16 de abril de 2007

Espino vs. Calderón

José Antonio Crespo

Aunque el PAN se empeñe —desde que está en el poder— en reproducir varias de las viejas prácticas que el PRI desarrolló como partido hegemónico, arrastra indefectiblemente algunos rasgos, desde su origen, que le complican ese propósito. Así sucede con la relación entre el partido y el gobierno, pues sus estatutos y organización, propios de un partido que nació y vivió en la oposición por décadas, le da al PAN un margen de autonomía que tiene doble filo: podría ser visto como un rasgo indiscutiblemente democrático, que le da a su militancia un poder por encima incluso del Presidente de la República, pero también puede provocar desentendimiento e incluso confrontación entre partido y gobierno, con saldo negativo para ambos. En lo primero, Felipe Calderón pudo ganarle al candidato oficial, Santiago Creel, con el respaldo de militantes y adherentes. En lo segundo, el dirigente del partido, Manuel Espino, le pone cuantas trabas puede al nuevo huésped de Los Pinos. De modo que Calderón no puede hacer las cosas como sus predecesores priistas, pero eso no significa que se tenga que quedar de brazos cruzados y no intente ejercer su influencia desde la jefatura de gobierno, según sus necesidades políticas. Que Vicente Fox no lo haya podido hacer —cuando perdió su favorito a la candidatura presidencial— no significa que Calderón no pueda hacerlo con mayor eficacia.

Por lo cual, se queja ahora Espino de que en la contienda por ocupar los cargos de consejeros nacionales del PAN, que el año próximo elegirán al dirigente de ese partido, funcionarios del gobierno de Calderón se entrometen, rompiendo la equidad que debe prevalecer en toda elección democrática. La mala relación entre ambos políticos, evidente a cualquiera que ponga atención, introduce mayor tensión en ese proceso que antaño era esencialmente terso y civilizado (y es que, cuando hay poder de por medio, las cosas se complican inevitablemente). Calderón, siendo presidente del partido en 1997, le abrió a Espino la escalera para ascender dentro de la jerarquía panista, al nombrarlo dirigente en Sonora. Y como suele suceder en política, ahora Felipe ya no sabe cómo deshacerse de esa excelente adquisición. Para ello requiere contar con una mayoría de fieles en el Consejo Nacional y así nombrar como próximo dirigente a su candidato e impedir que se quede Espino o quien éste pretenda dejar en su lugar.

Pero Espino tampoco está manco, como lo ha demostrado en más de una ocasión. Al disputar la presidencia del partido, una vez que Luis Felipe Bravo terminara su mandato, casi todos suponían que Carlos Medina Plascencia —afecto a Calderón— sería el nuevo dirigente nacional. Pero Espino operó de modo tal que sorpresivamente arrolló en esa contienda. Y creo firmemente —contra lo que señala Federico Döring— que el respaldo que entonces le brindaron Fox y Marta Sahagún no fue determinante. Fue su capacidad de operación política. Misma que puso también al servicio de Felipe durante la elección presidencial, según lo dijo a Salvador Camarena. Lo hizo cuando el asunto de Hildebrando —el cuñado incómodo de Calderón— puso en riesgo la posible victoria panista. Se entrevistó con algunos gobernadores priistas para acordar que no dirigieran su voto corporativo contra el candidato blanquiazul: "No veíamos cómo levantar (la campaña) y yo personalmente me metí para operar algunas cosas y conozco el modo de trabajar, de operar, del PRI, lo que he padecido toda la vida".

A cambio de ese favor, Espino les ofreció a esos gobernadores algo así como impunidad: "Yo fui a hacer algo poco usual, fui a apretarles a algunos gobernadores. A advertirles que si en su estado perdíamos iban a tener una bronca fuerte. Porque había varios gobernadores con problemas serios, de diversa índole, y yo sabía cómo estaban operando a favor de su candidato (Roberto Madrazo). Entonces, yo dije, ‘mira, con que pares esta operación, con que dejes correr las cosas, con eso". Vaya que si aprendió Espino de los priistas, pues su operación resultó exitosa, según él mismo lo reconoce: "Hay lugares donde era impensable el resultado que obtuvimos, impensable". Desde luego, estas declaraciones tienen su toque de promoción personal; es como decir, Felipe ganó gracias a mí. Pero su versión no es nada descabellada. Así que, para operar políticamente (al estilo priista), Espino no es un aprendiz. Sólo que, del lado de Calderón, probablemente además hay gente que, a golpe de "padecer a los priistas", también les aprendieron las mañas y quizá las están poniendo en práctica en la lucha por la dirigencia del PAN.

Y es que si Calderón no logra remover del partido a los espinistas el año que viene, se leería como una fuerte derrota de Los Pinos, que podría minar significativamente su imagen y su autoridad política. Pues un Presidente de la República que es derrotado por el dirigente de su partido no puede inspirar ya mucho respeto que digamos. Cuenta Calderón al periodista Salvador Camarena que, cuando ganó la candidatura presidencial a Creel, "fui para decirle (a Fox): ‘oiga, esto para mí no es una derrota del gobierno" (El presidente electo, 2007). Pues quizá para Felipe no, pero para todo el resto del país desde luego que sí. Lo bueno es que para ese entonces Fox ya no tenía credibilidad alguna, por lo cual esa derrota no lo dañó más de lo que ya estaba. Y, por lo visto, no le caló como sí lo hizo la otra derrota, la del desafuero de Andrés Manuel López Obrador, lo cual le generó profundos deseos de represalia, según confesó hace poco. Pero un descalabro frente a Espino, al poco tiempo de haber asumido Felipe, sí podría constituir un duro golpe de imagen, de respetabilidad y de eficacia política.

1 comentario:

tu.politóloga.favorita dijo...

Qué bien aprendió Espino las prácticas priístas!
Se revoque o no su mandato, para mi ya no tiene credibilidad.
saludos!