19 de septiembre de 2006
No perder el partido
Javier Corral Jurado
El pasado fin de semana, Acción Nacional cumplió 67 años de su fundación, obra que en infatigable animación e inteligente convocatoria contó con la generosidad de don Manuel Gómez Morín, el chihuahuense que además de darle vida, lo dirigió en sus primeros diez años. Etapa en la que don Manuel, dicho por otro ilustre de los fundadores, Efraín González Luna, "instauró métodos y estilos, definió objetivos, fue jefe y recluta, maestro y aprendiz, propagandista y candidato, periodista y tribuno".
Por su conducta ética y la coherencia de su trayectoria, Gómez Morín pudo fundar al PAN, y precisamente por ello "fue el primero en defender del peligro de la dependencia personal" al partido que organizó para la tarea esencial que marcó su destino: la rehabilitación moral de la política, la democratización de la vida pública, el establecimiento del bien común, como el conjunto de condiciones materiales y espirituales que permiten a la persona desarrollarse en la comunidad.
Esa definición nutrió el origen del PAN, y en el momento actual es muy conveniente saber con qué tanto de aquel aliento seguimos respirando, cuántos de aquellos principios nos siguen inspirando, en qué parte del camino, por qué y por quiénes se abandonaron algunos de los motivos originales que nos convocaron. Sobre todo ahora, en que nuestra celebración ha tenido un discreto cumpleaños, y quizá lo más terrible, el que no podamos pronunciar como el fundador que, "conmemoramos con regocijo sereno, y sin sombras".
Siento que estamos en el momento más crítico de la vida del PAN, paradójicamente cuando pareciera que estamos en el mejor momento. Nos ha pasado lo que el propio Felipe Calderón alertaba con genuina angustia hace una década: que debíamos ganar el gobierno, sin perder el partido. Crece nuestra capacidad de acción en el ámbito del poder, aumenta la destreza para tejer y operar alianzas, pero perdemos fuerza moral, y nos debilitamos de lo que hemos sido siempre: referente de ética en la política.
Se sucede un deterioro mayor conforme más espacios logramos, y no necesariamente han sido estos últimos meses un encuentro con principios y valores. Sí, pienso que vivimos una ruptura de carácter ético, y que en más de un campo hemos interrumpido el estilo y la tradición democrática que dejaron plasmada los fundadores, en el ejemplo de su insobornable conducta política personal y en la meridiana visión con que expresaron propósitos y programas.
Contrario a nuestras más puras esencias, aparecen alianzas absolutamente cuestionables. La imagen de nuestro jefe nacional distribuyendo propaganda a favor del PRI en Chiapas, es una fotografía dolorosa que plantea el nivel del problema. ¿Alguna vez, alguien en el PAN se imaginó que recolectaríamos fondos para el PRI? La aceptación de la transversalidad partidaria de la profesora Elba Esther Gordillo, hoy con más influencia sobre el presidente electo que cualquier órgano estatutario del partido. El acuerpamiento a Ulises Ruiz en Oaxaca; la connivencia con Víctor Flores, uno de los representantes más prototípicos del sindicalismo corrupto.
La organización del partido se ve cada vez más centralizada. Crecen las delegaciones, y se debilita la otrora incuestionable soberanía de la militancia; cada vez se anulan más convenciones y asambleas, y se designan candidatos y autoridades partidistas afines al grupo dirigente. La absurda apuesta por la campaña del miedo deja un antecedente funesto, no sólo para la necesaria gobernabilidad de la nueva administración del presidente Calderón, sino para las siguientes elecciones locales y las intermedias del 2009. El dinero como mayor insumo en la estrategia electoral, nos coloca en manos del capital privado. Y no puedo dejar de mencionar la manera en que decisiones legislativas se han supeditado, no a los méritos de las normas sino a la conveniencia política del momento, y al intercambio de favores en campaña.
Hace un par de semanas recibí -con afecto- la sugerencia de un compañero de partido de abandonar la discusión pública de nuestras dolencias, y agotarlas en el debate interno, con la respetable fórmula de que la ropa sucia se lava en casa. Independientemente de que suscribo que con criterios de lavandera no llegaremos a ningún lado, añado que además las instancias propicias para ese debate han ido perdiendo cada vez más su capacidad y nivel deliberativo. Hace mucho que no tenemos aquellas reuniones de Consejo, tanto a nivel nacional como estatal y municipal, en donde los argumentos se disputaban entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, y no como ahora, entre el mal menor, o lo que es peor, de que el fin justifica los medios. La crítica acre con que identificábamos el irracional método de la violencia que siempre ha sido tentación en la izquierda.
Debemos orear el debate de las ideas, si en efecto queremos rescatar al partido que, "desde el fondo de su corazón", fundó Gómez Morín.
A Luis Herrera González, por su ejemplo.
