Si la meta del presidente Barack Obama en la quinta Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago este fin de semana era caerle mejor a los dictadores de la región y a los populistas de izquierda que su predecesor George W. Bush, la Casa Blanca puede anotarse una victoria.
Si, por otra parte, el comandante en jefe buscaba expandir los ideales estadounidenses, las cosas no salieron bien. A medida que la prensa informaba, Obama parecía ser bien recibido. Pero el país más libre de la región fue vapuleado por la Venezuela de Hugo Chávez, la Bolivia de Evo Morales y la Nicaragua de Daniel Ortega.
Desde que Bill Clinton organizó la primer Cumbre de las Américas en Miami en 1994, esta reunión regional ha estado en declive. Pareció tocar fondo en 2005 en Mar del Plata, Argentina, cuando el presidente Nestór Kirchner permitió que Chávez y sus aliados revolucionarios de la región organizaran una masiva fiesta de odio y quema de banderas estadounidenses en un estadio cercano con la meta de humillar a Bush. Este año las cosas empeoraron con los abusadores de la región acaparando la atención y Obama dejando pasar una oportunidad única para defender la libertad.
Obama tenía que saber que la reunión es usada por los políticos de la región para energizar sus bases en sus países al mostrarles que pueden poner al Tío Sam en su lugar. Al darse cuenta de eso, el presidente estadounidense podría haber llegado a Puerto de España preparado para devolverles el servicio. Después de todo, ellos han tolerado e incluso alentado por décadas a uno de los regimenes más represivos del siglo XX. En los últimos años, la represión se ha expandido de Cuba a Venezuela y hoy millones de latinoamericanos viven bajo tiranía. Como el líder del mundo libre, Obama tenía el deber de hablar por esas almas sin voz. En esto, fracasó.
El tema de Cuba fue un oponente que el presidente estadounidense podría haber noqueado en el primer round. El sabía con anterioridad que sus contrapartes lo presionarían para que terminara el embargo a la isla. Incluso se preparó para este hecho unos pocos días antes de la cumbre al levantar, incondicionalmente, las restricciones de viaje y remesas desde EE.UU. a la isla y ofreciendo a las compañías de telecomunicaciones la posibilidad de llevar la tecnología a esta atrasada isla.
¿Cree que eso ayudó a mejorar la imagen de EE.UU. en la región? Ni un poco. Raúl Castro respondió el viernes desde Venezuela con una larga diatriba en contra del opresor yankee y una fría oferta para negociar en términos "iguales". En caso que no hable cubano, yo le traduciré: Los hermanos Castro desean créditos de los bancos estadounidenses ya que han declarado cesación de pagos con los bancos del resto del mundo y nadie desea prestarles. También desean ayuda extranjera del Banco Mundial.
Cualquiera que crea que Raúl está considerando elecciones libres está soñando. Sin embargo, la sugerencia de Cuba de poner "todo" en la mesa se convirtió en la "noticia" de la cumbre. Aunque es cierto que Obama mencionó a los prisioneros políticos en su lista de puntos que el gobierno estadounidense desea negociar, podría haber hecho mucho más. De hecho podría haber desafiado la retórica de Raúl al arrojar luz sobre los prisioneros de conciencia, al dar nombres. Él podría haber hablado de hombres como el pacifista afrocubano Oscar Elías Biscet, quien ha escrito elocuentemente sobre su admiración por Martin Luther King Jr., y hoy está en la cárcel por el crimen de disidencia.
El primer presidente negro de Estados Unidos podría haber nombrado a cientos de otros que están siendo retenidos en condiciones inhumanas por el dictador blanco. También le habría pedido al presidente brasileño Lula da Silva, la presidenta chilena Michelle Bachelet y el mexicano Felipe Calderón cuál es su posición sobre los derechos humanos para todos los cubanos. Imagine si Obama hubiera pedido que levantaran la mano para saber quién cree que los cubanos merecen menos libertad que digamos la mayoría negra de Sudáfrica bajo el apartheid o los chilenos bajo la dictadura de Pinochet. Claro, esa no sería la forma de ganar un concurso de popularidad o de agraciarse con sus simpatizantes estadounidenses que están listos para hacer negocios en Cuba.
En cambio, el presidente estadounidense simplemente flotó por el río de la cumbre, rebotando pasivamente de cualquier obstáculo que encontraba. El "regalo" de Chávez, el manual revolucionario de izquierda de 1971 Las Venas Abiertas de América Latina, seguido de una sugerencia de renovar las relaciones diplomáticas fue un insulto al pueblo estadounidense. Por supuesto, darle atención al venezolano habría sido contraproducente. Pero Obama debería haberse quejado a viva voz de la agresión de este país. Venezuela ha apoyado a los terroristas colombiano, el tráfico de drogas y las ambiciones nucleares de Irán. Como el ex director de la CIA Michael Hayden le dijo al programa de TV Fox News Sunday, "el comportamiento del presidente Chávez durante los últimos años ha sido horrendo, tanto internacionalmente como con respecto a lo que ha hecho internamente en Venezuela".
Que mal que Obama no tuviera una copia a mano del bestseller de los 90 "El perfecto idiota latinoamericano para regalárselo a Chávez. Otra forma en la que Obama podría haber neutralizado a la izquierda habría sido anunciar un impulso de la Casa Blanca a la ratificación del Tratado de Libre Comercio entre EE.UU. y Colombia. Eso tampoco sucedió. Él sólo prometió hablar más, una estrategia que no ofende a nadie y no consigue nada. Es una estrategia que resume, hasta la fecha, la política exterior de Obama para la región.
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