Desbordados por el entusiasmo de los usuarios, y con vistas a las próximas elecciones, la ciudad de París pretende perpetuar este sistema: en un futuro se contará con unas 20.000 bicicletas y con 1.450 estaciones. Sin embargo, este éxito no ha impedido que se produzcan algunos problemas: fallos informáticos o estaciones que se ven desbordadas.
Desarrolladas por JC Decaux (la misma empresa que explota este sistema en Sevilla o Lyon) en el marco de su sistema “Cyclocity”, las Vélib’ se adaptan perfectamente a las necesidades modernas: hacer de la bicicleta un transporte público, respetuoso con el medioambiente y sano para los ciudadanos. “La iniciativa da una imagen positiva,” cuenta Judith Perker en su blog velib.fr, “la de una ciudad ideal con medios de transporte limpios.” Sin olvidar el individualismo comunitario.
La mediatización de este fenómeno es reciente, pero la idea en sí tiene más de 30 años. Los Países Bajos, así como los países nórdicos, son pioneros en esto de la ciclomanía. Hace años que al salir de la estación de Ámsterdam uno encuentra un parking de bicicletas de varios pisos que permite a los visitantes descubrir los encantos de la ciudad en bici.
Pandillas urbanas
En 1998, Clear Channel lanzó en Rennes (Bretaña) “Bici a la carta” (Vélo à la carte), el primer servicio libre de bicicletas informatizado del mundo, un sistema que se extendió por toda Europa. A pesar de que los medios de comunicación franceses han querido hacer de Vélib’ el invento del siglo, hace varios meses, incluso años, que existen estaciones de préstamo de bicicletas en la mayor parte de las grandes ciudades del continente (como Citybike en Viena o Ciclocity en Bruselas).
Los bajos costes de inversión han permitido incluso a pequeñas ciudades equiparse a la medida de sus ambiciones. Gijón, por ejemplo, o Mulhouse -en la Alsacia francesa- pueden enorgullecerse de proponer, respectivamente, 64 y 200 bicicletas: un pequeño esfuerzo para un gran paseo urbano.
Dos actores se disputan el mercado: los dos principales magnates de la publicidad y del mobiliario urbano: Clear Channel y JC Decaux. En París, la gratuidad del dispositivo ciudadano tiene, no obstante, un coste: JC Decaux ganó el concurso público para financiar, instalar y mantener los Vélib’ a cambio de un monopolio garantizado del alquiler de los paneles publicitarios de París.
Este principio de “regalo”, de hecho, se ha reproducido en todas las ciudades en las que se ha lanzado el alquiler de bicicletas. “¡Qué pena que las buenas iniciativas no sean a menudo más que consecuencia de una maniobra comercial”, piensan un buen número de usuarios, seducidos, sin embargo, por este nuevo medio de transporte.
Sin embargo, las bicicletas de uso libre, que permiten descubrir la ciudad de forma ecológica, favorecen paradójicamente el despliegue de la publicidad “intramuros”, otra forma de contaminación, aunque esta vez sea visual.
De casa al trabajo y del trabajo a casa… en bicicleta
Si el auge de este sistema continúa, ¿por qué no pensar que la bicicleta puede convertirse en una faceta de la unión geográfica de la UE? Varios municipios franceses están ya estudiando la uniformización de los sistemas de gestión, para que un único abono pueda permitir a los cicloturistas usar todos los sillines dentro del Hexágono francés. Y no resulta imposible pensar que, un día, esta idea pueda extenderse en toda Europa.
Puede que, algún día, los usuarios disfruten del modelo algo alocado de la ciudad suiza de Chaux-de-Fonds: allí, nada de estaciones, pagos o candados. Hay bicis rosas repartidas por toda la ciudad, y cada uno puede usar libremente la bicicleta que encuentre en su camino, antes de dejarla en un sitio bien visible para que el siguiente que pase por ahí también pueda usarla.