“Barack Obama conquistó el corazón de decenas de miles de europeos, jóvenes en su gran mayoría, que le aclamaron ayer en Berlín como al líder imprevisto que puede devolver al mundo el optimismo del que hoy carece”. Así empezó su nota Antonio Caño, enviado especial del diario español El País que consignó el encuentro del candidato demócrata a la Presidencia de Estados Unidos en Berlín, ante 200 mil personas. Es el trazo exacto del sentimiento esperanzador que suscita la fuerza de la palabra del candidato, frente al momento decepcionante que vivimos de la política en general.
Asistimos, bajo una inercia brutal, a un momento crepuscular; la nuestra parece ser una época de demolición de lo público en lo estatal, de lo ético en lo político, de lo moral en lo social. El principal rostro de esa decadencia es la prostitución de la palabra, y ahí está el derrumbe de todo lo demás. Decimos cosas en las que no creemos, hacemos cosas en las que no pensamos.
Dos amigos me han escrito parrafadas extraordinarias de esa sensación. Francisco Barrio me recuerda que el presidente Vaclav Havel, definió como el mayor problema de la República Checa, el de la ‘contaminación moral’, que durante décadas de dictadura comunista “todos nos acostumbramos a decir cosas que no se corresponden con lo que pensamos; y como no decimos lo que pensamos, entonces aprendimos a no creerle a nada ni a nadie; y, si no creemos en nada ni en nadie, ¿por qué habríamos de comprometernos con algo o con alguien?”.
Por eso Obama, un abogado de barrio de la raza que hace apenas 40 años era discriminada y hoy está a una nariz del poder que la supeditó; un egresado de Harvard que no se fue a las corporaciones sino al servicio social comunitario y de allí brincó a la política, hace resurgir la esperanza y el optimismo de creer en algo y en alguien, porque ha vuelto a hacer de la palabra fresca y el ideal continuo, instrumentos de su oferta de cambio en la política norteamericana, autoproclamado “ciudadano del mundo”. Porque surge imbatible la excelsa oratoria que tiene su base en lo que se cree y piensa.
Cuanta razón tiene Héctor Chávez Barrón, mi otro paisano: “El caso de Obama nos debe estimular y enseñar que no es la dureza la que quiebra la indeferencia y el egoísmo sino la sencillez de la verdad. La congruencia con nuestros principios es la que nos redime de este mundo que con frecuencia nos ahoga”.
Pienso en Obama, y a mí también me conmueve la ilusión, y me abruma a la vez: cuánta responsablidad tiene en sus espaladas este hombre tan joven.
Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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