En algún manual de aquellos que la propaganda del régimen soviético utilizaba para el control informativo, el vicepresidente de Televisa, Bernardo Gómez, habrá tomado la fantástica idea de ordenar que la imagen de Santiago Creel, presidente del Senado, se borrara de las transmisiones del debate sobre el foro energético. Claramente se observa esta operación, al estilo de Beria, el policía político de Stalin, en la emisión de Primero Noticias, del 2 de julio pasado.
Un día después de que Creel denunciara esa maniobra y a 13 días de que se detectara en pantalla, la empresa Televisa envió un comunicado para lamentar el incidente y puntualizar que “la producción del noticiario ya tomó las medidas pertinentes para que no se repitan este tipo de errores que, adujo, comprometieron nuestros propios criterios informativos”.
El comunicado de la empresa se produjo poco después de un tardío “extrañamiento” de la Dirección General de Radio y Televisión de la Secretaría de Gobernación que pidió explicaciones por la “anulación” de la imagen de Creel.
La denuncia de Creel no se trata de un caso aislado. Desde que Televisa y TV Azteca decretaron que Creel era un “traidor” por haber apoyado la reforma electoral, lo único que han logrado con sus maniobras cercanas a la “purga” ideológica es otorgarle al exsecretario de Gobernación foxista la credibilidad que perdió durante el sexenio pasado.
El caso de Santiago Creel tiene varias derivaciones que convienen apuntar:
1. Con demasiada frecuencia a Televisa y TV Azteca se les olvida que vivimos en una república y no en una dictadura de pantalla. Creen que su verdad es la verdad informativa. Lo único que han logrado con su grotesca censura, sus vendettas y la manipulación de los hechos es despertar un hartazgo en las audiencias. Ambas empresas podrán monopolizar 80% del rating, pero han perdido de manera acelerada la credibilidad. Sólo de esta manera se explica que un personaje como Santiago Creel –a quien han borrado de la pantalla desde hace casi un año— siga siendo el panista con mayor índice de reconocimiento en casi todas las encuestas. La opinión pública ya no se guía únicamente por los índices de audiencia sino por la consistencia y credibilidad en las causas y en determinadas coyunturas.
Lo mismo ha sucedido con otros políticos, como Andrés Manuel López Obrador, que aún puede convocar a movilizaciones masivas en el Zócalo, sin que Televisa se ocupe mínimamente por informar –aunque sí editorialice constantemente- las acciones del autoproclamado “presidente legítimo”.
En sentido contrario, Televisa promueve a golpe de infomerciales a Enrique Peña Nieto, pero esto no le ha dado al góber precioso, la solidez para otorgarle la credibilidad necesaria. Podrá ser muy popular por guapo, pero sus propuestas son tan efímeras como un spot.
2. La censura a Creel y su cese grosero en la coordinación de la bancada del PAN fueron una maniobra consentida por el gobierno de Felipe Calderón. Pensaron que de esta manera, al atender los reclamos de Televisa y de TV Azteca, lograrían el apoyo necesario en la pantalla para promover su reforma energética.
La maniobra ha resultado ser un peligroso boomerang. La propaganda no es lo mismo que la información y los spots millonarios que la Presidencia de la República ha pagado en Canal 2 y Canal 13 no convencen ya a una opinión pública que mayoritariamente cree que las iniciativas de Calderón van en contra de los intereses de Pemex.
3. ¿Dónde estaba la Secretaría de Gobernación antes de la denuncia? ¿Por qué la dirección general de Radio, Televisión y Cinematografía que cuenta con un monitoreo permanente hasta este martes envió un “extrañamiento” a Televisa?
Con demasiada frecuencia también se olvida que las concesiones que detentan las empresas de Azcárraga Jean y de Salinas Pliego son bienes públicos concesionados. Ellos podrán ser dueños de la infraestructura y de los activos de sus empresas, pero eso no justifica que manipulen la información, las imágenes y pretendan ignorar que existe un presidente del Senado, por muy mal que les caiga Santiago Creel.
Es responsabilidad de la Secretaría de Gobernación vigilar la equidad, el respeto a la libertad de expresión, a las instituciones y al derecho a la información que deben ejercer las televisoras.
4. ¿Por qué el grupo de 15 escritores y comentaristas televisivos que han presentado amparos en contra de la reforma electoral no han escrito ni se han pronunciado frente a las maniobras de Televisa y TV Azteca? ¿Acaso no afecta a la libertad de expresión la descarada pretensión del duopolio televisivo de doblegar al Congreso para que no legisle –ahí está el caso de la iniciativa de Ricardo García Cervantes que frenaron el último día del periodo extraordinario— o el ninguneo a Creel y a todo legislador que se atreva a criticarlos?
El silencio de este grupo de notables también tiene otra explicación. Es muy claro que ni a Televisa ni a TV Azteca les preocupa la libertad de expresión ni el derecho a la información. La mayoría de estos intelectuales trabaja en las televisoras y buscan congraciarse con sus dueños.
En realidad, les molesta que se haya puesto límites al mercadeo publicitario electoral. Prohibir la compra de spots con fines político-electorales no limita la libertad de expresión. La verdadera amenaza a esta libertad fundamental es la concentración monopólica y la impunidad televisiva.
Ninguno de estos destacados escritores y comentaristas se atrevió a condenar las maniobras de la Ley Televisa, ninguno osó criticar la salida de Carmen Aristegui de W Radio e, incluso, insistieron en que no se trató de un caso de censura. A muy pocos les parece grave que se acuse al Senado y a la Suprema Corte de Justicia de aplicar políticas fascistas, como cada noche hace el noticiario Hechos de TV Azteca.
¿No sería el caso de Creel una buena oportunidad de deslindarse de este estalinismo televisivo?
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