Qué pena ajena da ver y oír a funcionarios públicos, y en este caso también a un líder empresarial, defender prácticas indignas —hasta probablemente delictivas— cuando son descubiertas y de inmediato reaccionan como si todo fuera un complot contra ellos... de la misma manera como lo hicieron contrincantes políticos, tan criticados por aquellos.
Durante la semana, reporteros y corresponsales de Excélsior han informado sobre los hechos y dichos en el caso de las torturas que reciben los miembros de un grupo de élite de la policía municipal de León, Guanajuato, y son unas joyas que muestran las creencias públicas y privadas de quienes las emitieron sobre lo que debe ser la función gubernamental.
“A mi me vale wilson”, dijo el señor Vicente Guerrero Reynoso, presidente municipal de León y militante del Partido Acción Nacional (PAN), cuestionado por los indignantes entrenamientos que reciben los policías de su municipio, y agregó que él duerme muy tranquilo.
Francisco García, el secretario del mismo ayuntamiento, dijo que “el curso de capacitación es confiable, no violenta los derechos humanos, no iba a ser usado contra los detenidos, no es una tortura, porque no está obteniendo una confesión, es una especie de deporte extremo, es un ejercicio con el consentimiento de los elementos, es decir, voluntario.”
Luego, Demetrio Valadez Martínez, subprocurador de Justicia de la Región A, éste perteneciente al gobierno estatal, también de origen panista, afirmó que, de acuerdo con el artículo 264 del Código Penal local, en este caso no se configura el delito de tortura. “Típicamente, penalmente, no se da la comisión del delito de tortura, en cuanto a la capacitación estamos ante un ejercicio de un derecho. Por ejemplo, hay lesiones e incluso homicidios en deportes como box, futbol o beisbol, porque hay confrontación; pero si algo pasa, no necesariamente hay un delito, ya que el individuo afectado está en pleno uso de un derecho”, explicó el funcionario estatal.
Y José Luis Díaz del Castillo, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) de aquella ciudad, dijo que “necesitamos muchos rambos y robocops”, por la creciente inseguridad que se vive allá y en todo el país, por lo “que se tienen que preparar a nuestros elementos de seguridad especializada”. Y después explicó el origen de su apoyo: “Yo estudié en una escuela de monjes con educación militarizada y ahí aprendí disciplina y respeto a garrotazos”.
No, pos sí, como dicen allá en Guanajuato. Con argumentos tan contundentes, con toda razón el alcalde leonés duerme tranquilo. Es buena su receta contra el insomnio.
A ver, ¿qué necesidad tiene uno de indignarse al ver a un ser humano, aspirante a policía o necesitado de empleo, soportar abusos, golpes, gritos malos tratos y hasta revolcarse en su propio vómito, además de resistir tehuacanazos y pocitos? ¿Por qué no acosamos sexualmente a las mujeres que buscan un empleo o van a la escuela o que quieran dedicarse a cualquier actividad, para que se acostumbren ante las probables agresiones de jefes, profesores, funcionarios o familiares? ¿O sea que, según el subprocurador guanajuatense, los policías vejados por el “entrenamiento” estaban ejerciendo un derecho?, pues, juristas del mundo, échense ese trompo a la uña. Y, ¿qué les parece que las escuelas normales o de pedagogía incluyan en sus planes de estudios como Garrotazos I y II, quizás III, para que los maestros sepan cómo se impone la disciplina y el respeto?
No, pos sí. Pero contra lo que estos prohombres del Bajío han dicho toda la semana, sólo hay que recordar que los videos de los “entrenamientos” policiales en León estuvieron precedidos por otro video en el que agentes de la policía leonesa usan a un detenido por violencia intrafamiliar para “entrenar” puntapiés, sentones y macanazos arriba de una patrulla, en medio de risas y burlas. “Merecido se lo tenía”, habrá quien lo sostenga. ¡A wilson!, faltaba más.
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