de diversos autores y aún no se dispone de un esquema totalmente acabado. Se trata de un enfoque ecléctico, que se somete cotidianamente a la prueba del ensayo y error. Es indispensable conocer las aportaciones en este campo de por lo menos cuatro autores, para establecer las coordenadas básicas del enfoque de comunicación política: Jürgen Habermas, Niklas Luhmann, Maxwell McCombs y Dominique Wolton. Otros insistirán en otras referencias. Por mi parte y de momento pago mis propios tributos teóricos.
No pretendo ser exhaustivo en el análisis de las aportaciones de cada autor y menos llevar la reflexión a un nivel de especulación teórica innecesario. Simplemente intento recuperar algunas referencias precisas acerca del cruce de caminos que es hoy la comunicación política; que bien leída y mejor comprendida puede ayudar a entender el estado que guarda la vida de los partidos, así como el horizonte de posibilidades que éstos tienen ante las nuevas exigencias de la lucha política democrática.
1. La política en su expresión de política electoral es cada vez con mayor intensidad, una expresión inevitable de la política simbólica. Esta premisa implica la redefinición de la naturaleza de algunos elementos básicos de la política, analizada desde su dimensión comunicativa: los actores políticos, las arenas de la disputa, el carácter de los mensajes y los objetivos de corto y mediano plazo que pueden conseguirse si se tiene éxito en las diversas batallas que implica la política, como disputa simbólica.
El peso específico de los actores políticos ya no necesariamente está determinado por su cercanía con los detentadores de poder o por su capacidad de movilización de masas o de recursos políticos. Depende de la capacidad para movilizarse en el espacio público, desplegar argumentos, mensajes, propuestas y de la eficacia para colocar temas en el debate público. La fuerza o capacidad de los actores políticos radica menos en el despliegue de fuerzas sociales y cada vez más en la relevancia estratégica de sus relaciones políticas, en su inserción como referente en los diversos espacios donde se manifiesta y moviliza la opinión pública y en su capacidad para desplegar significados portadores de futuro entre la audiencia, incluso entre los segmentos sociales más críticos.
En esta perspectiva, la política democrática ha entrado en una fase donde importan menos los votos que pesan, para abrirle paso a los votos que opinan y argumentan. Y no es que la política de súbito se hubiese convertido en una disputa de hombres ilustrados. No, la política ha entrado en una fase donde las deliberaciones públicas y las negociaciones privadas que a su vez implican deliberación, son más relevantes para incrementar el peso específico a los actores, que su vieja y prodigiosa capacidad para movilizar contingentes humanos.
Los partidos que siguen apostándole al factor personal, al contacto directo o a la movilización física de personas, no necesariamente tendrán mayores posibilidades de éxito electoral. Los electores se han descolocado de sus antiguas referencias sociales, corporativas y clientelares. Tampoco es que hayan desparecido por arte de magia. Lo que ocurre es que han perdido centralidad en el proceso político, dejando el campo libre a los estrategas, a los comunicadores, a los periodistas y a los hacedores de imagen. Porque la política tiende a centrarse más en la comunicación de mensajes, signos y significados, que en la movilización inmovilizadora de personas, como alertaba en su célebre libro Política y delito, Hans Magnus Enzesberger, respecto de la política tradicional y de corte autoritario.
La falta de flexibilidad de los actores políticos, viejos y jóvenes en edad, para reaccionar ante las nuevas exigencias de la lucha política, los ha vuelto altamente dependientes de quienes con poca o mucha formación teórica y conocimientos en el campo de la comunicación política, tienen mayores reflejos para reaccionar en un terreno que les es ajeno a los políticos de viejo cuño. Que se quedaron acostumbrados al control de los medios, a la difusión pagada de su obra y de su imagen, pero que ahora exhiben severas dificultades para entrar en la dinámica que exigen los formatos mediáticos.
Los viejos y nuevos actores políticos aherrojados en el estrecho marco de referencia de los partidos, que aún no han hecho la recepción adecuada del enfoque de comunicación política, no disponen de los atributos para desempeñarse con solvencia en las arenas políticas de mayor impacto mediático, que son aquellas en donde se estimula la deliberación y los ciudadanos recogen, recrean y deliberan los nuevos y viejos significados que les aportan los actores políticos y las formas posibles de la democracia moderna, que pasa predominantemente por formas mediáticas.
