25 de diciembre de 2006

Monopolio televisivo

Marco Levario Turcott

El medicamento contra el monopolio es la competencia; una y otra vez se ha señalado que es lo idóneo en el país. Incluso, en los últimos meses, entre los primeros en el caudal de definiciones al respecto estuvo el propio secretario de Hacienda quien, en seguida, fue secundado por autoridades de diversos ramos como la Cofeco e incluso por organismos internacionales como la Cepal.

El monopolio que ostenta Televisa en la producción y la difusión de contenidos de televisión, junto con la concentración que también tiene TV Azteca, es uno de los problemas más acendrados que tenemos en materia de comunicación. Al defender sus privilegios, frente a la probable competencia las dos empresas han recurrido a muy cuestionables prácticas, lo mismo para matar a CNI Canal 40, que para evitar la tercera cadena nacional de televisión, en especial, las gestiones que para eso impulsa, formalmente desde el 15 de septiembre pasado, la empresa Palmas 26 (que resulta de la alianza entre General Eléctric y el empresario Isaac Saba.)

Televisa y Azteca son implacables contra la competencia. Por ejemplo, en el primer caso sacaron del aire a CNI de la televisión restringida -como ahora hace Sky y Cablevisión con Disney Channel- y, en el segundo, denunciaron sin mirar la viga en el ojo propio, a Casa Saba, por el monopolio en la distribución de medicinas -y para eso ambos consorcios, en menos de tres semanas, difundieron 120 notas contra General Electric (GE) y el empresario; para no creerse: la televisora del Ajusco acusó a GE, literalmente, "de todo lo que se pueda imaginar"--. Cosa aparte son los dicterios de la revista Vértigo, bastión de TV Azteca, contra Reforma, en represalia por el manejo informativo del diario en favor de más alternativas de televisión.

Al respecto de la competencia en el ramo de la radiodifusión, el viernes pasado hubo un rebumbio informativo luego de algunos comentarios del titular de la SCT que cada quien entendió según su (bajo) coeficiente intelectual y sus (altos) intereses. Aturdidos, unos creyeron escuchar que Luis Téllez cancelaba la posibilidad de esa tercera opción- y para eso denunciaron "al gobierno espurio" de Calderón-- y otros, interesados en publicitar la medida, como el noticiero vespertino de la W Radio o en inventarla para repudiarla como La Jornada en sus afanes denunciatorios, difundieron que el funcionario cancelaba el surgimiento de otra cadena nacional de televisión. En realidad, como aclaró Crónica en su portal ese mismo día y al otro Reforma en nota de portada, aún es posible una tercera cadena.

Todavía no sabemos cuál será la decisión del gobierno federal. Apenas transcurren 20 días dentro de los primeros cien que, el 20 de junio, Felipe Calderón fijó para ejecutar la misma cantidad de compromisos desde el 1º de diciembre, entre otros: "la identificación de las ciudades susceptibles de ser atendidas con nuevos servicios de radio y televisión, tanto comercial como cultural, educativa, comunitaria y oficial, a efecto de iniciar los procedimientos de licitación pública o permisionarios, según se trate, durante el primer semestre de 2007". Eso es distinto pero no necesariamente contrasta con el surgimiento de otra cadena televisiva.
Prácticamente no hay quien se oponga a que haya contrapesos a la actual oferta de televisión, las resistencias provienen del duopolio del ramo y de sus principales brazos empresariales; un dato entre muchos otros: concentra alrededor de 80% de la captación de publicidad del gobierno federal que, en promedio por año desde hace seis, asciende a cerca de dos mil millones de pesos. Esa es a penas una cifra menor que, en relación con otras ganancias multimillonarias como las que resultan de los procesos electorales, explica la enorme resistencia de esas empresas porque les haga sombra otra.

En el marco de las festividades navideñas, y sin abstraerse del ámbito de los buenos deseos, muchos quisiéramos que esa tercer cadena de radiodifusión fuera conformada por los medios públicos, que ahora, como medios del Estado, se hallan débiles e inconexos, algunos incluso con notorias insuficiencias administrativas por decir lo menos, sin política que oriente fines y contenidos. Con todo y no sin algunos dislates de programación, su oferta es aire fresco en medio de la chabacanería cotidiana de la televisión comercial y de las principales frecuencias de radio. Se cumpla o no ese deseo, ya es un aliciente el nombramiento de Héctor Villarreal al frente del IMER: estoy seguro de que mi amigo entrañable lo hará muy bien.

Periodista

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