Profesor de la FCPyS de la UNAM
El pasado fin de semana, Acción Nacional cumplió 67 años de su fundación, obra que en infatigable animación e inteligente convocatoria contó con la generosidad de don Manuel Gómez Morín, el chihuahuense que además de darle vida, lo dirigió en sus primeros diez años. Etapa en la que don Manuel, dicho por otro ilustre de los fundadores, Efraín González Luna, "instauró métodos y estilos, definió objetivos, fue jefe y recluta, maestro y aprendiz, propagandista y candidato, periodista y tribuno".
Por su conducta ética y la coherencia de su trayectoria, Gómez Morín pudo fundar al PAN, y precisamente por ello "fue el primero en defender del peligro de la dependencia personal" al partido que organizó para la tarea esencial que marcó su destino: la rehabilitación moral de la política, la democratización de la vida pública, el establecimiento del bien común, como el conjunto de condiciones materiales y espirituales que permiten a la persona desarrollarse en la comunidad.
Esa definición nutrió el origen del PAN, y en el momento actual es muy conveniente saber con qué tanto de aquel aliento seguimos respirando, cuántos de aquellos principios nos siguen inspirando, en qué parte del camino, por qué y por quiénes se abandonaron algunos de los motivos originales que nos convocaron. Sobre todo ahora, en que nuestra celebración ha tenido un discreto cumpleaños, y quizá lo más terrible, el que no podamos pronunciar como el fundador que, "conmemoramos con regocijo sereno, y sin sombras".
Siento que estamos en el momento más crítico de la vida del PAN, paradójicamente cuando pareciera que estamos en el mejor momento. Nos ha pasado lo que el propio Felipe Calderón alertaba con genuina angustia hace una década: que debíamos ganar el gobierno, sin perder el partido. Crece nuestra capacidad de acción en el ámbito del poder, aumenta la destreza para tejer y operar alianzas, pero perdemos fuerza moral, y nos debilitamos de lo que hemos sido siempre: referente de ética en la política.
Se sucede un deterioro mayor conforme más espacios logramos, y no necesariamente han sido estos últimos meses un encuentro con principios y valores. Sí, pienso que vivimos una ruptura de carácter ético, y que en más de un campo hemos interrumpido el estilo y la tradición democrática que dejaron plasmada los fundadores, en el ejemplo de su insobornable conducta política personal y en la meridiana visión con que expresaron propósitos y programas.
Contrario a nuestras más puras esencias, aparecen alianzas absolutamente cuestionables. La imagen de nuestro jefe nacional distribuyendo propaganda a favor del PRI en Chiapas, es una fotografía dolorosa que plantea el nivel del problema. ¿Alguna vez, alguien en el PAN se imaginó que recolectaríamos fondos para el PRI? La aceptación de la transversalidad partidaria de la profesora Elba Esther Gordillo, hoy con más influencia sobre el presidente electo que cualquier órgano estatutario del partido. El acuerpamiento a Ulises Ruiz en Oaxaca; la connivencia con Víctor Flores, uno de los representantes más prototípicos del sindicalismo corrupto.
La organización del partido se ve cada vez más centralizada. Crecen las delegaciones, y se debilita la otrora incuestionable soberanía de la militancia; cada vez se anulan más convenciones y asambleas, y se designan candidatos y autoridades partidistas afines al grupo dirigente. La absurda apuesta por la campaña del miedo deja un antecedente funesto, no sólo para la necesaria gobernabilidad de la nueva administración del presidente Calderón, sino para las siguientes elecciones locales y las intermedias del 2009. El dinero como mayor insumo en la estrategia electoral, nos coloca en manos del capital privado. Y no puedo dejar de mencionar la manera en que decisiones legislativas se han supeditado, no a los méritos de las normas sino a la conveniencia política del momento, y al intercambio de favores en campaña.
Hace un par de semanas recibí -con afecto- la sugerencia de un compañero de partido de abandonar la discusión pública de nuestras dolencias, y agotarlas en el debate interno, con la respetable fórmula de que la ropa sucia se lava en casa. Independientemente de que suscribo que con criterios de lavandera no llegaremos a ningún lado, añado que además las instancias propicias para ese debate han ido perdiendo cada vez más su capacidad y nivel deliberativo. Hace mucho que no tenemos aquellas reuniones de Consejo, tanto a nivel nacional como estatal y municipal, en donde los argumentos se disputaban entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, y no como ahora, entre el mal menor, o lo que es peor, de que el fin justifica los medios. La crítica acre con que identificábamos el irracional método de la violencia que siempre ha sido tentación en la izquierda.
Debemos orear el debate de las ideas, si en efecto queremos rescatar al partido que, "desde el fondo de su corazón", fundó Gómez Morín.
A Luis Herrera González, por su ejemplo.
Profesor de la FCPyS de la UNAM
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