2. El enfoque de comunicación política implica un serio reconocimiento a la capacidad de discernimiento y reflexión de los ciudadanos. Las audiencias no están formadas por autómatas que sólo esperan la llegada de nuevos mensajes para adoptarlos sin filtro alguno. Las audiencias se encuentran saturadas de información, pero entre el cúmulo de sobreinformación, que también es una manera de desinformar, han aprendido a discriminar la información y a decodificar los mensajes.
Los ciudadanos suelen enriquecerse de la inteligencia social, mientras las élites reproducen discursos e ideas preconcebidas por otras élites, más o menos ilustradas. Los dirigentes de los partidos se miran al espejo cotidianamente, al mismo tiempo que rinden pleitesía a los iconos y a los mitos que sus propios partidos han asumido y recreado de una generación a otra y de una elección a otra. La flexibilidad, la improvisación y la capacidad de adaptación no son sus mejores atributos. Es lamentable que en estos tiempos que corren, muy pocos conocen la obra de Robert Michels sobre los partidos políticos. Muchos dirigentes partidistas se verían retratados en la prosa acerada del sociólogo alemán y al leerla, tardarían mucho menos tiempo en comprender la naturaleza altamente oligárquica de los partidos políticos.
La rigidez de los enfoques y de los discursos de los dirigentes partidistas les hace perder condición y ritmo para intervenir con persistente eficacia en el debate público. Mientras los medios y las audiencias exigen argumentos, ideas nuevas, propuestas audaces y viables, los partidos a través de sus dirigentes y candidatos ofrecen visiones congeladas de la realidad, perspectivas insulsas acerca del futuro. Mientras la política simbólica reclama deliberación, perspectiva crítica y propositiva, los dirigentes y candidatos recuperan los viejos clichés de la propaganda, las referencias de la geometría política y las apelaciones a la ideología.
La campaña electoral reciente ofrece evidencias sobre la incapacidad de los partidos y de los candidatos que miraban hacia el pasado, para ganar la adhesión de los ciudadanos.
El PRI, anclado en el pasado, demostró que aún no supera el shock de la derrota electoral de 2000 y que no asume en serio su papel de oposición y mucho menos pone en marcha el proceso de refundación que podría evitar que su condición de nuevo partido opositor se mantenga indefinidamente hasta hacerle perder relevancia política.
El PRD aún no trasciende su condición de movimiento social que con flujos y reflujos mantiene desde su fundación. Hoy se debate entre el dilema de ejercer el poder, allí donde legítimamente lo ha ganado o desplegar acciones contestatarias en pos de una disputa simbólica de impredecibles derroteros.
El PAN sigue sin reponerse del enorme costo y peso muerto que le representó la conquista del poder a través del Presidente que ha exhibido las mayores limitaciones personales en la historia postrevolucionaria del país.
3. La política simbólica hay que librarla en las arenas mediáticas y al mismo tiempo hay que hacerlo con los más efectivos argumentos, en el contexto de formatos mediáticos que no permiten el despliegue deliberativo.
La democracia llegó a México en el momento en el que en todo el mundo, se ha tornado en una disputa por la audiencia. La transición entre la movilización de personas y el despliegue propagandístico, hacia un modelo de comunicación de significados y recreación de identidades y sentido de pertenencia, aún no ha ocurrido.
Los partidos políticos no han ganado la suficiente centralidad ni han forjado la indispensable masa crítica para entender que las transformaciones que se operan en la política no tienen carácter coyuntural. Se ha inaugurado una nueva época en la política moderna, caracterizada por la utilización intensiva de las mercancías mediáticas. La dimensión comunicativa llegó para quedarse.
Si los partidos quieren tener un futuro razonable como actores centrales de la política mexicana, tienen que desperezarse en serio de sus viejas ataduras culturales, ideológicas y estratégicas, para empezar a pensar y hacer política bajo un nuevo enfoque; que tal vez podría ser el enfoque de comunicación política. ésa es una posibilidad, como existen otras tantas en una democracia. Después de todo el futuro siempre es una alternativa, y llega lo mismo con la ceguera que con la lucidez.
Doctor en ciencia política y sociología.
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